56. Débiles e irracionales
Los lamentos de la Guardia avivaron un incendio que me arrasó por dentro. El cuerpo de Max descansaba en calma sobre el bosque, pues el esmeralda había tenido el valor de aceptar que había un límite a las veces que se podía burlar a la muerte. Sus ojos me miraron sin vida, cubiertos por una capa de hielo que le arrebataba la calidez del pecho. Su piel olivácea había perdido el rubor de la naturaleza y los cardenales destacaban entre las sombras de un bosque en duelo. La sangre brotaba a borbotones de sus heridas y teñía el agua de la lluvia con el color de la despedida. Los soldados conjuraron hechizos desesperados hasta que la falta de energía los obligó a detenerse. El cuerpo de Max permaneció inmóvil y sin vida.
—¿¡Por qué no funcionan!? —exclamó Aidan con angustia.
—Lo único que siento es la barrera nywïth —dijo Quentin con los ojos llenos de lágrimas—. No podemos competir contra hechizos supremos si no contamos con el poder del vínculo.
La energía de las gemas cambió y Killian creó un portal de luz añil ante nosotros. Trasno me miró con lástima, pues conocía tan bien como yo a dónde se dirigía, y las lágrimas se deslizaron por mis mejillas con más fuerza.
—Voy a buscar a Elísabet.
Pero el jefe del clan no tuvo tiempo de cruzar el portal.
El bosque se removió y trajo consigo una sensación familiar. El viento se cargó de un poder que me atravesó los poros y resonó en mi interior. Aidan y Mónica se arrodillaron el uno frente al otro y unieron sus cuerpos; piel con piel, alma con alma, magia con magia.
La angustia que reflejaban sus rostros encontró consuelo en el vínculo, que se alzó entre nosotros como una pared de fuerza invisible. Los soldados recitaron unas palabras en la lengua antigua que me hicieron estremecerme y sus iris brillaron con el poder de la Aquamarina y la Obsidiana. De sus pechos brotaron líneas del color de la tierra y el mar que los envolvieron en una esfera de luz que iluminó todo el bosque.
—Te quiero, pase lo que pase —le dijo Aidan.
Mónica asintió y las lágrimas le dibujaron ríos de plata en las mejillas. La obsidiana se inclinó y apoyó la frente en la de su nywïth, que la besó con un amor que me dolió en la piel. Las líneas de luz que los rodeaban se dirigieron a sus muñecas y las envolvieron para unirlos en un lazo eterno. La magia tomó forma y se grabó en sus cuerpos con un idrïx único que entrelazó sus poderes elementales, y cuando la energía del océano y la estabilidad de las montañas quedaron reflejadas en el vínculo, las líneas de poder se difuminaron en el aire. Aidan cerró los ojos y acarició el rostro de Mónica.
—Pase lo que pase —le dijo la joven con la voz rota.
El soldado asintió con los ojos vidriosos y ambos se tomaron de las manos. La fuerza del vínculo nywïth cobró vida entre nosotros, pero antes de que pudiesen recitar el hechizo de sanación, Max abrió los ojos.
El esmeralda convulsionó y se incorporó en busca de un aire que no parecía llegar a sus pulmones. El pánico se reflejó en sus ojos y Max se sentó sobre la hierba y se llevó una mano al pecho. La herida de su cráneo había desaparecido, al igual que la capa de escarcha que le arrebataba la vida a su mirada.
—¿Max?
La voz de Killian reflejó un mar de dudas que ocultaban esperanza y mis amigos y yo nos miramos conmocionados.
—Eso creo —susurró el esmeralda.
Su voz se convirtió en un regalo que nadie esperaba volver a escuchar y rompimos a reír en un océano de lágrimas. Quentin y el jefe del clan se abalanzaron sobre el joven, que correspondió el gesto con emoción, y Aidan y Mónica se fundieron en un abrazo. Los ojos verdes de Max se detuvieron en mi rostro y el soldado me dedicó una sonrisa que me rompió por dentro. Me arrodillé junto a él en una mezcla de dolor, ira y felicidad, y el esmeralda me rodeó con una calidez que jamás creí volver a sentir.
—Lo siento —susurró arrepentido.
Sentí una caricia oscura sobre la piel y me separé de él al instante. El poder de las gemas se transformó y me encontré con unos iris negros que me helaron la sangre. Max emitió un grito agónico que resonó en el bosque y Killian lo agarró por los hombros para intentar calmarlo. Las venas de su cuello se ennegrecieron con el poder de la maldición. Quentin trató de contener el veneno del damnare con la magia rubí, pero no funcionó y Max se retorció desesperado. El agua se removió bajo su cuerpo y de su garganta brotó otro grito que nos paralizó. Aidan y Mónica lo sostuvieron a ambos lados y su presencia pareció apaciguar al joven.
—Se ha detenido —dije mientras señalaba sus venas oscurecidas.
El poder de las gemas absorbió la energía transmutada y en el cuello de Max se formó una marca similar a la que brillaba en su nuca. Las líneas violetas dibujaron un círculo con siete lunas elementales, todas vacías excepto una. El silencio reinó en el bosque y nos miramos en busca de respuestas. Max se incorporó y observó su reflejo en el agua.
—¿Cómo es posible? —le preguntó Killian.
—Debo de haberme confundido... —respondió el esmeralda aturdido—. Habré contado una ocasión en la que la magia de las gemas me salvó antes de morir.
—No te imaginas cómo me alegro de que no sepas sumar —se burló Quentin mientras le daba un golpe en el hombro.
Un silencio cargado de miedo y alivio se instaló entre nosotros y me dejé caer sobre el charco de agua ensangrentada. Max vio que sostenía el colgante entre los dedos y se alejó cuando me acerqué para colocárselo alrededor del cuello.
—No —dijo con rotundidad—. No puedo aceptarlo.
—Tendría que habértelo dado en cuanto descubrí el poder que tenía —dije arrepentida.
—Moira, no. ¿Qué va a protegerte de la magia si me lo das?
—Tú —respondí con la voz débil. El dolor se reflejó en el rostro de Max y el soldado se acercó para permitir que le abrochase el colgante.
—Es solo un préstamo hasta que encontremos una solución—murmuró.
La realidad que ocultaban sus palabras se me clavó en el vientre y Max se tensó de un latido a otro. La mirada del joven se detuvo en la muñeca izquierda de Aidan, que brillaba con los colores de su idrïx, al igual que la de Mónica, y los jóvenes intercambiaron una mirada triste.
—Pensamos que te podríamos traer de vuelta con un hechizo supremo —le explicó la obsidiana.
El rostro de Max se transformó en una mueca de culpa. El silencio se cargó con el peso de una realidad inevitable y el jefe del clan desvió la mirada con angustia. Aidan y Mónica compartieron una sonrisa cargada de afecto y los ojos de Max, por primera vez desde que habíamos descubierto que estaba maldito, se llenaron de lágrimas.
—Tomaríamos la misma decisión cien veces, aunque con ello solo ganásemos un latido de tu compañía —le dijo Aidan.
Las palabras del soldado apretaron el nudo que se me formó en la garganta y me levanté en busca de aire. Al hacerlo, vi el pánico en el rostro de Quentin. Seguí su mirada hasta el contenedor espacial en el que los grandes maestros habían depositado las pócimas de espinas de enebro argénteo.
Se había deteriorado en la batalla.
El rubí sostenía los frascos de cristal entre los dedos, rotos y vacíos. Los soldados vieron cómo me llevaba las manos al bolsillo interior de la capa y sacaba la única poción que se mantenía intacta. El líquido plateado centelleó bajo la lluvia y nuestras expresiones se agravaron en cuanto comprendimos que solo me podría acompañar una persona al bosque de Hielo Errante.
—¡No! —exclamé cuando Killian me arrebató la poción de las manos.
Me abalancé sobre él y agarré el frasco con todas mis fuerzas. El mar de emociones que recogían sus iris me observó severo mientras forcejeábamos, pero no claudiqué.
—¡Suéltala! —exclamé.
Los dedos de Killian emitieron una luz que me quemó y me alejé en un acto inconsciente. Lo miré aturdida y sus ojos se encontraron con los míos antes de destapar el frasco y beber el líquido que guardaba en su interior.
Di un paso atrás, abrumada por el significado de aquel simple gesto, y me alejé de la intensidad de su mirada, pues confirmaba lo que ya sabía: que el amor nos nublaba el juicio. Nos volvía débiles e irracionales, nos obligaba a romper las leyes y a condenar nuestra existencia para salvar la vida de un amigo; a poner en peligro a los habitantes de todo un clan para asegurar la protección de un ser querido. El amor era el arma más peligrosa de todos los reinos y había sellado nuestro futuro en una sola bala; un proyectil que se convertiría en nuestra salvación, o que supondría nuestra propia autodestrucción.
Repito: qué poca fe tenéis en mí.
Bueno, bueno, bueno.
¡Max está de vuelta! 💚
Pero solo le queda una vida, ahora de verdad 😭😭
Mónica y Aidan se han vinculado. ¿Qué os ha parecido? ¿Qué creéis que ocurrirá ahora que son nywïth? 🤔
Y Killian, ¿qué? Que se ha tomao la pócima... 😮😮
Menudo panorama.
Max murió en el primer libro. Murió en el segundo. Ahora la pregunta es: ¿lo habré revivido para finalmente matarlo en el tercero? 🐱
Aunque el segundo todavía no ha llegado a su fin...
Ya sabéis que aquí puede pasar cualquier cosa 😏
Contadmeeeeeeeeeeeeee 📩
Espero que os haya gustado este cap😻
🏁 : 195 👀, 83 🌟 y 88✍
Nos vemos el jueves ❤
Un besiño 😘
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