48. El miedo te mantiene con vida


Los atardeceres que siguieron al ataque fueron tristes y extraños. Se celebró una ceremonia en la playa para honrar la vida de aquellos que habían perecido. Los neis depositaron llamas celestes en el mar para que las olas guiasen la energía de los fallecidos de vuelta a la gema Aquamarina, y los sollozos se convirtieron en un murmullo que perdió fuerza con las puestas de los soles.

Los sanadores se encargaron de curar a los heridos y aliviar el dolor que padecían, pero los grandes maestros necesitaron varios atardeceres para devolverle a la Fortaleza la majestuosidad perdida. Los jardines recuperaron su gloria y la grieta que separaba la tierra en dos desapareció, pero nada se podía hacer contra el horror y el miedo que germinaron en los corazones del reino.

La guardia del clan recorría las calles de la ciudad sin descanso y en el castillo se triplicaron las patrullas. Los Aylerix tenían tanto trabajo que no lograban eliminar el cansancio de sus rostros ni consumiendo cantidades ingentes de nögle, y el jefe del clan parecía haber muerto en vida. Los eruditos continuaban investigando lo ocurrido, ya que nadie quería aceptar que viviesen traidores entre nosotros, pero sus pesquisas seguían sin esclarecer la situación.

Aunque todos nos esforzábamos por mantener a Max a salvo, todavía se percibían los ríos violetas que le habían dejado los rayos de la nube destructora sobre la piel. Gracias a los cuidados de Marco, que lo visitaba a diario y se encargaba de continuar con la investigación sobre su damnare, el estado del soldado había mejorado notablemente.

Tras el ataque de Catnia, yo también me vi obligada a pasar varias posiciones de los astros en la sala de sanación. Mi salvador no había sido otro que Vayras, que negaba la presencia de la madre de Killian en el corredor. El Ixe declaró que lo único que había visto eran los cristales de los que me había protegido con el escudo de hielo, algo por lo que me tenía que mostrar agradecida.

Me descubrí una vez más en aquel pasillo. El recuerdo de las piedras que se separaban para dejar a la vista un pasadizo secreto me perseguía hasta en sueños. La gravedad de mis alucinaciones era evidente y ya no lograba diferenciarlas de la realidad, si es que había podido hacerlo alguna vez. Las voces que resonaban en mi pensamiento generaban un caos permanente y el vacío que me inundaba el pecho anulaba hasta la última de mis emociones.

Le pedí a Cruz que analizase la pared en busca de un hechizo que justificase lo que había visto, y cuando no encontró nada, le propuse a Musa que lo intentase. La esmeralda tampoco percibió nada fuera de lo normal y me vi obligada a recurrir a mi padre. La petición le resultó extraña y aumentó su preocupación sobre mi estado, pero no me hizo preguntas y se limitó cumplir mis deseos en un intento por desterrar el brillo desesperado de mi mirada.

—¿Otra vez aquí? —me preguntó Alis en cuanto entró en el pasillo. La joven se acercó y entrelazó nuestros brazos con afecto.

—Otra vez aquí —susurré.

—Yo también tengo miedo, Moira, pero una vez me dijiste que el miedo es lo que nos mantiene con vida.

—No lo he olvidado, solo estoy distraída. Venir aquí me ayuda a pensar.

—¿En Catnia? ¿Has descubierto cómo encontrarla?

—Todavía no, pero pronto se nos ocurrirá algo.

—Tendrás que retrasar un poco ese momento; te están esperando.

Bufé desganada y dejé que la joven me guiase hasta el lugar en el que nos habíamos reunido decenas de veces en los últimos atardeceres. Alis se fue y el jefe del clan y Elísabet dieron comienzo a la asamblea. Con el transcurso de las posiciones de los astros aclaramos o respaldamos sospechas sobre los posibles traidores, intentamos encontrar una solución a la enfermedad que seguía sesgando vidas en el clan Rubí y determinamos cuál era la mejor estrategia con la que proceder.

Alguien llamó a la puerta y mi padre, Cruz y yo intercambiamos miradas de esperanza. Al final de cada reunión acudían los sanadores, los eruditos y los grandes maestros para informarnos del estado de sus investigaciones. En aquella ocasión, su discurso no fue diferente: todavía no habían encontrado la cura para la dolencia rubí. Como ya era habitual, varios de los presentes se volvieron en mi dirección y me esforcé por permanecer impasible.

Desde que mis alumnos —no yo, sino mis alumnos— habían logrado vencer a la nube destructora, los habitantes de la Fortaleza me miraban con un brillo distinto en los ojos. Muchos me habían felicitado por mi gran labor y ya nadie se quejaba públicamente de mis clases en Slusonia. Los Ixes esperaban que hablase con los mismos ancestros para que me susurrasen las respuestas a todos nuestros problemas, lo que era molesto y muy irritante. Por supuesto, había quienes se oponían al nuevo estatus del que gozaba, pero por suerte, todos teníamos cosas más importantes en las que pensar en aquel momento.

La reunión finalizó y los neis desaparecieron a toda prisa, incluidos mi padre y Cruz, que también estaban ocupados tratando de encontrar la solución nuestros múltiples problemas. Suspiré agotada y me dirigí al lugar en el que pasaba la mayor parte de mi tiempo: la sala de preservación. Las antorchas de Adaír me recibieron con una familiaridad que me hizo sonreír, al igual que la belleza de los artefactos que se escondían entre aquellas paredes.

—¿Otra vez con lo mismo? —me preguntó Trasno desde el interior de una vitrina—. ¡Estoy atrapado! ¡Que alguien me libere de este bucle de aburrimiento!

Me reí mientras subía las escaleras al primer piso y descubrí que ya había memorizado cada marca que desgastaba los escalones de mármol extinto. Cuando llegué a la estancia de la pluma de tinta invisible, fui recibida por las decenas de libros que había dejado sobre las mesas el atardecer anterior. Algunos estaban abiertos por la página en la que había parado de leer, otros estaban apilados porque todavía no había tenido tiempo de llegar a ellos y, los más importantes, contenían marcadores que señalaban fragmentos relevantes sobre las enfermedades de la civilización antigua.

—Me voy a investigar cosas divertidas —anunció el duende tras revolverme los papeles en una protesta silenciosa.

No sé cuántas posiciones de los astros pasé nutriéndome del conocimiento de los sabios de antaño, pero cuando las lunas iluminaron el reino y las estrellas brillaron en la oscuridad, me dirigí a la arboleda que se extendía junto a la muralla. Killian no rompió el silencio para saludarme y continué leyendo sobre las investigaciones de nuestros ancestros ayudada por una luz de Roh.

El sonido del mar opacaba los gemidos del jefe del clan, que luchaba con salvajismo contra el nei de plasma y luz proyectada. La rabia que motivaba sus movimientos le hundía los hombros y brillaba en el océano embravecido que ocultaban sus iris. Nos aferrábamos a aquel sentimiento con codicia, pues ambos sabíamos que era lo único que permitía que trabajásemos sin descanso en busca de una solución imposible.

Cuando el frío se intensificaba tanto que mis dedos adquirían un tono azulado, Killian recogía la pirámide gris del suelo, yo apagaba la luz de Roh, y atravesábamos juntos el bosque sin pronunciar palabra. Al llegar a la entrada del ala residencial, nos despedíamos con la mirada. Él utilizaba un portal para reunirse con los eruditos en las salas académicas y yo me dirigía a mi cuarto para continuar con la investigación sobre la magia de los hrathnis y el damnare de Max.

La rutina se convirtió en una cárcel.

Por la mañana me ponía una máscara de seguridad y confianza les hablaba a mis alumnos de las maravillas de la civilización antigua. Tras abandonar Slusonia, me dirigía a las salas de reunión para trazar planes que nunca funcionaban junto a los Ixes. Después ayudaba a Marco y a Musa con sus hechizos, iba a la sala de preservación y me sumergía en los libros, regresaba para más reuniones, más investigaciones, más debates. Con el anochecer llegaban el silencio de la arboleda y la compañía de Killian, y tras caminar con el jefe del clan y buscar información sobre el damnare de Max, todo volvía a empezar.

Las puestas de los soles se sucedieron sin que nadie tuviese tiempo para admirarlas, hasta que llegó un atardecer en el que todo cambió. Los soldados regresaron del reino Rojo y nos informaron de que un cuarto de la población de la Ciudad Gris había enfermado en un solo anochecer. La situación era insostenible. La mitad de los neis que se resguardaban en el bosque habían fallecido. Teníamos que hacer algo. Una voz arrogante propuso acabar con las vidas de los enfermos en un intento por contener la dolencia. Y entonces el caos se desató en el reino.

Bueno, bueno...

¿Qué pensamos de Vayras?

¿Y del estado de Moira?

La situación está complicada...

¿Dónde creéis que está Catnia?

Contadmeeeeee 📩

Espero que os haya gustado😻

🏁 : 195 👀, 83 🌟 y 88✍

Nos vemos el sábado ❤

Un besiñoo😘

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