38. La familiaridad del hogar


Mis alumnos y yo nos tuvimos que trasladar a un aula más grande. El número de asistentes a mis clases había aumentado considerablemente, lo que me hacía sentirme orgullosa tanto de los jóvenes que habían estado conmigo desde el principio como de aquellos que se atrevían a dar un paso en contra de los deseos de la Autoridad, pues era evidente que el Consejo no descansaría hasta que se me prohibiese la entrada a Slusonia.

Aquel amanecer les hablé de la guerra. Tenía un mal presentimiento, uno de esos que te atraviesan el alma y te hielan los huesos con la humedad del invierno. Sentía que nos encontrábamos en los latidos previos al estallido de una tormenta, con el cielo cubierto por nubes oscuras y el ambiente cargado de una electricidad peligrosa.

Los rostros de mis alumnos reflejaron el sufrimiento de nuestros ancestros y los horrores que habían diezmado a la población del mundo antiguo. Les hablé del miedo y la presión e intenté explicarles que tenían tanto poder que podían cambiar el discurso de una batalla. Utilicé materiales que tomé del registro para ilustrar las historias que les contaba. Quería que supieran que se trataba de algo más que de leyendas impersonales. Quería que entendiesen que el sufrimiento de un pueblo no se podía ignorar a pesar de las edades. Que bastaba con una chispa para prender un conflicto que enfrentase a la humanidad, y aunque pareciese imposible, aquello también nos podría ocurrir a nosotros.

Me detuve cuando vi que tenían los ojos vidriosos y les sonreí orgullosa. Recorrí el aula con la mirada y descubrí que todos me observaban con una atención que jamás creí llegar a suscitar. Reconocí a varios adultos en una esquina y los jóvenes se volvieron en su dirección de inmediato.

—Disculpe, señorita Stone —dijo una mujer tras aclararse la garganta—. Hemos venido a buscar a los alumnos que faltaban en nuestras clases, pero me temo que nos hemos distraído escuchándola.

—Siento haberlos interrumpido —dije avergonzada—. Estoy segura de que se esforzarán por recuperar el tiempo perdido.

Los jóvenes y los maestros se despidieron y los únicos que permanecimos en la estancia fuimos Alis, Zeri y yo. El rubí generó un enlace de luz que abrió un portal escarlata ante nosotros.

—¿Nos vamos? —preguntó ansioso.

Alis y yo nos acercamos con un asentimiento y el joven atravesó la elipse de luz sin más tiempo que perder.

—Espera, Moira —me pidió Alis cuando nos quedamos a solas—. Le hablaré a Killian del diario mientras estemos en el clan Rubí. Así, si tenemos alguna sospecha, estará más motivado a investigarla.

—Es una gran idea —dije orgullosa.

—Iba a contárselo ayer, pero apareció Elísabet y lo estropeó todo.

—No hables así de ella, es la nywïth de tu hermano.

—Y a pesar de serlo —dijo mientras se adentraba en el portal—, nadie consigue hacerlo sonreír como tú.

Las palabras de Alis flotaron en la estancia y respiré hondo antes de atravesar el portal. La magia rubí me cegó durante unos latidos, pero se disolvió en cuanto sentí la hierba de los jardines de la Fortaleza bajo los pies.

—Por fin —refunfuñó Killian.

Lo ignoré y posé la mirada en los soldados, que crearon una esfera de poder gracias a la unión de su magia. La luz multicolor se agrandó y formó un óvalo que se estiró ante nosotros y permitió que atravesásemos la frontera de los reinos.

Pero aquel viaje fue diferente.

La energía cambió a mi alrededor. El poder del agua y el frescor del océano se volvieron un eco que le cedió el paso a un hormigueo cálido y alegre, a una sensación de plenitud y cercanía que me recordó a la esencia de Quentin. Los ojos del rubí se iluminaron en cuanto llegamos al clan que lo había visto nacer y su cabello dorado se removió con el murmullo de los árboles. El soldado estaba en casa, y por muchas pesadillas que hubiese vivido en aquel reino, no había nada que pudiese hacer en contra de la familiaridad del hogar.

Me volví en todas las direcciones, asombrada por la belleza del reino Rojo. Los adoquines de piedra formaban caminos que parecían reflejar la luz de un atardecer permanente, y en el centro de la plaza, en lugar de una gran fuente, se erigía una estatua impresionante. La escultura estaba creada a partir del mármol blanco de nuestros ancestros y de ella brotaban decenas de rosas rojas que inundaban el lugar con su aroma. A nuestro alrededor se extendían jardines vivos y repletos de especies mágicas que no existían en el reino Azul. Posé la mirada en una hiedra granate que emitía destellos de colores cuando era acariciada por la brisa, y en el arco que señalaba la entrada, descubrí una cortina de flores en tonos escarlata que reaccionaban al movimiento.

Quentin avanzó hacia la estatua central con una sonrisa radiante y, con gesto decidido, acarició una de las rosas que brillaban entre las hojas negras de aquella especie. La energía se removió y analicé nuestro entorno alarmada, pero antes de que pudiese verbalizar mi intranquilidad, las flores comenzaron a moverse. Las rosas se retorcieron hasta que lograron separarse de los tallos ónice que les daban vida y una agradable brisa brotó del suelo y las elevó sobre nuestras cabezas. Del cielo cubierto por nubes blancas cayó una lluvia de pétalos rojos que nos deleitaron con su aroma y se convirtieron en destellos de luz antes de acariciarnos la piel.

Sonreímos maravillados, y de las hojas negras que destacaban sobre la superficie de la estatua nacieron nuevas flores que crecieron en un latido y recuperaron la viveza de sus colores. Alguien aplaudió a nuestra espalda y me volví para descubrir al Ix Regnix del clan Rubí caminando hacia nosotros.

Mentiría si dijese que no me sorprendió su belleza. Los rasgos de Emosi eran tan dulces como el néctar de las flores, pero la mandíbula prominente y los ojos felinos le otorgaban un aura misteriosa que lo volvía todavía más atractivo. Su cabello, corto y liso, era tan blanco como las nubes que cubrían el cielo, y sus iris, a pesar de ser del color de la miel de rosas, no alcanzaban el brillo violeta que reflejaban los ojos de Quentin.

—Qué gran habilidad para encontrar la reina flora, Ix Aylerix.

Los soldados se inclinaron en una muestra de respeto hacia el jefe del clan Rubí y Alis, Zeri y yo imitamos su comportamiento.

—Un truco que me enseñaron Helios atrás, Ix Regnix —le respondió Quentin desde la distancia. Killian se acercó para estrechar la mano de Emosi, que le dedicó una sonrisa encantadora.

—Es un placer teneros de visita, amigos, aunque siento que sea en estas circunstancias.

—Nunca es mal momento para visitar un reino tan bello como el vuestro, Ix Regnix.

La voz de Alis se propagó con delicadeza y Mónica y yo intercambiamos miradas incrédulas. Emosi le sonrió con tanta alegría que la joven no pudo más que responderle de la misma manera y Killian y Aidan se tensaron de inmediato.

—¿Así que tú eres la joven que se ha interesado por el clan de las emociones?

—Es un honor que haya permitido nuestra visita —le respondió Alis con una diplomacia que me obligó a poner los ojos en blanco. Max me dio un codazo para recordarme que me comportase.

—El honor es todo mío.

La voz de Emosi era firme pero cercana y estaba cargada de una musicalidad que parecía un regalo para los sentidos. El Ix Regnix le ofreció un brazo a Alis y la joven se agarró a él con una distinción que empezaba a ponerme de los nervios. Quentin y yo intercambiamos una mirada incómoda, y sin perder más tiempo, Emosi nos guio a través de las calles del reino.

La cercanía que transmitía aquel lugar era hipnótica, pero el aire seco y la ausencia del mar resultaban, por momentos, difíciles de soportar. Los neis con los que nos topamos se mostraron muy amigables, y tras atravesar el mercado y maravillarnos con los objetos exóticos que se producían en la ciudad, nos detuvimos a descansar en una de las plazas principales. Dos muchachos nos sirvieron una bebida rosada preveniente de frutas endémicas del clan, y aunque estaba deliciosa, no conseguimos ponernos de acuerdo para identificar su sabor.

—Despierta un sentimiento diferente en cada persona —nos explicó Emosi—, pues la felicidad brilla con un color distinto en cada corazón.

Seguimos avanzando y no fui consciente de que me había pasado todo el camino sonriendo hasta que me vi reflejada en el cristal de una tienda de magia. Un niño me saludó desde el interior, lo que no hizo más que mejorar mi estado de ánimo, y entonces comprendí qué era aquella sensación que flotaba en el aire y a la que no había sido capaz de ponerle nombre hasta el momento: el equilibrio emocional.

Pero nuestra visita no era de cortesía, y entre las plantas aromáticas y las carcajadas, guiamos al jefe del clan en la dirección marcada por Zeri. El joven conocía el lugar en el que se ocultaba la entrada a la Ciudad Gris, y cada vez que hacía un gesto, Alis y yo fingíamos interesarnos por un árbol, un edificio o un detalle que nos acercase un poco más a nuestro objetivo.

Cuando atravesamos un campo del amanecer, donde nacían cristales que reflejaban los colores del cielo y absorbían la energía de los soles, Mónica y Aidan se rezagaron. Me entristecía ver que su relación estaba condenada a intercambiar miradas furtivas y sonrisas disimuladas tras destellos de colores, pero nadie pareció percibir lo que ocurría entre ellos. Ni siquiera Quentin, lo que hacía que me preguntase si su habilidad para sentir las emociones de los demás tenía botón de apagado o si, simplemente, decidía ignorar lo que ocurría entre los soldados porque era un buen amigo.

Los arbustos y las hiedras nos llevaron a un cruce de caminos inundado por vegetación mágica. El poder del Rubí era diferente al que emitía la gema del clan Aqua. Allí la energía vibraba en otra frecuencia, y cuando percibí un cambio en la magia, fue demasiado tarde.

De las manos de Emosi brotó una luz granate que nos obligó a alejarnos de él para protegernos del peligro. El temor me recorrió las venas y sentí un hormigueo en el pecho que me hizo vibrar. Las hiedras escarlata respondieron a la voluntad de su líder, y con un breve susurro, Emosi consiguió que cobrasen vida y nos atrapasen en una cárcel de tallos y espinas venenosas.

—Me parece que este sería un buen momento para que me explicaseis por qué habéis venido acompañados del Ix Regnix legítimo de Rubí, aunque quizá debáis daros prisa, porque en cuanto mi guardia nos alcance, se encargará de eliminar cualquier vestigio que pruebe que alguna vez tuvisteis el valor de poner un pie en nuestro clan.

Se vieneeeeeeee 🙊

¿Qué os ha parecido el reino Rojo?

Leo vuestras teorías con atención 📮

Con respecto al amor-odio hacia Killian, solo puedo decir una cosa: me encanta 😂

Y añadiré que, cuando Moira le montó un numerito a él y se puso histérica porque Elísabet lo había besado, no os quejasteis, sino que la animasteis a volverse todavía más loca. Ella no intentó hablar con él para aclarar las cosas, sino todo lo contrario, y Killian no tenía la culpa de lo sucedido y tampoco le había prometido nada, al igual que ella a él. En fin, la hipotenusa... 😂😂

Espero que os haya gustado este capítulo en Rubí 😻

🏁 : 195 👀, 83 🌟 y 88✍

Nos leemos el jueves ❤

Un besiñooo😘

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