37. Una cerilla de madera lunar
La presencia de Alis llenó la armería y Killian me miró como si fuese un fuath maligno que había nacido para condenar su existencia.
—No me lo ha dicho ella, Killian, deja de culparla por todo —le dijo su hermana.
El jefe del clan apretó los dientes con tanta fuerza que se le marcó la mandíbula.
—¡Es que arde como una cerilla de madera lunar! —exclamó.
La intención del Ix Realix era enfadarme, pero lo único que consiguió fue llevarme de vuelta a la Cabaña de Otoño; a los días en los que la amenaza que suponía Catnia seguía oculta entre las sombras y nosotros estábamos demasiado ocupados conociéndonos como para percibir lo mucho que se había oscurecido nuestro futuro.
En mi rostro se dibujó una sonrisa que lo sorprendió y Killian me miró a través del brillo de los recuerdos. La rabia que reflejaban sus ojos se apagó para mostrar un intenso mar azul que hacía atardeceres que no tenía la oportunidad de apreciar.
Alis carraspeó y el hechizo se disipó.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Aidan.
—¿No es evidente? Ayudaros a trazar un plan.
—Alis, esto no es asunto tuyo.
—Deja de tratarme como si fuese una niña.
La joven le habló a su hermano con cariño, pero sus palabras estaban cargadas de seriedad.
—Hace tiempo que superé los diez soles, Killian, y lo que ocurre en nuestro reino me afecta tanto como a ti.
El rostro de Aidan se iluminó con orgullo y Killian suspiró antes de pasarse una mano por el pelo.
—No podemos ir al clan Rubí y acusarlos de algo tan grave.
—¿Por qué no? —le pregunté confusa—. ¿No eres el Ix Realix?
—Se refiere a que, si lo hacemos, podríamos ocasionar un conflicto entre los reinos —me explicó Mónica.
—Por eso he venido a iluminaros —dijo Alis mientras estiraba la palma de la mano. Sus dedos emitieron un haz de luz azul que se proyectó en la estancia y en su interior se formó la ilusión de un papel que llevaba el símbolo de los grandes maestros.
—¿Qué es eso? —le preguntó Max.
—Tengo que hacer un estudio para mi clase de Historia de los Reinos y he convencido a la gran maestra para que me deje basarme en el clan Rubí.
—¿Y cómo nos ayuda eso? —le preguntó Killian confundido.
—No podemos ir al reino Rojo y acusarlos de ocultar una enfermedad que afecta a sus habitantes sin alertar a la Autoridad —explicó la joven—. He pensado que al Ix Regnix rubí no le importaría mostrarme las zonas más bellas de la ciudad para que comprenda las diferencias que existen entre nuestros clanes. Además, como nuestra Fortaleza ha sido atacada, estoy segura de que no se ofenderá si me acompaña la Guardia Aylerix.
Los soldados y yo intercambiamos miradas divertidas y Alis correspondió mi sonrisa con orgullo. Killian se volvió para enfrentarme y en sus iris percibí el temor de la duda. El jefe del clan buscó una promesa de seguridad en mi rostro, pero antes de que pudiese dársela, frunció el ceño. Killian desvió la mirada con rabia, y el dolor que vi en su rostro probó que la confianza que habíamos compartido ya no era más que cenizas esparcidas por el viento.
—Hablaré con Emosi —dijo resignado—. Quizá con la visita logremos averiguar qué ocurre.
—Zeri también debería ir.
—No.
—Moira tiene razón, Killian —intervino Quentin—. Él es quien sabe lo que ha ocurrido.
—Y no olvidemos que es su amigo quien ha enfermado —dijo Aidan.
—Su comportamiento ha sido ejemplar desde que llegó a la Fortaleza, ¿por qué desconfías tanto de él? —le preguntó Mónica.
—Porque alguien me dijo que no podía confiar en nadie más que en mí mismo —susurró con la mirada fija en mi rostro.
✧☪✧
Aquella noche no descansé bien. La voz de Adaír sonaba clara en mi pensamiento y no dejaba de darle vueltas a las decenas de conflictos que me impedían dormir. Me levanté cuando todavía reinaba la oscuridad y Musa, Marco y yo aprovechamos las horas previas al amanecer para trabajar en una forma de liberar a Max de su damnare. La maldición se estaba agravando. El esmeralda fue atacado por una serpiente de púas venenosas en el jardín, lo que me recordó todas las veces que casi había fallecido ante mis ojos. Apreté los puños con rabia. Tenía que prestarle más atención. Teníamos que encontrar la forma de liberarlo del poder de la magia alquímica. Estábamos viviendo en un tiempo que no nos pertenecía.
Max fue el primero en retirarse, pues debía cumplir sus obligaciones como Ix Aylerix, y Marco regresó al Hrath para atender las necesidades de la colonia, así que Musa y yo decidimos abandonar la Fortaleza. La joven ansiaba ver el lugar en el que vivíamos mi padre y yo y aquel me pareció el momento perfecto para llevarla a casa.
Los guardias del castillo separaron las picas para permitirnos el paso y en el exterior nos recibió una ciudad dormida y en paz. Recorrimos las calles repletas de fuentes, jardines y especies mágicas sumidas en nuestros pensamientos. Musa sonrió tras ver la puerta naranja y celeste que presidía la entrada de mi hogar.
—¡Esto es maravilloso! —exclamó en cuanto se adentró en el edificio.
La esmeralda se detuvo en cada rincón para apreciar los artefactos antiguos que utilizábamos en lugar de la magia, lo que provocó que me hiciese cientos de preguntas que respondí encantada. Se interesó por mis dibujos, por los recuerdos que contenían las pirámides de cristal, por mi madre y su muerte, por mi padre y su vida. Salimos al jardín para ver el invernadero de cristal que ocultábamos con un hechizo de luz refleja, pues allí era donde cultivábamos los alimentos, las flores y las hierbas, y aquella pasó a ser su zona favorita de la casa.
Musa me habló de cómo era su vida antes de abandonar el clan Esmeralda y, gracias al árbol de los recuerdos, recuperó memorias que le llenaron los ojos de lágrimas, pero que la hicieron muy feliz.
—Lo único que me duele de mi pasado es haber tardado tanto en dejarlo atrás —dijo con un brillo triste en la mirada—. Si hubiese sabido que nuestra familia me esperaba al otro lado, habría huido antes de que tuviesen la oportunidad de matarme.
Musa había mostrado un gran influjo de poder desde que era niña, lo que llamó la atención de la Autoridad. Sus padres eran eruditos y la instruyeron con mimo y cariño hasta que, un atardecer, abandonaron su hogar sin saber que aquella sería la última vez que estarían juntos.
La hija de una consejera esmeralda con la que Musa asistía a clase la contactó mediante la energía del şihïr para informarla de que sus padres habían fallecido en un accidente. La esmeralda huyó a los bosques en busca de consuelo y gracias a su amiga, que la avisó antes de que la Autoridad hiciese pública la noticia, escapó de la explosión que arrasó con su casa y los edificios colindantes, resultando en decenas de muertos y heridos.
—¿Me explicas por qué nos quedamos en la Fortaleza cuando tienes esto? —preguntó en cuanto abrió la puerta de mi habitación.
—Llevo lunas queriendo regresar, pero cada vez que lo intento, ocurre algo que me distrae.
—¿Esos también los has hecho tú? —preguntó mientras señalaba los dibujos que colgaban de la pared—. Son preciosos. ¡Y mira todas estas plantas! —exclamó ilusionada—. Hay algunas que no reconozco.
—Son especies antiguas.
—¡Qué dices! —gritó asombrada—. Estos artefactos son espectaculares, Moira. ¿Para qué sirve ese?
—Para investigar el cielo —dije mientras apuntaba con él hacia la ventana—. Cuando anochece, puedes ver los astros a través de la lente.
—¡Por los dioses del Olimpo! ¿Esto son libros? —preguntó mientras se subía a la cama de un salto.
—Algunos son cuentos y otros historias antiguas y manuales.
Musa admiró los libros de la estantería mientras le hablaba. Acarició los lomos, intentó descifrar el significado de los símbolos antiguos, percibió su aroma y se entretuvo imaginando lo que contenían sus páginas.
Su expresión de felicidad me hizo sonreír, pero se me aceleró el pulso cuando abrió un tomo y vi lo que contenía la cubierta. Los ojos de la ninfa del océano me observaron con un descaro que silenció el mundo a mi alrededor. La ilustración mostraba los mismos labios, los mismos mechones de agua, las mismas constelaciones que se reflejaban en sus iris.
Posé la mirada en la estantería y jadeé tras ver Las aventuras de Delian, tu amigo trol, uno de mis cuentos infantiles favoritos. Detrás de él se encontraba un libro sobre el bosque que había leído mil veces, y en la primera página, bajo unas runas antiguas, vi la imagen del erëam dhu que me había salvado de morir a manos de Júpiter.
El libro se me cayó de las manos y Musa me miró preocupada.
—¿Estás bien?
No le respondí. Mi mente estaba demasiado ocupada intentando procesar que el ser que aparecía en la cubierta de Historias de las hadas del sol y la luna era la misma mujer que había dibujado un arcoíris en la ventana de la torre de Adaír.
Me llevé una mano a la boca desesperada. Me faltaba el aire. Las lágrimas me nublaron la visión, pero no impidieron que distinguiese el emblema que decoraba el atuendo de Trasno. En un estandarte portado por un duende, junto al título Fábulas de Tirnanög, brillaba una flor de pétalos violetas acompañada por una corona y unas alas doradas.
—Moira...
Las lágrimas se precipitaron por mis mejillas y me sacudieron con la fuerza de una tormenta. La esmeralda me abrazó, intentando consolarme, y Trasno se sentó junto a los libros y me miró con una lástima que no hizo más que aumentar mi angustia. El temor me carcomió los huesos. El nudo que se me formó en la garganta me dificultó la respiración. Los pilares de mi mente se derrumbaron como un castillo de arena embestido por el mar.
—Estoy enferma, Musa.
💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔
Alis reina.
¿Se viene excursión al reino rojo?
¿Y qué os ha parecido el pasado de Musa?
Asumo que se tercia una avalancha de teorías, así que aquí os dejo el buzón 😂📮
Mañana o pasado subiré capitulín extra para agradecer todo el apoyo y la interacción.
Gracias por tanto ❤
Espero que os haya gustado lo de hoy😻
🏁 : 185 👀, 80 🌟 y 85✍
Nos leemos cuando nos leamos.
Un besiño😘
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