20. Los hijos del reino
Me deslicé por los corredores del castillo con sigilo, ya que no quería toparme con nadie de camino a la salida. La oscuridad lo envolvía todo y había empezado a inquietarme ante las sombras, pues temía que se convirtiesen en criaturas que tan solo existían en mi imaginación. El silencio de la noche me alteró y apreté el paso para salir de allí cuanto antes. Era antinatural que la Fortaleza estuviese tan en calma y sabía que tras sus muros se escondía una violencia que se volvía más fuerte con cada puesta de los soles.
—¿A dónde cree que va, señorita Stone? —dijo una voz que me detuvo de inmediato. Escuché pasos cercanos y me volví para encontrarme con un sonriente rubí de largo cabello rubio.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté en un susurro.
—Ah, ¿que tenemos que hablar bajito? —Le di un golpe en el pecho y Quentin se rio antes de ponerse serio—. No deberías estar aquí. ¿Qué crees que pasará si Vayras o algún otro miembro del Consejo te encuentra merodeando por la Fortaleza?
—No estoy merodeando, me estoy yendo.
—Tienes que descansar.
—Me he pasado todo el día en la cama gracias a la examinación energética de los grandes maestros, Quentin.
—Por eso necesitas recuperar fuerzas —dijo con una sonrisa triste.
—¿El Consejo me sigue considerando sospechosa después de haber probado que no controlé al jabalí de fuego?
—No, pero-
—Entonces soy libre de hacer lo que me plazca. Le han dado una maestría de Slusonia a Cruz y voy a ir a celebrarlo hasta que considere oportuno, y si alguien tiene algo que decir, se las verá con este puño —dije mientras alzaba la mano. Quentin se rio y negó en señal de rendición.
—Veo que no hay nada que pueda hacer.
—Puedes venir conmigo —ofrecí con una sonrisa pícara.
—Ojalá, pero tengo trabajo.
—Qué dura es la vida de un Aylerix...
—Y que lo digas. Me dirigía al ala académica cuando percibí tu energía emocional.
—¿Mi energía emocional? —repetí con el ceño fruncido.
—¿Creías que eras la única con talentos ocultos? —preguntó antes de entregarme el xerät y el colgante que me había regalado Killian.
—Ninfas, ¿son un símbolo de mi libertad sin sospechas?
—A ver cuánto te dura... —dijo mientras me lanzaba una pequeña bolsa de cuero para colgar del cinturón.
—¿Qué es esto?
—Ábrela.
Sonreí porque era evidente que estaba vacía, y cuando tiré del cordón y vi la confirmación de mis conjeturas, el rubí hizo un gesto que me animó a introducir la mano en su interior.
—Como haya una araña de mar o una culebra de arena, te voy a-
Jadeé tras sentir la brisa de los bosques y la humedad del océano en las yemas de los dedos. La calidez del fuego envió un hormigueo a través de mi piel y el olor de la tierra me aportó una paz que recibí con los brazos abiertos.
—La he hechizado para que puedas acceder al cofre de lágrimas de luna siempre que quieras. Solo funcionará contigo, los demás pensarán que es un saco vacío. Tendremos que practicar con ellas para que sepas defenderte, Sin Magia.
—Conseguiré que muerdas el polvo —dije antes de golpear el puño que me ofreció—. Muchas gracias, Quentin.
El soldado me guiñó un ojo y se volvió hacia el pasillo, y tras darme indicaciones para abandonar la Fortaleza sin que nadie me viese, se marchó para distraer a un agente del castillo que avanzaba en mi dirección.
Me resultó extraño recorrer las calles de la ciudad cuando las luces de los hogares todavía estaban encendidas, pero salir del castillo fue tan liberador que me encontré tarareando una melodía mientras me dirigía a una de las nöglerías favoritas de Cruz. Las lunas que brillaban en el cielo me iluminaron el camino, y como me había ocultado tras una bonita capa azul, nadie se detuvo para mirarme con recelo.
Escuché los cantos y exclamaciones antes de doblar la esquina, y cuando llegué a una casa con paredes de agua corriente y un tejado en el que crecían los árboles, sonreí maravillada. Hacía ciclos que no visitaba El Manantial Helado, pues solo me dejaba ver en ocasiones especiales para Cruz, y no necesité más que atravesar la puerta para recordar por qué no frecuentaba lugares habitados por los neis. Mi visión se volvió borrosa y me sentí tan abrumada por el poder elemental que me tuve que apoyar contra uno de los árboles de luz que crecían en la barra. La niebla amenazó el límite de mi mente y los pinchazos que se me clavaron en las sienes me obligaron a reprimir un gemido.
—¿Qué te pongo? —me preguntó el dueño de la nöglería.
—Nada, Aquis, ya la atiendo yo.
Cruz me atrajo hacia él y me quitó la capucha para evitar que me ocultase de los demás. Aquis, que se había convertido en su amigo con el paso de los soles, me saludó y posó una copa de cristal azul sobre la barra antes de marcharse. Cruz sacó una botella del contenedor espacial en forma de botón que llevaba en la ropa y me dedicó una sonrisa arrebatadora.
—¿Has pasado por mi casa? —pregunté sorprendida. Cruz asintió mientras me llenaba la copa con un licor de hierbas naturales que habíamos aprendido a destilar hacía edades—. ¿Cómo sabías que iba a escaparme de la Fortaleza?
—Nunca te pierdes ninguno de mis logros, Sil —dijo antes de darme un beso en la frente.
Cruz me guio hacia la mesa en la que se encontraban sus acompañantes, que me saludaron entusiasmados. Sus amigos eran agradables y conocía a la mayoría de celebraciones pasadas. Aunque lo intentaban, no podían evitar dedicarme miradas furtivas, pero estaba tan acostumbrada a que todos cuchicheasen a mis espaldas que ni siquiera lo notaba.
Las posiciones de los astros pasaron entre bromas, carcajadas, nögle y licor, y disfruté tanto de aquel momento que me pregunté por qué no aceptaba las invitaciones de Cruz más a menudo. Era evidente que algo había cambiado.
—Parece que le has causado una buena impresión al gran maestro ámbar; no deja de mirarte —me dijo Cruz con una sonrisa pícara. El joven me pellizcó la mejilla para evitar que siguiese la línea de su mirada y sus ojos centellearon con diversión—. Sil, creo que viene hacia aquí.
—¡No me dejes sola! —exclamé en un susurro.
Pero mi amigo ya había desaparecido.
—Señorita Stone —dijo una voz grave a mi espalda. Me volví para enfrentarme al ámbar y en mi rostro se dibujó una sonrisa que no pude controlar. Cruz me las pagaría, y pronto—. ¿No debería estar descansando después del procedimiento de este amanecer?
—Hay demasiadas cosas que debería hacer y no hago, Ixe. —El joven me dedicó una sonrisa radiante.
—Me llamo Ícarus.
—Es un placer —dije mientras le estrechaba la mano.
La mirada del ámbar se perdió entre la multitud, y cuando la seguí, descubrí que Cruz tenía la lengua perdida en la boca de una desconocida. Me reí entre dientes y le devolví la atención a Ícarus, que señaló mi copa.
—¿Otra ronda de...? ¿Qué estás bebiendo?
—Un licor artesano —dije antes de mostrarle la botella.
—¿Puedo probarlo?
—No pretendo ofenderte, pero no creo que tu paladar esté preparado para esto.
Ícarus me dedicó una sonrisa traviesa y se bebió lo que quedaba en la copa de un trago. Las llamas que se escondían en sus ojos cobraron vida y el desconcierto que tiñó su rostro provocó que soltase una carcajada.
—¿De qué está hecho? —preguntó con la voz ronca, lo que no hizo más que aumentar mi diversión.
—Es una larga historia.
—Tengo todo el tiempo del mundo —dijo antes de sentarse junto a mí.
Los primeros rayos de los soles me acariciaron el rostro mientras atravesaba la entrada de la Fortaleza y deseé haberme dirigido a casa en lugar de a aquel lugar repleto de personas y ruido. Me alivió descubrir que en el interior del castillo todavía no había mucho bullicio, pues el almuerzo no se serviría hasta más tarde. Me esforcé por ignorar las miradas que me dedicaron los neis de camino a la zona residencial y apreté el paso, ansiosa por regalarle a mis músculos una ducha de agua caliente. Sentí una presencia junto a mí y me volví para encontrarme con el rostro de Killian. Su cabello húmedo formaba ondas que reflejaban el color del mar y el unüil que vestía resaltaba su fuerte figura. Su humor, sin embargo, no estaba en tan buena forma.
—¿Sabes que eres la comidilla de toda la Fortaleza?
—¿Es que no lo soy siempre? —pregunté con una sonrisa que no correspondió.
—Ayer te vieron salir de la taberna con dos hombres cuando ya era de madrugada.
—¿Y cuál es el problema? —Killian me miró como si hubiese cometido un sacrilegio y el mar que recogían sus iris se agitó con rabia.
—No puedes hacer eso —espetó, lo que provocó que frenase en seco—. Ahora resides en la Fortaleza; ese tipo de conductas no son respetables.
—Si la opinión que las personas tienen de mí está determinada por mi actividad sexual, me parece que es el resto del mundo quien tiene un problema, no yo, Ix Realix.
Killian arrugó la frente y se preparó para protestar, pero se detuvo cuando se abrió la puerta de uno de los cuartos que daban al pasillo. Un haz de luz se proyectó en nuestra dirección y reconocí a los dos hombres con los que había abandonado la nöglería hacía escasas posiciones de los astros. Ambos tenían los labios hinchados y enrojecidos, y el beso de despedida que intercambiaron no ayudó a mejorar la situación.
—Mágicos días, Ix Realix —dijeron al unísono.
Killian asintió, ya que no logró pronunciar palabra debido al desconcierto, y me llevé una mano a la boca para ocultar una sonrisa. Cruz me guiñó un ojo antes de cerrar la puerta y su acompañante se dirigió a la salida con un gesto amable. El silencio reinó en el pasillo y Killian me miró avergonzado y con disculpas en los ojos.
—Moira —dijo una voz que nos interrumpió—. Disculpe, Ix Realix, no lo había visto. —Se justificó Ícarus antes de tenderle la mano—. Ha llegado el momento de regresar a casa.
—Gracias por su ayuda, Ixe. Valoro mucho que hayan venido a asistirnos.
—Estamos a su servicio, Ix Realix. —Killian le dedicó una sonrisa e Ícarus se volvió para mirarme con llamas en los ojos—. Me encantaría repetir lo de anoche.
—Ya sabes dónde encontrarme.
El ámbar me dedicó una sonrisa ladina y se despidió antes de desaparecer tras un portal de fuego anaranjado. El rostro de Killian volvió a transformarse. Tenía la frente tan arrugada que parecía que le iba estallar una vena y me tuve que esforzar para no soltar una carcajada y empeorar la situación.
—No es asunto tuyo y tampoco tengo por qué darte explicaciones, pero hoy me siento generosa. Anoche, tras tener una agradable charla en la nöglería con Ícarus y acompañar a Cruz y a su amigo a la Fortaleza, me dirigí a la playa, encendí una hoguera y dormí en compañía de las estrellas. Mágicos días, Ix Realix —dije antes de darle dos palmaditas en el pecho y encaminarme hacia mi cuarto.
Mi rostro se iluminó con una sonrisa triunfal, pero Killian me atrapó el brazo para impedir que me alejase. Su contacto intensificó la brisa que corría en el pasillo y sentí el frescor de la lluvia sobre la piel.
—Todavía no me has dado una respuesta —dijo antes de liberarme.
—¿Aún sigues con eso? —pregunté mientras empezaba a caminar hacia atrás.
—Era una propuesta oficial.
—¿Qué opinaría el Consejo si les diese clase a sus hijos después de los últimos acontecimientos?
—Tus problemas para controlar la ira te han ganado varios seguidores.
—Estoy segura de que cambiarán de bando en cuanto se enteren de mis escándalos sexuales. —Los ojos de Killian centellearon con diversión y en su frente apareció una pequeña arruga.
—Creí haber visto a Cruz con una mujer hace escasos atardeceres.
—Es correcto —dije con una sonrisa que correspondió.
—Sigues sin haber respondido a mi pregunta.
—¿Qué me das si digo que sí?
—Lo que quieras.
—¿Y más? —pregunté burlona.
—Y más.
En mi rostro se dibujó una sonrisa que me tensó los músculos de la cara. Killian me miró expectante y el aleteo que cobró vida en mi estómago envió una agradable calidez a mi pecho.
—Está bien, Ix Realix, les daré clase a los hijos del reino.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!!!
Ayer terminé de escribir el primer borrador de la última parte de la trilogía.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!!!!!!!
Es lo mejorcito que he escrito hasta el momento.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH!!!!!!!!
Estoy destruida física y psicológicamente.
Pero no pasa na.
Espero que os haya gustado el cap ❤
🏁 : 160 👀, 63🌟 y 76✍
Nos leemos el lunes.
Un besiñooooooo😘
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