Capítulo 9

- Por favor... ¡Quiero morir! -pidió con una enorme sonrisa.

No veía duda en sus ojos, pero tampoco desesperación. Solo había... emoción. Normalmente para querer morir se debía de estar en un estado de negatividad tremendamente serio y aún con esas se albergaba algún sentimiento de miedo o duda.

Pero aquel mortal parecía ver la muerte como algo por lo cual dar saltos de alegría.

- ¿Qué quieres que?

Ladiel no sabía que responder. De un momento a otro pasó de estar en una introspección a tratar con un niño explosivo que le pedía la muerte.

Ese bosque era un manicomio gigante.

- ¡Mátame! ¡Quiero que me mates! -le rogó felizmente.

Solo de pensar que podía irse por fin del mundo de los vivos le llenaba de expectación.

- ¡¿Cómo que matarte?! -había recibido peticiones absurdas por parte de humanos, pero esa se llevaba la palma.

Aquel humano tenía un fetiche tan degenerado que ni el más pervertido y sucio de los demonios podía igualar.

- Pues matarme, pareces fuerte y dicen por ahí que te cargaste a un centenar de pajarracos. ¡Mátame, por favor! -expuso seriamente las razones de su petición.

Por alguna razón se sentía halagada por el cumplido, muchos la subestimaban al tener un aspecto tan frágil, pero eso no quitaba lo escalofriante de la conversación. Aunque lo peor de todo es que no sabía cómo salir de aquella situación, algo le decía que hiciese lo que hiciese no podría sacárselo de encima ni con la fuerza ni con la razón.

- ¡Vamos! Tranquila, no harás nada malo al matarme, soy solo un pedazo de escoria repugnante cuyas manos están manchadas con la sangre de sus seres queridos. ¡Matándome harás el bien! ¡No tienes que preocuparte, me lo merezco completamente! ¡Así que mátame! -dijo con esa inocente y siniestra sonrisa.

- Eehh, disculpa, pero no sé si... -decía hasta que una violenta ráfaga de viento los golpeó.

Moviendo sus alas con gran rapidez y maestría se encontraba, un enorme colibrí se apareció encima de ellos. Sus plumas blancas brillaban en la oscuridad y sus ojos rojos los observaban fijamente.

- Genial, otra criatura -murmuró.

Otro espíritu había venido para fastidiarla.

- ¡Melchor! ¡¿Qué te he dicho?! ¡Quédate quieto mientras te atrapo! -ordenó el ave con una voz chillona.

- ¡No! Ya he probado caer desde varios metros sobre el suelo, agua, tierra, roca, árboles, edificios en ruinas, bestias puntiagudas y demás cosas que duelen ¡Prefiero que me mate ella! -exclamó señalando a Ladiel.

- ¿Yo? Espera, no voy a matarte, es más, ni siquiera sé que pasa aquí. A mí no me metas en tus asuntos -respondió en un intento de no verse metida en tal problemático asunto.

Pero aun así, el ave voló hacía ella con cara de enfado hasta quedar a la altura de su cabeza y levantó el pecho para verse intimidante.

- ¡Tu! ¿Cómo te atreves? ¿Acaso no sabes que ese niño en mío? ¡Yo lo vi primero! ¡Yo me encargo de asesinarlo cruelmente aun sí está maldito con la inmortalidad! ¡Vete de aquí roba-víctimas! -protestó.

Por alguna razón eso la recordaba a cierto incidente con un hombre casado muy poco ético en el que se vio involucrada.

- ¿Qué tú que...?

Estaba recibiendo demasiada información demasiado rápido y con demasiada irracionalidad detrás de cada palabra.

- Ya te lo he dicho, Mirshna, estoy harto de caer en picado, seguro que ella me dará el golpe de gracia -le explicó emocionado al ave.

Tenía las manos unidas sobre su corazón mientras suspiraba como una doncella pensando en su verdadero amor... Solo que no era una doncella, sino un demente, y no pensaba en amor, solo en suicidarse.

- ¿Así me lo pagas después de haberte salvado de los raptores? ¡Eres cruel! ¡Eres muy cruel! -gritó y empezó a sollozar estruendosamente.

Y por alguna razón Ladiel se sintió como la mala de la historia.

Por una vez que no mataba a la primera de cambio, tenía que pasarle eso... Definitivamente ser buena persona no compensaba.

- Venga, va, no te pongas así, te prometo que si no funciona con la rubia podrás intentar matarme todas las veces que quieras -le dijo en un intento de consolar a su ofendido amigo.

Ladiel tenía una habilidad especial adquirida después de presenciar innumerables situaciones desastrosas en la sociedad humana... Una que le advertía que se avecinaba un gran y desastroso problema, en el cual ella ya estaba metida de lleno.

Y esa habilidad le gritaba que las palabras del joven eran todo excepto un remedio para el dolor del pájaro.

- ¡Ya, claro! Yo soy tu segundo plato ¿no? ¡Pues paso! ¡Yo me merezco más que eso! ¡Y si no me valoras como tu causa de muerte, encontraré a alguien que sí lo haga! -gritó de indignación.

Su instinto nunca fallaba.

- No es que no te valore, es solo que... debo experimentar -intentó excusarse.

Y de nuevas el humano volvió a meter la pata.

Estaba claro que los machos humanos no eran buenos con las excusas.

- ¿Experimentar? Osea, que no soy lo suficiente para ti... ¡Pues adelante! ¡Experimenta todo lo que quieras! ¡No quiero verte en la vida! -exclamó y se fue volando mientras lloraba.

Cuando le dijeron que Ekonne era un lugar extraño e impredecible, pensó que se referían a los peligros que acechaban ese mundo desconocido... Pero resultó que los extraños e impredecibles no eran otros que sus habitantes.

- Ha sido la escena de ruptura más surrealista que he visto y veré nunca... -pensó Ladiel convencida.

Ante tal escena, simplemente suspiró y pensó sobre si las razón por las cual Siora estaba tan mal de la cabeza era el bosque. Seguramente estar rodeado de locos en todo momento habría provocado su demencia, es más, ella ya empezaba a sentir como su salud mental colgaba de un hilo.

- Lo lamento mucho, es que a veces se pone sentimental -explicó Melchor- ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Me ibas a matar... ¡Adelante, no te contengas! -exclamó con los brazos extendidos.

Por fin todo su sufrimiento desaparecería... Claro que muy probablemente sería torturado en el más allá, pero ese era un problema que solucionaría más adelante.

- No te voy a matar -respondió.

- Había pensado que si me- Espera... ¿Q-qué acabas de decir?

Ladiel casi pudo escuchar como la fantasía de muerte del humano se partía en pedazos...

- Que no te voy a matar.

- P-pero...

-No.

-P-pero...

- Que no.

El silencio se hizo en el lugar. Ladiel miraba inexpresiva al humano que se había quedado rígido. Pero ella sabía que solo era la calma antes de la tormenta, pues en ese bosque nadie, nunca, jamás, se conformaba con una negativa.

- ¡Por favor! ¡Eres mi única esperanza! ¡No quiero vivir! ¡Es una tortura! -empezó a suplicar y a llorar mientras se agarraba a sus piernas.

- ¡Suéltame! -dijo mientras intentaba liberarse de su agarre.

Había visto suplicar por la muerte a muchos celestes e infernales, y en la gran mayoría de ocasiones había cumplido con sus deseos. Pero en aquella ocasión el solo pensar en llevar a cabo el asesinato de esa persona la hacía sentir sucia...

- ¡No! ¡Sé que nos conocemos desde hace poco, pero pienso que estábamos predestinados a encontrarnos! ¡Eres mi causa de muerte predestinada! ¡Por favor! -suplicó entre mocos y lágrimas.

- ¡Qué me sueltes! -gritó antes de lanzarlo lejos de una patada.

El joven salió disparado hacía un árbol debido a la fuerza desmedida de Ladiel y chocó fuertemente contra un árbol cercano, quedando empalado por el pecho en una rama.

Al verlo, Ladiel palideció al pensar en las consecuencias de lo que acababa de hacer.

- Vaya, sí que eres fuerte... -dijo Melchor desde la rama con cara de extrema felicidad.

Estaba atravesado justo por el centro con las costillas abiertas de par en par y sus órganos internos hechos papilla y colgando como jirones sangrantes... Y aun así sonreía como un niño con zapatos nuevos.

- ¡Ay madre! A ver, no te muevas, ahora te saco de ahí -dijo mientras intentaba no convertirse en una criminal buscada nuevamente.

- No pasa nada, está bien. Me alegra saber que no me he equivocado al elegirt- ¡Blagh! -Escupió sangre- Vaya, fíjate... creo que voy a... -Se desmayó y quedó colgando de la rama.

Al instante en que sus funciones vitales desaparecieron, la misma luz envolvió el cuerpo y lo restauró.

El joven cayó al suelo completamente recuperado y libre de la rama del árbol, a lo que rápidamente recuperó la conciencia.

- Vaya... Lo siento, debería haberte dicho que ya había probado eso de empalarme. ¡Pero oye! No ha sido un mal... -decía hasta darse cuenta de la ausencia de Ladiel.

A lo lejos, la celestial corría sin mirar atrás buscando desesperadamente la salida de ese bosque de locos.

- ¡Ey! ¡Espérame! ¡No me abandones! -exclamó mientras la perseguía.

Erilia se encontraba frente un árbol retorcido cuyo tronco infestado de musgo y moho contrastaba con sus anaranjadas hojas que se mecían lentamente mientras caían a su alrededor, cubriendo las raíces surgían serpenteantes desde las entrañas de la tierra, extendiéndose por el suelo para formar una estructura semicircular desde encima de la cual la observaban 8 figuras.

- Muestro mis respetos a los sumos sacerdotes de Tyr Na n'Og -saludó arrodillada.

Los sumos sacerdotes, aquellos que podían hablar con los dioses, cada uno asegurándose de un aspecto distinto del cuidado del bosque.

Ellos regían sobre los guardianes y los vigías.

Ellos mantenían la paz en las tierras sagradas.

- Levántate, Erilia -dijo una de las figuras.

- Como ordene su eminencia.

Erilia miró fijamente al grupo conformado por aquellos que antaño fueron llamados los heraldos divinos y los protectores de las razas, esperando que la razón de su llamado no fuera por una nueva amenaza con los arcángeles del Tercer Cielo.

- Tengo entendido que Siora ha vuelto al bosque después de una de sus escapadas ¿No? -comentó una mujer encapuchada.

- Sí, suma sacerdotisa de la niebla, estuvo más de una semana desaparecido, luego me encargaré de darle su debido castigo -respondió la querubín.

Ya era un problema que Siora se escapase en sus arrebatos como para que los sumos sacerdotes metiesen las narices. Él podría ser el último heredero de los druidas, pero eso no quitaba que a pesar de todo fuese un rebelde sin remedio. Definitivamente no quería pensar en las consecuencias que tendría una disputa entre Siora y los sumos sacerdotes.

- No hace falta que hagas eso. Después de todo participó en la destrucción de una importante base de los celestiales. Por lo que tengo entendido también había una caída involucrada ¿No es así? -dijo otro.

- Sí, se llama Ladiel. No parece pertenecer al Limbo y aún no he podido descubrir su especie.

Erilia estaba cada vez más preocupada. Esa mocosa era aún peor y ya apenas podía contener a Siora como para ocuparse de ambos a la vez.

- ¿No has podido descubrir su especie? Eso es inusual... -inquirió la encapuchada.

- Sí, tal vez pueda ayudarnos -murmuró un hombre de aspecto duro.

- ¿Ayudarles? Disculpe mi osadía, pero no creo que ella vaya a ayudarnos por las buenas, es muy agresiva y parece que desea ir en solitario -dijo Erilia.

No podía dejar que se conociesen. Por ninguna de las maneras. Jamás.

- Sí, ya hemos oído sobre su naturaleza por parte de Gaius, quien por cierto ¿Dónde está? -dijo la encapuchada.

- A saber... -respondió resignada la figura a su lado.

Era famosa la tardanza del sumo sacerdote de la sombra.

- Bueno, no creo que ella vaya a rechazar nuestra oferta, después de todo tenemos un enemigo en común al que enfrentarnos -dijo el hombre.

- ¿Un... enemigo? -murmuró Erilia antes de darse cuenta y palidecer- ¡¿Van a atacar al imperio de Ferna?!

Aquello sí que no. Con lo que le había costado que Siora dejase de quemar aldeas como un maníaco como para que le diesen vía libre para destruir lo que sea.

¡El mundo de los muertos se llenaría hasta los topes!

- La luz y la oscuridad ya llevan demasiado tiempo dominando las mentes humanas -dijo una criatura cubierta por un manto oscuro.

- Al parecer los humanos ya no le temen a los dioses ni a las represalias que conlleva ofenderles.

- A pesar de todos los avisos y castigos que les han enviado... Sí esto sigue así no quedará otro remedio que hacerlo...

- Les tenemos que poner en su sitio, mostrarles la verdadera fuerza de Tyr Na n'Og.

- Y sobre todo acabar de una vez por todas con aquellos que nos arrebataron a tantos de nuestros queridos druidas.

- Sí... Baulis, la capital de la Luz. Vlad, la capital de la oscuridad. Deben caer.

- No es algo que queramos, pero es necesario... Si uno no puede acatar las leyes que rigen a todo lo vivo, no merece otro destino que unirse a los muertos.

- Los Fomore van a tener mucho trabajo con sus almas... Los guefdes van a venir a quejarse seguro...

Erilia escuchaba atentamente las palabras de los sacerdotes mientras temblaba. ¿Qué habían hecho los fernianos para provocar la ira del bosque? Es más ¡¿Cómo se atrevían a enfrentarse a aquel que se había tragado naciones enteras?!

Hasta los que ignoraban la existencia de los dioses y espíritus lo sabían... Molestar a Tyr Na n'Og era condenar a cientos de miles de vidas inocentes. Pero no podía objetar nada, solo rezar para que sus muertes fuesen lo más rápidas e indoloras que la situación de las mismas lo permitiese.

Después de todo, no había peor enemigo que las deidades de la vida.

En medio de la oscuridad de la noche brillaba una suave luz verdosa, la cual provocaba que allá donde su fulgor se posase la vida creciese. Las rocas se llenaban de musgo, los árboles se cubrían de hongos y del suelo nacían hermosas flores...

La fuente de la milagrosa luminiscencia no era otra que un joven cuyas manos estaban extendidas hacia su amiga con el objetivo de sanar las quemaduras provocadas por Erilia.

- Ya está -dijo alegre el sanador.

- Gracias... Hacía tiempo que no me sanabas -respondió Camila mientras se levantaba- Ya ni noto el malestar en el cuello por trabajar tanto, supongo que esto compensa tu tardanza -comentó girándose.

- Ya... -respondió despistado.

La quilín lo observó detenidamente para luego suspirar. Sabía lo que le pasaba, ya que era lo mismo cada vez que se encontraba con el sumo sacerdote de la sombra... La profecía de su destino, de su misión, de su deseo desde que destruyeron su hogar...

La venganza.

- ¿Ha habido algo nuevo? -preguntó con un poco de esperanza.

Su amigo la miró de reojo y negó con la cabeza. Aunque ya lo sabía... Sabía que no era posible liberarlo de aquel camino y mucho menos cuando era el camino que él había elegido.

- Lo mismo de siempre... No podré vivir en paz hasta que haya vengado a mi pueblo, por lo que no podré continuar su linaje. Para Ladiel es una predicción similar, ella tiene más o menos mi misma misión, solo que lo suyo va más dirigida hacía un grupo de individuos que hacía una civilización entera como me pasa a mí...

Entonces el silencio volvió a hacerse presente...

- ¿La ángel? No la he llegado a conocer... ¿Cómo es? -preguntó más que nada por la sensación extraña que le provocaba el pensar que hubiesen pasado dos semanas juntos hasta llegar al bosque.

Nunca había confiado tan rápidamente en un caído ajeno al bosque, así que suponía que ella debía de ser... especial.

- Arrogante, altiva, bruta, psicótica, malhablada, egocéntrica, sádica, impulsiva, imprudente, irascible... -decía mientras contaba con los dedos- Es buena para la vanguardia, pero mala en cualquier cosa relacionada con la cooperación. Y ni te cuento cuando se trata de dialogar...

- Ah,... Vaya -dijo sorprendida por la respuesta de Siora.

- ¿Y qué tal el encantado? -preguntó Siora, buscando alargar su conversación.

Al recordar lo sucedido con... él, Camila se encogió por los escalofríos que le producía.

- Si yo te contase... Creo que es el primer inmortal con tantas ganas de morir... Claro que es comprensible, teniendo en cuenta su situación y que un guefde lo pillase antes que yo, pero... A su lado el resto de magos parecen hasta agradables -dijo con repulsión.

Eso sorprendió a Siora, quien sabía sobre el enorme odio de Camila hacía los magos, razón por cual no hubiese torres ni guaridas suyas en ningún lugar de las tierras decadentes, hecho por el que todos en el bosque juraron no menospreciarla por su ascendencia.

- Si tan horrible te parece, déjaselo a Deiche, él se encargará -le aconsejó.

- ¿Por qué siempre estáis los dos así? -preguntó ante la usual actitud de Siora.

- Mató a mi objetivo de venganza, la culpa es suya -respondió haciendo un puchero.

Esos dos siempre se peleaban, por cualquier cosa. Pero luego eran los que cooperaban para hacer escapadas y fastidiar a los demás. En términos simples, se querían, pero no se podían estar sin molestarse mutuamente.

- Bueno, no es como si fuese tu némesis, además, ambos sabemos muy bien que a ti te da bastante igual como mueran siempre que desaparezcan del mapa.

Después de todo él quería vengarse de una raza entera, por lo que tuvo que desistir de prolongar sus venganzas individuales o tomarse sus objetivos como algo en extremo personal. A lo sumo la serafín Sitael debió ser para él alguien a quien odiaba y deseaba matar, pero no uno de sus grandes objetivos.

- Igualmente, la tenía en bandeja y él y Ladiel se entrometieron...

- ¿Y no te vengaste ya? -dijo cruzando las alas.

- Bueno... -respondió retirando la mirada.

Camila a veces sentía que hablaba con un niño pequeño cuando conversaba con Siora, porque a pesar de ser un genio cuando se tratase de cualquier cosa relacionada con la magia y la guerra, a la hora de ser una persona medianamente normal estaba como pez fuera del agua...

Además, aún seguí aturdido por el haber estado en contacto con su cuerpo tanto tiempo.

- Déjalo estar, ambos sabemos que te lo acabarás llevando a tu siguiente escapada, esto ya es una rutina -dijo encogiéndose de hombros.

Pero en vez de tranquilizarse por sus palabras, Siora se molestó.

- Creo que... voy a ir a Baulis... -declaró pillando desprevenida a la quilin.

- ¿Qué? -dijo quedándose estática por las palabras del joven.

- Digo que... necesito hacer algo más... esto... no sirve de nada... Ahí fuera están los que destruyeron a mi pueblo y yo... solo estoy aquí en plan guerrillero sin hacer nada notable ¿Cómo voy a calmar mi espíritu cuando solo escojo el camino fácil?

- ¿Camino fácil? ¡¿Camino fácil?! ¡Te enfrentaste a un gran general! ¡¿Qué más quieres?! -gritó histérica por la declaración de su amigo.

Esa mujer quemó ciudades enteras en el pasado... Fue venerada a la par que los arcángeles hasta que la "Guerra de la Decadencia" acabó con su orden y sus creyentes. Era una creadora de hechizos y una gran experta en el funcionamiento de la energía celestial, alguien así no era fácil ni de broma.

- Estaba débil... Era como todos los que atacaron en vanguardia aquel día... "El castigo de los dioses caerá sobre ellos y su fuerza y sus mentes serán carcomidas hasta convertirse en una sombra de lo que fueron" -repitió las palabras que le dijeron una vez- Todo esto es en vano, solo mato miembros prescindibles, nadie influyente... Así no voy a avanzar.

- Avanzar... avanzar... Claro, porque la mejor forma de avanzar es que te maten...

Siora se crispó al escucharla... Sabía que lo hacían porque se preocupaban por él, pero cada vez que le repetían los peligros de salir al exterior, sentía como si lo tachasen de estúpido. Sabía los riesgos a los que se enfrentaba, los sabía más que nadie, no era un niño, pero aun así... El resto lo trataba como si fuera incapaz de cumplir con su anhelo y eso le hacía sentirse un inútil.

- Eso no lo sabes, he entrenado y seguiré haciéndolo. Sé de estrategia, de magia... He aprendido todo lo que he podido estos últimos años... Estoy preparado -dijo con frustración contenida.

Si tan solo le dejasen aprender más... Estudiar más... Entrenar más... Pero lo único que hacían era darle tareas simples pero tediosas para retenerlo. No era un encantado, era el jodido heredero de los druidas. Si quería hacerse fuerte, se haría fuerte, y si quería salir y luchar, lo haría también.

No podían mantenerlo en esa jaula de oro eternamente.

- ¿Preparado? ¿Crees que estás preparado? ¡Esos seres aniquilarían ciudades solo con chasquear sus dedos! ¡¿Cómo podrías derrotarlos cuando ni siquiera Amara pudo hacerles frente?! -exclamo sin pensar, sin darle tiempo para cubrir su boca con sus alas antes de mencionar aquellas palabras.

Ella ni siquiera tuvo tiempo de disculparse cuando vio como Siora se iba corriendo.

- Lo siento -susurro terriblemente arrepentida.

Pero hasta Tuthsaf, el viento susurrante, hizo caso omiso de su disculpa.

Los árboles se mecían a merced del viento, provocando el leve crujir de la madera en movimiento mientras los pájaros iniciaban su cortejo con desentonantes cantos. La luz se colaba entre las ramas viéndose teñida del reflejo verde de las hojas otorgándole a la pequeña laguna un brillo esmeralda, al lado de la cual una figura que destellaba dorado andaba de un lugar a otro por el severo estrés al que estaba sometida.

- Me van a matar, me van a encarcelar... Me lo he cargado, me lo he cargado... Y ni siquiera sé por dónde se va a la salida... -se lamentaba en voz alta en medio de un ataque de pánico.

Se había cargado al pobre chico y eso le haría enemiga de todo un bosque lleno de criaturas poderosas.

- ¿Y si digo que fue un accidente? ¡No servirá! ¡Lo empalé como a una brocheta! ¡Esas cosas no pasan sin querer! Pero él me pidió que lo matase... ¡¿Quién se creería eso?! ¡Se acabó, estoy condenada! -exclamaba en un intento de planear su salvación.

Sus gritos de resignación e ira se detuvieron cuando escuchó un movimiento entre los arbustos cercanos, a lo que se puso en guardia esperando por cualquier amenaza. Si iba a caer no caería sola.

Pero antes de que saltase hacía el origen del ruido, de entre las plantas surgió una figura familiar de pelo negro y ojos zafiros que, al verla en guardia y a punto de atacar, solo pudo mirarla como a una idiota.

- ¿Qué haces aquí? Te enviaron a ese lugar para que descansases ¿Sabes? -le reprochó.

Ya sabía de su falta de cortesía crónica, pero al menos pensó que con comida y descanso tardaría más en faltar a su palabra...

Se ve que había subestimado la grosería de Ladiel.

- Me encontré con un problemilla... -dijo retirando la mirada.

No podía confesarle que había matado a alguien, ese cobarde no haría nada para salvarla, solo se quedaría quieto y lloroso como la vez anterior.

Siora la miró interrogante por su actitud para luego suspirar y pensar en lo que haría... Se sentía herido y confundido, pero por sobre todo... infravalorado. Y no ayudaba nada que su invitada hiciese escándalos allá por donde fuese.

- ¿Y no podías al menos quedarte en alguna zona cercana? Hah, déjalo, no estoy de humor para estas cosas -comentó mientras se masajeaba el puente de la nariz.

Antes de responder, Ladiel se fijó en la coloración rojiza de sus ojos, adivinando así que Siora había llorado. Aquello le hizo pensar que le habían reñido otra vez, pero al ver la actitud malhumorada de este se dio cuenta de que seguramente había discutido con esa tal Camila y la cosa no había ido muy bien.

- Bueno... Oye, una cosa ¿Hay muchos humanos en este bosque? -preguntó.

Podía aprovechar su estado de ánimo inestable para sonsacarle información... Y de paso le hacía pensar en otras cosas, así que en cierta manera le ayudaba mientras ella ganaba información sobre si la persona que había matado era importante o no.

Para nada era manipulación emocional.

- Usualmente encantados, personas que no pueden salir del bosque ¿Por? -respondió ante la extraña pregunta de Ladiel.

- Nada, nada, solo me preguntaba qué pasaría si por ejemplo... Arrojase a un encantado contra un árbol sin querer... -murmuró en voz baja.

- ¿Qué? -preguntó al no poder escuchar lo que la ángel había dicho.

Algo le decía que había pasado alguna cosa, pero no tenía ni fuerzas ni ganas para indagar.

Además, aún no se había reincorporado a su puesto, por lo que esa tarea le estaba encomendada a Camila.

- Nada, nada... No es nada importante -dijo para disimular.

- Por favor, no armes alboroto ¿Quieres? -le pidió.

Su invitada, su responsabilidad. Lo que ella hiciera podría pasarle factura más adelante y ya la tenía mal con algunos sumos sacerdotes por defender a demonios refugiados en cierto conflicto.

- ¿Con quién crees que estás hablando? Yo puedo ser una persona muy pacífica cuando me lo propongo -expresó ofendida.

- Aunque acabe de matar a un chico.

Y sin saberlo, había dicho uno de los mejores chistes que Siora había escuchado en su vida.

- Pff... -apenas pudo aguantarse la risa ante el comentario de la ángel.

Pacífica... Lo que le faltaba por oír.

- ¡Ey! ¡No te rías de mí! ¡Lo digo en serio! Soy una persona civilizada -exclamo indignada.

Muy civilizada era ella, aunque planease destruir una civilización... Bueno, no necesariamente eran conceptos mutuamente excluyentes.

- Ya... Muuuy civilizada eres tú...

Esas palabras hicieron que se sonrojase de vergüenza. No soportaba las burlas y menos cuando parecían acertar en ciertos contextos poco cercanos a la realidad.

- Cállate ¿Quieres? Además, solo voy a estar aquí hasta que las cosas se calmen...

- Ya... Al menos tú puedes ir a donde te plazca. Yo solo si me escapo a escondidas y con un alto porcentaje de fracasos -se burló de sí mismo.

Esas palabras le hicieron recordar las palabras del sacerdote y sobre como reaccionaron los demás. Estaba claro que no querían que Siora corriese peligro, pero ella también entendía que no se podían dejar ciertas cosas en el olvido, que a veces uno no podía evitar guardarle rencor a alguien y querer vengarse.

- Pero tú tienes gente que te quiera, eso es algo de lo que yo carezco -le dijo.

Esperaba que eso le hiciese al menos un poco consciente de lo afortunado que era y apreciase los buenos momentos que pasase con ellos. Ella no lo hizo y se arrepentía muchísimo. Sobre todo porque muchos de sus antiguos amigos acabarían muriendo por su mano tarde o temprano.

- Bueno, siempre serás bienvenida en el bosque -le respondió con una sonrisa.

Quizás algún día se volviese una de los habitantes... Cuando ambos cumpliesen sus objetivos.

- No lo creo. He matado a uno de los vuestros y me he dado a la fuga.

Aunque era agradable charlar con alguien de pensamiento similar de vez en cuando sin esconderse ni estar alerta por algún enemigo.

Lo echaría de menos después de que la ejecutasen por asesinato.

- Lamento interrumpir vuestro momento de romance interespecie, pero os llaman. Sobre todo a ti, Siora -dijo una voz conocida desde lo alto.

Esa tendencia a sacar conclusiones fuera de contexto... Ese timbre similar al chirriar de una puerta oxidada...

- ¿Deiche? -exclamo Siora al ver al espíritu flotando por encima de sus cabezas.

- ¿Llamarnos? ¿Quién? -preguntó Ladiel temiéndose lo peor.

- Los sumos sacerdotes -respondió, a lo que Siora palideció.

No tenía ganas de tratar con ellos estando en sus mejores condiciones, estando como estaba mucho menos.

- ¿Los sumos sacerdotes han pedido una audiencia? ¿Cuáles? -preguntó con cautela.

Deiche lo miró a los ojos y suspiró con seriedad.

- Todos, Siora. Todos los representantes de los Dannan quieren hablar con vosotros lo antes posible.

Aquello los alarmó a los dos. Siora pensó que le iban a echar en falta sus escapadas y le prohibirían la salida. El mero hecho de pensarlo le horrorizaba, pues estaba seguro que nadie le apoyaría esa vez.

Mientras, Ladiel imaginaba que la iban a juzgar por asesinato. No tenía buenas experiencias con los juicios. Es más, solo de verse en una silla siendo juzgada y acusada le hacía revivir muy malos momentos.

Pero a pesar de todo ambos siguieron al espíritu hasta donde se encontraban los sumos sacerdotes. Siora porque era consciente de que no había forma de escapar y Ladiel porque de todas formas no sabía por dónde ir para salir del bosque.

Eso sin saber que aquella audiencia iba a ser todo menos lo que esperaban.

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