Capítulo 6


Era una noche fría y seca en aquellas llanuras esteparias, maldecidas siglos atrás, que como cada vez al atardecer debía de quedar en absoluta quietud. Después de todo nadie quisiera ser presa de las bestias sanguinarias que moraban bajo la luz de las estrellas. Pero esa vez la mortuoria calma se vio abruptamente rota por la caída de decenas de proyectiles dorados, que destrozaron la tierra yerma e hicieron temblar el territorio en un intento de acabar la batalla lo más rápido posible.

Así pues, la oscuridad desaparecía con el surgir de las llamaradas y el aire vibraba sonoramente con el recitar de los hechizos en enoquiano y los feroces rugidos de las bestias. Era una lucha a muerte agresiva y desesperada por parte de soldados que caían como moscas ante unos enemigos perfectamente coordinados, quienes los masacraban sin piedad ni esfuerzo.

De un solo golpe Ladiel se encargó del tercer serafín al que mataba ese día al destrozar sus órganos internos, todo mientras Siora combatía a las virtudes y las bestias celestes haciendo uso de sus poderes tanto para protegerse de sus predecibles ataques como de herirles de gravedad cada vez que tomaba la ofensiva.

Desde la muerte de Sitael, habían sido perseguidos furiosamente por los habitantes del Cielo, los cuales más que una amenaza eran un auténtico incordio.

Los serafines menores no eran tan fuertes como las antorchas, pero sus ataques destrozaban sus ropas y les quemaban el pelo. En tanto que las virtudes, con sus recipientes humanos, se dedicaban principalmente a acusarlos e incriminarlos de delitos para que fuesen expulsados de cada ciudad o pueblo al que llegaran, obligándolos a ir a campo abierto, donde las emboscadas y ataques furtivos eran el pan de cada día.

Y eso era muy agotador.

Siora invocó el poder del fuego, haciendo que los humanos parasitados entrasen en combustión espontánea, expulsando a las virtudes para poder así disiparlas con magia. Pero estas fueron protegidas cuando la potestad, el líder del grupo, creó una barrera que aisló a los débiles celestiales del pagano poder del joven.

— Maldito, ¿Crees que tu magia es rival contra la mía? ¡Una barrera de poca monta no me va a detener! —exclamó Siora arrogante.

El impasible celestial llevaba una armadura plateada compuesta por un peto y un espaldar, dos piezas unidas por correas que protegían el pecho y la espalda respectivamente, dejando además el espacio para las dos alas cristalinas que surgían de sus omóplatos, las cuales se encontraban tatuadas con una gran cantidad de símbolos azulados que potenciaban sus habilidades. Debajo de la armadura llevaba puesta una túnica blanca corta mientras la parte inferior de las piernas era protegida por canilleras plateadas y la cabeza por un yelmo de barbuta del mismo material.

Así pues, en su mano derecha una lanza de color marfil descansaba, esperando el momento de ensartar a los profanos enemigos de la raza celestial, y en la otra un libro blanco en el cual cientos de hechizos se encontraban inscritos para la guía del joven celeste en su camino hacia la grandeza.

Pir arca mal Deus —recitó un serafín antes de lanzar un proyectil de fuego hacía Ladiel.

Car pir jorm acur ocula —completó el otro al invocar un gran ojo de luz sobre su cabeza.

Ladiel simplemente bloqueó el ataque con un movimiento de su mano, a sabiendas de que un fuego tan débil no podía hacerle nada a su resistente cuerpo, para luego arrojar un pequeño rayo de luz que rápidamente atravesó y destrozó el ojo falso, provocando de esta manera que el serafín gritase de dolor mientras se llevaba la mano a sus ojos verdaderos, los cuales lloraban sangre al verse destruidos.

— Patético, un ataque que no haría daño ni a un demonio de clase media y más fácil de esquivar que la estocada de un niño pequeño... Y para rematar un hechizo para predecir los ataques del enemigo que además de ineficiente tiene el riesgo de dañar la vista si no se completa... Me da a mí que solo estáis malgastando energía a lo tonto —replicó decepcionada y aburrida.

Ella había sido una reverenciada general con muchos subordinados a su disposición, por lo que, ante tales faltas en una batalla acostumbraba a corregir a sus enemigos antes de acabarles, lo que, aparte de recordarle los buenos tiempos, hacía sus muertes mucho más humillantes, pues sus últimos momentos estaban ocupados por reproches hacía la ineficiente forma de luchar que les había costado la vida.

— ¡Cállate! —gritó avergonzado el serafín cuyos ojos fueron carbonizados mientras extendía sus tres pares de alas amenazadoramente.

Al mismo tiempo, a sus espaldas, la última bestia celeste rugía de agonía antes de morir a la vez que el hechicero acababa su lucha mágica contra la potestad al ensartarlo en una de sus raíces a traición. No fue difícil dado que se notaba a la lengua que el novato tenía poca experiencia en la pelea con hechizos y armas simultáneos.

— Parece que mi compañero ya ha terminado... —Esas palabras solo aumentaron la impotencia que sentían ambos celestiales ante una luchadora de semejante nivel, quien no había requerido de ningún esfuerzo para rechazar su ofensiva.

Ella se teletransportó justo detrás de los guerreros novicios y con ambas manos atravesó sus respectivos pechos como si fueran espadas, matándolos al instante. 

Los cuerpos inertes de los serafines cayeron al suelo mientras Ladiel se limpiaba las mangas de sangre. Por otro lado Siora cogió el libro de la potestad para leerlo muy superficialmente. Sabía por experiencia que para un celestial un grimorio era lo mismo que un diario personal y en verdad no quería volver a traumatizarse por las aberraciones que un celeste inseguro era capaz de escribir en la intimidad.

— ¿Sabes leer enoquiano? —preguntó Ladiel al ver una mirada de reconocimiento en sus ojos.

Pocos humanos podían entender aquel idioma, pues era el mismo utilizado por los celestes para invocar el poder de la luz y aclamar a su "creador" cada vez que conjuraban su magia. En realidad, ni siquiera sabía que alguien sin una conexión poderosa con el Cielo pudiera entender una sola palabra por su cuenta.

— No es un idioma particularmente difícil, además viene bien poder entender que hechizo van a lanzarme a la cara... —comentó sonriente mientras pasaba las páginas con desinterés.

Aunque fuese un druida atado al poder de las seis vetas divinas, el conocer los fundamentos de la luz le otorgaba una gran ventaja en combate. No podía permitirse la confianza de ganar fácilmente nunca más. Con el serafín de la montaña aprendió que el poder de los superiores iba más allá de las características raciales de las especies celestes.

Pero esa acción no duró mucho, pues al ver que todo lo que había allí eran conjuros defensivos ineficaces y técnicas para controlar la luz incompletas, comprendió que esas páginas eran solo basura escrita por un autor incompetente.

— Dudo mucho que encuentres algo de valor ahí, te lo digo por experiencia. La zona oeste de las Tierras Decadentes es el cubo de basura de Regona. Las potestades poderosas y talentosas mantienen en secreto casi todos sus conocimientos de las demás razas y solo los arcángeles las pueden movilizar. Las que están aquí son la chusma básicamente, los estúpidos, los poco iluminados... Mandan aquí a toda la morralla de los círculos inferiores que no pueden usar como carne de cañón a pudrirse hasta el día en que los maten. Y estos desgraciados malgastan una vida sin estar a la vanguardia cargando libritos y creando hechizos con la esperanza de encontrar por azares del destino la "fórmula secreta" del éxito y por fin largarse de este pozo de mierda donde los únicos templos mínimamente importantes están en ciudades ruinosas y casi desoladas —explicó con despecho al adivinar el interior del tomo por la expresión de Siora.

Ella era un ángel, lo más bajo de los celestiales, perteneciente a una especie condenada a ser soldados rasos, alguien sin habilidades sobresalientes y, por sobre todo, un individuo prescindible. Por eso tuvo que esforzarse el triple para llegar a ser una general respetada a pesar de su casta, hecho que la volvió muy rigurosa con sus subordinados, quienes eran en su mayoría de su misma raza.

Con dedicación consiguió que muchos de sus soldados alcanzasen la gloria y en en par de siglos  convirtió a su hueste en una de las más efectivas contra las legiones demoníacas de Gehena. Pero eso nunca pareció ser suficiente para las especies superiores, quienes menospreciaban a los "peones" desde sus podios de grandeza.

Porque ellos tenían recursos y no tenían que luchar al frente ni arriesgar sus vidas día a día. Solo estudiar los fundamentos de la luz y aumentar sus poderes sin tener que batallar constantemente.

Debido a esa razón nunca aceptaba, a menos que fuera expresamente necesario, repudiados entre sus tropas, para los cuales caer entre sus filas era una condena. Eran irrespetuosos con sus compañeros e indisciplinados hacia sus superiores, pues no tenían lealtad ni valor, solo se esforzaban para ganar los méritos suficientes que les permitiesen salir de allí.

Esa era la razón por la que Ladiel no sentía lástima hacia aquellos despojos, quienes seguramente solo fueron movilizados por el supervisor para hacer como que sus hombres no eran una auténtica vergüenza para la especie celestial a ojos de los arcángeles.

El destino de aquellos que no tenían ni talento ni determinación era acabar muriendo como sacrificio para enaltecer el nombre de sus altos mandos.

— Ya... Me da a mí que este no era ni siquiera un escuadrón de verdad, solo cadetes desorganizados fingiendo serlo, pero siendo una raza que comprende bien el poder de las palabras, pensé que al menos habría información de calidad... —comentó decepcionado antes de arrojar el inútil libro.

La magia funcionaba con poder propio o con palabras, el poder de uno era silencioso pero limitado, mientras que las palabras invocaban de forma predecible pero poderosa. Las dos técnicas eran dos caras de la misma moneda, la una era todo lo que la otra no y al juntarlas los hechizos podrían volverse imparables en las manos correctas.

— Las palabras solo son el molde, lo importante es quien las use. Y créeme, las verdaderas potestades son capaces de crear verdaderas calamidades con hechizos simples, te lo digo por experiencia —le aseguró la caído recordando a sus antiguos rivales.

Habría sentido nostalgia de aquellos tiempos si no hubiera matado a la mitad de los mismos a esas alturas.

— Lo sé, pero es mejor prepararme. Yo no soy como tú, que puedes usar la luz en su máxima expresión sin los grilletes de tu antigua existencia, yo estoy atado a los poderes que crearon este mundo —dijo desanimado.

Él era un druida, un amado por los dioses, su voz llamaba a los espíritus, sus ojos veían los secretos del mundo y su autoridad reinaba sobre las fuerzas de Ekonne. Podía ser poderoso y vencer muchos enemigos, pero nunca jamás ni él ni sus descendientes podrían aspirar a un poder más allá que el que se les fue otorgado a sus antepasados.

Eso fue lo que condenó a su pueblo, la incapacidad de crecer más allá de ciertos límites establecidos.

— Bueno... ¿Y si celebramos nuestra victoria colándonos en una ciudad, asaltando una taberna y bebiendo hasta que venga el próximo grupo? —propuso en un intento de alejarlo de sus pensamientos deprimentes.

Las poblaciones grandes eran escasas y su alcohol de mala calidad, pero era mejor que dormir a la intemperie con un servidor de los dioses que se disculpaba con cada animal que mataba y le hablaba al viento como un loco.

— Y una porra duermo yo con esos abandonados, prefiero irme a mi casa, la cual, por cierto, está a la vista —dijo señalando al muro de árboles que había a lo lejos.

La caído observó la silueta oscura y siniestra de Nemetón esperando ver alguna casa de madera en la inmediaciones o cualquier cosa que no implicase entrar en el lugar más prohibido de Ekonne.

— ¿Te refieres al lugar que se dice que nadie ha vuelto de ahí con o sin vida? —preguntó sin expresión.

Ni siquiera los demonios, que presumían de ser devueltos a la vida por sus hechiceros, eran capaces de salvarse de la ira de los dioses, quienes arrastraban su alma lejos de la influencia infernal.

— Es una buena forma de darle esquinazo a tu familia —se excusó con simpleza.

Quitando lo mucho que la irritaba el ser emparentada con ese atajo de idiotas emplumados, le sorprendió más el que nunca se hubiera cuestionado de donde venía Siora.

Sí, vale que sus habilidades sociales no fuesen más allá de pegar puñetazos y el sarcasmo, pero inclusive ella podía haber indagado más en la vida de la persona con la que había estado tanto tiempo.

— ... ¿Hay alcohol? —preguntó dudosa.

Si iba a enfrentarse a una muerte horrible, no lo iba a hacer sobria.

— Los inventores del alcohol están ahí —respondió sonriente.

Eso fue lo único que se necesitó para que Ladiel emprendiera marcha hacia el desconocido bosque de la perdición.

— No me tratarán mal por ser un ángel ¿Verdad? —le comentó a Siora, una vez recorrieron la mitad del camino.

Suponiendo quien era y donde vivía era fácil discernir que el humano compartiría hogar con otros paganos y con espíritus. Dos de los colectivos más resentidos con los de su especie.

— Mis amigos no. Además, no eres la primera caído en llegar ahí, se acogen muchos celestes y demonios renegados que no quieren vivir en el Limbo —explicó, sorprendiéndola enormemente.

Hasta el momento sus únicas opciones habían sido vivir difícilmente como una errante o servir a Sandalfón, cosa que ella descartó a los pocos días de convivencia. Nunca había escuchado de un lugar donde los de su calaña pudieran vivir en paz. Aunque era comprensible que se mantuviera en secreto tanto del Cielo como de la antigua arcángel, quien ambicionaba tener el poder absoluto sobre la dimensión media.

Al poco tiempo llegaron a un río, el cual separaba las llanuras semidesérticas del exuberante bosque y les bloqueaba el paso debido a la profundidad de su aguas. Esto hizo que Ladiel decidiera saltarlo fácilmente para ingresar, siendo detenida al momento por Siora, quien se interpuso en su camino mientras le dirigía una mirada acusadora.

A pesar de haberse hecho amigos y tener bastante confianza aún había cosas que no le contaba o le mantenía en secreto. Al principio había relacionado eso a su extraña identidad, pero con el pasar de los días se iba dando cuenta de que en realidad ocultaba cosas para no inmiscuirla en las mismas.

Ella seguía siendo un ser ajeno a su vida y ambos preferían que eso siguiera siendo así, por lo que lo que él no contaba ella no preguntaba. Esa era su dinámica.

— ¿Vamos a pasar de una vez o harás aparecer un puente por arte de magia? —pregunto impacientemente con las manos en la cintura.

Llevaba viendo como Siora revisaba las rocas del lugar con ojo agudo mientras negaba con la cabeza y murmuraba incoherencias. Cosa que fue divertido de ver los primeros diez minutos, pero que ya la estaba empezando a cansar.

— Puente —respondió cortante.

— Normalmente eres más hablador ¿Sabes?

— Normalmente no tengo que localizar los monolitos ¿Sabes? —dijo aún sin mirarla.

No podía dejarla entrar así porque sí, ella no era alguien ordinario que las ilusiones del bosque pudieran contener. Su poder podría hacer que los vigían entrasen en pánico y eso no traería más que problemas.

— ¿Te refieres a estas rocas? —dijo apoyándose en una gigantesca piedra alargada pulida que había a sus espaldas, de cuya presencia aún no se había dado cuenta Siora por estar revisando únicamente las que se encontraban cerca de las aguas.

— Sí, esas rocas —dijo girándose de golpe.

Ignorando el vergonzoso acto que acababa de cometer, Siora se posicionó al otro lado de las dos piedras paralelas, las cuales estaban cubiertas de inscripciones grabadas.

— Tú no eres muy espabilado ¿No? —dijo aguantándose la risa mientras lo seguía.

— Cállate —le respondió posicionándose en medio de los dos monumentos.

Necesitaba concentración, mucha concentración para atreverse a hacerlo.

— Entonces... —Miró desconcertada al ver que su compañero solo inspiraba y exhalaba aire como una mujer dando a luz.

— Hay que invitarte a entrar —advirtió con pesadez

Odiaba ese procedimiento.

Era el único ritual del que se avergonzaba.

— ¿Invitarme? —pregunto ladeando la cabeza.

— Sí, para que no te reconozcan como intrusa —dijo suspirando.

— ¿Y el problema es...?

Sus palabras enmudecieron cuando inició la canción que marcaba el inicio de la invitación.


Fàilte, mortals, 

gu rìoghachd Tyr na n'Og,

rìoghachd nan spioradan 

agus an òige shìorraidh~


Rachamaid chun taigh againn

far nach eil fulangas no pian ann

far nach eil seann aois no bàs~


Is e mo dhachaigh, is e Tyr na n'Og a th 'ann,

nan seann dhiathan

agus gaisgich a dhìochuimhnich~


Fosgail do dhorsan aon uair eile.

Oir cha tig do mhac leis fhèin.

Rinn e cairdean,Chunnaic e àiteachan 

agus thadhail e air caistealan~


Thig e nis dhachaidh le cuideachda, 

leig an caraid thairis~


Is e creutairean na tìre so mo pheathraichean,

is e na diathan mo phàrantan

agus na daoine beaga, mo chlann~


Tha mise cuideachd, 

a' fuireach ann an Tir na n'Og,

is mise bràthair, athair agus mac~


Thig mi air ais 

agus innsidh mi dhut mar a thachair dhomh.

Thig mi air ais 

agus dannsaidh sinn gu madainn~


Leig a-steach mi, 

fosgail an doras 

agus èist ris an òran agam,

ban-dia mo ghràidh~


Mientras entonaba los símbolos escritos en la piedra empezaron a brillar tenuemente y del bosque se escucharon sonidos de voces cantando, de flautas, de gaitas y tambores. Aparecieron luciérnagas y el río empezó a emitir una luz dorada.

A medida que la canción seguía, se iba materializando un camino de madera entre los dos monolitos, el cual se extendió por encima de las aguas mientras el viento se arremolinaba a su alrededor.

Los sonidos y la luz se hicieron más y más intensos a medida que se llegaba al clima y encima de ambas piedras aparecieron dos bellas mujeres vestidas de blanco con largos cabellos castaños, ojos purpúreos y piel pálida. Estas poseían alas blancas en vez de brazos y entonaron un coro que acompañó la canción en sus últimos versos.

Y así, el puente se completó y la música y las luces llegaron a su fin.

— ¿Qué? —preguntó impactada Ladiel al ver esa increíble escena ante sus ojos.

Estaba claro que el miedo de Nathaniel por los paganos era justificado. Su poder se sentía abrumador y antiguo más allá de lo que ella podía explicar.

— Bienvenidos al reino de los espíritus, nosotras las guardianas del puente os permitimos a entrada —cantaron las dos mujeres al unísono.

Por fin podían poner en práctica la frase que tanto tiempo habían ensayado.

— Bien, entremos antes de que el puente desaparezca y tenga que repetir todo este paripé —dijo antes de darse la vuelta y ver a la celestial quieta en su sitio— ¿A qué esperas? Vamos, se nos hace tarde.

— Eh-e-hu-a, t-tu es-estab-bas y el p-puente y las... ¡¿Qué?! —tartamudeó Ladiel antes de entrar en pánico.

Si eso era un paripé, no quería saber lo que le esperaba al otro lado de ese puente.

— Sí, lo sé, nunca entenderé por que no simplemente me piden que me identifique y ya. Hacer esto es vergonzoso —se quejó con molestia e irritación.

Y no ayudaba nada que esas dos se inventaran frases para parecer geniales ante los invitados.

— ¿Y las...

— No les hagas caso, son solo dos becarias de segunda, ni siquiera son guardianas de verdad —dijo antes de que las dos harpías de abalanzasen sobre ellos en un ataque de furia asesina.

Ladiel recordaba cómo había llegado al bosque mientras levitaba en el aire por culpa de cierta querubín. Ella había olvidado completamente que ese lugar era un refugio para los caídos que no quisiesen seguir a Sandalfón, por lo que nada más verla su primer impulso fue atacar.

Después de todo, ni el Cielo ni el Limbo la veían como alguien útil, solo como un objeto desechable y una entidad problemática. Aun así, lo que más le molestaba es que por unos instantes había olvidado su soledad, su objetivo, y todo por culpa de ese cobarde despreciable de Siora que ni se atrevía a llevarle la contraria a la querubín.

Definitivamente ella iba a vengarse de él cuando la bajasen.

— Oye, ¿Adónde vamos? —preguntó Ladiel, resignada a ser llevada por los aires.

Por lo menos era cómodo, ya ni recordaba lo agradable que era dejarse llevar por encima de las nubes y eso se le asemejaba bastante.

— A un lugar —respondió secamente la mujer sin siquiera dirigirle la mirada.

Estaba claro que no le caía bien... Una ya empezaba a sospechar luego de que le prendieran fuego a traición.

Esa siempre era una muy mala señal.

— ¿A qué tipo de lugar? —especificó.

— No es necesario que lo sepas —dijo con la misma frialdad.

Cualquiera diría que se trataba de un ser relacionado con el fuego y la calidez... Por un momento Ladiel en verdad llegó a sospechar que podría tener algún dominio sobre el hielo y la escarcha.

Como una versión atractiva y femenina de Deiche.

— Que simpática —comentó con sarcasmo.

— No soy yo la que ataca a otros sin motivo —dijo ella aún con la mirada al frente.

— No soy yo la que va por ahí churruscando el pandero a la gente —respondió Ladiel.

Esa tendencia a resaltar los errores ajenos y ocultar los suyos propios era muy de querubín. Por eso nunca había confiado en ellos.

Bueno, por eso y por su tendencia a las explosiones.

— Ya, pero eso no es tan malo como atacar a un espíritu y destruir su cuerpo —respondió subiendo el tono de su voz.

— ¿Me quemaste las posaderas flotando porque ataqué al cara-cabra? —preguntó Ladiel ladeando la cabeza.

Esa era la razón más estúpida del mundo para ganarse una enemistad. Con lo insufrible que era Deiche ya extrañaba que no le agradecieron por darle de su merecido.

Estaba claro que algo pasaba con la gente de ese bosque.

— Te llevo porque eres una intrusa, por mucho que te hayan invitado, y porque vienes con uno de los guardianes.

— ¿Guardianes?

— El llorica ese que te trajo —dijo señalando detrás suyo con el pulgar, donde se encontraba Siora cabizbajo y al borde del llanto.

Quien diría que había matado celestiales sin piedad y se comportaba dignamente casi todo el tiempo... Nadie imaginaría que ese crío con los ojos velados de lágrimas podría llegar a suponer amenaza alguna para alguien.

— ¡No soy un llorica, solo me dan miedos tus castigos, Erilia! —gritó Siora recordando sus terribles experiencias del pasado.

Solo de pensarlo se estremecía... Su crueldad estaba a la par con la de lo guefdes.

Nunca entendió porque servía a los dioses de la vida y no a los de la muerte.

— Llorica —soltó Ladiel por inercia.

Era como si esa palabra hubiese sido creada para que la procunciase en su contra

— ¡¿Tú también?!

Ya era humillante que le insultara su antigua mentora, como para que su compañera de armas se le uniera.

— Siora, a las mujeres no les gusta que las entregues sin luchar —dijo Erilia con una sonrisa burlona, siendo la primera vez que se giraba en todo el trayecto.

Estaba claro que no la miraba porque tenía un problema con ella.

— ¿Y eso que? No somos pareja. Y tampoco es como si esta revienta-torsos fuese mi tipo —murmuró Siora.

Por no mencionar la edad... Los ángeles no envejecían casi y eso significaba que Ladiel podía tener una edad mucho mayor a la suya.

Y a él no le gustaban mayores.

Antes muerto que estar con una madurita.

— Cobarde, miserable y rastrero, que no eres ni hombre-planta ni eres nada, allá te quedes soltero de por vida —dijo Ladiel mirando a Siora con odio.

De alguna forma adivinó que estaba pensando algo ofensivo hacia ella. Tanto vivir siendo menospreciada le había dotado de un instinto infalible para esas cosas.

— ¡Oye, esas cosas no se desean! —exclamó.

Muchas deidades del amor vivían en ese bosque. Como una de ellas la escuchase...

— Tengo entendido que si expresas en voz alta tus deseos con todo el corazón en un lugar mágico, estos se hacen realidad —murmuró Ladiel en voz alta provocando que Siora palidezca.

Estaba claro que lo dijo con la intención de que la escucharan los dioses... Y esos podían ser muy caprichosos en cuanto a deseos.

— ¡Al menos dejadme tener un primer amor! ¡Solo uno! —gritó temblando al cielo, en busca de algún ápice de piedad divina.

No podía ser que su vida amorosa estuviera en riesgo por culpa de una caído bocazas y una vigía inoportuna.

— Siora, has tenido muchas oportunidades de encontrar pareja y las has desaprovechado todas. No te quejes ahora —dijo Erilia con tono divertido.

Verlo con miedo era algo raro, pues Siora procuraba no mostrar debilidad ni flaquear en ningún momento. Por eso apreciaba cuando se relajaba y mostraba su lado más humano.

— Sí, he dejado ir muy buenos partidos, como las faunos o las sátiras que solo buscan comerse mis partes vegetales, las ninfómanas centauras, por no mencionar las veces que he dejado ir la oportunidad de pertenecer al harem de una harpía —protestó con sarcasmo.

Y luego se preguntaban el por qué el pueblo druida nunca se extendió a las otras razas.

— Esas no son las únicas opciones —respondió Erilia.

— No, son las mejores de entre los habitantes de Tyr na n'Og —dijo resignado a su destino de soledad amorosa.

Si al menos ella le hiciera caso... Pero era imposible que se fijara en él.

— ¿Y qué me dices los demonios y los caídos? —sugirió Erilia.

-Almas demasiado torturadas.

Para tratar con alguien depresivo y traumado le hablaría a su reflejo.

— ¿Y qué tal los minotauros?

— No me gusta que mi pareja tenga más pelo en el pecho que yo.

No tenía nada en contra de ellos, pero prefería no salir con alguien más suave y mullido que su cama... Solo con abrazarlos ya era capaz de sentir somnolencia.

— Con esa última condición la lista se reduce mucho —comentó Erilia con semblante preocupado.

— ¡Tengo vello corporal! —protestó.

— Esa pelusa no puede llamarse vello, ni siquiera merece ser considerada como una parte de tu cuerpo —inquirió la querubín.

Quizás se debía a su parte vegetal que no de crecían pelos en el cuerpo o simplemente era la sangre de su padre haciendo de las suyas.

— Atacas a mi virilidad, eso es rastrero —dijo Siora con la moral hundida.

— Tú no tienes de eso —comentó Erilia.

Con ropa holgada y el pelo un poco más largo Siora pasaba por mujer con seguridad.

Canción

Bienvenidos, mortales, 

al reino de Tyr na n'Og,

la tierra de los espíritus 

y la eterna juventud.


Vamos a nuestra casa,

donde no hay sufrimiento ni dolor,

donde no hay vejez ni muerte.


Es mi hogar, es Tyr na n'Og,

la tierra de los dioses antiguos

y los héroes olvidados.


Abre tus puertas una vez más.

Porque tu hijo no vendrá solo.

Ha hecho amigos,

vio lugares 

y visitó castillos.


Ahora vuelve a casa con una compañía,

deja que el amigo cruce.


Las criaturas mágicas de estas tierras son mis hermanas,

los dioses son mis padres

y los pequeños seres, hijos míos.


Yo también, 

un residente de Tyr na n'Og,

soy también hermano, padre e hijo.


Regresaré 

y te contaré lo que me pasó.

Volveré 

y bailaremos hasta la mañana.


Déjame entrar, 

abre la puerta 

y escucha mi canción,

diosa de mi amor.

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