Capítulo 3
Por mucho que pensase, no encontraba forma posible de escapar. Con su cuerpo debilitado por la batalla y habiendo gastado tantas energías, un ataque directo de semejante nivel era mucho más de lo que podía soportar. Ni siquiera con sus alas de vuelta podría tener la seguridad de sobrevivir a tal potencia ofensiva.
Iba a morir, esa era una certeza.
Moriría sin poder matar a uno solo de ellos.
¿Cómo podría mirarle a la cara sin ni siquiera haber cumplido una parte de su venganza?
¿Cómo había podido pensar que siendo tan débil podía alcanzar una meta tan elevada?
Ella era un caído, un ser condenado a lo más profundo y bajo del fracaso.
Por eso iba a perderlo todo otra vez... Por no reconocer su lugar y dejar que la soberbia la cegase completamente.
La luz cubrió todo a su alrededor, impidiendo ver más allá de aquella estrella incandescente que se le acercaba a toda velocidad. Unas milésimas y se acabaría todo, tan poco tiempo para pensar, para despedirse, para llorar... Al final sus muertes sí se iban a parecer en algo, que fueron muy pronto y muy rápidas.
Y esos instantes finales, que deberían de ser solo un suspiro momentáneo, se le hicieron eternos, como un regodeo cruel del destino ante su irónico cénit. Por lo que, con un enorme pesar cerró los ojos y esperó por el fuego que habría de acabar con su lamentable existencia. Pero cuando por fin el sonido ensordecedor de la explosión se hizo presente, retumbando a su alrededor como el reverbero de una campana, su corazón siguió latiendo.
Porque el calor abrasador nunca llegó a quemarla viva, ni un poco chamuscada pudo quedar. Estaba viva e intacta, mientras un espíritu la miraba con sorna flotando por encima de su cabeza.
— ¿Sabes? Nunca he entendido la obsesión de los celestiales por el fuego. Quiero decir, lo que invocáis casi nunca son fenómenos naturales ¿Acaso no os dais cuenta de lo fácil que es para nosotros, los espíritus invernales, anular vuestras "llamas sagradas"? Es más simple incluso que tratar con el fuego demoníaco —Deiche se burló mientras el humo que les envolvía como si estuvieran en el ojo de un huracán se disolvía al volver la temperatura del lugar a su fría normalidad.
Era curioso como toda gratitud y alivio podían desaparecer para dejar paso a la irritación cada vez que Deiche abría la boca. En definitiva la única forma de que pudiera ser un príncipe azul es que se le cosieran los labios.
Y ella le habría gruñido en respuesta si no fuera por la extrema falta de tiempo, pues las dominaciones eran resistentes a los ataques de energía celestial y, al ser seres de naturaleza ígnea, el ataque de Sitael no les había causado ningún mal que no pudieran regenerar al segundo.
Para ella eran el tipo de celestial más molesto, puesto que, a pesar de su incapacidad mágica, sus llamas esmeraldas podían, a parte de sanar, dañar de forma grave con un costo de energía mucho menor al de los hechizos más simples. Además, sus (ridículas) patas de pollo tenían la fuerza necesaria como para tumbar a un mamut con facilidad y su complexión grande y robusta los hacía guerreros temibles (como un hombre-gallina con esteroides).
Desde su punto de vista el título de sanadores era solo para aparentar.
— Deiche, el Cielo posee muy poca agua ¿No recuerdas que la luz es etérea? Lo más normal es que convivan más con elementos ligeros como el aire, el fuego o la vida... —dijo Siora mientras apuñalaba a una de las dominaciones por la espalda, matándola en el acto al perforar su corazón.
Las siete dominaciones que quedaban se lanzaron al ataque ante la muerte de su compañero, pero fueron fácilmente repelidas cuando el espíritu arrojó hacía sus torsos una serie de cristales de hielo que los hizo retroceder a la par que destruía parcialmente sus protecciones.
Las faldas de los celestiales se iluminaron cuando el fuego las inundó y estas elevaron a sus portadores, otorgándoles habilidades de vuelo a la par que sus parientes alados. Habiendo sido destruida su formación y debilitado su defensa, volar era la única ventaja que les quedaba a parte de la numérica. Sabían que no iba a ser una tarea fácil el luchar contra una guerrera tan experimentada, pero nunca imaginaron que llegaría a tal punto de preparar una emboscada sobre sus emboscadores.
Si no fuera su enemiga, la admirarían.
— ¡Tenemos que separarlos! ¡Su trabajo en equipo es lo que nos ha costado a uno de los nuestros! —gritó el líder mientras volaba en círculos alrededor de los tres junto con sus subordinados.
Desde sus manos arrojaron una lluvia de flechas flameantes de color esmeralda con la intención de ponerlos a la defensiva para así poder ganar terreno y llevar a cabo su plan de división. Pero no contaban con que Deiche solo necesitaría un movimiento de muñeca para que los proyectiles perdiesen potencia y cayeran convertidos en meras cenizas inofensivas.
— ¡Quarax, es un hijo del invierno! ¡Nuestro fuego no sirve con él! —exclamó uno de las dominaciones antes de que la daga de madera le acertase en el cuello, provocando su caída y, poco después, su muerte.
Siora simplemente caminó hacia el ángel y el espíritu tranquilamente siendo receptor de las miradas sorpresivas de los celestiales mientras la tierra bajo sus pies se elevaba hacia sus manos, formando una serie de cuchillas de piedra rudimentarias.
— ¡Maldito, bastardo! —gritó otro de los celestiales, quien salió disparado hacia el humano con intención de matar.
El espíritu iba a frenarlo, pero la caída se teletransportó entre el celestial y Siora y de un puñetazo en el torso, destruyó lo que quedaba de cota de malla e hizo que volase por los aires para caer al lado del humano que había intentado matar.
Este, al recibir a un enemigo tan expuesto, simplemente arrojo las cuchillas recién creadas a la espalda de la dominación, produciéndole una muerte instantánea. Este hecho provocó una oleada de ataques consecutivos por parte de sus compañeros, quienes a pesar de las órdenes de su comandante, se dejaron llevar por la ira y decidieron que dos distraerían al espíritu, mientras los otros tres irían a vengar a sus compañeros de armas.
— ¿Cómo lo hiciste? —preguntó el ángel arrancando con fuerza bruta un trozo de piedra del suelo— ¿La imbuiste con tu poder y luego atacaste? —concluyó mientras infundía al pedrusco con el poder de la luz.
Luego simplemente lo arrojó hacía la dominación más cercana, cuya cabeza explotó por el inesperado impacto.
— Lo haces mal, así gastas demasiada energía —explicó esquivando con facilidad la patada de uno de los celestiales— Verás, el fuego de las dominaciones es en realidad solo la manifestación del poder que tienen dentro de sus cuerpos... —Esquivó un puñetazo encorvando su espalda hacia atrás y luego saltó para evitar una finta.
La tierra empezó a reunirse en su mano izquierda, pero el celestial y sus contantes golpes impidieron la creación instantánea de la cuchilla.
— ¡Por eso mi poder no hacía nada cuando atacaba zonas descubiertas y sus golpes se regeneraban incluso sin que hubiese fuego! ¡Me cago en Rafael! —maldecía a la par que bloqueaba, esquivaba y devolvía puñetazos contra la otra dominación.
Estaba furiosa por no saber ese dato que bien podría haberle hecho la vida mucho más fácil. Pero las cosas claras, ella no solía socializar con dominaciones ni con las razas superiores de celestiales por una justificable razón, tenían un complejo de superioridad incluso más grande que el de algunos arcángeles.
— Sí, ese poder anula ataques físicos —Se agachó para evitar que una llamarada le carbonizase el cráneo— ¡Y sobrenaturales! —El celestial le dio un golpe que no pudo esquivar, pero sí bloquear con sus brazos.
Siora salió disparado hacia atrás, siendo la única razón por la que no voló por los aires como un muñeco de trapo porque había introducido sus pies en el suelo con magia. Por eso en vez de dar vueltas de campana hacía las nubes, fue arrastrado más de una docena de metros mientras dejaba un rastro de dos líneas paralelas en el suelo y destrozaba sus zapatos hasta la irreparabilidad.
La dominación decidió dar su golpe de gracia, impulsándose a toda velocidad con la intención de aplastarle el cráneo al humano, quien sonreía de oreja a oreja, pues su cuchilla estaba terminada y con un filo extra-afilado.
— ¡Pero no los dos tipos a la vez! —gritó mientras se agachaba levemente, haciendo que el brazo extendido del celestial pasase de largo, rozando a penas su cabello.
Luego con un movimiento rápido la cuchilla se movió silenciosamente y el celeste fue cayó por el impulso que llevaba varios metros más adelante.
— Solo tienes que recubrir la superficie de cualquier cosa con tu magia y... —el sonido de la sangre saliendo del cuello del enemigo y los gorgoteos de su boca por el acto de intentar hablar terminaron la oración.
Habiendo visto un claro ejemplo del método correcto, ella alejó a la dominación de una patada en la cara y con un giro rápido enterró la mano en el suelo y sacó una piedra redondeada del tamaño de la cabeza de un bebé.
El celestial intentó acabarla desesperadamente con su fuego, pero ella fue más rápida y con todas sus fuerzas le lanzó la piedra recubierta por una capa brillante de su energía, la cual le permitió al objeto hacer un agujero enorme donde habrían de haber estado el corazón y pulmones.
— Esto es otra cosa... Ahora solo me falta saberme el truco para matar principados y podré dar mi vida por solucionada —le dijo al aire con tono de satisfacción.
Al final la llegada del pagano sí que iba a ser una ayuda para completar su objetivo. Que suerte que no lo mató cuando tuvo la oportunidad.
Por su parte, Deiche ya había acabado con las dos dominaciones convirtiéndolas en estatuas de hielo con una posición de huida muy ridícula, cosa de la cual el espíritu se rió sin vergüenza alguna ni respeto por los enemigos a los que acababa de matar.
— ¡Juajuajuajua! ¡Mira a ese, Siora! ¡Se tropezó antes de morir y ahora parece un perro meando! ¡Yo me parto! ¡Juajuajua!
Siora simplemente ignoró la actitud de su compañero mientras ella se aguantaba las ganas de reír por la vista patética de los dos cadáveres congelados.
Esos dos tenían sentidos del humor muy similares.
— ¡Vosotros! ¡Malditos herejes! ¡¿Acaso creéis que su alteza Ardamantiel dejará pasar esto?! ¡No sois más que una sarta de ratas que muy pronto serán aniquiladas por la gran serafín! —gritó Quarax, el líder de las dominaciones, colérico por ver morir tan lamentablemente a sus soldados.
Esa muestra de furia desenfrenada llamó la atención de los tres guerreros, quienes al recibir tan directa amenaza, solo pudieron responder de una forma... Cuchicheando como viejas de pueblo.
— Ah, sí, quedaba uno, que palo, yo no quiero matarlo —dijo el espíritu mientras se metía el dedo en el oído y resoplaba.
Mostrando pereza...
— Que cobarde, ni siquiera luchó junto a sus compañeros... Es una vergüenza como celestial hasta para mí —le siguió el ángel caído mirándolo como uno miraría al asesino de una camada de gatitos.
Desprecio...
— Dice que nos aniquilarán otros porque él es demasiado débil como para hacerlo. Solo míralo, fijo que debía de estar asustado porque a pesar de ser el mandamás solo es un pardillo sin fuerza. Seguro que ni luchar sabe —acabó el humano con cara de suficiencia.
Y burla hacia el celestial.
Esas palabras dichas entre cuchicheos hirieron lo más profundo de su orgullo, convirtiendo su furia ciega en odio asesino y determinación de batalla. Aquellos sentimientos alimentaron las llamas, que cubrieron su cuerpo en un torbellino esmeraldado y lo elevaron a medida que el pilar de fuego se hacía más y más grande.
Ese era el poder de una grandiosa dominación.
— Djins, dioses del fuego, convertid lo profano en mundano y a lo inmundo en nada —cantó Siora alzando sus manos hacía el tarado.
Una simple frase fue lo único necesario para que las llamas antinaturales del celeste se tornasen agresivas y su color cambiase a un vivo anaranjado. Habiendo sido anulada su naturaleza sacra, el fuego consumió a la dominación, quien apenas pudo gritar antes de reducirse a ceniza.
— Me habrías venido bien en las luchas internas del Cielo, la de idiotas que se autoinmolaban con tal de honrar a sus superiores... —comentó mirando al montón de cenizas humeantes.
Teniendo una cultura extremadamente opresiva y militarizada en conjunto con la promesa de la resurrección no era raro que muchos celestiales decidieran llevarse a sus enemigos consigo en situaciones desesperadas. Independientemente de que su propia especie condenase el suicidio cara a los humanos o siempre se quejase de su falta de números en comparación con los demonios.
— Y yo que pensaba que erais una raza colaborativa y organizada... Adiós a vuestra única cualidad redentora —suspiró con decepción.
¿Es que los vasallos del caos no podían mantener un poco de dignidad al menos?
— Dijo el humano... Aunque sí, ni una cualidad redentora tienen —le respondió con simplicidad, pues los caídos no eran considerados como los pares de los celestiales, ni por los celestiales ni por los propios caídos.
Dirigió su mirada hacia la cima de la montaña, en espera de cualquier indicio de ataque, pero no parecían haber más enemigos al acecho que Sitael. Pero de igual forma no estaba como para calmarse, porque ella no obtuvo su puesto por ser solamente un serafín, lo obtuvo por su capacidad de combate y su excelente control sobre la luz.
Confiarse en un enfrentamiento contra un celestial veterano solo podía acabar en muerte, así de letal era su poder.
Por suerte para ella, era incluso más letal que un veterano como Sitael, no por nada fue temida en sus tiempos como general por todo tipo de demonios.
Arriba, en lo alto de la montaña, Sitael miraba con desconcierto la llanura donde su enemiga tandría de haber sido calcinada... Su plan era perfecto, sin fallos, pues conocía bien el proceder de Ladiel. Pero no contaba con que de repente aparecerían dos presencias desconocidas que la ayudarían a aniquilar a las dominaciones en tan poco tiempo.
¡¿Cómo podían morir tan rápidamente?! ¡Se suponía que hasta la dominación más débil era increíblemente resistente! ¡Incluso con sus catalizadores a toda potencia habría sido un dolor tener que lidiar con ellas!
Ahora su objetivo podía huir o llevar a cabo un contraataque sin problemas. La sucia y vil renegada había con toda su perfidia y maldad planeado una estrategia por si las cosas se ponían en su contra.
Se le había adelantado esa petarda incapaz de hacer otra cosa que repartir madrazos como un principado enloquecido y arrojar rayos en todas direcciones como una maníaca sin control... Se le había adelantado a ella, la que una vez fue candidata a arcángel, la preferida de Ardamantiel.
— Vosotros... ¿Cómo os atrevéis? ¿Cómo os atrevéis? ¡¿Cómo os atrevéis?! ¡¿Cómo os atrevéis?! ¡¿CÓMO OS ATREVÉIS?! ¡¿CÓMO?! ¡¿OS?! ¡¿ATREVÉIS?! ¡¿Cómo?! ¡¿CÓMO?! —Sus gritos de furia ciega fueron acompañados por el pitido de la energía celestial circundante, que vibraba a medida que la luz de la puerta se hacía más brillante.
La puerta, aparte de ser la única conexión con el Cielo en cientos de millas, le permitía alcanzar niveles de poder equivalentes a los que podría llegar en su mundo original forzando la fuerza del sacro espíritu de la luz sobre las tierras de esa inmunda existencia planetaria y anulando pues uno de los mayores obstáculos de luchar en Ekonne, donde la luz divina y resplandeciente se veía opacada por el fulgor de millares de energías cambiantes y desordenadas.
Su cabello brilló como llamas áureas a medida que las seis alas del serafín emitían una presión tan fuerte que la niebla y las nubes que rodeaban la montaña desaparecieron, dejando a la vista el inicio de una calamidad y el fin de una contienda entre entes supranaturales.
ርግጸኛ ዲኻ
— Estoy segura, ella fue como yo, no podemos permitir la existencia de otro grigori.
La mujer posicionó sus manos en forma de rezo e inició el canto con el que pensaba borrar toda la montaña solo para aniquilar a un solo enemigo. Ya que toda moderación era poca con tal de cumplir las órdenes de sus amados arcángeles, aún si eso significaba destruir hectáreas y sacrificar a miles.
-Deum-patrem, fontiâ tul
Sapio-glorîs.
Purifitat ab-peccatumium,
destriut ab-corrumpiro,
guidam-meum Flam-maris.
Meum alais sunti luxa,
meum spirtu glorisis.
Nathaniel et Ardamantiel pir —El hechizo estaba completo y toda la energía del serafín fluyó hasta la planicie con tanta violencia que los ojos de los brazaletes lloraron sangre tal exceso de energía embravecida.
Ese era el ataque por excelencia de los siete generales de la serafinia, un cúmulo de luz concentrada con ningún otro propósito que la aniquilación total y absoluta de los enemigos del Cielo. Básicamente, una bomba de destrucción masiva creada por seres que poco o nada valoraban las vidas ekonianas.
La luz se arremolinaba alrededor de la cima de la montaña ahora al descubierto, donde se podían ver claramente a un ser alado aprovechando el poder del portal para potenciar su ataque.
— Deiche... —llamó Siora, inexpresivo ante tal situación.
No era el miedo ni la ira lo que dominaban su corazón en ese momento, sino una emoción más oscura y profunda, una que el espíritu sentía entre escalofríos.
— ¿S-sí, amigo mío que nunca levantaría la mano contra mi persona? —dijo con el tono más condescendientemente amable que su voz le permitió.
Pero de poco le servía la amabilidad, pues su condena ya había sido dictaminada.
— Hasta donde yo sé, más que nada por lo que aprendí de vosotros, los serafines tienen mucha capacidad de acumulación, pero muy poca de absorción, por lo que si bien pueden arrojar ataques poderosos, no recuperan esa enorme cantidad de energía hasta mucho después ¿No es así? —explicó repitiendo las enseñanzas que le inculcaron desde joven.
Esos ojos azules brillaban levemente, pero de alguna forma parecían eclipsar al poder del celestial por mucho.
— Eh, bueno, yo... Verás... Tardamos bastante en derrotar a las dominaciones ¿No? Eso daría suficiente tiempo como para recargarse... ¿Tal... vez? —dijo la primera excusa que se le pasó por la cabeza.
En respuesta a semejante estupidez Siora materializó una cuchilla de piedra anormalmente grande y la alzó con excesiva agresividad para cortar en pedacitos al idiota de Deiche. Total, los espíritus no mueren, así que no contaría como un crimen el apuñalare un par de docenas de veces.
— ¡Conque la culpa es mía por tardón ¿Eh?! —gritó mientras se abalanzaba en contra del estúpido espíritu caprino.
Tal parece que descargar su ira era un asunto más importante que el estar a punto de ser desintegrados.
— ¡NOOO! ¡Para! ¡Puede que sea inmortal, pero siento dolor! —gritaba mientras flotaba de un lado a otro huyendo del humano.
El pánico le hacía olvidar que podía flotar a grandes alturas.
— ¡Esa es la idea!
Ignorando al dúo cómico se encontraba el ángel Ladiel observando tranquila a la que una vez fue su camarada. Bueno camarada, luchaban juntas, discutían constantemente, se insultaban y se intentaban matar cuando creían que no las veía nadie... Eso en el Cielo era ser amiguísimas del alma.
— ¿Se le olvida que con tanta energía en el ambiente puedo transportarme por encima de ella y evitar la explosión? Bueno, nunca fue mucho de tener en cuenta las circunstancias, simplemente las utilizaba si estaban a su favor y las destruía si estaban en contra... Ay, dios, es como yo pero más alta y con cara de estreñida... ¿Cómo no me di cuenta antes? -pensó horrorizada ante una inoportuna revelación sobre su propia personalidad.
Sí, esos fueron sus pensamientos mientras la apuntaban con una masa de energía capaz de destruir cada una de las partículas que la componían.
— ¡Chica ángel bruta de la túnica hortera, ayúdame! —gritó el espíritu desesperado mientras se ponía detrás de la caído en busca de protección. Y de un escudo también.
Desgraciadamente para él su grosera elección de palabras le llevó a acabar con la cabeza enterrada en el suelo por obra de la persona de la que buscaba refugio.
— A ver, pagano, tú no quieres morir, yo no quiero irme sin matar a esa lame-culos con un palo por orto, así que colaboremos para que al menos podamos dejar de esquivar sus ataques constantes —le dijo medio decidida y medio cabreada.
Odiaba pedir ayuda para cargarse a esa bastarda de seis alas.
— Vale, supongo. Pero va a ser difícil bloquear eso y más cuando está a punto de terminar... Maldito Deiche, me dijo que sería una misión con pocos problemas —se quejó mientras miraba inquisitivamente al espíritu parcialmente enterrado.
Él podía invocar el poder de los dioses para cambiar las tornas con facilidad, pero solo si conocía que fuerzas estaban siendo usadas en ese momento. Ahí radicaba el problema, pues Sitael era un serafín muy polifacético cuyo pasado implicaba a muchas órdenes con muchas funciones en la jerarquía sagrada. Por eso adivinar la verdadera fuente de sus poderes había sido imposible, lo que le llevaba a esa arriesgada situación.
— Ya, como la arquitecta de luces, Sitael tiene el poder de crear cualquier fenómeno con la luz suficiente. En sus mejores años era capaz incluso de abrir puertas al cielo ella sola... Suerte para nosotros que ahora necesite canalizadores para poder atacar tantas veces —comentó mientras se preparaba para transportarse.
Si Siora podía interferir en el proceso de formación, ella tendría tiempo para incapacitarla y luego derrotarla entre los dos... O derrotarla ella sola, pero darle mérito al pagano para que no se deprima. Los humanos eran muy sensiblones después de todo.
— Espera, quieta parada... ¿Qué acabas de decir? —dijo interrumpiendo su transportación.
Ladiel lo miró con enojo, puesto que era quien más riesgo tenía de morir el que ahora le obligaba a hablar cuando los minutos estaban contados... Quizás hacer una alianza no había sido una buena idea.
¿Es que acaso no valoraba su vida?
— Arg, fácil, los cuerpos de los serafines a pesar de tener mucha capacidad de acumulación son muy malos para conducir energía. Por esto mismo si sus alas, que la conducen excelentemente, no son suficientes, pueden obtener uno o varios canalizadores para no ser un peso muerto en bat-
— ¡Eso no! ¡Lo de crear fenómenos! ¡Cómo funciona! —le cortó frustrado mientras le agarraba de los hombros.
La serafín a punto de dejar caer su bomba de destrucción masiva y ella parloteando como una cotorra. Claro, como ella no se jugaba la vida.
— ¡¿Pues qué va a ser?! ¡Ella crea fenómenos! ¡Su poder es ese! A veces nacen celestiales con habilidades inusuales, eso es de conocimiento común... —le respondió exasperada con tal de que le soltara de una vez. Si no fuera su aliado lo mataría por esa asquerosidad.
Los humanos olían mal casi todo el tiempo y ella ni loca iba a arriesgarse a que le pegasen su hedor. Como decían en el Limbo, "un caído maloliente, es un caído muriente". El olor humano era fácilmente detectable por las bestias de los páramos y ella ni loca iba a convertirse en alimento de esas criaturas solo porque al pagano le había dado por abrazar a la gente en sus últimos momentos.
Siora simplemente la soltó una vez escuchadas sus palabras y sin dedicarle una sola mirada entrelazó sus dedos a la altura de su corazón e inmediatamente después separó las piernas a la par que las flexionaba, manteniéndose en una posición bastante incómoda e inusual. Una vez el sonido del aire chirriando como una olla a presión por el conjuro de la celestial se hizo presente, levantó las manos aún unidas por encima de su cabeza y las bajó fuertemente hacía el suelo mientras estiraba su pierna derecha hacía atrás.
Antes de que estas golpeasen el suelo, haciendo retumbar toda la planicie, Ladiel sintió un enorme tirón del cabello, siendo arrastrada por el mismo un par de decenas de metros.El autor que fue otro que el cara de cabra, quien otra sesión de besuqueo por el suelo si la mano del mismo no hubiera cubierto su boca con una notable ansiedad.
— No hagas ruido y prepara tu ataque, lo que va a hacer Siora es peligroso para ti, pero al menos te dará la oportunidad de patearle el trasero a ese pollo con complejo de artillero —dijo seriamente, cerrando cualquier hipotética discusión sobre lo que acababa de hacer.
Una esfera gigante de luz incandescente cayó en picada hacía el pagano, incendiando el aire a su alrededor, lo que le sumaba un mayor poder destructivo. En dos segundos el ambiente se hizo irrespirable y la temperatura insoportable, pero él siguió impasible, esperando su respuesta.
El tiempo pareció detenerse en el resto del mundo, pero no se centró en ese hecho, ya que esperaba su respuesta.
Entones miles de susurros cubrieron su mente con un manto ensordecedor, pero él no les escuchó, pues no eran a quien debía prestar atención.
Fue cuando un frío atroz inundó su ser hasta que su corazón casi estuvo a punto de detenerse, pero él no se alarmó. Faltaba poco.
El frío menguó y una sensación ominosa surgió de la tierra que él había golpeado. Al isntante Siora separó sus manos y extendió sus dedos lentamente hacía el suelo, donde diez grietas se abrieron para dar cobijo a las falanges del invocador como si de las llaves de una puerta antigua se trataran.
Su respuesta fue escuchada, su aprobación fue recibida y el joven humano sacó sus sangrantes dedos del suelo con absoluta indiferencia hacía el dolor que sentía.
Dejó de estar arrodillado ante el ataque de esa inmunda criatura del caos y extendió sus palmas enrojecidas por la sangre como un advenimiento de lo que iba a pasar, pues la piedra dura que había aguantado una cruenta batalla entre sobrenaturales se resquebrajó como una fina capa de hielo y de esta una corriente tan fuerte y tan potente como los lamentos de mil almas surgió hacía los cielos para traer destrucción y calamidad.
Sus ojos brillaban como dos zafiros, su pelo negro revoloteaba como una bandera de muerte, su piel pálida brillaba ante la abrasadora aniquilación... Él era el druida, el hijo elegido de los dioses de Ekonne, y su grito de guerra marcaría el inicio de la era de la perdición.
— ¡Fomoria!
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