Capítulo 10
El bosque era cada vez más imponente a medida que se acercaban a su destino. Los árboles eran tan grandes que cubrían el cielo con sus ramas, dejando el espacio bajo sus hojas en una perpetua noche que solo era iluminada por las luciérnagas que habitaban entre las raíces surgían de la tierra como serpientes gigantes y obligaban a los viajeros a escalarlas para poder seguir su camino.
Ladiel estaba planeando su discurso de defensa. Su principal argumento sería que el susodicho apareció de repente, la acosó y la atacó. Estaba claro que no podía demostrarlo solo con su palabra, por lo que quería que llamaran al pájaro para que alegase a su favor. Seguramente con lo enfadado que estaba con él no tendría reparo en apoyarla.
Siora por su parte estaba asustado y algo enfadado por la conversación anterior con la quilín. Pensaba defender sus objetivos a toda costa y ya se imaginaba insultando y gritando a ese montón de vejestorios por llevarle la contraria.
Por último, Erilia estaba preocupada por dos razones: la primera, la decisión de los sumos sacerdotes y la segunda, el par de maníacos que iban detrás de ella.
Estaba claro que de una forma u otra el conflicto iba a reinar ese día.
Al final llegaron a una extensión ocupada únicamente por un árbol que a Ladiel le pareció de aspecto enfermizo cuyas raíces cubrían irregularmente a modo de suelo todo el lugar en un radio de varias decenas de metros.
Asimismo Erilia los condujo hasta una especie de hueco semicircular desde donde en lo alto, formando una media luna estaban los sumos sacerdotes, 9 seres de especies variadas. Todos con un poder abrumador que inmediatamente hizo que Ladiel olvidase completamente su discurso preparado.
Siora en cambio simplemente se hurgaba en la nariz viendo como Ladiel temblaba levemente mientras que en su mente se burlaba de ella por cobarde. Después de todo, el poder de los sumos sacerdotes era el de Tyr Na n'Og y este no dañaba a quienes eran invitados. Era de conocimiento común.
- Bienvenidos de nuevo, jóvenes guerreros -dijo el mismo anciano que había realizado el ritual de predicción a Ladiel hacía unas horas.
El ángel recordó lo que le dijo Siora de camino a ese lugar para informarla. Los sumos sacerdotes eran los representantes de los dioses de la tribu Dannan, los creadores de vida.
Se dividían en nueve ramas divididas en tres bloques dedicados a la vida y su manutención, a las criaturas que habitaban el mundo y a la contra-respuesta a peligros para el equilibrio. Los tres simbolizaban las funciones de los dioses así como las diferentes leyes de la naturaleza que ni ellos podían romper.
El anciano representaba a la rama de la sombra, que se encargaba de sacar a la luz los secretos del mundo y del tiempo, también conocida como Thon, estando este en el segundo lugar desde su izquierda.
Teniendo eso en cuenta y el que los sumos sacerdotes estuviesen separados en grupos de tres individuos ligeramente más cercanos, asumió que el orden de su presencia era el mismo con el que se representaban a las ramas.
El primero desde la izquierda era el sumo sacerdote de la rama de los bosques, Pan, encargada de mantener el equilibrio del ciclo vital, un hombre anciano de pelo canoso largo trenzado que le llegaba hasta sus pezuñas de caballo típicas de los sátiros.
Ladiel no le dio mucha importancia, pero para Siora, él era el único al que debía de tener en verdadera consideración. Después de todo era el supervisor de todos los guardianes y el más severo de los sumos sacerdotes.
El tercer lugar era para una joven centáuride de cabellos rosáceos y ojos dorados. Era la suma sacerdotisa de Verd, la rama del amor, encargada de la fertilidad y la reproducción. Pero a pesar de su belleza y su aspecto inocente, Ladiel pudo divisar una fría mirada analítica proveniente de sus ojos.
Además, por muy atractiva que fuese, en nada se comparaba en vistosidad con los integrantes del segundo grupo que estaba situado en el centro.
Este tenía al sumo sacerdote de Shar, la rama de las bestias, un hombre vestido con una capa harapienta que tapaba a duras penas su cuerpo cubierto de pelaje gris, pero que no ocultaba ni de lejos los afilados y relucientes colmillos que llenaban su boca; el sumo sacerdote de Jad, la rama de los hombres, una criatura reptiliana de color anaranjado chillón con una terrible cicatriz donde habrían de estar sus ojos; y el sumo sacerdote de Yush, la rama de los espíritus, un ser de casi cuatro metros de altura similar a un centauro, pero con cuerpo y astas de ciervo de los cuales crecían musgos, hongos y algunas flores.
Y por último, a la derecha, el grupo más siniestro, conformado por el sumo sacerdote de la rama de la guerra, Gao, encargada de la eliminación de seres peligrosos, un hombre pelirrojo con alas blancas en vez de brazos que exudaba un aura de brutalidad y fuerza que combinaba con su musculoso cuerpo lleno de cicatrices y tatuajes tribales; seguido del sumo sacerdote de la rama del olvido, Nes, encargada de la destrucción de conocimientos peligrosos y prohibidos, un joven fauno albino de cuernos y ojos rojos que mantenía un aire de peligrosidad que no era normal ni entre demonios superiores; y la suma sacerdotisa de la rama de la niebla, Morl, encargada de la protección del bosque ante cualquier intruso y la supervisión de los vigías, una mujer encapuchada de cuencas vacías y la piel de un color azul grisáceo, siendo ella la que causaba una peor sensación a Ladiel.
Era definitivo, estaba muerta.
- Saludos de nuevo a los sumos sacerdotes... -dijo Erilia inclinándose- Os presento a la invitada del bosque y compañera de batalla del guardián Siora, la ángel errante Ladiel.
Al escuchar su nombre, Ladiel sintió como las miradas de todos los sumos sacerdotes se centraban en ella por un segundo. Ese sentir... La de estar ante seres mucho más poderosos que ella... La de estar a su merced... Odiaba esa sensación.
- Bien, supongo que Erilia no debe de haberos explicado la razón por la que os llamamos ¿Verdad? -dijo el sumo sacerdote de Pan provocando un leve temblor en Erilia.
- Lo lamento mucho, sumo sacerdote del bosque, pensé que lo ideal sería que se les fuese explicado por ust- -intentó excusarse, pero fue interrumpida por el sumo sacerdote.
- No hace falta que expliques nada, ya sabemos todos aquí de tu negativa a obedecer nuestra voluntad. Irónicamente tenías que ser el único celestial que no sabe obedecer -dijo mirándola de menos.
Los ángeles caídos y los demonios renegados que no hallaron lugar ni en el Limbo ni en las tierras de Ekonne tenían la oportunidad de recibir asilo en Tyr Na n'Og a cambio de purificarse del poder del caos y respetar el orden de la naturaleza. Con el tiempo fueron tratados como habitantes del bosque como cualquier otro e inclusive hubo algunos que decidieron honrar a los dioses Dannan y proteger el lugar que consideraban su nuevo hogar.
Pero eso no significaba que el conflicto con el Cielo y el Infierno hubiese acabado ni que no hubiese quienes no perdonaban ambas razas por el daño cometido. Por lo tanto no era raro que demonios y ángeles se viesen ante situaciones de discriminación como esa.
- Oh, Travius... -dijo la suma sacerdotisa de la niebla con un tono amable que inmediatamente fue sustituido por una expresión de ira inmensa- ¿Quién te crees que eres para tratar así a mis vigías? ¿Con que derecho miras con desprecio a alguien que ha servido fielmente al bosque durante milenios?
Era bien conocido el odio del sumo sacerdote de los bosques hacía los celestiales, pues la historia que dio origen a su resentimiento es tan conocida como prohibida entre los habitantes de Tyr Na n'Og.
Pero ni siquiera ese trágico acontecimiento justificaba para la suma sacerdotisa de Morl semejante comportamiento hacía sus subordinados.
Uno que por desgracia llevaba a cabo siempre que tenía la oportunidad, independientemente de la situación en la que estuviese o de si aquel accionar podía amenazar la paz de Tyr Na n'Og.
- ¿Con que derecho? Era su obligación seguir nuestras decisiones y no solo nos ha puesto en duda sino que se niega a cooperar... Era de esperar... Ni aunque se les corte las alas y se les purifique sirven para proteger, no me extraña que fuesen abandonados al ca-
- "A los hijos perdidos de otros también habréis de proteger. A aquellos que huyen del caos y buscan asilo en brazos de Dannan". Eso fue lo que dijo la diosa Anvasta ¿No es así? -dijo Siora interrumpiendo la discusión de los sumos sacerdotes.
- ¡Siora, no! ¡Qué haces! ¡¿No ves el desastre que vas a causar?! ¡Piensa por una vez y quédate callado! -piensa Erilia estupefacta ante la descarada actitud del joven.
Por otra parte Ladiel lo aplaudía en su mente.
Admitía que Siora había hecho una estupidez, pero al menos la había hecho como era debido: Moviendo la atención de todos hacia él y volviéndola invisible en comparación.
Porque eso era lo que había hecho, llamar la atención de todos los sumos sacerdotes. Que un guardián se atreviese a ir en contra del sumo sacerdote del bosque...
¡¿Cuándo se había visto algo así?!
- Siora... ¿Me puedes explicar lo que acabas de decir? -dijo Travius con una mirada de furia asesina.
Siora solo lo miró con indiferencia y suspiró... Una cosa era que se metieran con sus objetivos, que lo tratasen como a un niño, que pusiesen en duda sus capacidades como guardián e incluso utilizasen la muerte de su madre como excusa para mantenerlo atrapado.
Hasta ahí podía soportarlo.
Pero ver como insultaban a aquella que más se esforzaba en todo el bosque por algo tan insignificante... no, por algo tan injustificable como su raza... Era algo que no iba a permitir.
Ya estaba muy harto de que el sumo sacerdote Travius despreciase por lo bajo a los inmigrantes y los relegase a las zonas más remotas y aisladas solo para sentirse mejor consigo mismo.
Menospreciar a Erilia delante de todos los sumos sacerdotes fue la gota que colmó su paciencia y acabó con el poco respeto que le procesaba al sátiro.
- ¿Tan difícil es de entender? Empiezo a pensar que el puesto le viene demasiado grande, sumo sacerdote Travius...
Ante esas palabras el sumo sacerdote de Pan intentó lanzarse a por él, siendo detenido por los sumos sacerdotes de Thon y Verd.
- ¡Atreverse a llevarle la contraria a su maestro! ¡Independientemente de la situación ningún guardián debería atreverse a semejante desfachatez! -exclamó el sumo sacerdote de Gao, siendo apoyado por sus compañeros de Jad y Nes.
La obediencia hacia los ancianos era la piedra angular de las ramas. Los mayores enseñaban a los jóvenes, los jóvenes seguían las enseñanzas de los sabios y así el conocimiento y la experiencia se transmitían.
- ¿Y tengo que recordarles a los sumos sacerdotes que no solo soy un guardián? También soy un druida y, por lo tanto, tengo el derecho de saber por qué un representante de Dannan, alguien que debería dar ejemplo, no sigue las palabras de aquellos a quienes honra. Y no solo eso sino que se atreve a condenar por desobediencia cuando es el último que debería de tener derecho a condenarla -proclamó con los brazos cruzados, cerrando las bocas de los cuatro sumos sacerdotes y dejando la de Erilia colgando.
Definitivamente ese no sería un día tranquilo.
Por suerte, el sumo sacerdote de Yush dio un paso al frente y levantó los brazos en señal de silencio, evitando pues que el conflicto vaya a más.
- Aunque considero que en cualquier otra ocasión la intervención del guardián Siora habría sido reprensible dado que su deber como guardián tiene preferencia ante su todavía inexperiencia como heredero de los druidas, pero le recuerdo para que le hemos convocado junto con su invitada y que semejante actuación por parte del líder de una de las ramas en estas circunstancias es inaceptable, sumo sacerdote Travius... -advirtió tanto al sátiro como al humano, quienes guardaron silencio al instante y se tragaron sus argumentos.
Uno había dejado en evidencia a los dioses Dannan ante una invitada con la que esperaban además de insultarla indirectamente con sus comentarios raciales, poniendo en peligro sus planes de batalla.
Siora en cambio había ofendido a los sumos sacerdotes con su actitud, dejando ver que su autoridad podía ser quebrantada... Algo que podría suponer un precedente peligrosos en esos tiempos de conflicto.
Y mientras Travius y Siora se lanzaban miradas asesinas en silencio a la par que Erilia rezaba a los dioses por protección y misericordia, Ladiel sudaba a mares, pues reconocía una reunión importante cuando la veía, y esa situación indicaba claramente circunstancias no muy pacíficas.
En primer lugar todos los supuestos líderes administrativos del bosque se habían reunido para hablar con un protector y una intrusa, lo que ya de por sí ya olía mal.
Pero además el ambiente de tensión y ansiedad se palpaba en el aire. Era como si estuvieran a punto de cruzar un punto de no retorno y les entrasen las dudas antes de saltar al vacío.
Por no mencionar que esa extraña importancia que le daban a mantener una buena imagen delante de ella iba más allá de la cortesía invitado-anfitrión. Es más, teniendo en cuenta el como la miraban de reojo, no hacía falta ser muy lista para saber que querían algo de ella.
- Al menos no me van a juzgar por el asesinato del suicida... -pensó en un intento de verle el lado positivo a la situación.
- Claro que sí, sumo sacerdote Rhakneus, esta rudeza es impropia de nuestra posición... -dijo la suma sacerdotisa de Morl con obvia hostilidad hacía el supervisor de los guardianes- Es una lástima, pero el conflicto con la raza celestial sigue infundiendo preocupación entre los habitantes de este bosque hasta el punto que hasta aquellos que son nuestros aliados se ven afectados por dichos miedos. Desgraciadamente no podemos hacer nada para evitarlo, pues la fuente de esta discordia que aun acecha a los hijos de Dannan se encuentra más allá de lo que abarcan nuestras fronteras e incluso más allá de las grandes y extensas Tierras Decadentes... Al menos por ahora.
Las palabras de la mujer sentaron el precedente de las negociaciones y obligó al resto de sus compañeros a centrarse en la razón por la que habían convocado a los dos individuos.
- Veréis, desde hace semanas se han dado casos de avistamientos por parte de mis vigías de fuerzas sacras en las ciudades que poseen buena relación con el imperio de Ferna hasta el punto en que se sabe que varios escuadrones de caballeros y paladines se han acercado peligrosamente a la frontera del bosque en sus "exploraciones" -dijo dándole mérito a Erilia de forma sutil.
Siora poco a poco empezó a comprender por donde iban los tiros, pero al contrario a la reacción esperada de un partidario belicista como él, no mostró entusiasmo, sino confusión.
- ¿Está diciendo que... Ferna está planeando un ataque al bosque? -preguntó aprovechando la pausa del sacerdote.
Estaba claro que eso era imposible.
Las Tierras Decadentes no eran aptas para la marcha de ejércitos. Su clima era frío con vientos fuertes muy frecuentes, sus recursos eran extremadamente limitados y la cantidad de bandidos demasiado alta como para llevar un viaje tranquilo.
Y eso sin contar a las grandes bestias y al pueblo "salvaje" al que tanto se temía.
Un ejército humano no podía cruzar esas tierras de nadie y mantener las fuerzas necesarias para enfrentarse a las fuerzas de Tyr Na n'Og. Ni siquiera con la ayuda de los celestiales, quienes perdían gran parte de su fuerza lejos de los templos.
Unos que en las Tierras Decadentes eran escasos gracias a él.
- No, estamos diciendo que están planeando un ataque a las Tierras Decadentes... Lo sabrías si no te hubieras ausentado tantos días, Siora. Melchor de la antigua torre de Panoptes ha despertado de su sueño. Supongo que sabes lo que significa -respondió condescendientemente el sumo sacerdote de Pan, provocando que palidezcan tanto Siora como Erilia.
Era un aviso.
El castigo estaba llegando a su fin y pronto la vida reclamaría los territorios que habían estado utilizando como murallas naturales.
- Err, disculpen mi intromisión, señores sumos sacerdotes, pero... ¿Puedo saber de qué estáis hablando y por qué me incumbe a mí esta situación? No es que me moleste vuestra cortesía, pero como que no me parece que deba de escuchar un asunto que parezca tan... ¿Confidencial? -expuso Ladiel, llevándose toda la atención.
Vale que odiaba ser el objetivo de las miradas de esos seres, pero saber que muy probablemente iba a estar involucrada en una contienda y no saber de qué se trataba le recordaba las veces que la enviaron a ella y a sus soldados a misiones como carne de cañón.
No iba a volver a poner en peligro su supervivencia por simple miedo a hablar.
- Las Tierras Decadentes son el producto de un castigo divino efectuado hace más de mil años contra unas naciones infernalistas que estuvieron en guerra contra Tyr Na n'Og. Se dice que el mago Melchor provocó ese desastre y que por ello sería maldecido con vagar solo y confuso por las selvas por toda la eternidad. Al menos se suponía, hasta que hace unos días despertó de su somnolencia y enloqueció por los siglos de reclusión forzosa. Entonces recordamos cierta profecía llevada a cabo por un sacerdote demoníaco que dictaba que las tierras estériles volverían a la vida cuando el heredero de la torre de los mil ojos reaparezca de nuevo, una que por alguna razón llegó a manos de los fernianos, quienes tal parece que han establecido que dentro de unos diez o veinte años, las estepas que son ahora tierra de nadie se convertirán en un lugar perfecto para ocupar -explicó el sumo sacerdote de Thon con una sonrisa alegre muy discordante respeto al tema que trataba.
Su principal afición era la de contar historias, una de las principales razones por las que acabó como el encargado de los misterios y secretos del mundo, posición en la que se tiene acceso a una cantidad considerable de eventos y sucesos extremadamente interesantes.
- Esa es... una explicación un tanto simplificada, pero concisa. Sabemos que Ferna quiere quedarse con las tierras que hacen de escudo para nuestro bosque y también que la orden de Nathaniel lleva queriendo exterminarnos desde hace mucho tiempo. Es por eso que este asunto supone una grave amenaza para el bosque -completó la suma sacerdotisa de Morl.
Era obvio que si su potencial enemigo ganaba poder, ellos se verían amenazados. Pero tampoco es que pudieran hacer mucho para evitarlo.
No tenían un ejército tan grande y coordinado como el de los humanos y sus dioses batallaban constantemente contra el caos exterior, por lo que no podían simplemente erradicar a sus enemigos porque sí.
Para ello necesitaban al druida, el único capaz de canalizar el poder de los dioses dentro de su cuerpo sin que estos le prestasen total atención.
- Ferna desconoce que sabemos de sus intenciones y queremos que siga así por un tiempo. El factor sorpresa es crucial... Por ello necesitamos enviar al más capacitado en cuanto a enfrentarse a los celestiales se refiere... -dijo el sumo sacerdote de Gao con tono hosco.
No le gustaba confiar ni en forasteros y mucho menos arriesgar al único hijo de Amara, pero eran tiempos desesperados que requerían medidas desesperadas.
- Por ello te pedimos a ti, Siora del extinto pueblo de Asdiche, que luches en nuestro nombre para salvar las vidas de quienes viven bajo la protección de Dannan. Y a ti, ángel errante Ladiel, que aceptes hacer una alianza contra nosotros, quienes compartimos un enemigo en común contigo -expuso el sumo sacerdote Rhakneus inclinándose en signo de ruego.
Erilia tenía mucho, pero que mucho que objetar, pues estaban diciendo que iban a enviar a dos jóvenes a luchar contra el país más poderoso del continente y al único que consiguió mantener en orden un pacto entre celestalistas e infernalistas.
Pero calló, no por miedo ni lealtad, sino por la mirada de la suma sacerdotisa de Morl, quien le indicaba sin palabras que su papel en la lucha sería otro, pero que de igual manera ayudaría a aumentar las posibilidades de supervivencia de Siora.
- ¿Yo? ¿Contra Ferna? ¿Ese país temido hasta por las naciones de otros continentes? ¡¿Ese Ferna?! -preguntó confuso el humano, quien ya empezaba a sospechar que solo lo querían enviar como carne de cañón.
Vale que el poder de un druida sea considerable, pero ni el más poderoso de su linaje habría podido invadir un país como Ferna él solo.
¡¿Qué les hacía pensar que él sí podría?!
- No vamos a enviarte a luchar contra los ejércitos fernianos, Siora. Hay muchas maneras de acabar con un enemigo tan grande sin confrontarlo directamente -explicó el sumo sacerdote de Nes calmadamente.
Su voz era suave como la seda, pero imbuida en un sentimiento agresivo y asfixiante. Le calmó los nervios y apaciguó su pánico a la par que lo mantenía atento a las circunstancias a su alrededor.
- Ferna tiene un poder basado en el equilibrio. Así que una vez que ese equilibrio se rompa, no le quedará otra que gastar sus fuerzas en mantenerse a flote -comentó la suma sacerdotisa de Verd con una sonrisa juguetona.
Como le encantaban las conspiraciones.
- Entra en Ferna, crea caos, mata gente importante, desestabiliza estados, destruye enemigos y vuelve vivo -dijo el sumo sacerdote de Shar, quien con una voz ronca y un dominio del lenguaje un tanto cuestionable, explicó lo que tenía que hacer de una forma resumida y entendible.
Básicamente su plan era que Siora fuese a Ferna, provocase atentados terroristas lo suficientemente catastróficos como para romper la alianza federacionista del imperio y que de alguna manera no alertase a todos los individuos poderosos que custodiaban esa nación y que podían destruirlo con extrema facilidad.
Una forma de buscar la muerte bastante extremista.
Vale que el sistema de guerrillas fuese su modus operandi favorito, pero que le pidiesen que se encargase de llevar a la ruina a todo un imperio... Simplemente no estaba al alcance de sus habilidades.
Aun así, incluso si se trataba de una idea suicida ¿No era acaso su oportunidad de vengarse por fin? Además, en caso de tener éxito salvaría al bosque y evitaría incontables bajas entre sus allegados.
Cierto, aquello no solo trataba de lo que él quisiese, sino de mantener a salvo a su familia. Una que no estaba dispuesto a perder.
- Fomore, por favor, no os llevéis mi alma tan pronto -pensó para sus adentros.
- Comprendo... Yo, Siora, acepto el honor de luchar en nombre de Tyr Na n'Og -juró bajando la cabeza.
Incluso si acababa muriendo, iba a evitar que Ferna amenazase el bosque a toda costa. Eso sí, tampoco iba a morir solo por hacerse el héroe. Su supervivencia sería su prioridad.
Total, tenía alrededor de diez años para arreglárselas...
No era mucho tiempo, pero era suficiente para él siempre y cuando no muriese de forma estúpida.
- Errante Ladiel, sabemos que desconfías de nosotros y que no viniste aquí buscando un hogar, pero te pedimos que seas tú, una experta combatiendo tanto celestiales como infernales, la que proteja al último druida -pidió la suma sacerdotisa de Morl.
El resto de guardianes eran inexpertos a la hora de vivir entre humanos y muchos eran impotentes contra los veteranos. La aparición de una caída como ella sin afiliación era una oportunidad que no pensaban dejar ir.
- A ver, según lo que ha dicho, Siora va a enemistarse tanto con celestiales como con infernales de una forma no muy sutil... Eso implica que si voy con él, mis posibilidades de sobrevivir serán mínimas. Además, mientras yo podría tardar siglos en efectuar mi venganza correctamente, vosotros solo tenéis dos décadas como mucho para evitar que Ferna se fortalezca... Es un plan que ya de por sí es precipitado y con pocas posibilidades de éxito, por no mencionar que incluso si la misión resulta salir bien, podríais romper la alianza tan pronto como deje de ser necesaria. Mis objetivos son casi imposibles, después de todo. Así que no, no acepto, no veo ninguna razón lógica para prestaros mi ayuda -dijo secamente mientras mantenía su vista fijada un poco por encima de sus cabezas para hacer como que los miraba directamente a ellos.
No importaba si eran mil años, diez mil años o cien mil... Tenía mucho tiempo para planificar, entrenar y fortalecerse como era debido en vez de ir de cabeza a una muerte segura por gente que ni le importaba.
Lo sentía por Siora, pero no iba a dejarse matar tan fácilmente.
- En realidad sí que podemos aportarte algo... Tienes objetivos de venganza cuyas muertes son beneficiosas para nosotros y le guardas rencor a los Gemelos de Baulis... -comentó el sumo sacerdote de la sombra.
- Los arcángeles son poderosos, pero no inmortales. Se les puede matar si se alinean ciertas circunstancias... -le siguió el sumo sacerdote del olvido.
- Naathanieel y Arrdamantiel... Ssi noos aiudas, te dirremos como matarrlos -habló el sumo sacerdote de Jad, la rama de los hombres, con dificultad.
Esas palabras calaron fondo dentro de ella y la sorprendieron enormemente.
Le ofrecían la ayuda de Siora para su venganza a cambio de la suya para desestabilizar Ferna... No, la querían utilizar para desestabilizar el imperio al ayudarla a cumplir su venganza. Simplemente sus intereses coincidían y querían aprovecharse.
Atacar a los celestiales era la opción más lógica, después de todo Baulis tenía frontera con las Tierras Decadentes y sus ciudadanos eran mucho más organizados que los de Vlad.
Al ayudarla tenían todo que ganar y muy poco o nada que perder.
- ¿En serio sabéis como matar arcángeles? -preguntó con sospecha.
No estaba de más que le dijeran alguna pista como prueba de su conocimiento. Así, incluso si la misión salía mal, tendría un punto de partida para descubrir como derrotarlos.
Era un seguro.
- Acaba con su representante humano mientras ambos están en Ekonne, bloqueas la fuente de poder del arcángel y luego lo matas como más rabia de dé -respondió con franqueza el sumo sacerdote de la sombra, dejando sin palabras tanto a la celestial como al resto de sumo sacerdotes.
Todos los representantes de Dannan lo miraron como si quisieran destriparlo ahí mismo, a lo que él solo se encogió de hombros y suspiró sin darle importancia a la reacción de sus compañeros.
- Solo le dije lo básico... No es como si fuera a funcionar con arcángeles mayores. A esos es mucho más difícil destruirlos -se justificó.
Para Ladiel eso era más que un punto de partida, era una forma de adelantar muchos de sus planes.
Hasta ese momento las únicas veces que un arcángel había muerto, habían sido tan destructivas que aparte de no quedar testigos del proceso, tampoco era como que aportasen pistas sobre como derrotarlos eficazmente.
No tenía el poder de desintegrar a los seres más poderosos del Cielo y dudaba que fuese a poseerlo en el futuro por mucho que entrenase.
Además, incluso así los únicos fallecidos habían sido menores, mientras que Ardamantiel y Nathaniel eran mayores. Existían en ligas demasiado grandes como para ser aniquilados de un solo golpe.
- Mi venganza os beneficia e incluso si dudo de vuestra información, podría comprobarla atacando a un arcángel, lo que en caso de victoria solo os beneficiaría aún más... Entonces no queréis utilizarme como guardián, queréis utilizar a Siora como mi apoyo. En ese caso no me negaré, después de todo sus habilidades y conocimientos son una fuerza a tener en cuenta. Acepto vuestra ayuda -razonó en voz alta.
Era desconfiada, no estúpida. Rechazar un pacto tan beneficioso, habría sido renunciar a una oportunidad única en la vida.
Además, ellos estaban desesperados, de otra forma no le habrían contado sobre sus planes a ella, una forastera. Aunque eso no implicaba que iba a arriesgarlo todo por una misión apresurada, sino que primero probaría las aguas atacando a sus objetivos más pequeños y si todo iba bien, iría a por los peces gordos.
Técnicamente era quien mandaba, ya que Siora estaba ahí para ayudarla a ella.
- Esto ha sido inesperado, pero favorable. No voy a desperdiciar una oportunidad como esta, sobre todo si es gratis.
Entonces un viento fuerte sacudió a los presentes, llevándose las hojas que cubrían el espacio entre los llamados y la plataforma de los sumos sacerdotes y revelando la presencia de tres objetos misteriosos.
Una daga de piedra con inscripciones extrañas en su filo y empuñadura.
Una pluma rojiza cuya presencia desconcertó a Erilia, pues sentía una terrible nostalgia y tristeza solo con mirarla fijamente.
Y una vara de madera larga y fina con pequeños grabados en un idioma ya extinto.
- Los Dannan han hablado. A vosotros, los nuevos héroes de Tyr Na n'Og, los Dannan regalan tres herramientas para vuestra batalla. Una daga ritual de diez mil años proveniente del pueblo oculto de los subterra, creada cuando todos los pueblos eran uno y todos honraban a los dioses en igualdad; la pluma de la eterna providencia, nacida del renacimiento y la absolución; y la vara de Danosis, un arma y una guía que salvó a incontables vidas durante las guerras raciales -declaró el sumo sacerdote de Yush.
Los tres se inclinaron en agradecimiento recogieron los obsequios antes de irse del lugar.
Ladiel con extrañeza y emoción, pues a pesar de sentir que no tenía el control sobre la situación, algo en ella la impulsaba a creer que en verdad podía lograr su cometido.
Era como si hubiera encontrado por fin una parte de lo que había estado buscando con tanto esfuerzo. Una parte muy pequeña, pero por algo se empezaba.
Erilia con intriga, pues sentía que algo de su pasado estaba intentando resurgir, lo que le causaba curiosidad y miedo a la vez. Era como si el velo que cubría sus memorias y difuminaba sus recuerdos se volviese más delgado ante la presencia de aquel apéndice desprendido.
¿Pero en que se relacionaban una reliquia del bosque y la antigua escriba de los cuatro arcángeles?
Siora en cambio, estaba pensativo, pensativo y confuso, pues reconocía las señales de los dioses cuando las veía. Y ese era claramente un aviso.
Eran dos elegidos, pero les habían dado tres objetos.
Una vara para la guerra, esa era Ladiel.
Una daga para las ofrendas, ese era él.
Pero ¿Y la pluma?
¿Qué sentido tenía darles una tercera posesión?
Pues que aún quedaba alguien para unírseles, uno que representaba el cambio y la transformación. El tercer elegido, el que portaría el objeto de la libertad y la luz para guiar a las sombras más oscuras y sanar a las tinieblas más recónditas.
Un individuo que portaba el conocimiento prohibido sobre la vida y que por tal ofensa se le había negado la muerte.
El que sería llamado siglos después el Sabio de la Providencia.
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