Capítulo 8 Me perteneces
La observé entrar detrás de mi hombre, temerosa, o quizá precavida. Una leve sonrisa se asomó en mis labios, no parecía ser la misma mujer que se mostró ante mí en aquella videollamada.
Solamente al recordarlo la sangre me hervía, pero aquello no era algo que quisiera recordar en ese momento. Preferí dejarlo pasar de momento, aunque me sentía segura de que no iba a dejarlo de aquel modo.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó observando los alrededores con curiosidad.
Le pedí que viniera a una tienda de ropa, no quería que de ahora en más nadie volviera a humillarla ni a decirle algo como lo que aquel hombre le dijo. Por supuesto que a ella nadie debería de humillarle y la persona que lo hiciera pagaría las consecuencias.
—Quiero que te pruebes ropa, vamos a renovar todo tu armario —le dije sin darle mucha importancia.
No fue el mismo caso con ella, se quedó paralizada, con todo su cuerpo rígido a simple vista y sus labios se movieron como si quisiera decirme algo, pero no pudiera hacerlo. Así que me puse de pie y me aproximé a ella, me daba exactamente lo mismo lo que quisiera, iba a hacerlo, ya no solamente por ella.
—Mira Irina, eres una mujer con muchas cualidades, tu estilo de vestimenta no es uno de ellos. Lo que ese hombre dijo no tiene nada de incierto, pero no quiero que nadie te humille de esa manera nunca y para eso tiene que haber un cambio en ti. —le expliqué tratando de ser lo menos duro posible con mis palabras.
—No necesito esto, es más, me parece una tontería que una mujer tenga que cambiar su manera de vestir según su supuesto estatus. Realmente Nikolai si yo no estuviera contigo no tengo nada y en verdad yo no tengo en donde caer muerta. —me recordó como una bofetada mental.
Gruñí, la furia ardía dentro de mí, porque no era lo que yo pensaba de ella y tampoco me agradaba la idea de escucharla hablar de ese modo.
—No me importa ni si lo necesitas, ni tampoco me importa si lo quieres. —respondí con firmeza y un poco de hostilidad en mis palabras se asomó sin intención.
Chasqueé los dedos y una de las mujeres que había estado observando todo a una distancia prudente se acercó de prisa. Vi la chispa en los ojos de Irina encenderse y una sonrisa burlona se apoderó de mis labios.
—Por favor, acompañe a la señorita para que pueda entrar al probador y comenzar con la ropa que separamos en una primera instancia —le pedí a la mujer que en el mismo silencio que se había parado a mi lado, asintió.
Irina puso un gran gesto de asco, pero no me reprochó, en cambio, siguió a la mujer detrás y entró en el probador. Seguido de aquello escuché un leve chirrido y asomó solamente su cabeza.
—¿¡Que es todo eso Nikolai!? —exclamó con exasperación—. Si me pruebo toda esa ropa terminaré quizá en una década.
—Es todo lo que necesitas, pero no estoy seguro de que te quede como debería, así que debes de probarte todo, así puedes asegurarte por ti misma y por qué no, también yo poder apreciar lo maravillosa que te ves.
—¿Es decir que pretendes que te modele todo eso? —preguntó con su boca semiabierta y salió de mis labios una pequeña risa.
—Así es, ¿te molesta? —alcé una ceja, cruzado de brazos.
No me respondió, diciendo cosas que no alcancé a escuchar, volvió al probador y se tardó un buen rato en salir con el primer conjunto que había escogido para ella.
Mis labios se separaron sin permiso, mis ojos escudriñaron todo su cuerpo. Le iba mejor incluso de lo que me pude imaginar y aquello hizo que mi garganta se quedara seca.
No sabía que era más seductor, si el hecho de que Irina estuviera modelando para mí con tanta molestia o si aquel conjunto perfectamente adherido a su cuerpo.
—El siguiente —ordené chasqueando los dedos cuando logré despegar mi mirada de ella.
Se continuó probando la ropa, cada vestido, falda y conjunto le quedaba mejor que el anterior. Miré a la mujer, que estaba parada observando a Irina caminar con el siguiente conjunto y le hice un gesto para que se retirara.
—¿Por qué le dices que se vaya? —pregunta Irina con molestia—. Debiste contratar a una modelo si lo que querías era un show.
—Para eso te tengo a ti —me encojo de hombros—. Ven.
Ella se quedó parada mirándome como si le estuviera hablando en otro idioma y volví a gruñir. Me levanté yo y fui hasta ella, retrocedió con pasos torpes.
—¿Qué haces? —preguntó en un tono apenas audible.
—¿No te divertiste hoy cuando me llamaste? Es mi turno de divertirme —respondí entre gruñidos.
Su cuerpo chocó contra la pared y mis dedos se enlazaron en su cabello antes de besarla con una necesidad que ni siquiera yo sabía que tenía. Sus labios ahogaron un jadeo sobre los míos y un leve gemido se asomó, no me importaba que estuviéramos en una tienda, pensaba hacerla mía ahí, justamente ahí.
Me separé de sus labios quería ver su rostro mientras mis dedos se deslizaban lentamente por la piel de sus piernas hasta escabullirse debajo de su falda. Le corrí las bragas, mis dedos se movieron lentamente y la sonrisa sobre mis labios no tardó en aparecer al verla morder su labio.
Cerró sus ojos, introduje mis dedos y presionó sus dedos en mi hombro cuando los gemidos salieron de sus labios. Era música para mis oídos, bajé poco a poco y levanté una de sus piernas.
Me apoyó el tacón sobre el hombro, sus dedos se enlazaron en mi cabello, no dudé ni un momento en empezar a probarla lento, muy lento. Cuando profundicé en ella, mi celular comenzó a sonar y me separé un poco, lo que hizo a Irina gruñir.
Miré la pantalla, era Timur y si me estaba llamando era porque tenía noticias para mí, debía de responder incluso si no era lo que deseaba en aquellos momentos. Intenté levantarme, pero el tacón de Irina se clavó sobre mi hombro y me indicaba con esa mirada que no me atreviera a dejarla de aquel modo.
Tuve que respirar con profundidad, pero había algo más importante que complacerla en aquellos momentos, así que aparté su pierna de mí y ella soltó un insulto por lo bajo.
Salí de la habitación y le di una señal a la mujer que estaba a una distancia prudente de que podía entrar nuevamente.
—Espero que sea importante —dije al tomar la llamada.
—Siempre que lo llamo señor lo es —responde con la voz un poco temblorosa y escuché los gritos de fondo—. Tengo lo que me pidió.
—Excelente, entonces iré para ahí —avisé antes de cortar a la llamada.
Volví a la sala en la que Irina estaba, me aproximé y ella ni siquiera me miró a la cara.
—Tengo que irme, es algo de suma importancia. Termina de escoger la ropa que te gusta. —no me respondió así que miré a la mujer—. Que se lleve el vestido para esta noche por favor.
—Así será señor —respondió la mujer asintiendo.
Me marché con el pensamiento de que probablemente eso no sería fácil que me lo perdonase, pero si todo salía como era de esperarse, me daba la pequeña esperanza de que fuera consuelo suficiente.
Llegué al sitio, alejado un poco de la ciudad. Entré y Timur estaba sentado en una silla leyendo el diario, como si la situación estuviera para eso.
—¿Qué haces leyendo? —le pregunto antes de golpearle el hombro.
Timur se despertó sobresaltado, se había quedado dormido leyendo esa mierda y a mi mente llegó el pensamiento de que debía de estar muy aburrida esa mierda o el cansancio de no tener un día de descanso le estaba pasando factura.
No es como si yo fuera un jefe de mierda, no me caracterizaba por ser un explotador. Siempre quería darle un día de descanso, pero Timur se negaba a despegarse de mi lado, decía que no podía confiarle el ser mi mano a ningún idiota que no demostrara ser la mitad de leal de lo que era él.
—Lo siento señor —dijo aún somnoliento.
—Puedes tomarte el resto del día, quiero encargarme de esto personalmente y hoy habrá un evento especial, vamos a estar haciendo negocios, nada fuera de lo que es una aburrida fiesta. —comenté restando importancia.
—Señor, no lo tome a mal, pero aunque sea una fiesta como cualquier otra, no se sabe cuando puede necesitarme o cuando puede ocurrir algo —dijo con la mirada puesta en el suelo—. Me iré a descansar un rato y lo veré más tarde.
Como era normal en él no me dio tiempo a negarme, se marchó antes de poder pronunciar palabra.
Caminé hasta la columna central de aquella bodega abandonada. Ya se había vuelto costumbre utilizarla para deshacernos de personas como él, pero en esta ocasión solamente me interesaba una cosa.
Le quité la capucha de la cabeza, el hombre cerró los ojos por la luz que entraba en la puerta de entrada, tenía una cinta en la boca y se la arranqué de un solo tirón, logrando que gritara como si aquello fuera la gran cosa.
—¿Q-Quién es usted? —preguntó con la voz temblorosa— Si quiere dinero, puedo darle lo que quiera, tengo una cuenta de ahorros y... Si no le parece suficiente veré de conseguir lo que me pida, pero por favor, no me haga daño.
—Mírame bien, un hombre que sabe juzgar a la gente por como viste... —le recordé inexpresivo—. ¿No puedes reconocer ropa tan costosa? Tu maldito salario como agente ni siquiera daría para pagar un botón de la manga de mi camisa.
Me puse de pie, si continuaba a esa altura mirando su asqueroso rostro, las ganas de acabar con su existencia terminarían por ganarme.
—Deberías de tener más cuidado con quién te metes y que sueltas por esa boca asquerosa —proseguí antes de que abriera siquiera la boca para responderme—. La imagen de una persona no define a quién tiene detrás para protegerle.
—¿Esto es por esa mujer que fue a ver el apartamento que vendí? No tenía como saber que ella era...
—Me importa una mierda, idiota. Ahora mismo voy a tomar tu celular y tu vida va a depender de que consigas que ese apartamento sea suyo —saqué la pistola de mi cintura.
Podría haber jurado que iba a cagarse en los pantalones, tenía el rostro pálido y los ojos enormes. Le revisé los pantalones y la chaqueta, cuando obtuve su celular, agradecí que tenía reconocimiento facial, eso hizo mucho más fácil el poder desbloquearlo.
No le vi ningún tipo de intenciones de colaborar y supuse que ni siquiera teniendo el arma delante creía que fuera real lo que estaba ocurriendo.
—Pareces muy tranquilo y sin intenciones de colaborar —dije a lo que el hombre siguió mis movimientos—. Me parece que hace falta que pruebes lo que ocurre si no hay una colaboración de tu parte.
Me acerqué a la mesa larga, me coloqué el arma de nuevo en mi cintura y seguido de eso saqué de mi chaqueta unos guantes. No era ningún idiota y no pensaba dejar mi ADN regado en ese sitio.
Llevaba años sin tener que ser yo el que hiciera el trabajo sucio, pero tampoco era algo que no supiera como hacer. Cuando empiezas en este mundo siempre te toca mancharte las manos y las mías están más manchadas que el promedio.
Tomé unas pinzas de la mesa, con diferentes medidas, unas grandes y unas medias. Me aproximé y el hombre me miró con curiosidad en vez de miedo, que era lo que deseaba ver en su mirada.
Lo rodeé, me incliné detrás de la columna, justo donde estaban amarradas sus manos. Me quedé a una altura prudente en la que podía acercar a la perfección mis labios a su oreja.
—¿Cuál es el dedo que menos te gusta? —pregunté en un susurro.
Hubo un silencio y eso me hizo suponer que no tenía intenciones de responder una pregunta como esa, era una decisión difícil. Nunca fui el tipo paciente, así que pensé que el dedo pequeño no tenía una utilidad tan grande para un agente inmobiliario y lo tomé con la pinza.
Escuché el sonido del hueso romperse y los gritos fueron música para mis oídos. Las súplicas llegaron un poco antes de eso, pero era tarde, le había dado la oportunidad de cooperar antes de que eso llegara a esas instancias.
—¡Lo haré! ¡Joder! Pero por favor no continúe —me pidió entre sollozos.
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