Capítulo 6 Heridas de un pasado


Me ponía, joder. Me hacía sentir jodidamente cachondo cada vez que se mofaba de mi manera de sobreproteger lo que me pertenece.


Al fin podía decir que sabor tenía Irina Karpova, podía describir el olor de su piel, el sonido de sus gemidos y sus gestos mientras la follaba. Por muy loco que pudiera llegar a sonar, antes de ese día soñaba cada noche con ese instante e imaginaba como se sentiría.


Pensaba que se quedaría todo sumido en las expectativas, que tener a Irina sería igual que tocar a cualquier otra mujer y no podía estar más equivocado. Ahora había pasado a soñar con la próxima vez en que volvería a sentirla de aquel modo.


La observé colocarse la ropa ante mis ojos, bueno, la poca ropa que le dejé sana. Entonces su mirada fue a mi mano, estaba vendada y la venda estaba manchada de sangre.


—¿Qué te ha pasado ahí? —preguntó un poco curiosa.


—Son las consecuencias de mis actos Irina. Cada vez que una persona actúa de forma errada, la vida se encarga de ponerle un precio a su error. —comento mientras me dejo caer sobre su sofá.


—Ven, deja que te revise la herida, veré de curarla —me dijo extendiendo su mano para que le diera la mía.


—No —negué de prisa—. Es seguro que voy a necesitar de suturación, lo mejor es que vaya a un hospital.


Ella se quedó con un gesto pálido mirando mi mano, se acercó a mí de prisa. Comenzó a quitar el vendaje y un gruñido salió de mis labios, quería decirle que lo dejara, pero sería inútil, es el tipo de mujer que no suele hacer caso a lo que se le dice.


Miró la herida que atravesaba mi mano, se quedó con sus labios separados, en un intento de pronunciar palabras que no salían.


—¿Qué clase de animal te hizo esto? —preguntó con la voz estrangulada.


La sangre goteó el piso, le quité el vendaje de la mano en aquel profundo silencio y volví a vendarlo con la misma fuerza para que el sangrado volviera a detenerse.


—No tienes que saberlo, no hagas preguntas que no quiero responder. Solamente tienes que saber que no es algo que no haya ocurrido antes, lo suturarán y luego estaré bien.


Vi su rostro suavizarse un poco, asintió sin decir más. La observé irse a la habitación, cuando regresó tenía otra ropa diferente puesta y la observé mientras buscaba algunas cosas por toda su casa.


—Voy a ir al hospital a ver a mi hermana, ¿vendrás? —preguntó de brazos cruzados.


—¿Por qué iría a ver a tu hermana? Dejemos algunas cosas en claro Irina, fuera de un buen sexo, no busco ningún tipo de apego contigo —le recordé a lo que ella hizo una mueca.


—Lo preguntaba para qué te suturaran la herida. —respondió en un tono cortante y abrió la puerta—. No tengo ninguna intención de que vayas a ver a mi hermana, es más, un hombre como tú debería de estar fuera de la vida de cualquier niño. Así que en lo que me concierne Nikolai, te quiero lejos de la vida de Yulia.


Sus palabras fueron más duras e hirientes de lo que podrían haber sido las mías nunca. Me quedé un momento allí parado, sin saber que era lo que había hecho para que Irina me atacara de aquel modo.


—Cuando salgas cierra la puerta. —eso fue lo último que escuché salir de sus labios.


El camino en el coche hacia el hospital fue incómodo a más no poder, Irina no me volvió a dirigir la palabra y aquella mágica conexión que comenzaba a nacer entre ambos desapareció. Al llegar al hospital subimos juntos al ascensor, ella bajó en el piso de cuidados paliativos y yo estaba a punto de dejar cerrarse el ascensor cuando vi la cartera de Irina caer.


Detuve el ascensor y salí, varios pasos por detrás de ella. Entonces vi una niña caminar hacia ella, la sonrisa en su pequeño rostro se ensanchó e Irina corrió en su encuentro.


Se abrazaron, fue un abrazo tan lleno de afecto, que sentí una punzada en el pecho. La pequeña niña tenía una mirada de hierro, llevaba una gorra puesta así que no pude verle el cabello, estaba seguro de que aún lo conservaba.


Sin embargo, sus facciones no eran para nada similares a las de Irina. Estuve a punto de flaquear, dudar de que esa niña fuera hermana de Irina, pero eso no me correspondía decirlo a mí, había muchos factores que probablemente le hacían verse a ambas tan diferentes.


Me quedé parado como un idiota, hasta que la mirada de la pequeña recayó sobre mí. Desbordaba curiosidad.


—¿Quién es? —preguntó la pequeña.


Mi corazón latía dentro de mi pecho desbocado, ella dijo que no quería que su hermana me conociera, pero allí estaba yo, desobedeciendo lo que fuera que me había dicho. Irina se puso de pie, me fulminó con la mirada y se quedó en aquel ensordecedor silencio.


—Disculpe, se le cayó esto —dije con la voz temblorosa y le extendí su cartera.


La niña siguió cada uno de mis movimientos. Miró mi mano vendada y la tomó con las suyas, tenía un gesto de tristeza que se reflejaba.


—¿Estás bien? —se atrevió a preguntar—. Tienes que tener cuidado, no puedes lastimarse así.


Sentí un nudo en la garganta, me estaba hablando como si me conociera de toda una vida. Aparté mi mano con un poco de brusquedad y mis ojos estaban llenos de lágrimas, quizá porque si Inessa estuviera con vida tendría la misma edad que esa niña pequeña.


—Le duele —dijo la niña con un quiebre de voz.


Irina apoyó su mano sobre mi hombro, ahí estaba. Ahora incluso ella conocía mi mayor debilidad.


Me sentía patético al estar llorando ante una niña pequeña. Pero el escenario que se formó en mi mente, uno en el que mi hija podría mostrarse ante mí de esa forma, me hizo darme cuenta de que las heridas aún seguían abiertas dentro de mí.


Ni siquiera importaba del todo si quería mostrarme como el hombre con el corazón más frío que podía existir. No lo era y estaba muy lejos de tener un hielo por corazón.


—Tranquila —le dijo Irina que se inclinó a su altura—. Los doctores van a curarlo y verás que se va a sentir mejor. Cómo tú, que pronto vas a estar corriendo por el parque como antes.


La niña recobró la sonrisa en su rostro y aquello me hizo sentir un revoloteo en mi interior.


—Me iré —dije volviendo a extender la cartera hacia Irina.


Ella la tomó con ese mismo gesto inexpresivo, pero en su mirada podía ver cierta compasión. Me volví a meter al ascensor mientras observaba como ambas se alejaban hablando de quién sabe que cosa.


Irina no tenía toda la fortuna que yo sí poseía, pero ella tenía cosas más importantes con las que yo pagué el peso de tener toda esa fortuna.


Entré a urgencias. Una enfermera se acercó a preguntarme si me encontraba bien, le expliqué lo que me sucedió camuflado con un poco de mentira y procedí a pasar a una sala en la que estaba el doctor.


Me estaba a punto de colocar la anestesia para la suturación, cuando le dije que no quería que la pusiera, que podía hacerlo de ese modo. El hombre se quedó un poco dudoso, pero al final necesitaba coser la herida y yo necesitaba sentir un poco de dolor para aliviar el que habitaba en mi alma.


Cuando regresé a la casa Diana estaba sentada junto a la chimenea, con una copa de vino y giró su rostro hacia mí.


—Llegaste, esposo. —se levantó del sofá y sus tacones resonaron hasta estar parada delante de mí—. ¿Fuiste a visitar a mi padre?


No le respondí, solamente levanté la mano, con la venda puesta. Una leve sonrisa apareció sobre sus labios, estaba satisfecha con el resultado.


—Me alegra que te haya hecho recordar cuál es mi lugar —canturreó antes de volver a sentarse en el sofá—. Nikolai, no lo tomes como algo personal, ya que yo no puedo obligarte a que me respetes, lo mejor que puedo hacer es que mi padre lo haga.


—Tu padre lo único que espera de mí es que no te ponga un dedo encima. No le interesa si me acuesto con otra mujer. —le recordé con mi voz calmada, prácticamente muerta.


—En otro momento de la vida me estarías insultando, ¿qué te sucede? —me pregunta con el ceño arrugado.


—Me sucede que estoy cansado de las peleas estúpidas contigo. Si continúas de este modo lo único que vas a lograr es desatar el desastre y te puedo asegurar de que no quieres lograr eso. —respondo antes de darme la vuelta y empezar a caminar en dirección a mi habitación.


—¿¡Es una amenaza, Nikolai!? —pregunta entre gritos chillones.


No me molesto en darle una respuesta, entro en mi habitación y le paso seguro para que no pueda molestarme más de lo que ya lo hizo en el día. Me recuesto en mi cama, agradecía que ya no tuviera que compartir mi habitación con esa mujer.


Me quedo mirando el techo en medio de la oscuridad, tirado boca arriba, con los pensamientos invadiendo mi mente. No deja de venir a mi mente el recuerdo de la pequeña hermana de Irina, de la escena y la preocupación en su rostro.


Las palabras hirientes que salieron de la boca de Irina también me invaden y los sentimientos afloran en mi interior. Ese era el dolor de una verdad, un hombre como yo no tenía el derecho de tener una familia y es por eso que se me había arrebatado ese poder aquel día.


La puerta suena, golpe tras golpe. Había sido demasiada paz, demasiado tiempo de tranquilidad y eso me hizo enfurecer.


Abrí la puerta de repente, Diana se tambaleó. Maldita mujer, estuvo bebiendo mientras yo me sumergía en mis pensamientos y ni siquiera podía simplemente haberse quedado dormida.


—Maldita sea, solamente mírate. Estabas en esa cama tirando llorando de nuevo por la muerte de Inessa, no puedes ser un mafioso más patético. —musitó con su voz ebria.


—Cierra la boca —le ordené sintiendo la sangre hervir en mi interior.


—Puedo decirlo, también es mi hija —espetó con una leve risa saliendo de sus labios.


—No, ella no era tu hija, era mi hija. La hija que tú pretendías que le quitara a esa mujer y te la diera a ti para cuidar de ella porque no pudiste darme hijos propios. —le recordé con el dolor latente.


Vi las lágrimas y la furia arder en su rostro, ya estaba hablando, así que continuaría diciendo todo lo que tenía por decir.


—Todos estos años me has obligado a cargar con esto, con el secreto. Delante de mis hombres, delante de la familia y estoy cansado. —le recordé avanzando varios pasos hacia ella—. No pienso fingir más, ni seguir tus locuras por ser la hija de Igor. No pudiste tener bebés, enloqueciste, me empujaste a la infidelidad, me manipulaste para hacerme sentir que yo era el culpable y fingiste un embarazo cuando supiste que Inessa venía en camino. Porque eso mancharía mi imagen ¿No es verdad?


Hubo un enorme silencio en medio, solamente se escuchaba su lloriqueo y aquello solamente aumentaba mi rabia latente.


—Antes de ir a dormir por las noches, ¿no te preguntas como es que no te aborrezco? —pregunté con la voz teñida de odio—. Me ha costado trabajo ocultar el asco que siento por ti, el odio, la rabia y ya no puedo hacerlo más.


Mis labios se fruncieron, estaba dispuesto a sacar el arma de mi cintura, de dispararle directo a la cabeza y si eso implicaba la consecuencia de una guerra, la afrontaría. Entonces apareció Temur delante de mis ojos y se puso en medio de ambos.


—¡Quítate! —le ordené con la voz estrangulada.


—No puedo permitir que haga eso señor, no puedo permitir que cometa esa locura. Si lo desea puede acabar con mi vida, pero no dejaré que arruine la suya. —dijo en un tono de súplica—. De lo contrario señor, sabe que Igor vendrá por usted y que no dudará en acabarlo. Es una guerra que en estos momentos no está listo para enfrentar.

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