Capítulo 12 Juego de poder
Amanecí con ella a mi lado, la observé, con su rostro angelical y una leve sonrisa se asomó sobre mis labios. Cuando estás rodeada de personas corroídas por la maldad, tener una que posee tanta inocencia, te hace sentir afortunado. Así me sentía, con el privilegio de mirarla dormir ahora un poco más en paz.
La noche no fue como lo esperaba, es decir, estuvo bien hasta el momento en el que Irina se quedó dormida a mi lado. No me percaté de lo mucho que le había afectado lo ocurrido hasta que se quedó dormida y la vi llorar en medio de un sueño, la acurruqué entre mis brazos, intenté que se calmara. Funcionó, pero el mal sabor en mi boca no se quitó en unas largas horas antes de poder quedarme dormido.
En muchas ocasiones, sobre todo cuando estaba esperando a Inessa, me había preguntado que tipo de monstruo sería a la vista de las personas inocentes del mundo y ante esto volvía a preguntármelo.
Me levanté de la cama sin hacer ruido, me metí a la ducha, estuve un buen rato bajo el agua caliente y luego bajé a la cocina. Le pedí a Timur que no dejara entrar a nadie, así que sabía que no habría desayuno y también suponía que Irina querría desayunar antes de marcharse al hospital.
Sabía que iría por la mañana, ya que no le permití quedarse en la noche. Lo mínimo que podía hacer era eso, así que me puse manos a la obra para prepararle el desayuno.
Una persona como yo siempre tiene que tener los conocimientos al menos básicos para poder valerse por sí mismo, pero en mi caso la cocina me había dado curiosidad a mi corta edad.
Le preparé jugo de naranja exprimido, le hice tostadas, huevo revuelto y una taza de café que siempre venía bien. Tampoco sabía que le gustaba a la hora del desayuno, pero unos panqueques en mi opinión no venían mal.
Subí con la bandeja a la habitación, no la encontré en la cama, sino que estaba en el baño, duchándose y abrí la puerta para decirle que el desayuno estaba listo. Me quedé un segundo mirando su cuerpo bajo el agua, estaba con los ojos cerrados y se veía que disfrutaba del momento.
Sentí un fuerte deseo interior de quitarme la ropa, volver a meterme bajo el agua y tomarla allí, sin embargo, aguanté todo deseo,
—Te traje el desayuno —dije en voz suave para no asustarla.
Fue inútil, se sobresaltó un poco y luego sonrío con sutileza con las mejillas amanzanadas.
—Saldré enseguida —dijo dulcemente.
Me retiré, pero no fue por sus palabras, sino por el hecho de que si me quedaba un poco más, todo el esfuerzo que estaba teniendo por contenerme terminaría por ser en vano.
Me dejé caer sobre la cama, miré el desayuno en la mesa de noches y suspiré. Miré el techo allí recostado, como solía hacer seguido, no sé cuanto tiempo transcurrió, solamente salí de mis pensamientos cuando escuché el sonido del picaporte girar.
La vi salir envuelta en una de mis batas, veía algo diferente en su rostro, miró el desayuno encima de la pequeña mesita de noches y se aproximó.
—¿Lo preparaste tú? —preguntó curiosa.
—Por supuesto —presumí sonriente mientras la observaba sentarse a mi lado—. No podía dejar que te marcharas sin desayunar.
—Comienzas a sorprenderme —susurró con sus ojos fijos en los míos—. Pocas veces en la vida las personas logran sorprenderme.
Su tono de voz seductor me hizo flaquear, mis labios titubearon como si volviera a ser un adolescente inexperto y me acarició la barbilla. Sentía respiración densa y cálida cerca de mis labios, aquello solamente me hacía desear que me besara.
—Gracias —susurró antes de besar mis labios.
No fue un beso posesivo, fue uno dulce, muy diferente a algo que pudiera haber experimentado antes. Le acaricié las mejillas húmedas y comencé a preguntarme en medio de aquel instante si se habría percatado de lo que ocurrió anoche, de como la acurruqué mientras estaba entre mis brazos.
Se separó, tenía nuevamente las mejillas ruborizadas, bajó la mirada un instante y luego sin decir mucho más tomó la bandeja que colocó encima de sus piernas. Tomó una tostada, le colocó mantequilla encima, luego puso el huevo revuelto encima y le dio la primera mordida.
Su rostro fue de sorpresa, pero seguido a eso me extendió la tostada, como si me estuviera diciendo que debía darle una mordida. Sabes como cuando quieres que alguien pruebe algo maravilloso y nuevo que nunca ha probado, el problema es que yo las hice, por supuesto sabía bien como era el sabor.
De todos modos le di el gusto y le di una mordida. Quizá llevaba mucho tiempo sin probar algo hecho por mí mismo o tal vez era porque lo había hecho para ella, pero ciertamente sabía diferente.
Asentí mientras pasaba la comida y luego sonreí levemente. Ella parecía satisfecha con eso, pero de todos modos siguió ofreciéndome parte de su desayuno y yo no tenía la costumbre de desayunar mucho más que un café en medio de la mañana.
—Puedes terminar de desayunar, enseguida regreso —le dije poniéndome de pie.
—Pensé que ibas a terminar de desayunar conmigo —se queja cruzada de brazos.
—No suelo desayunar, hice un esfuerzo por ti —la observé suspirar.
Salí de la habitación, por supuesto que mientras terminaba de hacerlo, hice lo que no hacía hace muchos años. Entré en la habitación de Diana, había algo allí que cuando me mudé de habitación se había quedado entre sus cosas.
Abrí el armario, miré en busca de esa caja que esperaba que no hubiera tirada y la vi en un estante al fondo, con un par de tacones viejos que no debía de usar hace una década. La abrí y vi el vestido intacto, era exactamente lo que pensaba.
En todos esos años Diana no se dignó a utilizarlo, nunca supe por qué, era un obsequio que en su momento tuvo un significado especial entre nosotros, al menos para mí. Cuando pensé que ella realmente había quedado en embarazo, le regalé aquel vestido, quería llevarla a un restaurante caro a festejarlo, pero la mentira no duró hasta la noche, cuando la información llegó hasta mí.
Le lancé el vestido esa noche, mientras le gritaba que no volviera a jugar con algo así en su vida. Ella lo guardó, pero incluso con el paso de los años, no se lo colocó ni una sola vez.
Regresé con el vestido a la habitación, era un color rosa pastel, un poco largo, pero sin duda iría perfecto con Irina. Ella que acababa de terminar de desayunar, miró el vestido con desconfianza y supe exactamente lo que estaba pensando.
—Lo compré yo, hace mucho tiempo, pero ella no se lo puso jamás —la observé directo a sus ojos—. No permitas que se estropee en una estantería.
—Esto va a enfurecerla —susurró apenada.
—Tiene un armario enorme y además, con su tarjeta puede comprar lo que quiera —le extendí el vestido—. Colócatelo, por favor.
Ella se lo colocó delante de mis ojos, le ayudé a subir la cremallera en su espalda, tuve que contener la respiración. Mis dedos sudaban y las manos temblaban, ni siquiera yo entendía esos nervios de un niño que me daban.
Tomé un poco de distancia para observarla, definitivamente le quedaba maravilloso, mucho más de lo que podría haberle quedado a Diana en su vida.
—Entonces, ¿me llevarás al hospital? —preguntó.
—Le pediré a Andrei que te lleve, tengo algunas cosas que resolver para esta noche —respondí a lo que ella asintió—. Por cierto, esta noche, acompáñame al club, voy a estar con Dimitri y me gustaría que estés a mi lado.
—Bueno, quisiera pedirte algo a cambio —me miró directo a los ojos—. Dudo que sea algo complicado para ti.
—Adelante —me crucé de brazos.
—Quiero que Andrei, el chofer, pase a ser particularmente mi chofer —pausó y se relamió los labios antes de proseguir—. No quiero que lo malinterpretes, pero él me lleva a todas partes y tu esposa lo ha llamado en mi presencia, no quiero que eso se repita.
—¿Te incomoda? —pregunté en un tono burlesco.
—Quiero recordar lo menos posible la existencia de tu esposa —respondió desprendiendo furia en su voz.
Solté una pequeña risa, ella rodeó los ojos como si quisiera maldecirme y a final de cuentas asentí ante su petición.
—Está bien, como tú lo quieras —respondí.
Salimos de la mansión, me aproximé a Andrei que estaba apoyado contra el coche, él se irguió en cuanto me observó acercarme.
—Escucha Andrei, a partir de ahora vas a trabajar exclusivamente para Irina, la llevarás a todo sitio que ella te pida, la cuidarás y te vas a encargar de informarme todo lo que sucede con ella —le ordené a lo que vi que bajaba la mirada.
—Lo que usted ordene señor —habló con suavidad.
—Otra cosa —volteo cuando estaba a punto de marcharme—. Borra el número de Diana y a partir de ahora tienes prohibido responderle a sus llamadas, si Irina me comenta que le respondes, vas a estar en serios problemas.
Asintió ante mis palabras y volví a donde Irina me estaba esperando. Le dejé un pequeño beso sobre los labios, ella estaba a punto de marcharse cuando Diana entró a la mansión.
Maldije internamente, me encargaría después del inútil que le había dejado pasar a pesar de mis indicaciones, pero ahora tendría que lidiar con ella. Se bajó del coche vuelta furia y caminó directo a mí.
—¿¡Crees que tienes derecho de sacarme de mi casa por esta mujer!? —me gritó en mi cara.
—Es mi casa —le recordé.
—Soy tu esposa, ¡maldito! —gritó furiosa—. ¿¡Eso que lleva puesto es mi vestido!?
—Lo compré yo —respondí en completa calma.
—Me lo regalaste —murmuró con las lágrimas al ras mientras miraba a Irina de arriba a abajo.
—No lo utilizabas, estaba guardado en un estante hace años, si no supiste darle utilidad alguien más lo hizo por ti ¿Acaso no te enseñaron que en esta vida si no haces las cosas alguien más va a hacerlas por ti? —sonreí de lado.
Sentí su mano sobre mi rostro, se escuchó un sonido seco y seguido de ello, yo le di una bofetada. Irina se cubrió el rostro, no me importaba que ella estuviera presente, no iba a permitir que nadie me faltara al respeto como Diana lo hacía.
La tomé del brazo y la obligué a mirarme a los ojos, observé la mejilla roja en el rostro de Diana, lo que me hizo sonreír.
—No me importa que tu padre tenga vida, que quiera defenderte, puedes ir a contarle esto también —le hablé con mi voz temblando de la rabia—. Pero no voy a permitir mientras yo tenga vida, que ni tú ni ninguna mujer me falte al respeto, Diana, será mejor que comiences a aprender. Son muchos años para que no comprendas cuál es tu sitio.
Ella se quedó en aquel mismo silencio, apoyé mi mano con suavidad en la espalda de Irina y la guie para que entrara en el coche. Ella observó a Diana, que tenía la mirada inyectada en odio, pude darme cuenta de que ahora más que nunca tendría que tener cuidado de lo que podría llegar a sucederle a Irina.
...
En cuanto Irina se marchó, simplemente me quedé allí parado observando como se iba y me di la vuelta con todas las intenciones de comenzar con los preparativos para la noche.
—Esto no se va a quedar así Nikolai, aunque desees pasar por encima de mí por ser hombre, tengo tanto poder como tú —gruñó.
Volteé medio rostro, pero no le respondí, sabía que aquello solamente desataría otra discusión que iba a arrastrarme a justamente donde ella quería que estuviera. Me marché y la dejé allí, tenía mejores cosas por las cuales preocuparme en aquel instante.
Hice un par de llamadas, entre ellas al bar en el cual haría la pequeña fiesta para Dimitri. Le pedí al gerente del sitio que preparara a sus mejores chicas, también le di una lista de gente que me gustaría que estuviera allí, entre ellos un DJ que haría del sitio exactamente lo que se necesitaba.
Preparé mi vestimenta para la noche e hice que el chofer le llevara a Irina el vestido para utilizar esa noche, me sentía ansioso por volver a verla de una vez. Esa noche prometía ser de las buenas, en la que se cierran negocios y se bebe hasta el amanecer.
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