Palito de Oliva
A la mañana siguiente, para evitar que le obligaran a hacerlo, Grindelwald se adelantó y subió a despertar a Bellatrix. Resultó que ya estaba despierta: había destripado la almohada y se entretenía haciendo levitar las plumas por la habitación.
-Impresionante... -murmuró Grindelwald optando por cambiar de táctica- Eso no se aprende hasta primer curso en Hogwarts, serás la mejor del colegio.
-Clado que sí –respondió ella altiva.
El mago se sentó en la cama junto a ella contemplando las plumas. La ayudó a formar un dragón con ellas y eso la hizo muy feliz. Entonces, la obligó a mirarle y le preguntó:
-¿Podrías contarme lo que sucedió ayer?
-No lo sé –respondió Bellatrix apartando la mirada.
-¿Cómo conseguiste la varita?
-Es mía –aseguró ella.
Sabiendo que aquello era muy poco ético pero sin ver otra opción, Grindelwald se metió en su mente. Era una niña de cinco años, pan comido. Excepto porque en el mismo momento en que accedió a sus recuerdos, se vio expulsado. Se quedó paralizado hasta que Bellatrix, ajena a todo, exclamó:
-Vamos a desayunaz, ¡a ver si hay tazta!
Colocó su manita sobre la de él y bajaron al sótano. Mientras las Black desayunaban con sus tíos, Grindelwald interceptó a Dumbledore y le contó lo sucedido:
-Es una oclumente natural, Albus, tiene un don.
-Interesante... La familia Black siempre ha dado magos muy cualificados, la propia Walburga fue la mejor de su generación... Es evidente que su sobrina no se queda atrás.
-Su sobrina la va a adelantar como la snitch a la quaffle –masculló Grindelwald.
No pudieron continuar porque Bellatrix se giró hacia ellos blandiendo su cuchara y exclamó: "¡Ven, Gelly, te he guazdado tazta!". Impostando una sonrisa encantadora, el mago se sentó junto a ella. Efectivamente le había guardado un pequeño pedazo de tarta... de su propia porción que había atacado al encontrarla desprotegida. Pero no protestó, necesitaba tenerla de su parte.
Poco después llegó una lechuza de San Mungo confirmando la visita esa misma tarde de un psicomago especializado en niños. Era un exalumno de Dumbledore en el que confiaba plenamente, así que los Black accedieron. Hubo una segunda lechuza del jefe de aurores comunicando que por fin habían sofocado el incendio. Quedaba poco de la mansión en pie, pero los esperaban por si querían intentar recuperar algo. Al momento Walburga indicó que se encargaba ella y su marido se quedó al cargo de las niñas. A todos les pareció bien. Andrómeda no se separaba de Orión, así que él le ofreció a ayudarle a bañar a Narcissa y la niña aceptó.
-Estupendo –sonrió el mago-. ¿Nos ayudas tú también, Bella?
-No, ¡qué asco! –exclamó la aludida abandonando la cocina.
-No te preocupes, nosotros la vigilamos –aseguró Dumbledore al momento.
-Muchas gracias, Albus –sonrió aliviado Orión.
Les costó un rato localizarla, pero lo lograron siguiendo el rastro de destrucción. Estaba en la biblioteca, sentada en el suelo con un libro de magia en sus rodillas: ahora que disponía de una varita se le había abierto un mundo de posibilidades. Cuando oyó entrar a los dos magos, alzó la vista. Ignorando como ya era costumbre al director, le pidió a Grindelwald:
-¡Séñame a hacez este hechizo!
-Claro –respondió el rubio arrodillándose junto a ella para consultar el libro-, ¿cuál quieres que...?
Se interrumpió al leer qué conjuro le había gustado. Comprobó que se trataba de un manual de magia oscura. Con voz amable, Grindelwald comentó:
-Eres muy pequeña todavía para usar la maldición cruciatus...
-¡Quiedo usarla! –protestó ella.
-Si la usas te meten en la cárcel –la informó Grindelwald.
-¿Poz qué?
-Porque está mal torturar personas –intervino Dumbledore con suavidad.
-¿Poz qué? –repitió Bellatrix desconcertada.
Grindelwald no pudo disimular la sonrisa burlona al ver el bucle en el que habían entrado. Aparcaron el tema de las maldiciones imperdonables e intentaron convencerla de que les entregara su varita. Grindelwald le dijo que era muy vieja y estaba usada por otros magos, era mucho mejor tener una nueva que fabricaran solo para ella. Además era demasiado grande, no se adaptaba bien a su mano. Bellatrix le escuchaba con atención.
-No te obedecerá bien –intentaba explicarle Dumbledore.
-Si vosotros la quedéis es que es muy buena –argumentó la pequeña.
Ambos magos se miraron admirados por su inteligencia. Grindelwald reconoció que sí, que la querían. La necesitaban para matar al hombre que había destruido su casa. Eso a Bellatrix le pareció razonable, pero al saber que esa varita podía lograr cosas tan magnificas aún tenía más ganas de quedársela. Con seriedad, Grindelwald la miró a los ojos y sentenció:
-Siendo tan poderosa como no tengo duda que llegarás a ser, Bellatrix, la varita es lo de menos. Es solo un trozo de madera para canalizar tu magia, pero tú serás la bruja más poderosa del mundo con cualquiera de ellas.
Aquello sí que obró un cambio en la niña, a la que le gustaba que alabaran su inteligencia. Como se lo estaba planteando, Grindelwald siguió con la táctica del refuerzo positivo:
-¿Qué quieres a cambio? Te compraré lo que tú quieras... menos un dragón, que te conozco, enana.
Eso la hizo sonreír. Después frunció los ojos en una expresión de concentración y finalmente dio su precio:
-Quiedo mi popio palito de Oliva –sentenció-. ¡Y un batido supezgande! –añadió con rapidez para no desaprovechar la oportunidad.
-Por supuesto –se apresuró a responder Dumbledore-. Ahora mismo vamos a la Heladería de Florean, hace los mejores batidos de chocolate. Y respecto al palito de oliva... ¿se trata de algún dulce muggle?
La pequeña miró al director con incredulidad y después a Grindelwald. Bajando el tono como si fuese un secreto, le preguntó a su favorito: "¿Es tonto?". Eso hizo reír al rubio, que en tono confidencial (pero asegurándose de que Dumbledore le escuchara) respondió: "Mucho, no se lo tengas en cuenta". Antes de que el director replicara, su colega le aclaró que lo que Bellatrix quería era una varita de Ollivarders, nueva y solo para ella. Les pareció muy razonable.
-Estupendo, si nos das esta, te compramos una solo para ti.
-Primedo mi palito –estipuló ella.
-Muy bien, vamos entonces. Garrick, el dueño, es amigo mío, le encantará ayudarte –aseguró Dumbledore.
-¡Contigo no, con Gelly! –protestó Bellatrix.
-Gelly viene también, por supuesto.
-Con ella no me atrevo, Albus, pero a ti te mato si lo repites -advirtió Grindelwald.
El director se sintió ligeramente dolido por no poder usar el apodo. Pero informó a Orión de la excusión y salieron los tres de casa. Como era demasiado pequeña para aparecerse y el Callejón Diagon no estaba lejos, fueron andando. Bellatrix contemplaba la calle entretenida, dándole la mano a Grindelwald y con la varita de sauco oculta en su abrigo. Ella apenas había salido de la mansión: sus padres odiaban relacionarse porque consideraban a todos inferiores... y además siempre estaba castigada sin salir de su habitación.
No obstante, cuando entraron al Callejón Diagon empezó a agobiarse: ríos de gente circulaban en ambas direcciones charlando, gritando y correteando. Quedaba poco más de una semana para que comenzase el curso y era el momento elegido por todos para comprar el material escolar. Además, cada dos pasos algún admirador o exalumno paraba a Dumbledore para saludarlo o felicitarlo por sus últimas publicaciones y él respondía con amabilidad. Así que Albus se rezagó. Cuando un mago rubio casi empujó a Bellatrix, Grindelwald se indignó. Con un discreto movimiento de varita, el hombre cayó al suelo chillando y retorciéndose de dolor. Bellatrix se echó a reír disfrutando como nunca.
-¡Abraxas, qué haces en el suelo! –le regañó una mujer- ¿Flatulencias otra vez? ¡No me avergüences así!
El hombre, presa del dolor, no era capaz de responder. Grindelwald cogió a Bellatrix en brazos y se perdieron entre la multitud. "Así es como se usa crucio" le susurró al oído. La niña mostró una enorme sonrisa, le repitió que era el mejor y se abrazó a su cuello. Sin bajarla al suelo, el mago se abrió camino hasta la tienda de varitas. Había fila también, pero en cuanto Grindelwald le guiñó un ojo con expresión seductora a la primera, esta le cedió el turno ruborizada. Entraron. No obstante, hubo otro impedimento:
-Esta niña es demasiado pequeña, señor Grindelwald –advirtió Ollivander con cierta frialdad-, no pueden usar la magia fuera de Hogwarts hasta los diecisiete y a ella aún le falta mucho para ir al colegio. ¿Qué tiene, tres años?
-¡Cinco! –protestó Bellatrix enfadada.
-Recién cumplidos –añadió Grindelwald burlón.
-En ese caso ya le digo que no me es posible...
-Ah, no será problema, Garrick –aseguró Dumbledore entrando por fin-, yo respondo por Bellatrix.
-¡Albus! ¡Qué alegría verte! –exclamó el dueño con un tono mucho más amable- Por supuesto, por supuesto, vamos a ver...
En cuanto supo que la niña era la hija del matrimonio Black cuya muerte anunciaba esa mañana el Profeta, su actitud se dulcificó. Le ofreció a la joven bruja dos varitas similares a las de sus progenitores. Ella las probó y no sucedió nada. Después lo intentó con otras que sirvieron a sus ancestros. Tampoco.
-Igual es demasiado joven, Albus... -repitió Ollivander- La varita elige al mago por sus capacidades, ha de saber cómo adaptarse a su magia y complementarlo... Si sus capacidades mágicas aún no empiezan a vislumbrarse, la varita no puede elegirla.
-Lo comprendo, Garrick, pero yo mismo he vislumbrado ya las capacidades mágicas de Bellatrix, así que permíteme dudar que sea ese el problema. Quiere ser duelista, quizá una de álamo, son las que mejor sirven a los duelistas.
Ollivander asintió al momento y buscó una adecuada. Bellatrix la blandió y no sucedió nada. Grindelwald vio que empezaba a perder la paciencia y temió que prefiriera finalmente la de sauco. Así que dio también su sugerencia:
-Pruebe con una de nogal, eligen a magos y brujas altamente inteligentes.
-Por probar... -murmuró Ollivander revolviendo de nuevo entre las cajas- Las varitas de nogal efectivamente sienten predilección por la inteligencia, suelen optar por compañeros innovadores y tienen una versatilidad y adaptabilidad inusuales.
Extrajo una caja y sacó de ella un arma curva que tendió a la niña. En cuanto los dedos de Bellatrix la rozaron, una espiral negra y dorada la envolvió y cuando la agitó, una bandada de cuervos emergió de ella. "¡Mía, mía!" exclamó Bellatrix eufórica. Aquella conexión tan intensa sorprendió hasta al vendedor, que la felicitó y sin apartar la vista, murmuró:
-Una nota de precaución, señorita Black: mientras que algunas maderas son difíciles de dominar y pueden resistir la realización de hechizos ajenos a su naturaleza, la varita de nogal, una vez subyugada, realizará cualquier tarea que su propietario desee, siempre que este posea la suficiente brillantez. Eso la convierte en un arma verdaderamente letal en manos de una bruja o un mago sin conciencia, ya que se pueden alimentar mutuamente de una manera particularmente enfermiza.
Pese a que no era un discurso que un niño pudiese entender, la sonrisa de Bellatrix fue creciendo a cada frase. Grindelwald no tuvo duda de que lo había comprendido. Y también sospechó lo que estaba pensando: eso la acercaba mucho a poder usar la maldición cruciatus. Aún así, la niña disimuló y aseguró que tendría cuidado y se portaría bien. Grindelwald pagó y Dumbledore se despidió de Ollivander mientras este recogía el resto de varitas.
Bellatrix estaba absolutamente encantada, le brillaban los ojos como si hubiese hallado una nueva parte de su ser. Al poco murmuró: "Ya no necesito esto". Con absoluto desinterés, sacó de su abrigo la varita de sauco y se la tendió a Grindelwald. Antes de que Dumbledore pudiera acercarse, su compañero ya tenía la varita invencible dentro de su manga. Eso y una sonrisa casi tan amplia como la de la joven bruja.
-Gellert, no...
-Muchas gracias por la visita, caballeros y pequeña dama –les interrumpió Ollivader-. Y recuerda que no podrás usar tu varita hasta que vayas a Hogwarts, ¿eh?
Bellatrix lo miró frunciendo el ceño y, visiblemente desconcertada, le preguntó a Grindelwald: "¿Este también ez tonto?". Al mago le costó mucho no reírse y salieron de la tienda a toda velocidad.
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