Compañero nuevo
Cuando Grindelwald se levantó, Vinda ya estaba desayunando. Se dieron los buenos días y se sentó frente a ella.
—¿Has dormido bien?
—Sí, más o menos —respondió Grindelwald—. He tenido algunas pesadillas, pero es normal tras tantos meses encerrado.
—Claro, se irán pasando, seguro —comentó Vinda.
—Eso espero —murmuró el mago—. ¿Y Bella? ¿No desayunáis juntas?
—No. Ella se levanta temprano para ir a entrenar, es hiperactiva. La tendrás en el bosque que hay junto a su casa. Solo tienes que seguir el sonido de las explosiones.
—Me alegra que mantenga las buenas costumbres —sonrió el mago al recordar que era el mismo método por el que la localizaba de pequeña.
Cuando terminaron de desayunar, Vinda se despidió, había quedado con su amiga Queenie. Grindelwald le pidió que le diera recuerdos, se unió a su causa de las primeras. Él, por su parte, se encaminó hacia el bosque.
Durante el trayecto, contempló el encantador pueblo italiano y le gustó. Era tranquilo, con poca gente y los ruidos de la naturaleza eran casi los únicos que se escuchaban. Lo agradecía tras tantos años encerrado entre cuatro paredes. Pasó junto a la última casa de la hilera frente al lago y supo que era la de Bellatrix: había una placa en la puerta que rezaba "Villa Crucio". Sacudió la cabeza y sonrió. Entró al bosque. Las copas de los árboles se entrelazaban y los rayos del sol se colaban entre ellas, una brisa fresca mecía sus ramas y se escuchaban los ronroneos de las criaturas que habitaban el lugar.
Lo único que perturbaba la paz eran unos fogonazos que resplandecían a lo lejos acompañados de continuos estallidos. Siguió el sonido del caos y la encontró.
—¡Gelly! —le saludó Bellatrix.
Llevaba pantalones, un suéter y botas de combate todo en negro; cómoda y profesional para entrenar. Frente a ella había un troll de cuatro metros con aspecto bastante aturdido. Grindelwald contempló a la criatura.
—Lo uso para practicar —le explicó Bellatrix—. Es muy tonto y poco ágil, pero mucho más resistente que cualquier mago, así fortalezco mis ataques. Y también la defensa, es hábil con el garrote.
—¿Lo tienes bajo imperio?
—Nah, no es necesario. He practicado tanto con él que tiene el minicerebro frito. Acata mis órdenes sin necesidad de conjuros. ¡Saca tu palito y practicamos juntos!
Grindelwald sonrió y obedeció. Estuvieron practicando durante casi dos horas que se les pasaron como un par de minutos. Sobre todo al mago, que llevaba años sin usar la magia. Al terminar, Bellatrix le indicó al troll que se volviera a su cueva y este obedeció.
—¡Vamos a dar un paseo y te enseño el bosque! —exclamó alegremente.
Le cogió de la mano como cuando era pequeña y le enseñó sus rincones favoritos. Había árboles mágicos que susurraban antiguas melodías, hadas y duendecillos que sobrevolaban el paraje, escarbatos cavando túneles y todo tipo de flores mágicas que danzaban con el viento. Se detuvieron junto a un riachuelo en el que Bellatrix le explicó que vivía una serpiente cornuda.
—Es simpática, como todos en este pueblo: cada uno hace su vida y no nos metemos en la de los demás. Pero todos estamos de acuerdo en la prevalencia de la magia sobre los seres no mágicos.
—Me parece una gran filosofía de... ¿Qué tritones es esto?
Algo se había enganchado a la pierna de Grindelwald. Era una criatura pequeña, parecida a un lagarto, con piel rugosa de tono azul verdoso y pinchos en el cuerpo, pero también rasgos de mamífero. Sus grandes ojos miraban a Grindelwald fijamente y se aferraba a su pierna con dos pares de manos. El mago intentó sacudírselo sin éxito. Cuando dirigió a él su varita, Bellatrix lo detuvo.
—¡Quieto! —exclamó agachándose para examinarlo— Parece un bebé... Creo que es una cría de chupacabra.
—Estupendo. O me libera o muere —declaró Grindelwald.
Con dificultad, Bellatrix lo separó de su pierna y lo cogió en brazos. El animal se frotó contra su cuello profiriendo suaves gruñidos de satisfacción. "¡Es adorable!" exclamó la joven. Grindelwald negó con la cabeza en completo desacuerdo. Entonces la criatura se separó de Bellatrix y de un salto se colgó del cuello del mago.
—¡Te quiere a ti! —exclamó divertida— Son muy rápidos y muy buenos asesinos, sería una buena mascota.
—¡Me niego! —bramó el mago intentando de nuevo despegarlo— Hace años se me enganchó al cuello una enana molesta y ya nunca pude librarme de ella.
—¡Y mira lo bien que te ha ido gracias a ella! —argumentó la joven.
Ante eso Grindelwald no pudo replicar. No cesó en su empeño de liberarse del animal, pero al final se rindió y masculló: "Ya se soltará". Bellatrix le tomó de nuevo de la mano y continuó enseñándole el bosque mientras le relataba sus hazañas. Ya rozaba el medio día cuando emprendieron el regreso. A ambos se les había pasado el tiempo volando al conversar y reír como décadas atrás. Ahí, Grindelwald se cruzó de brazos y bajó la vista: su admirador no había descabalgado en ningún momento.
—Hasta aquí hemos llegado. Al suelo, Antonio.
—¿Antonio? —repitió Bellatrix— ¡Qué nombre más absurdo, es ridículo!
Se echó a reír e involuntariamente Grindelwald sonrió, aquella chica no había cambiado en absoluto: soltaba todo lo que se le pasaba por la cabeza y todo le hacía gracia. Aún así, disimuló y contestó con seriedad:
—Exacto. Absurdo y ridículo, como él, le viene perfecto. ¡Suéltate!
Pese a que estaba usando las dos manos para intentar separarlo, Antonio tenía cuatro y se aferraba con todas sus fuerzas. No solo eso, sino que además ronroneaba satisfecho. Eso aún le hizo más gracia a Bellatrix:
—¡Le gusta su nombre, ahora sí que no te va a soltar!
—No nos movemos de aquí hasta que esta cosa me libere.
—Habla por ti. Tenemos reserva para comer en El Thestral Dorado, hacen los mejores cannoli de chocolate del país, yo pienso ir. ¡Que paséis buen día!
Dicho eso, se alejó alegremente en dirección al pueblo. De mala gana, Grindelwald la siguió. Y con él Antonio. El mago creyó que a lo largo del día el animal regresaría al bosque. De nuevo, erró. Desde ese momento, el chupacabra se convirtió —contra su voluntad— en su fiel mascota. Lo acompañaba a todas partes, le regalaba cadáveres de criaturas que asesinaba e incluso intentaba dormir con él. A Bellatrix le hacía muchísima gracia y ese era el único motivo por el que Grindelwald no lo asesinaba.
Tras pasar unos días conociendo el pueblo y a sus influyentes habitantes, Grindelwald viajó a varios países de Centroeuropa. Contactó con viejos aliados y les exhortó a extender el mensaje de que su causa estaba más viva que nunca. No había perdido ni un ápice de su encanto y su capacidad de seducción. Lo mismo Bellatrix y Vinda, que siguieron con sus maquinaciones. Todo iba como la seda.
—¡Gelly, has vuelto! —exclamó Bellatrix colgándose de su cuello.
—Esta vez solo he estado fuera cuatro días, enana —sonrió él.
—He pasado mucha hambre estos días... —refunfuñó ella.
—¿Has probado a robar comida de otros platos?
—Sí y solo funciona si es del tuyo, la del resto sabe peor —aseguró—. ¿Me has traído algún regalo?
Él sonrió burlón y extrajo un envoltorio morado brillante del bolsillo de su abrigo.
—¡Dana de chocolate! —exclamó Bellatrix emocionada— ¡Aquí no las venden! ¡Hace mucho que no como!
Ya no escuchó nada más porque de inmediato se lanzó a devorar esa rana (y varias más que encontró en los bolsillos del mago). Cuando logró recuperar su atención, Grindelwald le relató los progresos de sus viajes y ella a su vez le contó también las novedades:
—¡Oh y han escrito unos magos de ese país tuyo que no existe! —exclamó Bellatrix— Vienen mañana a verte.
—Sé que has estado en Hungría, Vinda me lo contó. Ergo, ya no puedes cuestionar su existencia.
—Estuve en un sitio que ponía "Hungría" en los carteles... Pero anoche estuve en un pub que ponía "Lago Ness" y no había lago ni ningún monstruo, así que un cartel no demuestra la existencia de nada.
—Temo que eso es irrebatible —suspiró Grindelwald—. ¿Podría quedarme en tu casa esta noche? Es el cumpleaños de Queenie, lo va a organizar Vinda en su casa y acostumbro a huir de ese tipo de celebraciones, con gente, ruido y alegría. No lo soporto.
—¡Claro! ¡Uy, podemos hacer maratón de capítulos de Saiph! —exclamó emocionada.
—Nada me apetecería más —masculló él simulando mala gana.
Por una cuestión u otra, Grindelwald casi siempre se hospedaba en casa de Bellatrix. Le habían preparado su propia villa en el interior del pueblo, pero prefería usarla como despacho y para recibir a las visitas. Alegaba que era más práctico alojarse con ellas por si sucedía algo y porque así lo planeaban todo juntos... pero la realidad era que tantos años de soledad le pasaban factura y traumas. No deseaba despertar en una casa vacía. Y lo cierto era, que rara vez lo estaba (no solo por Antonio).
Tal vez porque intuía su deseo de compañía o porque ella también lo había añorado, pero Bellatrix nunca andaba lejos. Y era la única a la que se lo consentía todo. El resto del mundo —sin excepciones— lo admiraba, respetaba e incluso temía. Jamás le decían nada inapropiado y se cuidaban mucho de molestarle. Bellatrix, sin embargo...
—¡Gelly! —exclamó eufórica irrumpiendo en una reunión.
Los diez magos de negocios llegados de todas las partes del mundo la miraron estupefactos. La joven ni siquiera había llamado a la puerta. Pese a saber que se hallaba ante los magos más poderosos del mundo, no saludó a ninguno, únicamente a...
—¡Qué pasa, Toni! —exclamó alegremente chocando los cinco con Antonio, que reposaba sobre el respaldo de la silla de Grindelwald— ¡Mira, Gelly! ¡Salgo en portada!
Se trataba de un diario francés. La noticia de portada relataba que había habido una concentración masiva en París para protestar por la supuesta liberación de Grindelwald (empezaba a rumorearse que era libre de nuevo). Bellatrix se había personado ahí, obligando a unos a jurar lealtad a su causa y torturando a los que consideró inútiles. En la foto se la veía lanzando un crucio múltiple a una docena de magos. Pese a que el periodista condenaba lo sucedido, no podía más que admirar su maestría con el maleficio, nadie era capaz de torturar a tanta gente de forma simultánea.
—Enhorabuena, enana —sonrió Grindelwald leyendo el artículo con orgullo y admiración—. Es un triunfo notable y además estás preciosa en la foto.
Bellatrix asintió satisfecha.
—Te dejo con tus amigos. ¡Hasta luego, Toni! —se despidió chocando de nuevo la mano con las del chupacabra.
Salió con la misma alegría y despreocupación con la que había entrado. Cuando la puerta se cerró, nadie miró mal a Grindelwald por el descaro de su antes discípula y ahora salvadora. La conocían —el mundo entero la conocía— y admiraban su inteligencia, su poder y su devoción a la causa. La temían y también la veneraban —al igual que al mago oscuro—, por eso la mayoría de miradas que recibió escondían envidia por su buena relación con Bellatrix. Que le admiraran y le temieran; eso era lo que Grindelwald quería, lo que ambos querían.
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