Lo complicado de los instintos
"Genial, jodidamente genial..."
Yokozawa se encontraba en una tienda eligiendo un regalo para Hiyori, la hija de Kirishima, su pareja predestinada.
Recordaba la manera en que se lo dijo, en verdad que a veces no entendía que tenía en la cabeza el castaño, ¡no podía creer que éste se quejará de que era muy denso como para prestar atención de la atmósfera! En esa situación, el tosco fue el editor y nada más.
Obviamente lo había regañado, no quería verlo ni mucho menos hablarle. No era que le molestara que su "pareja", si se le podía llamar así porque no habían terminado la conversación, no dudaba que la pequeña fuera una niña educada y dulce, el problema era él, pues era como el intruso.
Al final se decidió por unos pasteles de té verde, no sabía muy bien que hacer o que decir cuando se encontrara con esa pequeña de siete años. ¿Lo odiara? Quizás se niegue a verlo o bien, lo eche de la casa, cosa que él entendería.
Recordaba vagamente las pocas veces que tuvo la oportunidad de convivir con un cachorro y se dio cuenta que son demasiado territoriales con sus padres.
Cuando se lo contó en verdad se enojó con Kirishima, no podía creer que le ocultara algo tan importante. Resignado y con la gran persistencia del mayor, aceptó verla pues era un punto clave para el "avance" de su relación por parte del otro ya que Yokozawa había hecho su parte declarando, a su manera, su amor. Aún le avergonzaba recordar aquel hecho pero no lo cambiaría al ver la cara de incrédulo que pudo el editor al escuchar dichas palabras.
[...]
Yokozawa se encontraba fuera de la residencia de los Kirishima. Leyó una vez más el mensaje que el castaño le envió, la dirección era la correcta y la hora también.
Con un ligero temblor en su cuerpo, tocó el timbre esperando pacientemente que la puerta abriera. El "clic" de la puerta lo alertó y sintió que le faltaba el aire, la cabeza rizada del editor se asomó con una sonrisa que el peliazul no supo que significaba.
Yokozawa iba a hablar pero se vio jalado repentinamente al interior del departamento. Una vez adentro, el olor de Kirishima lo noqueó de golpe, todo el departamento olía a él y esa sensación se instaló en sus caderas.
"Como un demonio, contrólate" se reprochó.
Intentó hacer caso omiso a ese aroma y vio con mala cara al alfa que lo miraba de forma traviesa. Se veía a leguas que estaba emocionado y esa actitud cautivo su corazón, sin duda alguna ese alfa era inusual, se sintió afortunado.
— Ven, ella te está esperando — Kirishima cogió suavemente su mano después de que se quitara los zapatos y lo dirigió a la sala. Ahí, vio a una pequeña, de cabello castaño que dibujaba algo con lápices de colores.
El vendedor se percató de que aparte del aroma de Kirishima, otro olor vagaba también por el sitio. Era de aquella cachorrita.
Yokozawa se congeló.
— Hiyo, está es la persona que te hablé hace algún tiempo, ¿te acuerdas?
El peliazul abrió los ojos con sorpresa, ¿ya habían hablado de él? Abrumado por la nueva información se perdió en sus pensamientos sin percatarse que unos ojos lo miraban. Hiyo había dejado su labor y lo miraba curiosa.
El hombre era muy grande, casi como su padre y también fue consciente de ese sonrojó que hacía acto de presencia. Ese gesto le dio la seguridad de que no era una persona mala; estaba a punto de hablar cuando el olor de aquel hombre llegó a ella. De inmediato supó que era un omega y que ese olor con el que su padre llegaba la mayoría de las noches le pertenecía.
Ese olor...
Hiyori no se lo explicaba, ese olor le hacía sentir tan relajada y segura. Su corazón se aceleró, quizás ese hombre pudiera ser esa figura materna que tanto quería y necesitaba. Ese sentimiento de calidez la impulsó a dirigirse a ese hombre de mirada profunda y sin pensarlo se abrazó a su cintura, aspirando ese aroma.
Yokozawa se quedó quieto ante tal acción. La pequeña se aferraba a él como tratando de impregnarse de su aroma natural.
Él había pensado que lo echaría, sin embargo, la pequeña se estaba comportando como si fuera su propia cría y eso le dio un poco de tranquilidad para acariciarle el cabello de manera suave, podía sentir como la pequeña empezaba a ronronear.
Kirishima veía la escena orgulloso. Sabía que su cachorra aceptaría a Yokozawa, lo había aceptado sin conocerlo. Ese comportamiento solo lo tenían los cachorros con sus padres y, de una extraña manera, ella daba inicios de.
— Hiyo — habló Kirishima, rompiendo la atmósfera. — Él es Yokozawa, trabaja conmigo y lo traje para que se conocieran.
Hiyo, quién seguía aferrada a él escuchó con atención. El aroma de Yokozawa tenía un no sé qué que le provocaba alegría. Algo avergonzada se separó del peliazul, quién la miraba de una manera tan cálida y curiosa.
— Mi nombre es Kirishima Hiyori. Un placer conocerlo — hizo una pequeña reverencia. — Me disculpo por mi comportamiento, no entiendo por...
— Oh no, no te preocupes — la interrumpió — no hiciste nada malo. Yo soy Yokozawa Takafumi. El placer es mío, Hiyori.
[...]
Hiyo estaba fascinada. Al perecer Yokozawa era un experto en la cocina, lo veía poner muchos ingredientes en el sartén y agregar otros a la sopa, mientras ella picaba algo de fruta para acompañar los pastelillos de té como postre.
— ¿En qué grado vas, Hiyo?
— En segundo de primaria, voy a pasar a tercero — dijo orgullosa. Ella era muy dedicada en sus estudios, aunque las matemáticas le fallaban.
— Entonces ya tendrás que elejir un club, ¿verdad? Recuerdo que yo elegí el de cocina.
— ¡En serio! ¡Yo también pienso tomar ese! — dijo muy animada.
Llevaban aproximadamente unas dos horas hablando y Hiyo se sentía de lo más cómoda posible. Siempre soñó con hacer algo de esa naturaleza con alguien, pues su amiga del edificio: Yuki, le hablaba de lo que hacía con su mamá.
Estar en ese momento, es un ambiente tan íntimo le provocaba un sentimiento extraño, antes desconocido. Yokozawa era genial, le gustaba que le dirigiera toda su atención.
— Papá, ¿a qué club te metiste? — se dirigió a su padre, quién estaba recargado en la barda escuchando y observando atentamente a ese par.
Kirishima no podía negar que se encontraba feliz. Reconocía que hizo mal en ocultarle la existencia de su cachorra todo es tiempo a su omega, ¡pero tenía miedo a que lo rechazara! No cualquiera se toma en serio a un padre soltero. Si bien, Yokozawa lo regañó después de que le dijo que él tenía una pequeña, algo así como: "¡¿Qué diablos tienes en la cabeza?! O ¿Por qué no me lo dijiste antes, tan poco fiable soy?"
No mentiría que esperaba una reacción similar, después de todo era el oso gruñón. No obstante, nunca escuchó un rechazo y aunque lamentaba enormemente arruinar el ambiente dónde el peliazul le confesaba su amor con un lindo: "no he dejado de pensar en ti" para por fin pedirle que fuera su pareja y, de una vez, decirle cuán palabra cursi se le cruzara en la mente solo para sonrojarlo y hacerlo enojar.
Aunque lo calmaba el hecho de que la conversación se retomaría en algún momento, pero por ahora le daba gusto que ese peso que cargaba se esfumara al verlos conviviendo. Le sorprendía que Hiyo se mostrara tan abierta, quizás y solo quizás sea su instinto omega al tener un vínculo maternal con Yokozawa. Puede que su Hiyo también resultó afectada por el vendedor al igual que él, de tal manera que lo acepto antes de ver su rostro, es decir, su cuerpo ya pedía a gritos desde esa madrugada su calor, su olor, su toque...
— Uhmm. Yo tomé el club de periodismo aunque me encargaba más de la edición que de andar recolectado información escolar — habló al fin.
Hiyori sonrío y siguió con lo suyo captando toda la atención del vendedor. Kirishima escuchó y observó, Yokozawa parecía otra persona en ese momento.
Quizás él se había permitido quitarse esa armadura hostil y gruñona dejando su verdadero yo.
"Eres tan complejo, Yokozawa. Estoy seguro que eres lo que Hiyo y yo necesitamos" Una madre, un compañero de vida, una familia...
[...]
— ¡Eso es increíble! — exclamó Hiyo al escuchar que el peliazul tenía un gato. — Yo también quiero un gato, pero papá se ha negado.
Dijo inflando sus mejillas y cruzándose de brazos.
— Quizás un día lo traiga para que lo conozcas. Sorata a veces debe tener más compañía durante el día.
— Yo encantada de conocerlo, lo trataré muy bien.
Hiyo era una luz destellante y cálida, o eso era como describía a la hija de Kirishima. Ella era muy parlanchina y supo que en eso se parecía a su padre, quién hablaba por los codos a pesar ser pura idiotez.
Todos estaba terminando los pastelillos de té acompañados de leche o café respectivamente. Aunque la conversación la guiaba más que nada la pequeña, ambos la escucharon animadamente.
La velada así continuó y Takafumi no podía evitar sentir, de alguna manera, cómodo. Sabía que Hiyori tenía buenos valores, era respetuosa, responsable, honesta y muy alegre, sin duda el castaño se las había arreglado para criarla de la mejor manera posible.
Al final, la castaña se quedó dormida en el sillón después de pasar toda la tarde y parte de la noche del tingo al tango en el departamento. Enseñándole su colección de dibujos, juguetes, entre otras cosas.
— No puedo creer que sea tan dulce como la miel contigo, digo, ¡soy su padre! No es justo.
Yokozawa giró los ojos, ¿cómo podía ser tan infantil? La pequeña estaba emocionada, eso era todo o eso era lo que Yokozawa pensaba.
Por lo que supo, Kirihisma nunca traía a sus amigos del trabajo a casa y la única que convivía, a parte de Yiki era sus abuelos y ya. Le daba tristeza saber que ella pasaba mucho tiempo sola, ya que el trabajo de su padre tenía un horario bastante agotador.
— ¿Qué cosas dices? Ella te adora, se nota a leguas.
—Pero tu tuviste toda su atención, ni una mirada me dedicaste en la velada.
Yokozawa giro la cabeza mientras sentía que los colores se le subían. No podía creer que soltara esos comentarios cuando Hiyori estaba presente, dormida, pero presente. Si escuchaba esas cosas ella creería que él y su padre eran pareja y eso aún no estaba aún de todo claro.
Además, era demasiado pronto para que ella se enterara pues, una cosa era aceptar al amigo de tu padre y otra cosa muy pero muy diferente era aceptar a la PAREJA de tu padre.
— Dios, Hiyori está aquí, ¿puedes cerrar el pico? Mejor llévala a su habitación.
Hiyori se encontraba recargada en el peliazul. Extrañamente la pequeña había estado buscando algún contacto con el hombre, y aunque ambos supieron que lo hacía de manera inconsciente pues era propio de un cachorro: impregnarse del aroma de un ser cercano para sentirlo con él a pesar de no estarlo y por tranquilidad personal.
Los cachorros olían a sus padres hasta los diez o doce años, dependiendo del niño. Pero era demasiado extraño que ella lo buscara de tal forma, como si en verdad lo conociera desde años.
Era realmente extraño.
— Yo creo que también tienes efecto en ella — rompió el silencio Kirishima. — Sé lo que piensas y no creo que sea raro, yo creo que tienes un efecto en Hiyo así como lo tienes en mí.
> Lo sé porque cada vez que regresaba con tu olor a casa se me pegaba a mí hasta que casi robarlo por completo de mi ropa dejándome sin nada para mí.
—¡!
"En serio, no puedo creer que Kirishima pueda decir ese tipo de cosas así como si nada."
[...]
Ambos se encontraban en la sala. Hiyo hace más de una hora que el castaño se la había llevado a la cama y ahora ellos podían hablar de un tema pendiente.
Si bien, Yokozawa estaba más tranquilo por el éxito de conocerla no dejaba de estar molesto con el editor por ocultárselo.
— Estoy feliz de que ustedes al fin se conozcan. Ya hasta quedaste con ella de venir el viernes que viene a cenar y cocinar, se llevarán muy bien — dijo el mayor con aire satisfactorio.
— Ni creas que con esa sonrisa te perdonaré. Es mejor que me vaya, es tarde — anunció mientras se levantaba del sofá.
— De ni una manera — dijo Kirishima, saltando sobre él para obligarlo a sentarse nuevamente. — aún tenemos que hablar.
— ¿Qué haces, idiota? Bájate de mis piernas.
— NO — dijo con seriedad, no podía dejarlo ir sin solucionar el problemita de una vez por todas. — Ya te lo dije esa noche. Tenía miedo de decirte que tenía una hija y que me dejarás sin darte la oportunidad conocerla y darte cuenta que ella es una maravillosa persona. Hace mucho que yo no me sentía así por alguien y sólo estaba tentando terreno. No quería perderte, no quería que mi pareja predestinara me dejara.
Yokozawa lo vio a los ojos, ¿cómo podía creer eso? Él jamás, jamás en la vida sería tan cruel para rechazarlo de esa manera. Pero entendía su punto.
— Lo ocultaste por casi dos meses — masculló en voz baja, reprochándosle.
— Lo sé. Sólo quería saber si podía dejarte ver mi mayor tesoro y, mientras lo hacía, te cortejaba, justo como me pediste.
Yokozawa no dijo nada, ¿qué podía decir? El hombre que había echado la casa por la ventana era egoísta, desvergonzado, infantil, atento, caballeroso, honesto, talentoso en su trabajo, buen padre, protector, un muy buen besador, un posiblemente buen amante y pareja predestinada. El no podía contra eso, sin duda acabaría en sus manos de una u otra manera, pulverizando sus barreras y armaduras.
— No me mires así, osito~ yo también me sentía mal y aún peor, cuando tu declaración fue apocada.
Yokozawa recordó ese momento:
— No he dejado de pensar en ti
Había dicho, esperaba paciente la respuesta del otro mientras un silencio incómodo abordaba la sala.
El castaño no se movía, lo veía con los ojos bien abiertos cercas de su rostro. El vendedor empezó a sonrojarse, quizás no era el momento, quizás el castaño nunca lo tomó en serio...
— Yo... — balbuceó en un susurro. — yo tengo una hija de siente años, Yokozawa.
Sin duda, no era la respuesta que el vendedor esperaba después de perder su dignidad.
— ¿Quién mierda se declaró? — gruñó avergonzado.
El editor sonrió, mirando fijamente ese hermoso rostro. ¿Quién se había declarado esa noche? Nada más ni nada menos que ese hombre de carácter complicado, ese hombre que lo volvía loco sin saberlo, ese hombre el cuál estaba atrapado entre el sillón y su cuerpo refunfuñando entre dientes.
— Yo tampoco he dejado de pensar en ti. Supongo que nuestro sentimiento es mutuo, así que me arriesgaré con lo siguiente: sé mío, Takafumi.
— Tú... — exclamó. No podía creer lo que había escuchado, ¿tanto así le gustaba fastidiarlo? — Eres un...
— ¿Un hombre enamorado? Sí, lo sé — lo interrumpió. — ¿Qué dices?
Yokozawa apartó la vista, no entendía a que venía la pregunta cuando él ya lo había dicho, ¿para eso existían las declaraciones, no?
— Creo que... creo que puedo considerar ser tu amante.
— Yokozawa — habló Kirishima. — Tú, justo en éste momento, ya eres mi amante.
Kirishima le dedicó una mirada que hasta el momento nunca había visto. Si los dos eran amantes, si él ya había conocido a su hija, si habían declarado su amor... solo faltaba tomarse de la mano y recorrer el camino.
Yokozawa aún estaba receloso en ese sentido, no quería que lo lastimaran, ya no. Era suficiente con saber que él tenía una pequeña oportunidad con la dichosa pareja predestinada.
"Supongo que el que no arriesga no gana" tenía que arriesgarse por el hombre de cabellos castaños.
— Cierra el pico — dijo al fin, mientras Kirishima soltaba una leve carcajada y ocultaba su rostro en su cuello, aspirando libremente el aroma de él.
Era raro sentirlo ahí, en una zona bastante sensible. La respiración del mayor le provocaba cosquillas pero hizo caso omiso.
—No te arrepentirás, lo prometo. Te amaré y me amarás.
Aunque Kirishima lo susurró, había una pizca de miedo y ansiedad. No quería perderlo, no después de ver la luz una vez más en su vida.
Yokozawa y Hiyo podrían ser sus pilares, se aseguraría de que él menor lo amara con la intensidad que lo amaba ya para éste momento.
— Solo diré que no te perdonaré si te quedas a la mitad o si me dejas de lado. Si eso sucede yo jamás regresaré.
"Supongo que suena justo" Kirishima salió de su cuello y lo observó detalladamente. ¿Dejarlo de lado? ¿Quedarse a medias? Jamás.
Y para cerrar el trato de dio un pequeño besito en sus labios, contemplando por primera vez sus rostros y permitiéndose sentir todas esas sensaciones que debieron oprimir desde que se conocieron.
Perdona la demora, he estado bastante estresada con el regreso a clases en línea. Espero que lo disfruten.
Nos leemos pronto.
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