CAPITULO 80
YO
Me sienta en el gran lavado de manos que se extiende por toda una pared de mármol en tono gris.
Sé, que Herónimo va hacer todo como en la noche de la pelea y solo me limito a quedarme en mi lugar y seguir todos sus movimientos con mis ojos, en ese dulce silencio que nos une y no sé por qué, más que nunca.
Poniendo jabón líquido entre sus manos, se enjuaga bajo la llave que ante su calor se activa y sale el agua.
Se lava afanosamente, para luego secarse con dos toallas de papel del dispenser y con otro par de ellas, las humedece con algo de jabón.
Busca sus lentes y tras ponérselos, me mira a través de sus pestañas y como esa noche en el ring, comienza con suavidad a higienizarme.
Nuestros fluidos unidos corren por mis muslos y más que limpieza, son caricias cuando desliza la toalla por mi piel.
Y como esa vez, también empuja con delicadeza parte de su eyaculación en mi interior, profundo.
Jesús.
- Siempre dentro, amor. - Gruñe dulce, apoyando su frente en la mía mientras sus dedos me trabajan. - Cada gota de mí, en ti mi rayo. - Besa con ternura mis labios.
HERÓNIMO
¿Un no rotundo y chillón de mi rayo de sol, era un si al fin esperanzador a futuro?
Podía vivir con ello.
Por ahora...
- Cásate conmigo, nena. - Le había dicho.
Lo siento, las ganas me podían y no me aguanté.
La segunda vez que se lo pedía y podía ser la vencida.
¿Verdad?
Pero, nop.
Estuve a dos segundos de dejarme caer de rodillas y suplicarle, pero entendí que no sería mi rayo si hubiera accedido tan fácilmente.
Estoy aprendiendo a conocer a Van y créanme, cuando la arruga de su nariz dura más de un minuto, debo darle su espacio a lo que sea que estamos debatiendo, si aprecio mis pelotas en su lugar.
No importa.
Me gustan los desafíos y no voy a detenerme hasta que me diera el sí.
Bien.
Cuando dijo que no y se justificó, suspiré y jalé a mi nena a mi pecho.
Supongo que las propuestas matrimoniales después del sexo, no funcionaban tampoco.
Tendrás que seguir trabajando en ello, Mon.
Luego de limpiarla.
Y carajo.
Como me gustaba eso.
La ayudé a vestirse y mis ojos no podían dejar de mirarla con su aspecto post cogida de pie a cabeza.
Porque es hermosa.
Intentaba lo mejor que podía, alisar su camisa y acomodar ese pelo revuelto con su "llego tarde" sujeto a mi pluma.
Sonreí, negando.
Si supiera lo que vale la pluma que lleva puesta siempre sobre ese nidito de pelos, Vangelis moriría.
Pero nunca lo va a saber, porque me niego a ello.
Ya que, jodidamente me gustaba algo mío en ella siempre.
- ¿Estás bien? - Le pregunté, necesitando que mi cerebro registre que Van lo estaba.
- Sip. - Contestó.
Me acerqué y pasé mis manos por su cabello desordenado, porque quería sentirla.
Saber que estaba aquí y que no era un puto sueño todo.
Que nuestros besos eran realidad y de que lo intentaremos sin reglas, periodos o restricciones.
Pero, de algo estaba seguro.
Que por más piedras u obstáculos que poníamos.
No podíamos dejar de estar juntos.
Porque yo la amaba y ella me amaba.
Y eso tenía que ser suficiente, para que juntos enfrentemos la mierda que se presentara.
Cerré con fuerza mis ojos, pensando en los demonios que habitaban en mí.
Yo debía solucionarlos, abrir ese armario de esqueletos del pasado y exponerlos.
Y un miedo invadió mi ser y mi alma repentinamente.
¿Si Vangelis me odiaría, al saber cómo murió Marian y mi hijito?
¿Y si me culparía por haber sido un mal padre y mal esposo?
¿Querría alguien dulce y puro como mi nena, casarse y formar una familia con un asesino?
Y me tomó un segundo darme cuenta, que sus manos me acariciaban con preocupación.
Carajo.
Estaba sumergido en mis pensamientos.
Corrección, mis pesadillas.
Y una sonrisa diminuta, se dibujó en su rostro.
No esperé a que dijera nada, cerré la distancia de centímetros entre nosotros y agarré con mis manos su rostro antes de chocar mi boca con la suya.
Necesitaba su abrazo, sus besos, su paz y la luz que le daba a mi oscuridad.
Hizo un dulce sonidito de sorpresa, pero luego sus manos recorrieron mi pecho rodeándome.
Era más difícil alcanzarla, estando descalza.
Por eso, me incliné sin despegar nuestras bocas y sin poder evitar sonreír por ello, la tomé de la cintura y la alcé hasta que envolvió nuevamente sus piernas a mi alrededor.
Y un suspiro lleno de felicidad, salió de rayo mientras sus labios se fundían en los míos.
Oh, sí.
Cristo.
Porque amé escuchar ese suspiro.
Y le prometí en mi mente y bajo ese beso que nos dábamos, que iba hacer todo lo imposible para hacerla malditamente feliz.
Que los dos seamos felices.
YO
Cuando bajamos al estacionamiento vip del Holding, un sonriente Pulgarcito nos abría la puerta trasera de la Hammer negra.
- Señora. - Resuena su grave voz en el silencio del estacionamiento.
Le entrecierro mis ojos dudosa por el título que me pone, cuando subo al coche.
Miro a Herónimo y este con su mejor cara de nada se encoje de hombros como si nada.
- ¿Vienes conmigo? - Pregunto, al notar la ausencia de Collins.
- No. - Dice, acomodándose y desabotonando su saco de vestir. - Tú, vienes conmigo.
Arrugo mi nariz y lo hace sonreír.
- Nena, viajo en un par de días, dame un respiro ¿si? Necesito hacerlo tranquilo y saber que estás segura en el Pen en mi ausencia.
Ok, Mon.
- Solo por unos días. - Aclaro con mi índice en alto.
Lo sé, las sorprendí.
Porque, no le discutí.
Por ahora...
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