CAPITULO 67


HERÓNIMO

¿Qué hacía, que malditamente me podía?

Si hubiera sido otra mujer inclusive Amanda, me la hubiera quedado mirando seriamente y pensando en mandarla a la mierda o no.

Nahh...

¿A quién, quiero engañar?

No lo dudaba y optaba por la primera opción.

Un buena suerte y hasta luego, en espera que se presente la siguiente.

Siempre tuve el control como siempre se hizo lo que yo demandaba, pero con la satisfacción de ambas partes.

Sea, si me acompañaban a un evento social, si cogíamos en la cama o contra una pared.

Hasta una mamada en mi oficina o yo, tomarlas y hacerlas venir con mis dedos en el rincón que fuera, pero siempre de mutuo acuerdo.

Como cerrar un negocio, donde ambas partes se involucran y están satisfechos con el resultado final.

Y en eso soy muy bueno créanme, un puto genio en los negocios.

Siempre el jefe de los jefes.

Pero con Vangelis es diferente y francamente, no sé, cómo manejar la situación honestamente. 

Soy un puto bipolar que la alejo y la busco. 

Después de cogerla en el baño, condenadamente le iba a decir que la amaba.

Después del polvo castigo.

Obvio.

Oigan, no se enojen conmigo.

Mi nena, tenía que entrar en razón.

Unas nalgadas para despertar su libido y dejarla con ganas de más, me pareció lo justo.

¿Pero, saben qué?

Me sentí usado.

Sip.

Ríanse.

Porque ella, jodidamente usó mi cuerpo y siguió enfadada.

¿Cómo, era eso?

Se suponía, que luego vendría dócilmente conmigo al Pen tomados de las manos y felices.

Le diría que la amo y después de un tiempo prudente, que se case conmigo y llenarla de lindos bebés nuestros.

Muchos.

¿Les dije, que amo los niños?

¿No?

Pues créanlo, así como me ven y soy, los adoro.

Siempre quise muchos y cuando digo muchos, hablo del verbo montón.

Cuando me casé con Marian y vi que el tiempo pasaba, empecé a añorarlo, pero ella no estaba de acuerdo. 

Decía que no era el momento y que éramos muy jóvenes y se negaba. 

Eso me molestó, tomando la decisión drástica de cambiar sus píldoras anticonceptivas del frasco, por unas idénticas que mandé hacer a un laboratorio con vitaminas C.

Lo sé...lo sé.

Fue mezquino.

Pero estaba ciego, yo pensé que ella me amaba y justificaba su oposición a no querer compartirme.

Aunque eso, sería una cosita rolliza y rosada hecho por nosotros con amor.

¿Amor?

Mi trasero.

Permítanme reírme por incrédulo.

Porque Marian, nunca me amó.

Aunque nunca lo entendí, porque después de años en mi adolescencia de amarla en silencio, mientras ella era la chica del momento en la universidad y tras la muerte de mi padre, notar recién mi presencia. 

Y fui el hombre malditamente más feliz del mundo, cuando una noche en un bar universitario se acercó a mi mesa con su grupo de amigas.

Nunca voy a olvidar la cara de Rodrigo, parecía que se había tragado un bloque de ladrillo en vez de comer la porción de pizza.

Y créanme, eso es grave cuando se trata de comer para mi amigo.

Debí tomarlo como una señal, pero estaba encantado con su total y sexi atención en mí.

Pelo castaño, ojos verdes, sonrisa y cuerpo de modelo con tetas de muerte de lindas.

Y más.

Cuando esa misma noche, cogimos en el estacionamiento del campus dentro de mi auto.

Desde ese momento, nunca más nos separamos.

Y aunque solo teníamos un poco más de 19 años quería casarse conmigo y yo, malditamente también lo deseaba.

Mi madre pegó el grito en el cielo, pero me vio tan decidido y recordándole que ella lo había hecho con papá con un año más, que suspiró y me dio su bendición al igual que los padres de Marian.

Pero ella, solo amaba mi dinero y lo que mi apellido comenzó a ser.

Y se enamoró más, cuando después de un tiempo me declararon el heredero absoluto después del fallecimiento de mi padre, de la metalúrgica TINERCA.

Abandonó sus estudios al invierno siguiente de casada, porque solo quería divertirse con sus amigos. 

Y lo tomé como algo normal, ya que Marian era una adolescente y yo odiaba, cualquier tipo de reunión o salida social.

Pese a que ahí ya era un joven con casi 20 años, siempre mi mentalidad fue muy adulta y madura, con mis objetivos de futuro muy marcados.

Al igual, que mi padre querido.

Tenía muchas ambiciones, entre ellas enterrar en la cárcel al asesino de él y lograr lo que mi viejo siempre quiso y no pudo cumplir, pero planeábamos a la par en vida.

Crear una fuerza en conjunto, de varias TINERCAS en varios países.

Ambicioso, lo sé.

Pero mi joven cabeza que siempre trabajó horas extras se dedicó a ello, mientras Marian iba de fiesta en fiesta, desatender nuestro hogar, odiarse con Marcello por ello y serme infiel para después huir con el amante de turno.

Y como me dijo esa noche por teléfono.

Que ese amante, era el amor de su vida.

Sí, sé lo que piensan.

Pero oigan, pudo haber sido peor.

Tuvo la decencia por lo menos de llamarme.

Y no hacerlo por un sms o vía Instagram y haciendo de eso, un post en su estado.

O mucho peor, twuiteándolo.

Ok.

Estoy siendo sarcástico.

Bien.

Sabía su paradero cuando huyó, porque tomó pocas horas a Collins y su equipo encontrarlos. 

Pero no fui por ella hasta semanas después cuando en el Holding, se rumoreó que su amante trabajó para mí y yo, necesitaba saber la verdad de eso. 

Cuando Collins me llevó acompañado de Rodo al lugar donde estaban, mi corazón cayó y mi furia se alzó.

Investigaciones previas, me confirmaban que Marian tenía departamento propio para los dos y jugaban, malditamente a la casita en mis largas horas laborales antes de huir.

Porque, ellos se amaban realmente.

Él, un imbécil que esperaba que mi mujer se divorciara de mí, pero su abogado la alentaba a que esperara un poco más para ello. 

Ya que el nacimiento de mis T8P, estaban en pleno auge y crecimiento y por lo tanto, en un tiempo prudente la división de bienes sería mayor.

¿Que, qué pasa con los acuerdos prenupciales?

Era un muchacho con hormonas y la amaba.

Nunca lo pensé.

Cuando vi todo eso en persona, no lo soporté y mis demonios del pasado como los nuevos del futuro, se apoderaron de mí y con ira incontrolable al verlos juntos y en su departamento.

Él era realmente un activo mío.

Un jefe de sector del Holding.

Y yo fui el que los presenté una tarde en que Marian vino a visitarme.

Dios.

El puto cupido, fui yo.

Y vi todo rojo con una furia incontrolable, desatándose en mi interior.

Collins y Rodrigo tuvieron que separarme de él, porque juro que malditamente lo hubiera matado a puñetazos. 

Su cuerpo y rostro maltrecho, estaba tendido en el suelo y lleno de sangre. 

Y nunca voy a olvidar como Marian gritaba y rogaba que me detenga, cuando me separaron de él y ella, se abalanzó sobre su cuerpo y lo rodeó entre sus brazos con amor.

¿Entienden?

Con amor.

Carajo, yo era su marido.

Tanto habíamos planeado juntos y todo eso, fue una farsa por parte de ella.

Jadeante aún, por la fuerza extra que utilicé en desfigurar su cara.

Fui testigo en como Marian lo besaba, sin importarle que su cara estuviera bañada en sangre mientras lo acariciaba, para luego levantar su rostro lleno de lágrimas a mí y en donde quedé de pie y frente a ellos.

Y ver como la mujer que amé toda la vida, me regalaba la mirada más fría y llena de rencor que no voy a olvidar en toda mi vida.

Y me odié y la odié por eso.

He hice algo, que me salió de lo más profundo de mi alma.

Le prometí, destruirla en vida.

Solo a ella, porque el bastardo ya tenía su merecido por haber sido un activo mío y burlarse en mi cara.

Pero para Marian, levanté mi índice y la maldije y le sentencié lo peor de la vida.

Seguido de darme la vuelta, pero sobre mi hombro y antes de irme diciendo que y aunque se arrastrara hacia mí muriéndose, me deleitaría con ello y le juré que con ello lo destruirla.

Y así, lo hice.

Mi gabinete de abogados con Millers a la cabeza, los obligué a trabajar en mi caso si era necesario las 24h del día.

¿Mi pedido?

Ganar o ganar.

Bien.

Para una semana y media después, estar divorciado.

Increíble, pero cierto.

¿Lo que el poder y el dinero hacen, no?

Ella se opuso, pero no tuvo quorum y sin un puto centavo extra de bienes materiales, más que una pensión económica correspondiente como la ley manda. 

Después de ese encuentro en su departamento, nunca más la busqué. 

Como jamás tampoco, le rogué por volver y no supe nada de ella.

Pero, cuatro meses de mierda después, apareció.

Como si nada y llamándose aún mi esposa, aunque había papeles ya firmados que decían lo contrario.

En mi piso 30 y con ella, los murmullos de la leyenda de lo que había pasado con mi matrimonio.

Nadie hasta ahí de mis activos de TINERCA, supo que pasó hasta ese día.

Que el gran Herónimo Mon.

El empresario reconocido mundialmente, por sus metalúrgicas en crecimiento.

Había sido engañado por su bella y joven esposa, con uno de sus activos y simple empleado.

¿Control de daños?

En los años siguiente, mi lejanía de ellos.

Ser un fantasma y el mito de que siempre estoy, pero no me ven y hasta algunos, no llegar a conocerme físicamente y por más años de antigüedad que tuvieran, cuando TINERCA fue creciendo física y logísticamente con mis otras T8P a pasos agigantados en esos meses y años, ya que solo me abocaba a ello llegando a vivir en el Holding y por ende, terminé con el proyecto que había empezado en mi piso.

Dos dormitorios más.

Una habitación y un mini gimnasio, con bolsa de boxeo.

Muchos empleados fueron renovándose o ingresando postulantes, lo cual fue un respiro para mí. 

Por eso mi estacionamiento vip en el subsuelo y mi ascensor personal con mi tarjeta única, para que cuando suba a uno, con un simple escaneo al código, ignore a las demás llamadas de otros pisos.

Como el de mi edificio donde está mi Penthouse.

Cuando compré ese terreno y mandé a demoler esa vieja construcción para hacer El Blustery, demandé lo mismo.

Todo a mi favor y a la lejanía de la gente.

Los propietarios que viven en mi edificio lo alquilan.

Porque, no vendo y así, tener un dominio absoluto de donde vivo.

¿Control obseso, recuerdan?

Cuando Marian apareció y la vi, sentí como si un terremoto de escala 8 de Richert sacudió mi piso, mi corazón y todo lo que me rodeaba, se viniera abajo. 

Porque mis ojos, no podían creer lo que estaban viendo.

Ya que la mujer que amé y tenía en frente, no eran la misma persona.

No pude levantarme de mi sillón, era como si hubiera ingerido miles de bloques de concreto y su peso me negaba a ello y como tal, así se sentía mi estómago.

Ella, estaba demacrada.

Grandes y oscuras aureolas rodeaban por abajo de sus ojos verdes.

Unos, que una vez amé tanto y hubiera construido un templo por ellos.

Su largo pelo castaño, ahora lo llevaba corto.

Muy corto.

Dudando si era real.

Y el simple pero elegante vestido que tenía puesto en color mora que una vez le regalé y en otro tiempo, lo llenaba con fuertes curvas y espléndidas tetas en su escote, le quedaba holgado.

Como una bolsa y mi sangre se congeló, cuando la vi en más detalle.

Aunque estaba sumamente delgada que preocupaba, un prominente vientre redondo llenaba su abdomen. 

Y como si el tiempo y los meses no hubieran transcurrido, tomó asiento frente mío y sin un gramo de ternura y amor del verdadero, que luego comprendí que jamás me tuvo. 

Me dijo que padecía de cáncer y que estaba embarazada de mí. 

Y mi mundo se vino abajo como un castillo de naipes que es derrumbado por el viento.

Su mirada y sonrisa enferma como cínica de satisfacción, me lo confirmó. 

Y antes de permitirme dudarlo, me dijo que ese hijo era mío, porque cuando huyó con su amante, sabía que lo estaba por su par de semanas de retraso y lo comprobó con un test de embarazo, cual se lo ocultó como a mí.

Y me reafirmó que era mío, porque lo odiaba y me lo gritó en la cara.

Detestaba ese hijo nuestro y que llevaba en su vientre.

A ese bebito.

Porque, ella quería un hijo de él y no, uno mío.

Y cuando fue a una clínica para abortarlo, en los análisis que le pedían para ello, delató su enfermedad y se negaron a eso.

Marian me culpó por ello.

Me culpó que él, la abandonó después por mentirle y ocultarle ese embarazo, sin importarle su enfermedad.

Y me culpó por quedar sola y me recordó, como la castigué en lo económico y por esa enfermedad terminal.

Porque yo, la maldije esa noche negra y en su departamento, cuando los vi.

Recitó cada fría, doliente y puta palabra que dije y en cómo me regocijaría sobre su muerte, si se arrastraba a mí.

Y el daño estaba hecho y mi profecía se cumplió.

Yo la maté en vida...y a nuestro hijito.

Mi condena, dolorosamente perpetua.

Y soporté los meses siguientes más tristes de mi vida, junto a mi madre y Rodo. 

Haciendo todo lo que tenía que hacer y estuviera a mi alcance. 

La llevé a las mejores Clínicas Oncológicas de toda Europa, inclusive a una de Cuba y otra de Argentina para detener su cáncer con tratamientos nuevos y avanzados. 

Pagué el mejor gabinete médico del país para que solamente la atendieran y estuvieran con Marian 24/7. 

La llevé nuevamente a vivir conmigo al Pen y abandoné todo tipo de contacto que sea mis T8P dejando a cargo a Collins con ayuda de Rodrigo, en ese tiempo.

Mi vida se abocó en ese periodo de meses, en atenderla personalmente a ella con ayuda de Gladys, para salvarla como a nuestro hijo. 

Sufriendo cada puto segundo de cada día, su odio hacia mí y a ese bebé que llevaba dentro y a duras penas, pobrecito crecía.

Me maldecía, me torturaba y eso, llenaba mi alma de oscuridad.

Pero aceptaba en silencio sus desplantes de ira y odio, porque Marian tenía razón.

Únicamente, yo era el culpable.

Porque nada de esto hubiera pasado si en vez de dejarla ir, la hubiera traído conmigo esa noche en su departamento, ya que tal vez las cosas se hubieran agarrado con tiempo.

Solo pensé en mí y en lo que mejor me sale y muchas veces, me deleité con ello.

Destruir.

Juntar ese polvo y volver a destruirlo para que no quede nada.

Ni las cenizas.

Lo que quedaba de juicio en mi sistema nervioso colapsó, cuando los médicos me dijeron que mi hijo no llegaría a término con una buena gestación de semanas y que nunca lograría superar el ataque de la enfermedad de Marian.

Ya que su sangre también estaba contaminada.

Mi pequeño de pocos meses, no tenía placas en la sangre por la propia Leucemia que se construía en él y su corazoncito, era débil y muy pequeño para tales meses.

Grité.

Tiré.

Maldije.

Y destruí cada objeto que vi y se me atravesó en mi camino, en la sala de espera del hospital.

Caí al suelo con mis rodillas y lloré.

Lloré como nunca lo hice.

Lloré las lágrimas, que no salieron por la muerte de mi padre y por tener a su asesino ante mis ojos.

Fue un dique que desbordó por cúmulos de tristezas por años.

No recuerdo mucho después, más que imágenes borrosas.

Collins y Grands, tomándome por atrás con un fuerte agarre.

Rodo y Marleane, tratando de calmarme por mi furia de amargura.

Y un corpulento enfermero que, con una jeringa en mano inyectó algo a mi brazo siendo lo último. 

Desperté horas o días después, en una cama de una habitación blanca y con mi madre sentada a mi lado. 

Su mirada y esa sonrisa que no llegaba a sus ojos, me decían que algo andaba mal y me levanté de un salto trastabillando y sin escuchar, sus gritos diciendo que no fuera y llamando a Rodo.

Fui directo a la habitación de Marian y cuando entré, mi cabeza daba vueltas y lo que sucedía allí, también. 

Porque el sedante que me habían puesto, aún seguía haciendo efecto. 

Mis piernas se sentían pesadas, pero logré llegar a los pies de la cama. 

Doctores y enfermeras con Gladys inclusive, rodeaban el cuerpo de Marian que yacía en la cama.

Iban y venían con aparatos y elementos atendiéndola, porque estaba teniendo una especie de convulsión. 

El tratamiento de la quimio, había sido descartado tiempo atrás por su nulo progreso y poco efecto, ya que su cáncer estaba muy avanzado y con él, todo su sistema nervioso, muscular y órganos comprometidos.

Solo restaba esperar el momento.

Me acerqué tambaleante y un escalofrío recorrió mi columna vertebral, cuando su demacrado rostro se dio vuelta hacia mí.

Sus pupilas dilatadas, apagadas y sin brillo a la vida, me miraron profundo y lleno de su siempre odio. 

Su delgada mano, se elevó en el aire con la poca fuerza que tenía y se lo permitió, haciendo caso omiso a los que los médicos y enfermeras le decían.

Luchó y negó a que le pusieran la máscara de oxígeno nuevamente, mientras su sistema nervioso colapsado, hacía estragos con movimientos involuntarios y nerviosos.

Jadeó.

<< - Me maldijiste... - Susurró, con duras respiraciones. - ...y ahora yo te maldigo, Herónimo... - Se sonrió llena de placer. Jesús, esa mirada. - ...no pude matarlo antes...pero, ahora sí. Me llevo a este bebé, que odio conmigo. - Su madre intentó callarla, gritando que decía incoherencias y que nadie era culpable. >>

Pero Marian se resistió ante ella y el agarre de los enfermeros.

<< - ¡Te odio, Herónimo Mon! - Gimió, entre tosidos enfermizos. - ¡Nunca te amé! ¡Nunca! - Tomó una última bocanada de aire. - Te vas a llevar toda tu maldita vida...hasta tu tumba, nuestras muertes... - Gritó cuando una enfermera por la orden de un médico, le inyectó una jeringa con liquido ámbar en su brazo. >>

Y solo fue cuestión de segundos, hasta que su cabeza cayera pesadamente bajo el efecto del sedante sobre la almohada.

El suave bip de las máquinas solo se escuchaba, frente al silencio de todos los que estábamos en la habitación con llanto de la madre de Marian, que me hizo girar a ella y abrazarla.

19h más tarde, fue clínicamente declarada fallecida, Marian y mi hijo.

Un paro respiratorio acabó con su agonía y cáncer.

Dos días después, fue su entierro.

No acepté gente en el funeral de mi ex esposa y mi bebé, más que solo familiares cercanos.

Compré el sector más lindo de un cementerio privado.

Un prado verde en la cima de una colina, donde un mediano árbol frutal y mi favorito, crece.

Un manzano.

Mandé a construir una lápida para ambos que rigurosamente controlo que la cuiden y llenen de flores frescas todas las mañanas.

Y aunque nuestro hijito, fue sacado de su vientre por protocolos médicos y jurídicos, ordené que los enterraran juntos.

Eran madre e hijo y tenían que permanecer así, como hasta el último minuto lo hicieron.

Me gusta creer que las desviaciones propias de la enfermedad de Marian, hacían decir y actuar que no quería a nuestro bebé.

Y que ella lo amó, tanto o más que yo.

Punto.

Hace poco más de doce días, los visité a ambos.

Limpié su tumba de hiervas crecidas y puse un ramo de tulipanes a Marian, sus favoritas y un pequeño ramillete de flores silvestres a mi hijito con la décimo tercera pieza de un juego de ajedrez.

El caballo.

Es de acero suave y esmerilado.

Lo diseñé personalmente, luego de su muerte y lo mandé a construir a mi metalúrgica.

Nunca supe el sexo, no quería tampoco.

Solo, quería que viviera.

Que ambos sobrevivieran.

Lo único.

Y como tal, iba a enseñarle entre muchas cosas a jugar al ajedrez.

Ahora tendría 13 añitos y de seguro patearía mi trasero en el tablero jugando conmigo.

Después de poner las flores, lloré.

Mucho.

Como hago cada puto año para esta fecha negra en mi vida.

Con un Collins que y pese a mis puteadas de querer estar solo en este día, no me abandona y me vigila desde lejos y a una distancia prudente.

Fecha maldita que me recuerda mi biblia y mi calefón.

Mi condena.

Fecha de mierda que, por alguna razón y movimiento certero del destino como ese mismo tablero de ajedrez, conocí a mi rayo de sol con el vestido más feo que vi en mi vida y con un grupo de perros, jugando a su lado por la costa de la playa.

Ella iluminó con su luz, mi fecha negra.

Convirtiéndose sin saberlo en ese día de mierda para mí, en la jodida reina de mi tablero.

Y mi vida.

Porque Vangelis, me estaba convirtiendo en mejor persona y me hacia querer más.

Y yo la estaba cagando mal.

Por eso iba a ser un mejor hombre para ella.

Alguien quien merezca.

No perder más el control, Mon.

Se acabaron mis rabietas o estallidos de capricho y enfado.

Pongo a objeción mis sentimientos sobre su protección y celos, ese juramento lo discutiré con mi almohada en la noche.

Ya que, ella me amaba y me perdonaba todo, demostrando cada día y más de una vez, quererme por lo que era y no quien era.

Tenía que intentarlo, no podía ser un imbécil de carácter agreste y controlador que todo el mundo estaba acostumbrado.

Y suspiro ruidosamente, tirado sobre su sillón melocotón.

Sé, que me mira a través de esas endemoniadas pestañas hermosas y naturales que tiene y disfruta de mi frustración, mientras se pone esos calientes zapatos de tacón alto en color negros.

Intento con mi mejor pose que se rinda ante mí, cruzando mis brazos por detrás de mi cabeza.

Y carajo.

Nada.

Condénenme, lo sé.

Re pendejo.

Pero jamás, una mujer se resistió a mis encantos y atributos físicos.

Y otro resoplido me gana.

Porque, se sonríe la muy atrevida.

Si, será...

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