CAPITULO 65
HERÓNIMO
- ¿Esta noche, cenas conmigo? - Suelto tranquilo.
No quería precipitar las cosas.
Quería llevarla a casa, aunque ya estaba bajo mi radar de protección y por eso había accedido a quedarse conmigo unos días hasta que se aclare lo de Gaspar, que se que todo se fue a la mierda con nuestra discusión de esta tarde y a eso súmenle.
Y acá me detengo a rodar mis ojos.
Su, "no lo sé...y que está confundida."
¿Qué no sabe, que es perfecta para mí?
¿En serio?
Mi culo, nena.
Por eso debía ir despacio, tantear el terreno y una cosa llevaría a la otra.
Bien.
- No. - Me dice, sacudiendo su cabeza.
- ¿Y por qué, no? - Pero que atrevida.
- Tengo que ducharme. - Se encoje de hombros.
- ¿Y luego, qué?
- Voy a la cama. - Dice, caminando a su habitación.
La sigo.
- Mentira. - Digo.
- Tienes razón, tengo planes.
¿Qué?
¡QUÉ!
Oh mierda, mi angina de pecho.
- ¿Con quién? - Gruño.
- No te lo voy a decir, pero definitivamente contigo, no. - Entra al baño para llenar la bañera.
- Auch... - Gimo con burla, llevando mi mano a mi pecho. - ...eso dolió. - Le susurro.
- Bien. - Dice sonriendo complacida, mientras mira su reloj pulsera. - Es tarde y debes tener un millón de cosas que hacer. Un empresario como tú, dueño de ocho metalúrgicas y con una fiesta de apertura por venir... - Hace que piensa, mientras suelta sus coletas.
Y niño Jesús, porque sus tetas se vuelven a ver bajo su remera.
Tranquilo amigo, consuelo a mi pene.
- ...no sé ¿Verificar las invitaciones? ¿El catering? ¿Juntarte otra vez con Amanda? ¿Un ETS que propagar? - Suelta cínica.
Dios, me encanta cuando está en perra.
- ¿Por qué? ¿Estás abierta a los negocios? - Arqueo una ceja sugerente.
- ¡Que te jodan, Mon!
Y a la mierda su enfado y a la mierda, mi dócil paciencia.
Yo, no soy dócil.
Yo no soy paciente.
Punto.
YO
Mi cerebro manda miles de órdenes a mi sistema nervioso y a mi cuerpo.
Resiste, cómelo a besos, pelea, acéptalo, dale un rodillazo, perdónalo.
Mierda.
Vino como amo y señor a mi departamento.
Sé, que no pasó nada con Amanda.
¿Qué podía hacer?
Era su trabajo.
¿Pero qué hago yo con mis celos?
Dicen que los celos y rascarse, es cuestión de empezar ¿no?
Pero la mega lagartona y babosa Amanda Adams, estaba al acecho y ella sabía, que yo era solo una fémina más.
No, la novia de Herónimo.
No, su mujer.
Solo una simple chica sin muchos atributos físicos y compitiendo con semejante Barbie ejecutiva, de tamaño y vida real.
¿Cuánto transcurriría hasta que un hombre como Herónimo Mon, se cansara de mí?
Sus acuerdos eran por temporada y él, podría volver a caer en sus brazos o mejor dicho, entre sus piernas.
Como siempre, lo hizo...
Ya que, ella cumplía con todos los requisitos para ser una buena compañera sexual.
Yo, no.
Porque cometí el error de enamorarme de él.
Y eso, es apego emocional para Herónimo y el peor de sus demonios.
En una palabra.
Mi amor para él, tenía cola y estridente.
Por eso necesitaba distancia o tiempo, ya no lo sé.
Porque jodidamente, no creo en eso tampoco.
Hero hacía toda esa mierda hermosa y hartante de personalidad que tiene y causando, que dependa de él absolutamente.
Por mi cuerpo traicionero a lo que ese hombre de belleza helénica deseara.
Y abrí la puerta sin pensar en encontrarlo frente mío.
Luisito el conserje, me dijo que el edificio fue comprado recientemente y su nuevo dueño, estaba haciendo nuevas inversiones y entre ellas, la seguridad.
Eso era bueno, la zona era tranquila, pero la puerta principal daba asco.
Siempre rota y por ende, sin llave y con el acceso fácil a cualquiera.
Como es el caso del hombre que tengo frente mío, ahora.
Gruño.
¿Cómo diablos hizo para ingresar con el hombre de seguridad, abajo?
Y algo me dice, que no indague mucho.
Había olvidado que solo llevaba una vieja remera clara y unos pantaloncitos cortos de entrecasa, iba darme una ducha para la salida con Mel que en breve vendría para alistarnos.
Cuando mencionó mis pezones, me sonrojé y le golpeé el brazo, poniendo los míos alrededor de mi pecho para cubrir mis chicas.
Era un cerdo.
Sentí su risa detrás de mí, cuando me dirigí a mi habitación.
Porque, necesitaba alejarme de su radio de atracción sexual.
Pero no pude evitar echar un vistazo de él, cuando me miró desde la puerta del baño.
Aún tenía sus ojos sobre mí, con su maldita sonrisa hermosa y perversa el bastardo, disfrutando de mi incomodidad.
Pero cuando me giré para discutir con él, me sorprendió acorralándome.
Sus labios se pegaron en mi frente y sus brazos rodearon mi cintura, mientras sus manos se abrieron en mi vientre y todo mi cuerpo reaccionó a él y a su calor.
Mi hogar.
- Déjame entrar... - Susurra en mi oreja y acariciándola con suavidad, con su nariz.
- Ya estás en mi casa. - Puedo alcanzar a decir.
- No me refería a eso. Me refería a ti, nena...
Y sus manos comenzaron a descender, siendo desgarradoramente sensuales y demandantes.
Odio mi cuerpo cuando jadeó de placer por su contacto, pidiendo más de él y sintiendo mi braguita húmeda por ello.
Quiero ser fuerte y respiro hondo.
Y estoy a punto de gritar, porque sigo molesta.
Pero entonces hace dar vuelta mi cuerpo y me empotra contra la pared.
Mi cuerpo choca con los azulejos color natural, haciendo que apoye mi mejilla en la fría superficie.
Con una de sus rodillas separa mis piernas, mientras toma mis manos y las eleva, por sobre mi cabeza.
- Quieta. - Me ordena. - Si las bajas, me enojaré ¿Entendido, rayo de sol?
- Sí... - Jadeo rendida.
- No obedeciste... - Dice besando mi cuello y buscando algo del bolsillo de su pantalón.
Jesús.
¿Polvo castigo?
La sedosidad de una tela acaricia mis muñecas unidas, por el agarre de su mano.
- Oh, Dios... - Gimo al ver que me ata las manos con una suave presión, con la misma corbata de seda negra que se sacó hoy, cuando discutí con él en su oficina.
Y la comprobación de su atadura, roba otro jadeo mío.
Me mira por sobre sus pestañas y con su media sonrisa de lado.
Señor.
¿Cómo podía, excitarme tanto esto?
- Shuu... - Gruñe besando mi nuca, mientras sube mi vieja camiseta por encima de mis pechos y dejándolos al descubierto.
- Esto, es mío. - Dice apretando mi pezón para que grite por el dulce dolor. - Nadie los puede ver ¿Entendido? - Toma su tiempo en besar y lamer cada uno de mis hombros con ternura. - De ahora en adelante, sujetador nena...
Una de sus manos baja por el contorno de mi silueta y cierro mis ojos por el contacto de ella cuidada pero callosa, por los entrenamientos y luchas en el ring.
Toca mi entrepierna y un grito ahogado sale de mí, mientras desabrocha y baja la cremallera de mi short como la prenda, de un movimiento para terminar en el suelo y entre mis pies.
- Dije, silencio, amor... - Me recuerda, dando en mi trasero una nalgada.
Y su escozor me pica, pero es una descarga eléctrica para que despierte mi libido para él.
- Mierda, sí... - Exclama al tocar mis bragas y sentirlas mojadas.
Mi respiración entrecortada empaña el azulejo, donde mi mejilla está apoyada y aunque, nuestros jadeos inundan el pequeño espacio que es mi baño, escucho la cremallera de su pantalón bajándose.
Abre más mis piernas y el tacto de sus dedos por dentro de ellas acariciándome, hacen bajar involuntariamente mis manos atadas.
- Dije, arriba mi rayo. - Me recuerda con otra nalgada, mucho más fuerte.
La acaricia por sobre el dolor.
- ¿Estás bien, nena? - Murmura bajando lento hasta mi trasero, para besar con su lengua esa zona con ternura. - Levanta un pie y sostente en mi hombro... - Ordena para despojarme de mi pantalón y cumplo, ayudándome con un pie y luego el otro.
Se incorpora con sus manos recorriendo, la longitud de mis piernas desnudas y muslos hasta la unión de ambas.
Suspira largamente.
- Eleva tus brazos nena, porque es un polvo castigo, no caricias a mí... - Dice suave y yo, trago saliva.
Se pega a mi espalda y el calor de su dura erección ya fuera de su pantalón, golpea mi espalda.
Rodea mi cintura nuevamente con una mano y corriendo a un lado mi braga, para posicionarse en mi entrada y ambos jadeamos al sentirnos piel con piel.
Carne con carne.
- No vuelvas a bajar los brazos o este polvo, será peor...
Dios Bendito.
Solo asentí, no podía hablar.
Mi garganta está áspera y seca por mis jadeos y el deseo.
Y aunque, odiaba que mi enojo huyera a cualquier rincón de mi mente y pusiera un cartelito de no molestar.
Detestaba, conformarme con esto.
Porque yo, quería todo de Herónimo.
Los dos exhalamos con fuerza, mientras se empuja dentro mío.
- Se siente tan bien... - Murmura entredientes, comenzando a moverse amoldando su gran tamaño en mi interior.
Seguido a besar mi nuca, con besos suaves y lentos.
Su brazo me envuelve y su mano es ternura y caricias, por sobre mi cuerpo ya algo sudado anunciando mi excitación.
Pero cuando su hambre se hace cargo, sus embestidas en mi interior empiezan a ser crudas y fuertes.
Y yo, me descompongo del placer.
Mis piernas flaquean y Herónimo lo siente, aprisionando más su mano sosteniendo las mías atadas por sobre mi cabeza para que no caiga y con la otra en mi cintura, profundiza más dentro mío, con cada movimiento entrando y saliendo de mí.
Haciendo de nuestros cuerpos contra la pared, sean uno solo y nuestros jadeos, ser el único sonido en la habitación.
Mi orgasmo, comienza a construirse.
- Dámelo, mi amor... - Gruñe sin aliento, pero sin dejar de besar el lado de mi rostro. - ...quiero sentirte mojándome. - Reclama, acariciando mi mejilla y con sus ojos sobre mí.
Besa con dulzura y sonríe sobre mi piel al sentir la llegada de mi clímax, cogiéndome con más rudeza.
Levanto mi vista y gimo fuerte, cuando mi orgasmo colma mi cuerpo y me divido en millones de partículas de placer.
Lo miro de lado cuando suelta mis manos atadas para envolverme con las suyas en un cálido y fuerte abrazo con mi cuerpo gritando por el suyo más adentro.
- Tú, debes obedecerme para poder cuidar de ti, nena. - Exclama echando su cabeza hacia atrás y flexionado sus caderas para mayor acceso con la llegada de su corrida que contenía, volcando en mi interior. - Mía... - Susurra posesivo, con un beso en hombro y con unos últimos como suaves movimientos, excitándome más y buscando un segundo orgasmo.
Porque, es totalmente dominante y descarado.
Y me encanta.
Apoya su barbilla en mi cabeza abrazándome más a él, sudado y jadeante.
- Que haces que me puedes, nena... - Suspira saliendo de mi de golpe y girando mi cuerpo para que nuestros ojos como cuerpo se encuentren.
Y gimo ante su vacío abrupto y sin poder evitar descender sobre mis lamentos excitados, mi vista abajo y ver aún su pene muy hinchado y empapado tanto por mi orgasmo como su eyaculación, frotándose duro en mi vagina y dejando huellas mojadas de leche blanca, por mi bajo vientre.
Porque yo quería más y Herónimo, no me está dado ni la mitad de lo que necesito y lo sabe.
Solo es una muestra de lo que me había estado perdiendo, por enfurecerme y me deja con ganas de mucho más.
Y su sonrisa de lado sexy y bastarda se dibuja en su boca al notarlo, porque mi cuerpo se retuerce como mis piernas se juntan con necesidad frotándose, para alivianar mis ganas de sentir su tibio pene pulsando mi clítoris y que me la meta nuevamente.
Acuna mi rostro y lo acaricia con suavidad con sus manos, para luego besar una de mis mejillas con aún, su respiración entrecortada mientras va metiendo su pene, aún duro y como puede en su pantalón.
Pestañeo.
Sip.
Como leyeron.
Me deja con mis manos aún atadas con esa bendita corbata de seda negra, por encima de mi cabeza en el aire, contra la pared y un segundo orgasmo fallido y que deseo con el alma imperiosamente.
¿Polvo castigo, recuerdan?
Hermoso, como bastardo.
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