CAPITULO 64
HERÓNIMO
- ¡Pero qué, demonios! - Grito en el piso 17 y por encima del box de Mel. - ¡Todo el mundo, fuera! - Ordeno a los pocos empleados que quedan en el lugar en la hora de salida. - ¡Tú, no! - Señalo amenazante a Mel, quien amaga en recoger su cartera y abrigo.
Se encoje de hombros tomando asiento de nuevo y haciendo un globo gigante violeta con su chicle.
¿Dios, qué tiene?
¿La edad de Juli?
Rodrigo entra al piso en busca de Mel y abre los ojos con sorpresa por mi presencia y las de los empleados por abandonar el recinto con apuro a excepción de Mel y Collins.
Pregunta algo a este no sé bien qué, porque mi cabeza está en la pantalla de mi celular.
Carajo.
Onceava vez, que el número de Vangelis me manda a su correo de voz.
Pequeña cabrona.
Maldigo para mis adentros, por haber dicho a Grands que se volviera a su edificio, cuando ingresamos y no estuviera con ella para vigilarla.
¿Pero cómo, maldita sea iba a suponer que esta, condenada mujer se iría así?
¿Y sin mí?
- ¿Qué cagada, te mandaste? - Me pregunta Rodo, acercándose a nosotros curioso en su castellano argento perfecto.
Resoplo, mirando el techo.
Jesús, dame paciencia.
- Tu amigo se paseó, con Senos.De.Plástico Amanda Adams por el Holding y Vangelis los vio en la cantina. - Exclama Mel, mirándome. - Y el muy idiota, la ignoró.
- La estaba resguardando de Amanda... - Le gruño.
Se pone de pie con las manos en las caderas.
- ¿Resguardando? Vino hecha una magdalena al piso de llanto, Herónimo ¿Qué pretendías que hiciera?
- ¡No dejarla ir, carajo!
- ¡Si serás, un come mierda, jefe! - Cruza su cartera por el cuerpo, tomando su abrigo con bronca y me señala con el en mano de forma amenazante. - Estaba lastimada por ti. Hice lo que tenía que hacer. Decirle que se fuera a descansar con el permiso de Áaron.
- ¿Áaron? - Engullo con bronca ese nombre. - ¿Áaron? - Repito. - Yo soy su jefe ¡Yo doy permiso!
Mel pide ayuda con la mirada a Rodo de forma exasperante.
Y suspiro, intentando controlar mi mal humor.
- ¿A su departamento? - Digo.
Levanta ambos brazos al aire.
- ¿Dónde, si no? Y no soy estúpida, sé, de la presencia de Gaspar. - Señala con su barbilla a Rodo. - Le pedí a Rodrigo que la llevara.
Me giro a él, frunciendo mi ceño.
- ¿Vienes de su departamento?
Mira a Mel y luego a mí.
- Sip.
- ¿Y por qué diablos no me lo dijiste?
- Oye, no me mires así. No sabía de ese encontronazo contigo. Solo me dijo que estaba descompensada y le creí. Créeme, esa chica se sentía mal. Pero quédate tranquilo hermano, Grands estaba allí cuando llegamos y con un grupo de hombres.
Re mierda.
- Esa gente, es un equipo de seguridad para la instalación de ella... - Gimo, frotando mi frente con la mano. - ...dime por favor, que no los vio... - Lo que falta, para que termine de odiarme.
- No. - Responde envolviendo con un brazo los hombros a Mel.
- No te preocupes, sus ojos en compota de tanto llorar, no se lo deben haber permitido. - Replica Mel con sarcasmo.
Le estrecho los ojos.
- Jesús mujer, yo no envidio al tipo que termine contigo. - Murmuro.
- Touché, jefe... - Mel muerde su labio para no reír.
Rodrigo aclara su garganta y también intenta no sonreír, pasando una mano por su nuca de forma divertida y ladeo mi cabeza para observar a ambos detenidamente y ver, como la mano de Rodrigo acaricia con ternura el hombro de Mel.
Y mi sonrisa se dibuja.
Mierda, ya era hora.
Los abrazo a los dos al mismo tiempo, sin poder evitar dar un golpecito de cariño a la cabeza a mi mejor amigo.
Porque mi hermano se merecía todo y la extravagante como extraña Mel, también.
- Que bueno, saber esto. - Les murmuro, sonriendo muy feliz.
Pero me separo de ellos, acomodando mis lentes y retomando la marcha.
Mel se ruboriza y apoya su cabeza en el pecho de Rodo.
- ¿A dónde vas?
Camino en dirección a la salida con Collins y sin detenerme, digo.
- Al departamento de mi mujer.
Y sonrío más al escucharme decir eso con voz alta y clara, entrando al ascensor.
Carajo.
Porque se siente malditamente bien esas dos palabras en mi boca.
Mi mujer...
***
Ordeno a Collins que permanezca en el coche, mientras subo las escaleras del edificio de entrada de Vangelis.
Un guardia de uniforme abre la puerta principal por mí.
Bien.
Y tomo nota mental, de felicitar a Grands más tarde.
Me detengo frente a la puerta de su departamento.
Demonios.
Porque todo esto me tiene fuera de juego y sintiéndome extraño, ya que yo nunca hice esto antes.
¿Yo, perseguir y luego rogar a una mujer?
Sí, si...ríanse de mí.
Lo merezco.
Tomo dos respiraciones mientras golpeo la puerta.
Y JODER.
- ¡Oh Dios! - Gimo, cuando abre la puerta y la veo. - ¿Coletas? - Le digo, cuando paso y me estrecha los ojos por ello.
No me importa.
- Nena...por favor... - Un ruego me sale.
Doy dos pasos hacia ella de nuevo.
- No te atrevas. - Y como en mi oficina, me detiene.
Por eso deposito mi culo en la silla más próxima, dejando escapar un gruñido.
Así que espero...silencioso y dócil, por una vez en mi vida.
Jodido Dios.
Vangelis lleva coletas de cada lado de su pelo y aunque mi rayo es un caos.
Uno completo con ojeras y ojitos rojos e hinchados por llorar, es la visión más hermosa y caliente para mí.
Quiero estrecharla contra mis brazos y hundir mi nariz en su pelo e inhalar su perfume a sabia y flores y no dejarla ir.
Quiero decirle que la amo y por una buena vez, expresar mejor de lo que quise decir en mi oficina.
Lo que siento por ella y no cagarla, como lo hice.
Soy muy malo en ello, como podrán ver.
Que sepa lo importante que es para mí.
Porque, ella es mi vida.
Y que piense en todo lo que le iba a decirle.
Mi vista la recorre y otro gemido se me escapa otra vez poniéndome de pie.
- Carajo, dame un respiro... - Suplico.
Ya que también quiero decirle, que se ponga sujetador.
- Por Cristo, tus pezones... - Le susurro.
Porque rayo de sol, malditamente no los lleva puesto bajo su remera clara.
Que como botoncitos se dibujan y transparentan bajo él.
Mierda.
Un pensamiento más de lamiéndolos y acabaría entre mis pantalones.
Su ceño se frunce y mira sus pechos, arruga su nariz llena de pecas y golpea mi brazo ruborizándose y se tapa sus dulces pezones con sus manos.
Y no puedo suprimir una risa.
Lo sé, condénenme.
Pero esa ingenuidad me puede.
Maldita sea, a amaba mucho, mucho más todavía.
Cierra la puerta y se apoya en ella con una pierna doblada hacia esta, como una cigüeña.
La miro y ahogo otra risa, porque la hace ver muy bonita.
Blanquea sus ojos.
- ¡Dios! ¿En serio eres realmente, el mega obseso y déspota empresario de las T8P? - Me pregunta de mala gana.
Río con más ganas.
Y suspira.
- ¿Herónimo, por qué viniste?
- Te fuiste mal del Holding, nena. - Camino por el departamento poniendo mis manos en los bolsillos de mi pantalón como si nada. - ¿Por qué, no me dijiste? - Acaricio un mueble muy natural.
- ¡No eres mi dueño! - Chilla.
- ¡Eres mía! - Gruñí.
- ¿Me hubieras dejado venir a casa?
No, claro que no.
Pero no era momento de admitirlo, cuando me mira como a punto de saltarme a la yugular.
Lindo.
Limpio una pelusa imaginaria de la manga de mi camisa.
- El Blustery es un edificio seguro, ya te lo dije. Te hubiera llevado al Pen personalmente para poder cuidarte, nena...
Y es el jodido cielo ver su labio inferior mordido por sus dientes para contener su enfado creciendo por mí.
Me da ternurita en el fondo.
Estamos mirándonos uno frente al otro.
No aflojes, Mon.
Porque esto, recién comienza...
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