CAPITULO 55


YO

Y ahogo un suspiro.

Al sentir sus labios en la comisura de los míos.

Carajo...

Abro mis ojos encontrando los suyos, mirándome lóbregos y profundos detrás de sus lentes. 

Una milimétrica curvatura de su boca señala creo, que una sonrisa.

Y resoplo para mis adentros, para recuperarme.

Respira Vangelis.

¿Quiso besarme, ahí?

Maldita sea.

¡Por qué, esos ojos raros nunca me comunican nada!

Quiero decirle y muero por preguntarle, si eso fue un intento y quiso, darme un beso. 

Pero se da vuelta como si nada hacia Juli, para bromear y reír con ella. 

 Y sin un atisbo de nerviosismo por el casi beso, cuando yo sí. 

Mi cuerpo quedó rígido por su roce, pero él no. 

Y muerdo mi labio inferior para tratar de rescatar algo, de ese dulce contacto y sabor del casi besito.

Herónimo, en cambio no.

- Tu turno, Vangelis. - Y su voz, rompe mis pensamientos imaginarios de lo que pudo ser.

Lo miro.

Y me mira como si nada, frotándose los labios con esa actitud de amo y señor del control muy él.

Auch.

Eso duele como la mierda.

Y bajo mi vista, hacia mi compañerito de al lado.

Él, no lo quiso realmente.

Nada.

Me inclino a mi gordito bello que tengo sentado a mi lado.

Su nombre es Benjamín y solo tiene 3 años y como su nombre lo dice, es el más chiquitín del pabellón.

Le regalo un hermoso beso en su frente devolviéndome una sonrisa pícara.

Y me consuelo con que a este hombrecito, si le gustó mi beso.

Van pasando más rondas hasta que nos quedamos prácticamente sin labial todos.

Hero ya no vuelve a besarme ni cerca de mis labios, todos son en mi frente y mis mejillas.

Triste decepción.

La enfermera hace el recuento, de besos marcados a cada participante.

Gana Herónimo con 7.

Seguido de mi besable compañerito de al lado con 6 besos que tengo ahora en mi regazo.

Y absolutamente de acuerdo, porque todo él.

Mejillas y manitas regordetas, era para comerlo a besos.

HERÓNIMO

Si el chocolate negro podía besarse, se sentiría como mi casi beso a rayo de sol.

El beso arco iris es un juego que implementé con Gladys en mi hospital entre otros, para confraternizar y unir lazos niño enfermo-sociedad.

Por la mierda de siempre.

Gente estúpida que, al ver un niño con discapacidad por una enfermedad o víctimas de un accidente con secuelas físicas como sobreviviente de un incendio, sienten rechazo a veces consciente o no, a la proximidad de ellos.

No me condenen.

Digo, no todos.

Pero en su mayoría putos egoístas que actúan con indiferencia a ellos y créanme, eso es lo más tierno que reciben estos niños por parte de ellos.

Otros, los miran por sobre sus hombros a estos niños víctimas de infortunios de salud o de accidentes, como si fueran infecto contagiosos o meneando sus cabezas con lástima arrogante murmurando la vida miserable que tendrán de por vida por padecer tal afección, dando después un sorbo a su copa de excelente champagne francés.

¿Recuerdan que les dije, que odiaba las fiestas y galas?

La causa, esto.

Bien.

Detesto la aglomeración.

Detesto la gente.

Detesto la aglomeración de este tipo de gente.

Algo tan simple como maquillar tu boca con mucho color, aunque parezcas el marica más grande del mundo y compartir un juego de 15 minutos con ellos, llena el corazón.

Y llena sus almitas.

Un niño que lucha con una enfermedad terminal o que cargará con la secuela en su piel por un incendio o un niño que sufre por el motivo que fuere, de una discapacidad física. 

A través de este juego, no siente el dolor de la indiferencia social y menos la mierda del rechazo con el que se le castiga inconscientemente.

Solo recibe un poco de amor y un, aquí estoy amiguito.

Punto.

Les juro que mi pecho iba a explotar de orgullo, al ver a Vangelis adaptarse tan bien en el pabellón.

Era toda una mujer.

Perdón, aclaración.

Toda mi mujer con muchos niños jugando y sonriendo.

Solo eso y nada más.

No, mirada de pena.

No, rechazo por su invasión personal.

No a nada de la mierda infecto contagiosa.

No miedo.

Solo mi Vangelis y yo.

Y mi pasión.

Cuando Juli me da su beso en mi frente, mi pequeña nenita pícara me incita a que siga el juego, apoyando su manito en mi brazo expectante.

Diablilla, como no.

Para ella, soy su príncipe y hace un tiempo atrás me dijo, que yo no debía estar solo.

¿Pueden creerlo?

¿Santo Dios tiene 6 años y es más madura que Rodrigo?

Y como príncipe que era, necesito a mi princesa para gobernar mi reino.

No me juzguen.

¿Pero qué mierda podía hacer ante la niña, más dulce del mundo que conocí jamás?

Por eso le prometí que cuando la encontrara, iba a traerla al hospital para que la conociera.

Resultado.

Vangelis, ahora mi princesa.

Realmente jodido y encantador.

Me vuelvo hacia mi princesa.

Y joder.

No me mires así, rayo de sol.

Y carajo por como amo, malditamente a esta mujer.

Después de su actuación imaginaría y de maquillarse esa jodida boca provocona, suspiré profundo y maldije para poder controlarme y dejar de preguntarme, como se sentirían esos labios hinchados y carnosos de forma natural en los míos.

Probablemente, jodidamente bien.

Quería sentir el contacto de su suavidad, rozarlos con mis labios y acariciarlos con mi lengua en búsqueda de la suya, para después morder su labio inferior.

Jesús...borra esos pensamientos de mí, aquí.

Porque, soy un depravado.

De no ser por mi público infantil presente, le hubiera arrancado su braga y cogido con mi mano, en solo pensar besándola.

Acaricio con mis dedos su rostro deleitándome en absorber, cada centímetro de el mirándolo.

Ella, es mía.

Puta felicidad triste.

Créanme, eso también existe.

Regla 4, Mon.

No.

NO PUEDES.

¿Recuerdas?

Bien.

Quiero besar su hoyuelito.

Mi rayo tiene uno pequeñito y estoy seguro, que no lo sabe.

Mejilla derecha y apenas visible, que se muestra en su mayor esplendor cuando ríe con ganas.

Bonita.

Y por eso la comisura de su boca llega a mí.

Mierda.

¿Y eso, Mon?

Un golpe de miedo estrangula mi garganta y mi pecho se ahoga, por mi respiración contenida.

Porque mierda, mierda y re mierda.

Casi, la besé en los labios.

¿Error de cálculos?

¿Acto inconsciente fallido?

Maldición, todo en mi quiere descomponerse y con él, mi control.

Mi miedo y ese puto pánico que tengo a un simple beso a Vangelis en sus labios, me caga los nervios.

Esto es malo.

Muy malo.

Forcé una postura glacial y abrí la boca lentamente, porque temí balbucear y necesitaba que mi voz saliera natural.

Y puse lo que mejor me sale.

Mi mejor cara de mierda, para decirle que continuara con el juego y sin poder evitar, que mis dedos acariciaran la zona de mis labios donde la besé.

Sabía a gloria, sol y miedo.

Y quise patear mi trasero al ver sus ojos de tristeza con la que me miraba.

Perdón nena, perdóname mi amor.

Porque solo así, te protejo de mí...

Fingí una sonrisa volviendo a Juli, porque su mirada carcomía lo que me quedaba, si tenía algo de corazón rojo todavía.

No aflojes, Mon.

La enfermera se acerca, para reclamarme campeón.

Siempre cariño pienso para mí, cuando padres y enfermeras me felicitan.

Sí, si...lo sé.

Disculpen.

Está mal, lo reconozco.

Pero es inevitable mi espíritu competitivo.

¿Soy el jefe de los jefes, recuerdan?

Y no soy muy fan de las derrotas.

Jamás.

¿Qué lo importante es competir, dicen?

Mi culo.

Amo ganar y siempre estar delante de los demás, aunque mis competidores en este caso no me superen de mis rodillas de altura y los adore.

No hay diferencia si el premio en cuestión es un trofeo, un galardón Commers del año o una venta de seis ceros a mi cuenta bancaria, por la venta de mi acero.

O como en este caso, que mi premio es una paletita de sabor fresa, que me en entrega con orgullo la enfermera ahora.

Ganar es ganar.

Punto.

Bien.


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