CAPITULO 41
YO
- Ok. - Digo encogiendo mis hombros.
Suspiro.
- ¿Entonces tú, me llevaras? - Suelto resignada.
- Y te busco. - Termina él.
- Si digo que no ¿No me dejaras en paz verdad?
- Nunca. - Y ahí va, otra maldita palabra sexy.
La que acaricia, cuando la pronuncia.
Este hombre sabe como follar las palabras.
- Voy por mi mochila... - Digo.
- Un momento. - Me detiene, acercándose a mí. - No iras así ¿verdad?
- Sí.
Señala mis jeans cortados.
- Nena... - Gime. - ...tu no pued...tus piernitas se ven mucho...
Se agarra el puente de su nariz y jadea.
Sip.
Es un exagerado.
- Mi angina... - Aprieta su pecho con una mano.
Me acerco hasta estar frente suyo.
Dios, es tan alto.
Le doy palmaditas suaves y tranquilizadoras con una mano a ese pecho con angina celosa y posesa.
- Tranquilo...no correrá sangre. Te lo prometo. - Me pongo de punta de pie a centímetros de él y siento su miedo en los ojos, pero no se aleja.
Santo Dios.
¿Herónimo piensa, que lo voy a besar en la boca?
¿Por qué, está tan roto?
Beso su barbilla y sonrío para disimular su reacción.
- Voy por la mochila... - Repito, agradecida de ello para poder escapar por unos segundos y controlar mi corazón que palpita rápidamente por la tristeza de su rechazo y por pensar que lo iba a besar en la boca.
Cuando intento irme, su mano retiene en la mía como no queriendo que me aleje.
- Rayo... - Susurra sosteniendo mi mirada, mientras me enderezo lo mejor que puedo.
Jesús.
¿Por qué, lucha tanto?
- ¿Qué, Herónimo? - Me doy de palmaditas en mi mente por salir natural mi voz, cuando la tristeza de su rechazo, me dan ganas de llorar.
Traga fuerte y luego, niega con su cabeza.
- Nada, nena... – Sonríe, pero ella no llega a sus ojos que están más oscuros que nunca. - ...tengo hambre...ve por tus cosas... - Acomoda sus lentes.
HERÓNIMO
Cobarde.
Un puto cobarde, me seguí repitiendo desde su departamento hasta inclusive dentro del ascensor mientras bajamos.
Yo quería decirle.
Necesitaba, decirle...
¿Qué diablos, es lo que quería decirle?
Joderrrrrrrrrr.
Y quiero pegar un puñetazo contra la pared.
No lo sé, bien.
Tal vez pedirle perdón porque sé, que notó mi rechazo.
Y sin embargo, rayo de sol me consoló con su sonrisa.
¿Carajo, por qué lo hace?
Quería decirle que me perdone, ya que por años, yo me creía muy entero.
Muy mío y muy yo.
Pero fue hasta que la conocí, que me di cuenta que estaría siempre incompleto, si no tenía a mi lado a alguien como ella.
Sin embargo, callé.
Cobardemente, mantengo cerrada mi estúpida boca.
Abro la puerta principal de su edificio para ella.
Sale y mira para todos lados.
- ¿Y Collins? - Pregunta, buscando entre la gente que camina por la acera y los coches estacionados.
- Hoy no hay Collins, nena. - Le digo.
Me mira curiosa, buscando nuevamente.
- Entonces ¿Grands?
- Tampoco hay Grands, rayo. - Sonrío ante su mirada incrédula, mientras cruza sus brazos sobre sus bonitos pechos.
- ¿No hay Collins ni Grands, hoy? ¿Y eso? - Muerde su labio sonriendo.
- ¿No recuerdas, acaso? - Digo tomando su mano y entrelazando mis dedos para sorpresa de ella con los míos.
Sip.
Lo que leyeron.
Le tomé de la mano y en público.
¿Felices?
Bien.
¿Tal vez me estoy convirtiendo en un marica con la vejez?
Y me importa una mierda.
Porque quiero hacer este tipo de mariconadas con Vangelis, ya que malditamente la quiero al lado mío.
Y mientras más cerca, mejor.
- ¿Qué cosa? - Pregunta, mirando nuestras manos unidas.
¿Feliz?
Y que, me jodan.
Porque, ella es feliz con tan poco.
- Lo que me dijiste hoy a la mañana, rayo ¿acaso no soy un simple hombre, que necesita los domingos libres?
- ¿Y con eso? - Me mira ingenua.
Bonita.
Abro mis brazos como respuesta, sin soltar la que tengo prisionera suya.
- Pues que es domingo todavía y le di el día a Collins para que descanse, lo necesitaba. - Realmente, lo necesitaba. - Y le dije a Grands que vuelva al Pen.
- Eso, quiere decir... - Me susurra, dudosa.
- Que soy un hombre con su domingo libre. - Respondo. - Soy tuyo, nena... - Digo y no me da tiempo a nada.
Porque pega un grito de alegría, seguido de un salto hacia mí, riendo de felicidad.
La atrapo en el aire, envolviendo mis brazos en su cintura.
Cristo.
Es tan pequeña que sus pies, cuelgan en el aire.
Gente que pasa por nuestro lado, nos miran curiosos y me importa tres mierdas, si me reconocen.
- ¿Mío? - Pregunta sin poder creer, con su frente en la mía.
- Tuyo... - Repito la palabra y me doy cuenta, que se siente agradable en mis labios decirlo.
No suspiren.
¿No es para tanto, ok?
- Pero, yo voy a casa...de Karla. Prometí ayudarla... - Dice, algo afligida.
- Shuu... - Acaricio mi nariz con la suya. - Deja que explique. Mi domingo empieza a partir de ahora. - Miro mi reloj. - A las 15:03h y termina mañana a la misma hora. Almorzaremos por ahí, te llevaré a lo de tu hermana y luego a la noche te buscaré, porque quiero que vengas conmigo al Pen después.
- ¿Al Pen? ¿Por qué? - Inclina su cabeza.
Suspiro largamente, mirando a la gente pasar.
- ¿Tienes una pasión por algo, Vangelis? - Vuelvo a mirarla y sus ojos que no abandonan lo míos y joder con lo que me responden los suyos, pero me hacen feliz.
Ya que, me dicen que soy yo.
- Sí... - Solo me susurra tímida.
Cosita.
- Quiero que pases la noche conmigo, porque mañana temprano necesito mostrarte el mío...
- ¿Tu pasión?
- Sí, nena.
- ¿Tienes una?
Sonrío.
- Sí...
Hace una mueca.
- ¡Pero tengo que trabajar! Y no quiero faltar, no soy así...
- Y no lo harás rayo, ni yo tampoco. Solo serán unas horas. Tengo que estar también en TINERCA. Soy el jefe, nena y necesito estar siempre para mantener todo bajo control.
Piensa largamente y pidiéndole consejo al piso de la acera.
Luego, vuelve su vista a mí.
- ¡Sí! - Exclama al fin.
Muerdo su barbilla con suavidad.
- ¿Es un trato, entonces?
Mira nuevamente a la calle.
- ¿Y en qué, nos vamos?
La bajo a regañadientes de mis brazos, sacando del bolsillo de mi pantalón las llaves de mi coche.
El sonido de la alarma desactivándose, destellan las luces de mi Porsche 911 en color blanco.
Camina en dirección al coche con una de sus manos en la correa de su mochila y la otra con la mía, obligando a que la siga.
Y le abro la puerta del acompañante, con mi típica sonrisa de lado.
- Hombres... - Rueda sus ojos, al ver mi expresión ganadora y rodeo el coche por delante, abriendo la puerta del conductor sin poder evitar reír.
El motor ruge con el encendido y con él, sus revoluciones.
Bajo el techo con un comando del volante y Vangelis mira sorprendida el movimiento de la capota guardándose.
El sol a pleno nos invade.
- Guau... - Solo sale de su boca admirando, su tecnología alemana.
- ¿Gorra? - Le ofrezco una gris de beisbol, que tomo del cubículo trasero.
Niega con la cabeza y me la pongo yo, sacándome mis lentes para cambiarlos por unos oscuros de sol, mientras abrocha su cinturón de seguridad y yo después la imito.
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