CAPITULO 25
YO
- ¿Marcello y Rodo? - Pregunta, mientras me lleva hasta la barra de desayuno de la cocina, donde hojea la correspondencia.
Para luego, mirarme con ternura.
- ¿Agua? ¿Alguna soda? ¿Un jugo? - Me ofrece y asiento en silencio.
Porque la presencia de estos hombres me inhibe un poco.
Herónimo abre el gran refrigerador y saca dos latas de sodas de naranja.
Busca un par de vasos en unas gavetas altas y vierte el contenido de ambas, para luego entregarme uno.
Y le doy un gracias bajito por eso.
De su mirada linda a mí, cambia rápido a serio en Collins esperando una respuesta, mientras da un gran sorbo a su vaso.
Y éste lo mira aturdido y curioso, por lo que hizo.
¿Acaso el jefe no se sirve las cosas solo?
Reacciona.
- En el mercado señor, compras. Y el señor Montero tuvo una llamada telefónica. En breve vuelve... - Responde. - ...en la mesa de su oficina está su agenda diaria con una llamada del señor Millers - Me mira con cautela. - Y demás anotaciones... - No especifica.
Se miran fijamente.
Estos hombres se entienden y comunican con las miradas.
Herónimo se vuelve hacia Grands, dejando su vaso ya vacío en el desayunador.
Yo lo imito.
- Voy a necesitar que me investigues financieramente un encargo... - Aclara su garganta. - ...es una compra nueva.
- ¿Inmueble, señor? - Solo pregunta.
- Sí. - Toma la pluma del saco y escribe algo en un anotador de la barra, seguido a arrancar el papel y se lo alcanza. - Y lo quiero... - Acentúa grave. - Necesito esta información sobre mi escritorio y en detalle del propietario. Si tiene deudas, su estructura, su seguridad como edificación y Grands... - Advierte. - ...triplica, si es necesario...
Este se sonríe y hace un paso al costado para retirarse, pero sin antes con un gesto, saludarme a modo despedida.
- Señorita Coppola... - Solo dice y sin esperar mi reacción, se pierde por un pasillo.
Se vuelve para tomar mi baja cintura de nuevo, cosa que no le pasa desapercibido a Collins.
- Una hora y estoy contigo Collins, prepara todo el papeleo para cuando regrese... - Me conduce a las escaleras y sin darse la vuelta, prosigue. - ...dile a Marcello que prepare mi atuendo de gimnasio y el tuyo, haremos algo de sparring y bolsa después de la oficina...
- De inmediato, señor Mon. - Escuchamos su respuesta desde abajo y sus pasos fuertes, que se pierden.
El final de las escaleras, nos lleva a otro recibidor grande.
Es espacioso y en los tonos blancos, grises y natural.
Con tres habitaciones.
Dos de un lado y una del otro.
Abre las dos primeras.
- Habitación de huéspedes. - Me muestra la primera.
Es hermosa con sus colores claros y ocres.
Y la segunda es una biblioteca, el paraíso del lector.
Llevo ambas manos a mi pecho.
Santo Dios.
Porque, es mi sueño.
Tres paredes del nivel del piso hasta la altura del techo, son estantes con centenares de libros. Una cuarta pared desnuda de ellos con una inmensa ventana con sus cortinas corridas, baña el lugar llenando de luz el ambiente. Y unos pequeños sillones en cuero en tono café en cada extremo con una mesita de por medio, están ubicados bajo ella.
- Jesús Herónimo, esto es hermoso... - Murmuro, tomando un viejo libro de la tercera fila.
Lo miro, sin poder creer.
- ¿Giovanni Guareschi? ¿Don Camilo? - No salgo de mi asombro y lo hojeo con cariño.
Él me observa con su hombro, apoyado en los estantes y sus manos en los bolsillos.
Y se sonríe acercándose a mí, mientras acomoda sus lentes.
Busca otro, cerca del que saqué y lo levanta para que lo vea.
- Y la vuelta de Don Camilo... - Su segunda parte.
Y ahogo una emoción dando un saltito de alegría, mientras lo agarro y lo abro con cuidado.
Es la continuación de esa saga.
- Fueron parte de mi infancia... - Le cuento feliz, abrazándolos contra mi pecho. - ...tenía once años cuando los leí. Crecí leyendo Pepón y don Camilo. - Sonrío por el recuerdo. - Amo leer, aprendí de mi abuela paterna la pasión por la lectura, cuando me regaló mis dos primeros libros, Juana Eyre y Muñequita...
- Charlotte Brönte y Rafael Pérez y Pérez. - Responde por los autores.
Le vuelvo a sonreír, porque los reconoce y se encoge de hombros.
- Toda mi vida leí, rayo de sol y aún lo hago... - Aclara. - ...con siete años, comencé con el primero. El pájaro Espino, que se lo robé a mi madre... - Y su media sonrisa de lado, aparece. - ...carajo...comencé a ver a los curas cuando me llevaban a misa, de una forma diferente después de eso... - Sonríe.
Y suelto una risita, mientras vuelvo a acomodar los libros en su lugar.
Cuando regresamos al recibidor, me señala su final con el brazo.
Otras escaleras, pero de menos peldaños.
- Las habitaciones de Collins y Marcello... - Señala.
- ¿Ellos viven contigo?
- Si, nena...
- ¿Y quién, es Marcello? - Pregunto.
- Su título podría ser el de un mayordomo, pero es más que eso. Parte de lo que se compone mi pequeña familia. Trabajó en casa de mis padres. Yo tenía 6 años cuando llegó. Luego cuando cumplí los 17 años y vine a vivir a la ciudad definitivamente, a los pocos años él se instaló conmigo en el Pen, porque lo necesitaba mucho.... - Suspira largo, como no queriendo dar detalle profundo en eso. - ...y trabaja para mí, desde entonces... - Da como toda explicación.
- Se puede decir, que Marcello te conoce de toda la vida. - Acoto.
Interesante.
- Si...
Pero la curiosidad a su simple afirmación como toda respuesta, me puede.
- ¿Por qué, lo necesitabas mucho? - Pregunto.
Y su mirada posó en mí, profundamente y oscureciéndose más de lo necesario.
Mierda.
¿Qué dije, que lo hizo poner así?
- Es mi pasado personal Vangelis, no voy a responder a eso... - Su voz pasó de cálida a fría en un segundo.
Entonces, entiendo.
Maldita sea.
La puta regla 1.
Idiota, eres solo su chica de folladas.
Nada más Vangelis.
Ni siquiera, una amiga.
- Lo siento... - Digo sin sentirlo.
¿Mierda, cuál era la diferencia?
¿Segundos antes me relataba cosas de su pasado social, pero lo personal no?
¿Cómo se hace, para poder diferenciarlo?
Su ceño ahora está fruncido.
Adiós a la parte simpática de Herónimo Mon y hola a la agria y glacial.
Hombre de carácter volátil e inestable.
Me conduce a la única puerta, que queda en frente.
- ¿Qué hay acá? - Pregunto mirándola.
La entreabre a medias manteniendo su mano en el picaporte, pero se detiene.
- Mi habitación.
Mi boca se abre.
Señor mío...
Su habitación.
La abre totalmente y es como la imaginaba.
Grande, espaciosa y con paredes como pisos en los tonos grises y blancos.
La cama está ubicada en el extremo opuesto.
Es inmensa y con un diseño de cabecera bastante particular en hierros forjados cruzados.
La decoración de la misma y aunque es elegante, es muy sobria y más bien poca.
Carente de toque femenino derrochando masculinidad en cada cosa y objeto que la compone.
Dos puertas más, lo acompañan.
El baño en suite y un vestidor de casi el tamaño de la propia habitación.
- Linda. - Me giro a él y abrazándome a mí, misma.
Me encojo de hombros.
- ...muy masculina... - No sé, que decir.
Su mirada de pocos amigos me ordena que me llame al silencio.
Sus ojos se estrechan más.
Y lleva su mano al puente de su nariz, para masajearlo pensativo.
Creo que le va a dar un aneurisma de la bronca por mi intromisión anterior y romper esa jodida regla.
Creo.
Pero luego, su mirada se suaviza.
Al menos lo intenta como su voz.
- Tú, debes descansar y yo tratar unas cosas con Millers y Collins... - Señala su enorme cama, como pantalla gigante de televisión. - ...puedes dormir si te apetece o pasar el rato en la biblioteca, hasta que me desocupe de mi abogado... - Me ofrece. - ...si tienes hambre, solo baja y pide a Marcello. Él lo hará con gusto, nena... - Finaliza.
- ...o puedo volver a mi casa... - Sugiero con muchas ganas.
Porque, venir fue un error.
Apenas conozco a este sexy pero irritante hombre, que resulta que también es mi jefe.
Y su mirada vuelve a cubrirse con ese manto de oscuridad.
- No. - Gélido. - Quiero que te quedes. - Me ordena.
Inclino mi cabeza en desacuerdo a su mandamiento poco ortodoxo.
Y respira hondo al ver mi cara poco contenta y resopla vencido, mirando el piso.
Para luego a mí, suplicante.
¿Y con cierto miedo?
¿Eh?
- Por favor Vangelis, no te vayas... - Me ruega bajito.
Y mi pecho se cierra.
Carajo, con ese tono.
Y carajo otra vez con su forma tan triste de mirarme, pese a ese enojo que lo colmó.
Suspiro.
- Ok. - Solo digo con poca gana, mirando la habitación. - Creo que leeré algo para pasar el tiempo ¿de acuerdo? - Acepto porque y aunque sus ojos siguen ennegrecidos, está ese dejo de melancolía y que solo Dios sabe la causa.
Y porque pese a ello y sin una gama de color específico.
Son unos ojos hermosos que llegan a lo profundo de mi alma, con su ruego a que me quede.
- Gracias... - Dice encaminándose a la puerta y sin voltear hacia mí.
HERÓNIMO
Quería que me abrace, lo necesitaba.
¿Sin embargo, que hice?
La cagué.
La idea era pasar el rato con ella hasta que Collins me avisara que Millers ya había llegado para nuestra reunión.
En mi habitación.
¿Se entiende?
Bien.
Estaba putamente feliz de que accediera venir conmigo al Pen.
Y como un niño emocionado, le mostré mi piso.
Maldita sea.
Ella se veía tan bien en mi casa.
Llámenlo aura, energía o la mierda que fuera esa luz, que es su persona.
Pero hacía juego con mi penthouse.
Condenadamente encajaban, como dos piezas de un rompecabezas.
Sabía que la biblioteca la iba enamorar.
En su expediente de TINERCA decía que entre sus favoritos, la lectura estaba primero.
Pero, yo fallé.
Sip.
Fui el culpable.
Porque me explayé de más y mi inconsciente, me traicionó.
Y aunque hablé de mi pasado cosas secundarias.
Le di el pie a que preguntara por más.
Sacudo mi cabeza.
¿Qué haces que me puedes, Vangelis?
Bajo las escaleras llevándome el diablo de la bronca y odiándome por dejarla sola arriba.
Si no fuera el puto bastardo que soy, volvería a ella y le pediría perdón por mi reacción.
Que me abrazara y que me dijera, que todo iba a estar bien.
Solo eso.
Pero los demonios despiertan, con solo nombrar la simple palabra pasado.
Y ella como él, reviven en mi mente.
Siempre.
Y me emociono.
Más por él.
Porque su recuerdo, desgarra mi corazón de la tristeza.
Si hubiera sido otra fémina o mujer del pasado.
Esa impertinencia, me hubiera sacado.
Con decoro, obvio.
La hubiera mandado a la mierda y ordenado a Collins, que la llevara de vuelta a su casa.
Y hasta que mi humor de perros se pasara, tal vez le hubiera dado otra oportunidad.
Tal vez, dije.
¿Fatalista?
Condénenme.
A mi edad ya hay cosas que no lo tolero.
Pero Vangelis, es diferente.
Si se iba, no lo permitiría.
La ataría a la cama de ser necesario.
Con mis esposas.
Sonrío.
Basta, Mon.
Aunque es la pura verdad.
¿A quién, quiero engañar?
Lo haría.
Punto.
Porque, si se marchaba.
Un pedazo de mí, se iba con ella...
Tanteo mi pene sobre mi pantalón, reacomodándolo.
Y joder.
Ahora estoy duro como una roca por imaginarla con mis esposas de cuatro eslabones, atada en mi cama.
Lindo...
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