CAPITULO 13
YO
Me libera, farfullando por lo bajo.
Abre la puerta y ante mi demora, apoya su mano pesadamente sobre la puerta abierta del coche e inclina su cabeza con aire de poca paciencia.
Estoy indecisa sobre mi lugar, entre tomar un taxi o subir a ese oscuro coche de alta gama como él.
- Vamos a dejar en claro un par de cosas. - Su voz es como su cara.
De pocos amigos.
- No te estoy pidiendo permiso, es una orden. Es tarde y te llevo... - Rebuzna. - ...punto.
Se acerca a mí.
Dios, con su perfume.
- Te llevaré a lo de tu hermana y quiero cuando vuelvas a tu casa, pienses en todo esto...
Besa mi cuello produciendo un efecto gelatina en mis piernas, por el contacto de esos tibios labios en mi piel.
- Piénsalo...porque si dices sí, nos vamos a pertenecer y serás mía. Solo mía. El hecho de que no pueda poseerte en este preciso momento... - Me mira fijo. - ...no implica que espere. Porque a mí, no me gusta esperar Vangelis. Y cuando lo haga, te voy a desear tanto, que voy a querer cada puto centímetro de tu cuerpo para saborear con mi boca y mi lengua. No me tumbaré encima de ti y poseerte con delicadeza, voy arrebatarte ese condenado poder que tienes sobre mí y cuando lo obtenga, te cogeré tan duro, hasta que creas que tu mundo solo soy yo...
No puedo contestarle.
Porque es lo más sexy y más mal educado, que me han dicho en mi vida.
Y me excita, muchísimo.
Su magnetismo es tan poderoso, que creo que acaba de secuestrar mi voz.
Está en mi espacio personal, absorbiendo y tomando mi oxígeno y no puedo entender por qué, mi corazón late así.
Todo mi enfoque, está en él y su mano entrelazada en la mía.
HERÓNIMO
Mi corazón palpita fuerte al seguir su mirada.
A nuestras manos unidas.
¿Cómo, ocurrió eso?
Diablos.
Mi control se está yendo al carajo.
Corrección.
Mi control y mi manejo motriz.
En el Holding no quería que se vaya.
Que tomara ese taxi y que se alejara de mi lado.
¿Qué hice, entonces?
¿Qué hizo mi inconsciente en realidad?
Porque mi consciente, no lo hubiera hecho.
La tomé de la mano.
Entrelacé mi puta mano a ella.
El miedo a perderla y el temor de sentirla alejándose, provocó que algo impulsara desde lo más profundo de mi ser a hacerlo.
Y no me pregunten, por qué.
Ya que, no tengo ni idea y solo lo sentí.
Lo sentí.
Trece años que no tomo la mano de una mujer, porque nunca más lo deseé y jamás lo necesité nuevamente.
Y acá estoy.
Mirando bobaliconamente como un marica adolescente, mi mano y la suya entrelazadas.
Y sintiendo cada pulgada de su tersa y suave piel contra la mía.
Es cálido.
Un contacto reconfortante y llega a mi pecho expandiendo y empujando mi cuerpo, fuerte contra ella.
Y me gusta.
Mucho.
Y se siente, jodidamente bien.
Y gruño para mis adentros por eso.
¿Por qué, qué pasa?
No me gusta una mierda.
Eso es debilidad Mon y no podía ablandarme ahora.
Solo tiene que ser sexo.
Control, sentirla y nada más.
Punto.
No la mierda de la pasión que te lleva al sentimentalismo.
Cristo.
¿Qué venía después?
¿Llorar en el hombro de Collins?
¿Tejer mantitas de lana al lado de mi madre?
De.Ninguna.Jodida.Manera.
YO
Con su frente apoyada en la mía, siento que su respiración se ralentiza cuando suelta mi mano pensativo, para sostener de nuevo la puerta abierta de su coche.
Una vez dentro, rodea su coche con gracia abriendo la puerta del conductor, enciende le motor y este ruge suavemente.
Sube por una rampa y acciona un interruptor del techo, que abre el gran portón corredizo y automático y salimos al exterior y con cada majestuoso movimiento que su elegante coche da, es bañado por el ocaso de la noche aproximándose.
Está despejado de un azul oscuro y naranja intenso, muy cálido para la época.
Se detiene en otro portón con la salida principal del predio.
Uno alto, hermoso, labrado y de hierro forjado.
Y un guardia aparece de la ventana de su garita con impecable uniforme negro y lleva dos dedos a su gorra y nos saluda con cortesía, mientras abre manual el portón y en la espera, Herónimo apoya una mano en mi rodilla y me mira fijamente con esos ojos raritos y de color indescifrable que tiene.
Madre de Dios.
Es tan guapo.
Y su contacto me estremece y por eso, junto mis piernas con fuerza y disimulo, mirando por mi ventanilla del acompañante.
Aunque no le veo, siento que niega con la cabeza y se sonríe, para luego sumergimos en las calles y el tráfico.
Su auto zigzaguea entre coche y coche por la avenida.
Aprieta un comando de su volante y la música de Eminem suena en el interior.
Perfecto.
Y suelto una risita, porque su letra hace honor a nuestra situación.
Jodidamente, perfecto.
Lo miro de reojo y noto que él, también se sonríe con malicia.
Lo disfruta el muy bastardo, mientras me pide la dirección de mi hermana para programarla en el GPS doblando en la próxima intersección.
- ¿Entonces? - Dice de la nada.
Lo observo con atención y sin entender.
¿Con qué diablos, saldrá ahora?
Me mira unos segundos como esperando mi respuesta, para luego volver a concentrarse en conducir, con su mirada en frente.
- No me gusta compartir, señorita Coppola. - Su tono de voz imperativo, me desconcierta.
¿Pero de qué diablos, está hablando ahora?
¿Me tutea y ahora, me trata de usted?
Este hombre tiene que venir con un manual explicativo de su personalidad.
¿Estará, bajo el asiento del auto?
Se detiene en un semáforo en rojo y se incorpora apoyando casi la totalidad de su espalda, sobre su puerta para mirarme plenamente, mientras apoya su brazo en el volante y se frota sus labios pensativo.
Puto tic hermoso.
Me mira inquisidor a través de sus lentes y fijos en mí, analizando.
Me reacomodo en mi asiento.
- ¿Qué sucede entre tú y mi supervisor de piso Áaron Dean, Vangelis? - Larga.
¿Eh?
Pues que creo, que le gusta a Mel.
No sé, que mierda quiere que le responda.
Me encojo de hombros.
- Es agradable...
- ¿Agradable? - Gruñe volviendo al volante, cuando la luz marca verde.
Me mira, aunque yo no.
- ¿Agradable? - Repite, elevando más su voz grave.
- Es mi jefe a cargo. No sé, a que se refiere...
- Él no es tu jefe, Vangelis. Yo, soy tu jefe. - Me corrige entredientes.
Y ya, no me mira.
Está fijo en las calles que conduce, pero sus manos aprietan tan fuertemente el volante que los nudillos de sus manos, están blancos por la presión.
- Mi supervisor, entonces... - Corrijo, rodando mis ojos.
- ¿Tienes algo con él? - De la nada.
¿Qué?
Ahora soy yo la que me giro sobre mi asiento para mirarlo de pleno y arrugo mi nariz, cruzando mis brazos en mi pecho.
- ¡No! - Aclaro con demasiado fervor. - ¿Por qué, piensa eso?
- Dijiste, que era agradable...
- Porque lo parece. - Explico. - Lo fue como supervisor en mi primera semana de trabajo y muy atento esta tarde. - Me justifico sin necesidad, ya que no estaba haciendo nada malo.
¿Qué le importa?
- Aunque te dije que pensaras sobre lo nuestro, eres mía... - Dice. - ...solo y malditamente mía y sé, que me dirás que si rayo de sol. Y me pondré jodidamente celoso, si un imbécil vuelve a tocarte o invade tu espacio personal, por más ayuda samaritana que predique...
¿Qué, es todo esto?
¿Él, está celoso?
No puede ser.
¿De mí?
No importa.
Exhalo furiosa.
- No hables así, de Áaron. – Suelto el aire. - Es un chico ingenioso y linda persona, cuando habla...
Y me odia con la mirada.
- ¿Él?
- ¡Sí!
Y me entrecierra los ojos, odioso.
- ¡Yo soy bonito e ingenioso y en seis idiomas sumando el árabe! - Me arquea una ceja.
Pestañeo.
¿Me está jodiendo?
No sé, si comerlo a besos o darle de bofetadas al mismo tiempo por ese comentario.
Pero lo sigo mirando fijo, sin moverme de mi postura, ya que no sé, que decir.
- ¡Qué! - Me gruñe glacial y frunciendo esas bonitas cejas, después de unos segundos.
- ¡Tú! - Digo, con la misma energía.
Llámenme corajuda.
O suicida.
Como ustedes prefieran.
Me mira enojado.
- ¿Yo, qué?
Suelto mis brazos, que caen pesadamente sobre mi regazo.
- ¡Tú! - Repito, elevándolos al aire. - Eres un hombre, extrañamente fascinante...
Creo, que se quiere reír.
Sip.
Pero muerde su labio para ocultarlo.
Y ladea apenas, su cabeza hacia mí.
- ¿Me estás llamando rarito? - Murmura suave.
Y que Dios me proteja.
Me lo dice estrechando sus ojos y de una forma tan sensual como graciosa, que no puedo contener mi carcajada que retumba en todo el interior del auto.
Se saca sus lentes para masajear el puente de su nariz en otra detención de semáforo, mientras con una mueca en sus labios disimula las ganas de reír.
Era el jodido cielo este hombre por demás hermoso.
Y su sonrisa.
Dios querido, esa sonrisa escurridiza que se hace rogar.
El paraíso.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top