CAPITULO 117
DAY BELUCHY
Acomodo mechones de mi pelo corto en el espejo del ascensor y delineo mejor con mis dedos, mi labial mora de mi boca.
Las puertas se abren y ya en el pasillo de mi piso del juzgado, mi ayudante Harris ya está a mi espera con mi café y papeleríos en mano.
- Harris. - Digo a modo saludo, tomando el café que me ofrece mientras caminamos, dando un pequeño sorbo.
Perfecto.
Como me gusta.
- Buenos días, Jueza Beluchy. - Me saluda, adelantándose a abrir la puerta de mi despacho, haciendo malabares con la carpeta de papeles y en el proceso, acomodando sus redondos y pequeños lentes de leer de su rostro.
Es joven, algo atolondrado e impulsivo por ser servicial.
Como todo estudiante vehemente a su futura vocación.
Pero esa determinación por querer estar a un paso más adelante del resto en lo solícito, lo va a ser un gran abogado penalista a futuro.
Por lo pronto y pese a su forma aturdida de desempeñarse, es el mejor ayudante de piso y secretario en mis casi 25 años de jueza.
Corre las cortinas del gran ventanal, mientras tomo asiento en mi escritorio y enciendo la computadora.
Me calo mis lentes en el puente de mi nariz mientras dejo mi café, enciendo mi cigarrillo y abro mi carpeta de legajos.
Harris acomoda algunas de las carpetas que traía entre sus manos, por el orden correspondiente a seguir de cada uno de mis casos y a un lado de mi mesa.
Y un par de las que quedan en su mano, caen al piso en la marcha.
Con mi sien apoyada en uno de mis dedos, lo observo.
Se inclina y levanta las hojas con un leve rubor de vergüenza y se sonríe tímido a modo disculpa.
No son documentos, son fotos las que se dispersan y una llama mi atención.
Pero, mi cerebro juega conmigo y no lo puedo recordar.
- ¿Es un caso? - Pregunto, observándola.
- Son las diferentes y últimas causas del juez O'Higgins, fotos de su víctimas y victimarios. – Me comenta. - Me pidió, si podía ordenarlas.
Le doy una calada a mi cigarrillo y ojeo.
Son como siete, entre hombres y mujeres.
Pero vuelvo a levantar la que me interesa, mientras Harris acomoda en su carpeta de origen las restantes.
Es una mujer y está en la foto procesada con la tabla numérica.
Joven, bella y rubia.
Pero la forma desordenada de su pelo y los signos de su mirada perdida y las huellas de su piel bajo sus ojos, acusan signos de haber estado bajo los efectos de un ataque psicótico o de drogas.
- Está procesada como victimaria. - Contesta, ante mi mirada Harris. - Contra daños y perjuicio a su víctima.
- ¿Quién? - Solo digo.
Abre la carpeta con el historial.
- Víctima, Vangelis Heléna Coppola. - No, su nombre no me suena. - Ataque en estacionamiento contra su persona. Dos heridas de gravedad con arma blanca. - Da vuelta la hoja. - Tijeras. Hombro derecho bla bla y bajo vientre bla bla zona lateral, también derecho... - Simplifica y arruga sus cejas pelirrojas, al bajar su vista leyendo un poco más. - ¿Jueza Beluchy? - Murmura.
- ¿Mmnm? - Solo digo.
Me extiende la hoja con su prontuario, que lleva la causa mi colega.
- La víctima trabaja en TINERCA, la escena del ataque fue en el estacionamiento de su Holding... - Continúa.
¿Será?
Y obligo a mi mente, hacer memoria.
Sí.
Ahora la reconozco.
Es ella.
- Amanda Adams. - Su nombre sale de mi boca, recordando uno de mi casos pasados.
Apago la colilla en el cenicero.
El asesinato de Vincet Mongomory Mon.
El empresario Herónimo Vincent Mon hijo, contra el acusado, Gaspar Mendoza.
Amanda Adams, fue su novia o algo así, años después.
Vi fotos del señor y la acusada en cuestión en revistas de espectáculos años atrás.
Herónimo Mon era un muchacho cuando su padre fue asesinado.
Al caso lo recuerdo perfecto.
Como, no.
Aunque la prensa no hizo un espectáculo amarillista de esto, por bajo las amenazas del prestigioso gabinete de abogados Millers&Co, fue de gran suceso.
Ese pequeño hombre en plena madurez y a fines de su adolescencia, daba respeto con su presencia glacial.
Porque y pese a su juventud, era frío, calculador y de temperamento apático.
Más bien, gélido.
La metalúrgica TINERCA, fundada por segunda generación jerárquica paternal, estaba a cargo de su padre y único dueño.
A punto de cumplir la mayoría de edad y con solo 17 años de edad su hijo, Herónimo Mon fue nombrado vice presidente de la compañía por él.
Y de allí, se desató una serie de descarrilamientos trágicos.
Comenzando con el suicidio de Francis Mendoza, empleado de la firma con más de 20 años de antigüedad y amigo de la familia.
Y si mi memoria no me falla, mejor amigo y compañero de carrera en su momento desde la universidad de Vincent Mon.
Francis Mendoza reclamó la vice presidencia, cuando fue tomada con legitima asunción su hijo, cosa que se le fue denegada por lógicas razones.
Documentos de investigación previa a la muerte de Vincent Mon, afirman que Francis Mendoza acreditaba una elevada deuda en mesas de juego clandestinas, idilios de oriunda prostitución y consumo de drogas.
Estaba desesperado por más y ese más, era pedir su asunción en TINERCA.
Una bancarrota inminente no reconocida, ocultando sus vicios y adicciones a su familia como conocidos y con una deuda muy alta a mafiosos de turno, pisándole los talones.
Lo llevó a la desesperación y un desenlace final muy trágico.
El suicidio.
Y este.
Al siguiente como efecto dominó.
Su primogénito varón, Gaspar Mendoza adolescente y con antecedentes universitarios de revoltoso, busca pleito y adicto a la consumición de yerba.
Marihuana.
Y por tal, en un momento de exceso de ella y bajo los efectos de otros alucinógenos, fue a enfrentar a Vincent Mon por la muerte de su padre.
Lo que provocó, el siguiente infortunio.
Su muerte por herida de bala.
Con arma de fuego semi automática a dominio de su padre, el fallecido Francis Mendoza.
El proceso fue corto ya que la escena del crimen, se hizo en un astillero y frente a millones de testigos.
Incluyendo su hijo, cuando sucedió el hecho en cuestión.
Y no menos importantes, que el muchacho se declaró culpable y continuó con esa sed de venganza, en pleno final del juicio.
Lo juzgué como un adulto mayor y con la pena de 24 años de cárcel en la estatal de máxima seguridad, por asesinato culposo en primer grado.
Pero mi sentencia fue reducida a casi 18 años por la ley de amparo, al buen comportamiento reformado y vigente, por el poder Legislativo.
Y su inserción a la sociedad es bajo un estricto seguimiento periódico, de trabajadores sociales y de jurisdicción penal con sesiones periódicas psicológicas.
Intachable en los años de cárcel.
He intachable también, su legajo de su salida hasta hoy en día.
¿Y por qué siento entonces, como una sacudida ante una espina mi pecho, con esta foto entre mis manos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top