Capítulo 3
Al llegar a casa, lo primero que hago es darme una ducha fría, y acostarme con el deseo de dormir durante todo el día ignorando mis responsabilidades y el que esté afectada por el virus. Necesito no hablar con nadie en todo el día y poder asimilar que el Virus se está expandiendo por mi cuerpo; si no se detiene por un milagro, tengo dos meses más y todo habrá acabado. Me es imposible dormir, porque lo único que puedo hacer es llorar sin parar envuelta por mis sábanas sin distinguir si lloro por el hecho de tener que decirles a mis padres que estoy afectada o si es por el terror que le tengo a mi propia muerte. Nadie se ha salvado antes, así que no tengo posibilidad alguna. Me aferro a mi almohada cerrando mis ojos con fuerza mientras lloro aterrada. Finalmente, el cansancio se vuelve aún más grande que toda mi angustia y la vence.
Al despertar, no tengo idea de cuánto tiempo estuve dormida, sólo sé que ya es de noche y que si mi teléfono no sonara en la manera en que suena, seguiría durmiendo sin problema. Cuando finalmente dejar de sonar, extiendo mi mano y lo veo, tengo múltiples llamadas perdidas de mamá y papá, incluso de Matthew, no lo puedo creer; sé que esta vez Matt no llamó por voluntad propia, mis padres le pidieron que lo haga. Al primero que devuelvo mi llamada es a él.
–Estás viva! – Exclama desde el otro lado del teléfono haciendo que su grito retumbe en mi cabeza – Creí que unos aliens te habían llevado o algo así.
–Qué gracioso – Murmuro sin entusiasmo – ¿Te pidieron que me llames?
–Pues, no ¿Por qué lo preguntas? – Pregunta denotando lo pésimo que es mintiendo
–¿Quién te lo pidió? – Pregunto demandante.
–Annet, yo quise llamarte – Dice intentando mantener la mentira antes de rendirse –. De acuerdo, no te enojes conmigo... fue tu madre.
"¿Por qué no me extraña?" Pienso mientras me doy vuelta en mi cama.
–¿Por qué no atendías? – Pregunta al ver que no digo nada, no suena necesariamente preocupado, pero aun así sabe que algo anda mal.
–Fui a hacerme los análisis del virus – Respondo esforzándome por no llorar.
–No necesitas decírmelo si no quieres.
–Tengo el virus – Le suelto de repente.
Comienzo a hablar sin parar acerca de lo asustada y confundida que estoy porque tengo veintiséis años y siento que los desperdicié totalmente llevando una vida mediocre en la que resigné cada uno de mis sueños por estar cómoda sin seguir enlazada a mis padres. Siempre me dije que tenía más que tiempo de sobra para avanzar laboralmente, viajar por el mundo conocer a alguien, casarme... y ahora me doy cuenta de que en realidad nunca lo tuve. Matthew no es muy bueno dando palabras de ánimo, su fuerte es simplemente escuchar y hacer alguna que otra pregunta que me ayude a reflexionar. Pero hoy se limita a dejarme hablar sin decir nada, haciendo que sienta como me quito un gran peso de encima contándole al menos a alguien cómo me siento.
Aún recuerdo cuando conocí a Matthew. Fue en mi primer día de trabajo. Trabajábamos en la misma columna y su cubículo estaba frente al mío. Me costó acostumbrarme a su forma de ser, sobre todo por sus burlas hacia mí y el hecho de que más de una vez hackeó el sistema de mi computadora solo por diversión, pero más tarde comprendí que su sarcasmo es una especie de mecanismo de defensa que utiliza tanto para apartar a alguien que lo hace sentir amenazado o para acercarse a quienes les agrada. Suena irónico y contradictorio, pero así es Matt, el amigo más leal que pueda existir.
...
Mientras llamo a papá, comienzo a sentir un poco de miedo ante la idea de que esté enojado conmigo por no haber atendido, así que intento tranquilizarme diciéndome lo tonto que suena que le tema a mi padre como si fuera una niña. Mi procedimiento antes de llamarlo siempre es el mismo: me siento sobre un almohadón en el suelo, entre el sofá y la mesa de té, porque es el único rincón de la casa en el que puedo camuflar el desorden en el que vivo; mi lógica es que si nadie vendrá a verme y a mí no me molesta que las cosas no estén en su debido lugar, ¿Para qué gastarme? Por lo general, las luces de la sala de estar, están encendidas, pero esta vez solo dejo las de la cocina que, al tenerlas detrás de mí, oscurecen un poco mi cara, no quiero que note que estuve llorando hasta hace un momento, me ahorraré bastantes preguntas.
Como siempre, atiende en su oficina del Laboratorio, donde realiza su cuarentena. Su rostro denota un dejo de preocupación, pero tras saludarlo me digo que es mejor ignorar mis sospechas sobre sus sentimientos, tal vez sea la mejor forma de evitar cualquier tipo de reclamos.
–¿Cómo estás? – Pregunto fijándome en su rostro cansado que me da la impresión de tener más arrugas.
–Pues, hoy comencé las pruebas de la nueva cura – Comienza a decir tras un leve suspiro –, y, sorprendentemente, ya está dando resultados positivos.
Su expresión va en contra a lo que me explica, porque está siendo curado y parece no tener entusiasmo alguno, lo cual reafirma mis sospechas de que ya sabe que algo anda mal. Maldigo en silencio cuando, gracias a que permanezco en silencio, él aprovecha para comenzar a hacer las preguntas que no quería que haga. Aún no estoy lista para confesarle que fui infectada y que estoy muriendo sin notarlo, así que me propongo tener fortaleza suficiente como para mentir y no decirle nada hasta que no lo haya asimilado del todo.
–¿Por qué no respondías nuestras llamadas? – Pregunta con un tono hostil.
No puedo contenerme y comienzo a llorar. No puedo, es mi padre, no sé mentirle. Le cuento todo, incluso la oferta de Henry sobre inyectarme la cura antes que las personas con un estado más grave que el mío. Y entonces, la reacción de papá me resulta entre sorprendente y sospechosa, no parece demasiado afectado porque haya enfermado, sino que mantiene una envidiable calma, aunque lo que más me extraña es que quiere que acepte la cura. Sé que desea que yo esté bien, y si fuera otra persona pensaría que lo hace por el simple hecho de que soy su hija, pero él no es así. Las demás personas siempre van antes que uno mismo, incluso antes que la familia, así fue educado y así me crió.
–Tú no eres así – Le digo extrañada –. Tú esperarías a que mi estado sea crítico y mientras tanto curarías a otras personas, ¿Por qué quieres que lo haga?
–Quiero que estés bien, eso es todo – Responde vagamente.
–Dime la verdad – Pido con tono amargo.
Hoy no tengo miedo de herir a nadie y, aunque más tarde pueda llegar a lamentarlo, por ahora no me arrepiento de acusarlo de mentiroso. Estoy demasiado cansada y confundida, no me tragaré mis palabras. Para mi sorpresa, ni siquiera se esfuerza en mantener la mentira.
–De acuerdo, está bien – Suspira sin pesar –. Quiero que la tomes porque el Laboratorio y yo queremos probarla en un sujeto que no haya sido inyectado con la cura Ruber, pero no tenemos voluntarios.
Mientras me habla, pienso en muchas cosas a la vez, haciendo que llegue a tantas conclusiones que ni siquiera distingo cuál de todas suena más creíble.
–Sabías que yo me haría el análisis – Concluyo pensando en voz alta.
–¿De qué hablas? – Dice luciendo bastante indiferente.
–¿De qué otra forma podrías saber que mi cuerpo está infectado antes de que yo te lo contara?
–Yo no lo sabía – Afirma con una autoritaria tranquilidad.
Estoy tan a la defensiva y le creo tan poco que, si seguimos hablando, acabaremos discutiendo, y no quiero discutir con él, no en este momento. Necesito pensar, y calmarme, tal vez esté paranoica, pero con semejante panorama no puedo esperar otra cosa. Al parecer, él tampoco quiere seguir hablando, así que nos despedimos de manera rápida y cortamos haciendo que me quede con un cargo de conciencia bastante grande. Cierro mis ojos y dejo caer mi cabeza sobre el sofá mientras suspiro cansada de pensar tanto. Sé que debería llamar a mamá y decirle que estoy bien, pero sinceramente no quiero encontrarme con su mirada tosca y su actitud de jueza. De todas maneras no me preocupa demasiado, de seguro ya sabe todo gracias a papá.
Tomo una de las mantas del sofá y me cubro con ella. Necesito despejar mi mente, pero el no poder lograrlo me abruma y me hace llorar en silencio de forma amarga y resignada. Comienzo a pasear mi vista por la sala de estar, las cortinas están igual de cerradas desde el momento en que vi a los militares llevándose al fallecido. Casi me olvidaba a la mujer gritando y pataleando para que no se lo lleven, pero el recordar cada detalle de la situación como la manera en que iba vestida o la nitidez de sus gritos a pesar de que estoy en un tercer piso, me hace pensar que es algo que quedó grabado en mi mente para siempre. Enciendo la tele para intentar quitarme esa imagen de la cabeza, pero contradictoriamente, la mantiene aún más, Akihiro Mura está hablando:
–Me complace informarles que la cura Ruber está dando resultados positivos en quienes fueron inyectados con ella – Dice manteniendo una expresión solemne y segura –. Sin embargo, se está trabajando en otro tipo de cura que podría actuar con más rapidez.
Sigue hablando acerca de los beneficios de cada componente de la nueva cura, a la que denominan Neón, pero mi mente comienza a divagar haciendo que no escuche nada de lo que dice. ¿Y si al no inyectarme la cura retraso los procesos de investigación? En ese caso, se perderían aún más vidas. Y no puedo quedarme quieta sentada en el suelo teniendo la posibilidad de hacer algo para detener esta locura de la epidemia Arsénica. No es lo que me gustaría hacer con mis últimos dos meses de vida.
...
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