Capítulo 1


      Lo que veo por la ventana me aterra: Una mujer sale de su casa llorando mientras dos militares intentan detenerla; otro grupo de ellos se lleva un cadáver, probablemente el de su esposo. Por más que ella grite e insulte a quienes la sostienen no le dejarán despedirse del difunto. Su cuerpo será quemado y enterrado, ningún funcionario público lo confirmó pero es una de las teorías más lógicas que escuché sobre lo que hacen con los fallecidos.

     No quiero seguir lamentándome por la viuda así que cierro la cortina un tanto ofuscada y no dejo que se vea ni un centímetro de exterior, me quedo parada frente a la ventana intentando salir de mi impacto, pero es un poco difícil. En unas semanas se cumplirán cinco meses exactos del descubrimiento del virus Arsénico; se dice que el mismo, del que aún se sabe poco y nada, se originó en el Laboratorio Júpiter y que fue difundido por la negligencia de quienes trabajan allí, además de que la cura está lista pero que no quieren distribuirla. Eso es una mentira y un insulto hacia papá y sus colegas, resulta doloroso ver cómo se esfuerzan día a día para contrarrestar los efectos de la epidemia sin ningún resultado aparente.

     Desde que papá contrajo el virus, cada vez que llamo por videoconferencia, su expresión cansada y desanimada me hace desear llorar, pero no puedo demostrarle lo dolida y aterrada que estoy. Quisiera estar allí y abrazarlo con todas mis fuerzas. La última vez que hablé con él, comentó algo sobre un posible medicamento que podría exterminar el virus. Incluso él mismo fue inyectado con la supuesta cura, ya que no había otros voluntarios, pero aún no se ha curado, simplemente se evitó que la enfermedad avanzara con rapidez en su cuerpo.

     Debería llamarlo, debe ser duro para él aislarse en las instalaciones del Laboratorio lejos de mamá y de Lisa. Para mí es normal estar totalmente sola todo el tiempo, y no me pesa; pero ya conozco a papá, necesita a su familia y a sus amigos constantemente. Tras sentarme en el suelo frente entre el sofá y la mesa ratona, tomo mi teléfono y lo llamo, sentada en el suelo con la espalda apoyada contra los almohadones del sillón. Él no tarda en atender, haciendo que vuelva a ver sus celestes ojos decaídos que luchan por seguir abiertos:

-Annet! – Exclama fingiendo su entusiasmo – ¡Qué gusto!

-¡Hola! – Saludo intentando sonar tan efusiva como él – ¿Cómo te sientes?

-Pues...Bien, hoy me siento algo más animado; el equipo está desarrollando una cura un poco mejor que la anterior – Comienza a explicar –, tal vez esta si pueda curarme.

-¿La tomarás sin antes utilizarla en algún sujeto de prueba o algo? – Pregunto un poco extrañada.

- Yo soy el sujeto de prueba – Dice riendo, enervando todo mi ser.

     Comienzo a desesperarme ante la idea de que siga introduciendo cosas en su organismo como si se tratara de un conejillo de indias, ¿Y si es algo contraproducente? No entiendo casi nada de ciencia, pero aún así soy lo suficientemente perspicaz como para deducir que inyectar cosas tan fuertes en su cuerpo no debe ser para nada positivo.

-¿Y crees que sea buena idea a pesar de que ya tomaste la otra cura? – Pregunto en un tono bastante atacante.

-Anne, tranquilízate ¿Sí? Soy microbiólogo, sé lo que hago – Dice sin perder su sonrisa –. Además, si ninguna de las dos curas dan resultados positivos... – Duda en decirlo mientras yo rezo por que no lo diga, pero finalmente, lo hace – De todas maneras la enfermedad acabará conmigo. Prefiero utilizar mi cuerpo afectado para algo útil.

     Me mantengo en silencio pensando en algo que pueda hacerle cambiar de opinión, pero sé muy bien que será inútil, no sólo porque tiene un buen punto, sino también porque ni mi madre ni yo podemos convencerlo de lo contrario cuando tiene un objetivo. Sé que, si insisto en que no lo haga, terminaremos discutiendo, y no merece que me enoje con él por querer conseguir la cura; de alguna u otra forma, eso habla de su desesperación por ser curado.

- ¿Has visto los últimos partidos por mí? – Fútbol Americano, la peor estrategia de Ryan White para cambiar el tema de manera no tan sutil.

     Hago un esfuerzo por hablarle del último partido del fútbol aunque me interese poco y nada en estos momentos, me divierte como debate conmigo acerca del estado de los jugadores o de qué tendrían que hacer para ganar cuando él ni siquiera los vio, de alguna manera, es su forma de desconectarse del Virus aunque este siga en su cuerpo. Cuando comienzo a sentir que su estado de ánimo decae de forma no muy notoria, me digo que aunque no quiera es mejor dejarlo descansar, así que me despido mientras él me pide que llame a mi madre y a Lisa. Cuando le digo que sí sin demasiado entusiasmo, me hace prometérselo, por lo que no me quedan muchas opciones.

     Hablar con mi madre y mi hermana menor siempre ha sido difícil, y más ahora que si mi padre no nos obliga indirectamente, ninguna de las tres hace el esfuerzo. Siempre me hizo sentir mal el saber que mi madre está aterrada por lo que pueda pasarle a mi padre, pero desde que lo internaron ella no habla conmigo sobre ello, lo cual hace que entre nosotras dos haya una barrera que ella misma creó y que yo no me atrevo a derribar. Y mi hermana... bueno, sólo tiene once años y me cuesta muchísimo llegar a sus intereses. Así que cada llamada que hacemos se reduce a mi trabajo, el de mamá, la escuela de Lisa, y no mucho más, destacando la poca unión que hay entre nosotras tres.

     La epidemia está llegando al límite, las personas están desquiciadas debido al encierro y el miedo mientras que la crisis económica va en aumento. No sé por cuánto tiempo más podremos sostener esta situación sin enloquecer, o sin morir en el intento. Por otro lado, al igual que muchísimas empresas de la ciudad, el periódico en el que trabajo está por quebrar, lo que significa que perderé mi empleo y tendré que rebuscármelas para sobrevivir en una época en la que nadie está tomando nuevos empleados. Y para completar el cuadro, hace unos días comencé a sentir algunos síntomas del Virus, como dolores musculares y la sensación de que me falta el aire, ¿Cómo le diré a papá que posiblemente enfermé yo también? Cierro mis ojos dejando caer mi cabeza sobre el sofá cuando pienso en esa posibilidad, la de que las curas no funcionen en él, y que lo perdamos.

     Intento concentrarme en el artículo que debo escribir para mañana, pero no lo logro; mi mente está enfocada en la mujer intentando despedirse de su familiar, papá durmiendo en una camilla del Laboratorio y mi nuevo ataque de asma que me confirma que el Virus está en mi cuerpo. Termino de escribir mi artículo tras mucho esfuerzo y lo envío con un gran alivio por haber cumplido con lo que se me encargó. Tras levantarme de la mesa, me siento tan mareada que ni siquiera tengo energías para hacer la cena, simplemente quiero dejarme caer sobre mi cama y dormir, aunque no sepa si el virus me dejará despertar.

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