Capítulo 3

Las primeras notas de una de las canciones más famosas de las Wild, Wild Pussycats comenzaron a sonar desde el teléfono situado en la mesita de noche, indicando que su plácido tiempo de sueño había terminado y que debía levantarse de la cama, cosa que hizo en seguida.

Dejó que la canción terminara, pues no le molestaba en lo absoluto, y mientras tanto se atusó un poco los despeinados rizos morenos en el espejo.

Dos grandes bolsas oscuras se hacían cada vez más visibles bajo sus enormes ojos verdes y, pese a sus pecas y esa expresión de inocencia que desprendía su rostro, se le notaba muy cansado.

Efectivamente, tal y como todo el mundo se había tomado la molestia de recordarle, medicina lo estaba dejando hecho polvo.

Se vistió y cogió su smartphone, un tanto antiguo ya, antes de ir a desayunar. Una vez en la mesa, lo que vio nada más encender la pantalla del móvil hizo que casi escupiera los cereales.

Tenía diecisiete llamadas pérdidas de Todoroki.

E incluso obviando que Shôto, quién no acostumbraba mucho a usar el teléfono, lo había llamado nada más y nada menos que diecisiete veces, estaba el hecho de que no eran seguidas, sino que había estado marcando su número toda la noche.

La última había sido hace apenas unos veinte minutos. Quizás aún seguía despierto. Mientras se debatía mentalmente sobre si debía contactar con él o dejarlo dormir, la canción de apertura de cierto anime de superhéroes lo sobresaltó, indicando una nueva llamada entrante.

Deslizó el pulgar por la pantalla todo lo rápido que le permitió el dedo y exclamó, preocupado:— ¡Todoroki-kun!

— Ah, Midoriya... —la voz que se oía al otro lado de la línea sonaba quebrada, no obstante, se podía notar cierto alivio en ella.

— ¡Todoroki-kun! ¡¿Qué ha pasado?! H-He visto que me has estado llamando y... ¡Lo siento! Es que por la noche pongo el móvil en silencio y-y...

— Midoriya, no pasa nada —lo intentó tranquilizar— Yo... tengo que contarte algo. Pero no por aquí. No por teléfono —arrastraba las palabras, cansado. Muy cansado.

— B-Bueno, vale. Mi primera clase hoy es a las nueve. Si quieres, podemos quedar para desayunar en la cafetería de siempre. ¿A las ocho y media allí?

— Vale. Y no te preocupes, Midoriya —dijo antes de colgar.

¿Qué no se preocupase? Eso para Izuku era imposible, más si se trataba de uno de sus mejores amigos.

Y lo que le había pasado al pelirrojo tenía que ser muy importante como para haberlo tenido despierto toda la noche, con lo mucho que le gustaba dormir.

• • •

— ¡Todoroki-kun! —lo saludó el de cabello rizado, sentándose enfrente suya con cara afligida.

— Midoriya... —lo recibió este.

Si esa mañana al mirarse en el espejo había pensado que se veía cansado, Shôto ese día lucía completamente destruido.

Su tez grisácea, marcada con profundas ojeras, le indicaba al moreno que, efectivamente, no había descansado nada aquella noche.

— ¿Qué ha pasado? ¿Me lo puedes contar ya? —Todoroki se sintió culpable por haberle causado una ansiedad tan fuerte al chico.

El joven de iris heterocromáticos miraba hacia abajo, temiendo a que los ojos de ambos se encontraran. Tenía la sensación que que si lo hacían, no podría contener el llanto.

— El caso es que... —no encontraba las palabras— mi viejo —al nombrarlo, el pecoso se tensó aún más. Sabía que nada podía andar bien si nombraba a su padre en una conversación— va a...

— ¿Va a... qué? ¿Qué pasa, Todoroki-kun? —parecía un corderito muerto de miedo.

— Va a casarme —confesó al borde de la lágrima.

Levantó la vista. Shôto, hombre de pocas palabras, describiría expresión de su amigo como: rota.

— E-Eso... no p-puede ser —la voz le salía resquebrajada—. Tú... O sea, él no puede obligarte. Puedes negarte, Todoroki-kun, ¿no? ¿No?

— Pero, Midoriya, además es que... es Yaoyorozu —sentenció con la mirada nublada.

— ¿Yaoyorozu? ¿Nuestra Yaoyorozu? —preguntó con ojos espectantes.

— Sí, nuestra antigua compañera de clase.

Entonces, Izuku hizo algo que a Shôto jamás se le pudo pasar por la cabeza.

Su gesto horrorizado de antes se fue disipando; su respiración alborotada de calmó.

Y sonrió.

Sonrió, aliviado. Le entregó una de esas tantas sonrisas resplandecientes que cegaban a su paso. 

No obstante, por primera vez desde que lo conoció, ese gesto angelical no le reconfortó, sino, más bien, todo lo contrario: un escalofrío le recorrió de la cabeza a los pies.

— Pero eso... ¡Eso es genial!

— ¿Cómo dices? —el pelirrojo no daba crédito. Él no podía pensar igual que todos los demás. Él no.

—Digo... Yaoyorozu-san es... encantadora, inteligente, trabajadora, a-atractiva... Y además, viene de una buena familia y tiene dinero.

Izuku no entendía el porqué de la expresión de puro terror que se remarcaba en el rostro de su compañero. 

— Es algo así como la chica perfecta, ¿no te parece? —anunció con inocencia.

Oh, Dios, lo había dicho. 

— Pero...

Pero él no la veía así.

En sus largos años de amistad, Todoroki logró derrumbar la fachada de niña rica de Momo y esta le mostró su lado más humano: el de una noble chica acomplejada por su físico y que, lejos de aprovecharse de su posición social, se se sentía una mera herramienta, una estatuilla conmemorativa que sus padres exhibían a los demás, como quién presume de un viejo trofeo recién pulido en un estante.

Alguien a quién el resto veía como una cría mimada que ya tenía la vida resuelta, en vez de una chica con sueños y esperanzas propios y que ponía mucho empeño y dedicación en todo lo que se proponía.

— Además —continuó el moreno—, a ti te gustaba, ¿no?

Y ahí estaba, la otra cara de la moneda. En un lado, la aparente perfección de Momo Yaoyorozu, en el otro, el supuesto amor que sentía por ella.

Por supuesto que la quería. La quería muchísimo. No se podía decir que la capacidad social del pelirrojo fuera muy elevada, por lo que si consideraba a alguien su amigo, este debía de ser alguien realmente importante en su vida. Y Momo era su mejor amiga.

Sólo eso, su mejor amiga. Que no era poco.

No tenía sentimientos románticos por ella. Ni mucho menos.

Porque Shôto estaba enamorado de otra persona.

Concretamente, del chico que tenía sentado enfrente.

Porque a Shôto ni siquiera le gustaban las mujeres.

— Midoriya, yo...

— ¿Qué? Entiendo que eso de casarse puede ser un poco... fuerte—admitió, rascándose suavemente una mejilla pecosa—. Pero igual deberías... no sé, quedar con ella y ya verás como se reaviva la llama de nuevo.

No se iba a reavivar ninguna llama, porque allí no había prendido nunca ni si quiera una mera chispa.

— Pero...

Los principales motivos para negarse a tal proposición rondaban en su cabeza, sin embargo, a ojos del ojiverde, a ojos de la sociedad, ¿qué razón podía tener para rechazar a Momo Yaoyorozu?

— Todoroki-kun, ya verás como no es tan malo. Estoy seguro de que podéis ser muy felices juntos, de que seríais la pareja perfecta.

Y ahí estaba, la guinda del pastel.

—Midoriya... —¿cuántas veces había repetido su nombre en apenas diez minutos?

El otro chico miró su reloj y se apresuró a levantarse, apurado.

— Uy, me tengo que ir ya, o voy a llegar tarde —al percatarse de que su amigo continuaba con la misma expresión deprimida, añadió—: Venga, alegra esa cara, Todoroki-kun. Y descansa, por favor.

Con un amable gesto, se despidió, dejando a Shôto solo en el lugar y con una terriblemente familiar sensación recorriéndole el rostro: cálidas lágrimas caían por sus mejillas.

× × ×

¡Hola!

No publiqué el capítulo ayer por la noche porque el Wattpad se me bugeaba y hoy hasta ahora no he tenido tiempo o lugar, así que lamento la demora. Espero que la aplicación no me vuelva a fallar. 

En fin, sé que parece todo muy triste de momento, pero os juro que las cosas mejorarán. Y espero haber conseguido plasmar bien a Midoriya en esta situación; espero que se haya entendido lo que he querido dar a entender.

Pero bueno, este curso me está consumiendo, así que ahora mismo soy como la ansiedad personificada. Menos mal que esto lo escribí en agosto. 

¡Nos vemos!

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