Capítulo 12

Salió al exterior, pues necesitaba tomar el aire.

Existía un lugar al que le encantaba ir. Al que acudía cuando sentía que el mundo se le venía encima, cuando sentía que no podía más. Y no, no era la biblioteca.

Salió al jardín. Entre cuyos setos podría resultar sencillo perderse, pues se hallaba ubicado un pequeño laberinto de rosales. Hasta se podía encontrar un pozo de los deseos en su centro, tal y como en los cuentos de hadas.

Sin embargo, esta no era una historia de príncipes y princesas, sino más bien de dos guerreras que se reencontraban.

Una pequeña silueta de tonos violáceos le daba la espalda, iluminada sólo por las luces de la luna y las estrellas. Y por las que provenían de la mansión, para que engañarnos.

Estaba recostada sobre aquella poza de ensueño. Giró la cabeza cuando notó unos suaves pasos acercándose. Kyôka tenía un oído muy fino.

Se volteó y Momo sintió que le sacaba una espina clavada en el corazón al mirarla fijamente con esos pequeños y oscuros ojos, frunciendo el ceño un segundo y luego relajando la expresión hasta tornarse de una sorpresa que camufló rápidamente.

— Y-Yaoyorozu... —la joven pronunció a duras penas su nombre, estupefacta.

— Hola, Jirô —la saludó, arrastrando las palabras del mismo modo que arrastraba los pasos.

El vestido de marca estaría ensuciándose al refregarse contra el césped. No obstante, en aquellos momentos, su ropa era la menor de sus preocupaciones.

Ya estaba llorando a mares, pero encontrarla precisamente a ella, precisamente allí, no había provocado precisamente el cese del llanto.

— ¿Qué haces por aquí? —le preguntó a Kyôka; casual, pero con un enorme deje de tristeza.

Era increíble que llevaran más de tres años sin hablarse. Parecía que no la veía desde hacía décadas, o, por el contrario, que nunca se había separado de ella. Era un sentimiento contradictorio.

— Pues... salí a pedirle un taxi a Kôda para que se fuera a casa, porque le había dado un ataque de ansiedad. Podría haberme ido con él, pero aún me quedaba algo por hacer... Y antes tenía que fumarme un pitillo —respondió exhalando el humo del cigarro. Tenía encajada una sonrisa nostálgica en el rostro.

— ¿Fumas? —aquello la pilló por sorpresa. Y mira que un cigarrillo, manchado levemente de su pintalabios negro, descansaba sobre sus dedos índice y corazón.

Parecía otra persona. Y a la vez, la misma de siempre. Más contradicciones.

— Sí... —contestó con pesadumbre— Es un mal vicio que me han pegado mis compañeros de la banda. Estoy intentando dejarlo —añadió, antes de dar una última bocanada de aquel aire tóxico.

— Ya veo...

— He salido hace ya un rato. Me he metido aquí y luego no he podido encontrar la salida —soltó una carcajada sarcástica—. He escuchado gritos dentro de la casa, ¿me he perdido algo importante? —inquirió; obviamente haciendo referencia a las lágrimas de su antigua amiga.

— No realmente —se secó la cara con el pañuelo de seda que llevaba en la mano—. Sólo a mí saliendo del armario públicamente.

El cigarro resbaló de los oscuros labios de Kyôka, rebotando contra el bordillo del pozo, rodándo y, finalmente, apagándose al caer al agua.

— ¿...Qué?

— Jirô, soy lesbiana.

Esta vez no le resultó tan difícil. Quizás una se acostumbraba rápido.

Quizás después de confesar su homosexualidad ante todas las personas que formaban parte de su vida, parafraseando a Todoroki, le fuera más sencillo confesársele su antigua mejor amiga y amor platónico.

— ¿Qué? —sus ojos azabache la miraban incrédula— ¿E-En serio? —se rascaba la mejilla, teñida de un nada sutil tono rosado.

— Pues sí.

Momo sonreía, mas no se la notaba contenta en lo absoluto. La curva que formaban sus labios emanaba más tristeza que los litros de lágrimas que pudiera haber llorado en las últimas semanas. Emitió un suspiro y se acercó a la otra joven, para apoyarse a su lado. Transcurrieron unos pequeños y preciados segundos. Sin embargo, no se les hizo un silencio incómodo, era más bien, acogedor.

— Oye —hablaron las dos a la vez.

— Ah, tú primero —indicó la de cabello teñido.

— No, tú primero.

— Que va, que va.

— Insisto.

— Em... bueno, está bien —le costaba encontrar las palabras. Chasqueó la lengua, un gesto que solía hacer cuando se encontraba en apuros. Y Momo lo sabía—. Yaoyorozu, sobre eso que pasó el último día de curso...

Y había sacado el tema. El tema que tanto temía. Aunque, de todos modos, le iba a hablar igualmente sobre ello. Aún así, se sintió... vulnerable.

— Jirô, yo... quiero que sepas que...

¿Qué? ¿Qué le iba a decir?

"Quiero que sepas que te quiero"

"Quiero que sepas que ese beso cambió mi vida"

"Quiero que sepas que no he podido olvidarte"

Ugh, sonaba tan meloso y melodramático. Como salido de una telenovela cutre.

Sin embargo, eso era lo que aquella guitarrista de pelo corto y aspecto punk la hacia sentir.

— Quiero que sepas que no espero nada de ti.

En su cabeza sonaba mejor.

No; más bien: en su cabeza sonó menos peor.

— ¿Cómo?

— Sé que tú no me ves de la misma manera que yo a ti... —aclaró— Y estoy bien con eso.

¿Porqué parecía que Kyôka iba a comenzar a llorar?

— No te voy a intentar presionar ni nada —se intentaba explicar Momo. Quería tranquilizar a la otra chica—, sólo... quiero que volvamos a ser amigas, como antes. Bueno, igual si te sientes incómoda, no tiene que ser exactamente igual que antes... Pero no quiero pasarme el resto de mi vida sin hablarte.

— ¿Eres tonta?

La voz de Jirô salió tan rota como su corazón.

Las lágrimas tintadas del negro de su maquillaje se apoderaban sus coloradas mejillas como chorreones de alquitrán, mientras fruncía el ceño. Casi parecía enfadada.

— ¿Qué?

— Te lo estoy preguntando, Yaoyorozu: ¿eres tonta?

Ambas conocían la respuesta a aquella estúpida pregunta.

— No —negó firme la morena.

— Entonces, ¿por qué crees que besaría a alguien que no me gustara?

La pelimorada apretaba con fuerza la solapa de su chaqueta, mientras que Momo hacía lo propio con su suave pañuelo de marca. Las dos contraían los labios para ocultar el temblor que los había dominado.

— ¿Qué? —alcanzó a salir de su boca.

— Me gustabas, Yaoyorozu. Me gustabas mucho. Es más, creo que me sigues gustando.

Cualquiera diría que aquellas palabras eran las que llevaba esperando toda su vida. Bueno, quizás no toda su vida, pero sí desde que supo que estaba enamorada de su mejor amiga.

No obstante, le cayeron como una jarra de agua fría.

— Pero si tú... no me volviste a dirigir la palabra después de ese beso.

A la pelinegra ni si quiera le quedaban ya lágrimas que llorar.

— ¡Fuiste tú la que no se volvió a acercar a mí! —chillaba la más bajita.

— Porque... —una profunda tristeza la invadía de la cabeza a los pies al recordar aquellos fatídicos días en los que se sintió perdida como nunca antes. Y todavía no había logrado encontrarse— porque pensé que te había dado mucho asco y que... no querías volver a verme.

Un fugaz flechazo de razón atravesó a la guitarrista, que tragó saliva, derrotada. Momo no era responsable de nada. Y ella tampoco.

Si había que echarle la culpa a alguien, mejor a la puta sociedad de mierda o a sus complejos de adolescentes hormonadas (producidos por la puta sociedad de mierda).

No, Yaoyorozu sólo le provocaba sentimientos positivos y buenas vibraciones.

Joder, la quería tanto.

Por eso se aferró a la pelinegra por la cintura de su vestido carmesí, apoyando la cabeza sobre su escote. No llegaba más arriba, por culpa de su corta estatura. Por eso depositó allí todas las lágrimas que consideró necesarias.

Los años de dudas, de inseguridades, de resquemores, de roces nada fortuitos y de miradas absolutamente furtivas; todo fluyendo como ríos de tinta sobre el pecho de la azabache.

— Lo siento, de verdad que lo siento... —se disculpaba la susodicha mientras acariciaba la corta cabellera morada de la otra joven. Quería protegerla a toda costa, protegerla del mundo, de sí misma, de la fachada de butch dura que siempre se empeñaba en mostrar, de las murallas que había construído a su alrededor.

— Para —le ordenaba esta, entre sollozos e hipidos, mientras se frotaba contra ella.

— Lo siento...

Kyôka se apartó de ella, agarrándole la muñeca de la mano que había estado usando para tocarle el pelo y la miró a los ojos. Su cara era todo un poema; una mezcla de emociones apasionante. Arrugaba el entrecejo con fuerza, mientras que de sus ojos brotaban lágrimas negras que le estaban enrojeciendo los ojos y el rímel embarraba su rostro arrebolado.

Era preciosa.

— Te he dicho que pares.

Ambas chicas se miraron hasta perderse mutuamente en las orbes azabache de la otra, tan profundos como el amor que se tenían.

— Momo, bésame.

No supo cuando exactamente Jirô había ladeado levemente la cabeza. Ni cuando esta se había alzado de puntillas. Ni cuando ella misma se inclinó a la altura ideal. Ni cuando había cerrado los ojos. Ni cuando habían pasado a tomar el rostro de la contraria entre sus manos.

Tampoco cuando había sentido el frío del metal del piercing de la de cabellos violetas, ni la calidez que irradiaban sus labios.

Incluso era el sitio idóneo. Más romántico, imposible: el corazón de un laberinto de rosales blancos, apoyadas sobre un pozo de los deseos y alumbradas por las luces nocturnas en una despejada noche primeveral.

Allí fue donde Momo dio su segundo beso. Y su tercero. Y su cuarto. Y su quinto. Y su... Y ya perdió la cuenta; no le merecía la pena seguir contando.

En las novelas románticas siempre exageran mucho. El tiempo no se detuvo, ni tampoco salieron chispas o les brillaron los ojos. Aunque sí tuvieron la sensación de que la otra era lo único que les importaba en todo el universo.

Sólo rozaron sus labios torpemente. Una vez. Y otra. Y otra.

Hasta que el rojo del carmín de Momo se fundió con el negro de Kyôka.

• • •

— Y... por aquí está la salida —le indicó Yaoyorozu con dulzura, señalando la última esquina de los setos—. ¿Lo ves? No ha sido tan complicado.

Llevaba una chaqueta de cuero negra sobre sus hombros, pues se había quejado del frío que le provocaba su revelador vestido. Y por supuesto que Jirô no tardó en ofrecérsela.

— Uf, por fin —la otra joven corrió hacia allí—. Qué agobio con tant-... —se detuvo de repente.

En cuanto hubo girado la cabeza hacia el exterior, se volteó, tapándose la boca; estupefacta y con la cara sonrojada de nuevo.

— ¿Qué pasa? —preguntó la morena, extrañada.

— Digamos —susurró—, que acabo de ver a tu exprometido morreándose apasionadamente con Midoriya.

Momo tuvo que cubrirse la boca también para no echarse a reír.

— Y nosotras no queremos interrumpirlos... —comentó con una cariñosa sonrisa, a la par que alzaba la barbilla de la de cabellos morados.

Jirô decidió seguirle el juego, a lo que adoptó una expresión juguetona.

— No, sería muy descortés de nuestra parte... —respondió, mientras se aferraba al cuello de la contraria y le retiraba los largos mechones azabache del rostro.

«Puede que no seamos la pareja perfecta, pero me conformo con que nos amemos», pensaba Momo mientras besaba de nuevo los apetecibles labios de su novia.

× × ×

Bueno, pues aquí mi regalo de reyes: el último capítulo de esta historia que tanto me ha gustado escribir.

La verdad, es que no sé ni qué deciros. Y es que ya lo he dicho mil veces, pero que me ha sorprendido todo el amor que ha recibido este fanfic y se me llena el pecho de orgullo cada vez que me llega un comentario bonito o diciendo que os identificais con lo que he escrito.

Sólo me queda agradeceros por tanto y confirmaros que, efectivamente, ya estoy trabajando en el epílogo y estoy muy emocionada por lo que voy a contar, esclareciendo muchas dudas que han quedado en el aire. En fin, ya lo veréis cuando lo suba.

Por cierto, no me preguntéis por fechas porque ni yo lo sé. Puede ser mañana o dentro de cuatro meses. Soy así de caótica. Espero que sea más pronto que tarde.

No os desaniméis por ver esta historia terminarse, subiré más cositas, de estas y de otras ships de BnHA, así que seguidme si queréis estar al tanto de mis proyectos.

Tampoco me preguntéis por fechas de ninguno porque, repito, no tengo ni idea.

Y bueno, perdonadme posibles dedazos y fallos que pueda haber, estoy subiendo esto desde el teléfono.

Y perdonadme también la actualización fantasma de ayer, le di sin querer al botón (?)

Se me ocurren mil cosas más que os puedo contar sobre mi experiencia escribiendo La pareja perfecta, pero tampoco quiero aburriros.

¡Que el regreso a clase/trabajo/rutina os sea leve!

¡Os quiero como no os imagináis! ¡Nos vemos pronto!

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