La Paradoja de Alina


Ella unió su consciencia a la de Alina y bebió de sus recuerdos, pues necesitaba comprender la naturaleza de los seres a quienes llevaban tanto tiempo observando.

Debía averiguar si ya estaban preparados.


***


No podía creer que acabaran de carbonizar en vida a mi mejor amiga. Era incapaz de concebir lo feliz que me hizo saber que ella, mi querida Laika, había sufrido un destino mejor que el que ellos tenían en mente.

«Feliz día de la revolución».

Mis grandes ojos de color ámbar se perdieron en un panel luminoso con símbolos y dibujos imposibles de comprender en otro tiempo. Y mis oídos, sensibles como ninguno, captaron gritos y lágrimas de frustración provenientes de aquellos que me habían arrebatado a mi compañera. Sin embargo, jamás escuché que sus labios pronunciaran el nombre de Laika, pues era Sputnik 2 su verdadero foco de dolor.

De pronto, sentí cómo una mano repugnante acariciaba mi cabeza negra sin siquiera pedirme permiso. Curvé mis orejas hacia atrás y miré al vacío, a la espera de que Andrei entendiera. El imbécil, además de ignorarme, se puso a hablar con otro.

—Laika disponía de un día de comida y una semana de oxígeno. Dijisteis que si no le dábamos más sobreviviría en órbita hasta quedar sin oxígeno. ¿Por qué ha ardido? —preguntó Dimitri con frustración.

—El BLOK A no se desprendió correctamente, por ello el sistema térmico falló. Si esto sale de aquí, los Estados Unidos utilizarán la oportunidad para señalar que su tecnología y su moralidad son superiores a la nuestra. No podemos permitirlo —explicó Andrei.

—Lo sé. Escribiremos en el informe oficial que fue una muerte por eutanasia. Tampoco mencionaremos que jamás tuvimos la tecnología para traerla de vuelta.

—Bien pensado, Dimitri. Ahora deberemos pasar al plan B y... ¡Alina!

En vista de que Andrei no comprendía que no quería que me tocara, le mordí la mano. El hombre se apartó con rapidez y me salpicó agua en la cara, como si mi ofensa fuese peor que el hecho de que me estaba acariciando sin permiso. Como si aquel pequeño mordisco fuese un pecado mayor que el asesinato de una criatura que los veneraba con locura.

«Laika os amaba, ella creía que erais dioses bondadosos. Sabía que se equivocaba.»

Los hombres empezaron a quejarse de lo arisca que era y de que nunca les mostré ningún afecto. Por supuesto que no, jamás me caísteis bien. Vosotros mismos dijisteis que, si algo fallaba, yo ocuparía el lugar de Laika porque nadie echaría de menos a una gata callejera. Que perderme a mí tendría menos impacto que perder a otro mejor amigo del hombre. De pronto, el ruido de una bolsa que conocía muy bien me obligó a correr hacia la cocina. No quería rendirme a los designios de los humanos, no deseaba perdonarlos a cambio de alimento. Luché contra ese instinto, pero no pude dominar el impulso de frotarme alrededor de sus piernas, y maullar con toda la dulzura del mundo. Había sucumbido, otra vez, ante los deseos de aquellos que acabarían conmigo en nombre del Programa Espacial de la Unión Soviética. Ambos científicos me repitieron una y otra vez que era una gata maravillosa y me dieron de comer, como si aquel gesto de generosidad pudiera expiarlos de lo que hicieron. Ojalá supiera abrir puertas para poder huir.

«No quiero morir».


***


El día del segundo lanzamiento había llegado.

Ante mí se alzaba una cápsula imponente que despertó mi curiosidad. En cuanto empecé a acercarme, unas grandes manos me atraparon para ensuciar mi pelaje con un líquido apestoso y tinte. Finalmente me colocaron en la Sputnik 2.1 y numerosos ojos se posaron en mí. Algunos volvieron la cabeza abrumados por el sentimiento de culpabilidad y otros se centraron en su misión. Quienes me llamaron la atención fueron aquellos que actuaron guiados por la cobardía de rebelarse contra los dictámenes de sus líderes; guiados por una hipocresía que martilleaba sus conciencias por haber sacrificado sus principios morales en nombre de una mentira.

—Buen viaje, Alina. —Los hombres de ojos empañados me besaron la frente.

«No lo hagas».

El último que se acercó me sonrió con tristeza y bajó la escafandra que sellaría mi futuro. Luego cerraron la cápsula y se alejaron de mí. Ahí estaba yo, metida en una jaula de metal que, disfrazada de esperanza, volaría al espacio para terminar la misión que Laika había empezado.

De súbito, los pitidos de una cacofonía que me aterrorizaba masacraron el silencio. Éstos vinieron acompañados de unas vibraciones que me trajeron malos recuerdos. Cuando el contador llegó a cero, mi jaula salió disparada hacia los cielos que antaño me escucharon maullar a la luna. Rogué que el firmamento arropara mi ruego, pero todo lo que recibí por respuesta fue un peso invisible que me aplastó con la fuerza de una montaña. Todo empujaba hacia abajo y pese a ello, la cápsula no se rindió. Siguió ascendiendo con ahínco portando consigo el afán de alcanzar la órbita. Dispuesta a cumplir con su cometido a cualquier precio.

En cuanto los sonidos cesaron y las vibraciones llegaron a su fin, contemplé desde lo alto formas y tonalidades familiares. Su belleza no me importó, lo único que quería era salir de ahí. Seguí retorciéndome para escapar de mi traje, y muy a mi pesar, el afán por alcanzar la libertad se quedó en un anhelo incumplido. Tenía miedo, me sentía acorralada, atrapada donde nadie vendría a buscarme. Lloré.

«Sacadme de aquí».


Cuando mis lamentos alcanzaron las estrellas, un haz de luz verdosa envolvió mi cárcel de metal y la hizo desaparecer. Ante mí se abrió una gran compuerta para revelar a dos siluetas que vestían de blanco. Se parecían a los humanos, pero había algo diferente en ellos: sus ojos. La forma con la que aquellas criaturas me miraban paralizó todos mis sentidos. Ahora que estaba liberada de mis ataduras deseaba correr y huir de todo, pero fui incapaz.


***


Ella terminó de beber de los recuerdos de Alina y comprendió la naturaleza de los seres a quienes llevaban tanto tiempo observando. Acarició a la gata que disfrutaba de su cariño y se concentró en la melodía de su compañero.

—¿Qué es eso? —preguntó una voz que cantaba al hablar.

—Es una forma de vida conocida como felis catus. Los humanos la llaman Alina —cantó la mujer.

—¿Es inteligente?

—Ahora sí. Cuando uní mi consciencia a la suya, la doté de inteligencia para poder entender las implicaciones de sus memorias

—¿Han sacrificado a una forma de vida sin capacidad para defenderse?

—Eso dicen sus recuerdos.

—¿Por qué? Ni siquiera nuestros antepasados se hubieran atrevido a hacer algo así.

—Deseaban descubrir los misterios del Universo. Siglos atrás pasamos por lo mismo.

—Sí, pero jamás hicimos nada parecido. Tienen conocimientos y recursos para recurrir a métodos menos nocivos. Sólo necesitaban más tiempo.

—Según los datos que he recogido, el coste y las tensiones políticas primaron sobre la seguridad del felis catus.

—Eso significa que no están preparados.

Ambos intercambiaron una mirada y con un susurro disonante que revelaba una decepción abismal, concluyeron la melodía con una nota melancólica.

—Es hora de partir. Esconde la nave y borra las pistas que les dejamos. Alina se quedará con nosotros. No puedo abandonarla después de lo que me ha enseñado.

El otro ser asintió y empezó a manipular hilos de luz que se materializaron en un mapa de estrellas y esferas inalcanzables. Ella acarició a Alina y suspiró con desasosiego.

—Algún día comprenderán que la inteligencia y la imaginación son dones que les fueron otorgados para algo mucho mayor que su ambición.



Fin

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