🚫 C A P Í T U L O 2 0 🚫
—En lo absoluto —contestó sin rechistar.
Lucas le dio la espalda a Josemi, quien lo contempló estupefacto. Pero esto no fue la única reacción que sorprendió al muchacho. Un bálsamo de tranquilidad envolvió a Catalina, que soltó un gran suspiro sin darse cuenta, capturando la atención de los presentes.
—Muchacha, una señorita de su condición no debe comportarse de esa manera —se apresuró en decir María.
La aludida la miró, entre interrogativa y sorprendida.
«¿Por qué me pregunta eso? ¿Habrá adivinado de dónde provengo? ¡Virgen santa!», se dijo mientras un halo de frío sudor la recorría. Quería formularle expresamente todas esas preguntas y varias más, de no ser porque concluyó que aquello la delataría.
Para la buena suerte de Catalina, tanto como Josemi como Lucas se hallaban tan concentrados en lo que les atañía, que no prestaron atención a lo que ambas mujeres se decían con miradas inquisitivas.
—Pero, doctor —Josemi dio un par de pasos para estar frente a Lucas—, ¿no dice acaso que es importante evitar que los campesinos se alcen contra don Julián? Su estrategia es buena, sé que la Encarna lo podría ayudar y...
—¿A costa de mentirle, darle falsas esperanzas y fingir un sentimiento que no tengo por ella?
Le dio la espalda. Se negaba a seguir ese consejo.
—Como si fuera tan difícil —acotó Josemi, quien sonreía con picardía.
Recordaba las veces que había tenido que fingir un falso enamoramiento por alguna jovencita que se le había cruzado por el camino. A la susodicha le había prometido el oro y el moro. Cuando se había cansado de ella, no había dudado en enfilar todos sus encantos en pos de conquistar a otra, dejando más de un corazón roto en el camino.
—¡No pienso actuar de esa manera! —Volteó para encararlo Lucas, como si de esa manera quisiera dejar bien clara su negativa—. Debe de haber otra alternativa...
—¿No dice que muchas vidas de inocentes están en juego? ¿Acaso no puede hacer un sacrificio personal por los demás? —alegó Josemi, quien caminó un par de pasos para estar frente a frente al doctor.
Detestaba que le dieran la espalda, y más si Lucas había insistido para convencerlo de que lo ayudara.
—Sí, pero...
El médico lo miró de reojo por breves segundos, para luego continuar cabizbajo. Se negaba a afrontar la realidad y a darle la razón en que, quizá lo que él le proponía fuese la única opción.
—Me ha convencido que, lo mejor que se puede hacer, por el bienestar de mi gente, es evitar enfrentamientos y que la sangre llegue al río. No quisiera ver morir a mis colegas, a mi familia... Suficiente tenemos con que, cada tanto, algún niño se nos muera por culpa de la falta de medicina o buena alimentación, doctor.
—¡Para esto estoy yo aquí: para velar por la salud de todos vosotros!
—Lo sé, y le estaremos siempre agradecidos por ello. Pero sabe muy bien que, a veces la intención no basta para que no ocurra una desgracia.
Josemi se refería, y Lucas se dio cuenta, a cuando su madre, tiempo atrás, había fallecido de cáncer al útero. Por mucho que el doctor le había prodigado los cuidados necesarios, nada podía hacerse. La falta de una detección a tiempo —a causa de que entonces no había ningún médico asignado a la zona— había causado estragos en la salud de la señora. Para cuando Lucas se hizo cargo de su cuidado, solo pudo suministrarle meros paliativos para hacer su vida más digna.
—No le estoy diciendo que se case con la Encarna, porque ahí sí que, si no le cumple, don Arsenio va a matar a alguien, y no creo que sea a don Julián, pero...
—¿Pero?
Lucas lo contempló con esperanza. ¿Podría haber otra salida a su propuesta?
—Se la camela un poco, po', lo necesario pa' calmar las aguas, convencer a don Arsenio y... —Se encogió de hombros—. Quizá luego ella se aburre de usté y se encapricha con otro. Hace tiempo le tiraba los tejos al mecánico que venía a arreglarle los coches a don Julián. En realidad, a varias las tenía locas, porque el tipo era cachas y por su culpa, estuve fuera del mercado esa temporada y...
Frunció el ceño. Recordó que, el verano pasado el susodicho había sido del interés de más de una de las jovencitas del cortijo, en especial Nieves, una rubia pecosa y de largo cabello rizado, que arrancaba más de un suspiro entre los hombres de la zona.
—En fin, que ya se verá qué hacer en el camino, po'. Ahora mismito, lo urgente es evitar mañana una desgracia, ¿no? ¡Pues pongámonos en ello!
—Sí, pero...
Lucas se dio cuenta de que tenía razón, aunque no quisiera admitirlo.
—¿Pero?
Josemi lo miró interrogativo y con impaciencia. Lucas alzó un poco el rostro hacia él. Lo miró de reojo para después voltear hacia Catalina.
La muchacha lo miraba ilusionada; tenía la esperanza de que se le ocurriese otra salida a todo ese problema, que no lo obligase a cortejar a Encarna. Ahora que había confirmado sus sentimientos hacia él, esto no podía estar pasándole. No, ahora.
«Por favor... Por favor... por favor, niégate a lo que él te pide, niégate, por lo que más quieras», pensaba al tiempo que alzaba y juntaba sus manos, como si estuviera rezándole.
Transcurridos unos segundos de tensa espera, Lucas suspiró profundamente.
Se preguntó si debía sincerarse ante los presentes. Total, era un asunto muy privado sus sentimientos hacia otra persona, aunque aquella estuviera en esa habitación. Peor todavía, y si tenía intenciones a corto plazo de hacerle saber sus sentimientos y, quién sabe, proponerle algo más, no era sensato que ahora ella fuera testigo de cómo planeaba con Josemi enamorar a Encarna. Simplemente era absurdo.
—Yo estoy interesado en otra mujer —dijo, sin levantar la cabeza.
Solo por breves segundos, miró de reojo a Catalina, para luego esconder su rostro entre el hueco que hacían sus manos. Se sentía miserable por ser parte de toda esa charada, que lo ponían en posición de traicionar sus sentimientos y a quien quería.
—¿Eh? —Josemi puso un gesto de sorpresa, para luego dibujarse una sonrisa en su rostro. Aquello parecía hacerle gracia, por lo que quiso incidir en sus preguntas—. ¿Qué quiso decir? No le escuché bien.
—¡Me interesa otra mujer! —alzó la voz, fastidiado.
Levantó su rostro, encarando a Josemi y a todos los presentes. Sintió un estrujón en su estómago, cuando sus ojos azules se toparon brevemente con los de Catalina.
—Vaya, el doctor tenía su corazoncito —refirió, con un gesto entre burla y sorpresa el joven campesino—. ¿Y se puede saber quién es la afortunada?
—¿Acaso importa? —habló Lucas bastante fastidiado.
Estaba ya al límite de su estrés.
Tenía unas ganas enormes de mandar al diablo a Josemi, a la gente de «Los nogales», decirle a Catalina lo que sentía por ella, y, por qué no, tomarla de la mano, bailar juntos una copla en el próximo baile que hubiera en el pueblo y...
En ese instante, una idea se cruzó por su mente. Sus ojos azules se abrieron ampliamente al tiempo que una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en su rostro. Quizá no todo estaba perdido.
—¿A qué hora suelen hacer las fiestas de los sábados? —le preguntó a Josemi.
—Como a las siete de la noche. ¿Por? —Alzó la ceja.
—Según me contó doña Matilde, las fiestas recién se dan desde el año pasado, a insistencia de ella a su marido, y porque se lo pidió su gente, ¿no?
—S-sí —contestó, aún poco convencido. No sabía a dónde quería llegar.
—Eso quiere decir que tenemos todo un día para... —Comenzó a dar vueltas, pensativo—. Sí, definitivamente, creo que hay otra salida —habló con entusiasmo—.
Lucas dio grandes pasos para dirigirse a la puerta. Atisbó algo, para luego volver muy contento hacia María y Catalina.
—Me disculparán, pero tengo algo urgente que hacer —añadió.
—No se preocupe. Nosotras de aquí ya nos vamos a cenar y luego a descansar —dijo doña María—. ¿Verdad, niña? —Movió la cabeza con dirección a Catalina.
—Sí.
—Y lo más probable es que no nos vayamos tan temprano mañana como teníamos planeado —les informó Lucas—. Hay otros asuntos que requieren de mi presencia mañana, que no puedo postergar.
—¿Se le ha ocurrido algo para impedir lo que don Arsenio quiere hacer mañana, y que no implique casarse con doña Encarna? —formuló Catalina la pregunta que todos querían hacer, pero que solo ella se moría por hacer.
Miles de mariposas revoloteaban en su interior, ansiosa porque él le contestase con un «s»í. Para su buena suerte, él asintió, con una amplia y cálida sonrisa, al tiempo que sus ojos brillaban fulgurantes en los de ella.
—Espero que vuestra estancia en la Casa Soto sea agradable. Ya mañana me cuentan qué tal les fue, ¿sí?
Aunque Lucas hablaba en plural, hacia doña María y Catalina, en realidad, solo se dirigía a la segunda. Las miradas llenas de amor y de devoción que ambos se dedicaban, junto con la gran esperanza que se albergaba en su corazón, y que lo motivaba a no hallarse en la gran encrucijada de anteponer sus intereses personales a los de su gente, provocaban que lo recorriese una dicha sin igual.
Catalina, al entender que tenía un plan que no lo obligase a cortejar a Encarna, un bálsamo de tranquilidad acarició a su encogido corazón para luego convertirlo en un haz de luz. Tenía ganas de gritar, de chillar, de agradecerle por la felicidad que le prodigaba, aunque supuestamente él no lo supiese, por mantenerse firme hasta el último en no aceptar la propuesta de Josemi. Toda esa gama de hermosas sensaciones le eran novedosas, y a la vez la confundían.
Tuvo que hacer un esfuerzo enorme por contenerse y no dejarse llevar por lo que sus sentimientos le dictaban. Solo nomás, cuando Lucas se despidió de los tres, y se detuvo por breves momentos en la puerta, se dio el lujo de dedicarle una mirada que contenía todo el amor, felicidad y agradecimiento que le inspiraba.
«Gracias, Lucas», se dijo al tiempo que hacía un gesto de despedida con la mano.
Él la contempló a lo lejos, con una cariñosa sonrisa. Alzó la mano para corresponderle al tiempo que también se decía «Te veré mañana y muchos días más, Catalina».
Ambas almas, con gestos tímidos, pero a la vez valientes, se dedicaban con pequeños gestos lo que sus grandes sentimientos guardaban, al tiempo que veían, por fin, una luz de esperanza.
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