🚫 C A P Í T U L O 1 9 🚫
—Doctorcito, ¿y qué va a pasar con don Julián —refiriéndose al dueño de «Los nogales»— y el cortijo? Por lo que más quiera, dígame que va a impedir que maten a más gente. ¡Virgen santa, así no se hacen las cosas!
El temblor en la voz de María solo era superado por el de Lucas. Confesar aquello que le había carcomido la piel, le supuso quitarse un peso de encima, pero este fue reemplazado por otra. La culpa que ahora cargaba sobre sus hombros, por delatar a su «gente» —aunque don Arsenio hubiera mantenido distancia con él— lo ponía en una situación más que delicada.
El médico se paró de la silla en donde había descansado. Se dirigió a una de las ventanas, con paso aletargado, como si alzar el pie en cada uno le costase la vida misma. Cuando levantó la cabeza para contemplar la luna llena que brillaba en todo su esplendor, rezó a todos los cielos en busca de ayuda. Aunque desde hacía tiempo atrás se había declarado ateo, por su decepción con la religión católica, en tiempos como esos la desesperación hacía estragos en su falta de fe.
—Josemi, ¿te puedo preguntar algo?
Volteó su rostro en busca de ayuda, olvidando momentáneamente que había sentido celos del susodicho. En momentos como estos, debía anteponer los intereses de su gente a los personales.
—Dígame...
—¿Qué tan bien conoces a don Arsenio?
El aludido enarcó la ceja.
—¿Cómo? —respondió, dubitativo.
—¿Crees que le conoces lo suficiente para saber cuál es su punto débil?
Josemi se detuvo en seco. Abrió la boca para contestarle, pero no pudo. Luego de breves segundos y de procesar lo que acababa de oír, se preguntó si el médico había resuelto traicionar a los campesinos en pro de defender a los «señoritos». De ser así, se pondría a la defensiva y ni muerto le sacaría información alguna. Fue por esto por lo que, ni corto ni perezoso, no dudó en hacerle saber su posición en todo este embrollo.
—Si se refiere a que le dé información para que traicione a mi gente, está usté muy equivocado, doctor.
Lucas arrugó la frente, preocupado.
—No quiero traicionarlos. ¡Si yo estoy de su parte!
—¿Ah, sí? —le preguntó de reojo, poco convencido.
—¡Claro que sí! Lo que quiero evitar es un derramamiento de sangre —habló con un dejo desesperación en su voz.
Josemi entrecerró los ojos, contemplándolo con malicia.
—Y no me refiero solo a que pueda pasarle algo malo a la familia de don Julián —añadió—. Si los campesinos se alzan, dudo de que eso quede ahí. Tiene gente fiel a su lado, muy cercana a la falange, que no dudará en matar a cualquiera que ponga en peligro su vida, incluso a familiares de los implicados, ¿me dejo entender?
El campesino tragó saliva. La desconfianza que había en su rostro cambió a una de preocupación.
—Su familia es muy poderosa y de armas tomar —agregó Lucas—. Ya han tenido unas bajas y créame que, no se quedarán tranquilos, si se les muere uno más.
Les informó que, la familia de don Julián, los Soto, era conocida en la provincia por estar relacionada al comercio de los tejidos. Su primo, don Fernando Soto Vivancos, era un reputado falangista que ayudó a su partido a extenderse en la provincia malagueña.
—¿Ese no fue al que mataron hace poco? ¿Ese que era conocido por viajar a los pueblos a ofrecer sus productos? —intervino doña María.
Había leído en los periódicos que Lucas le traía, un artículo sobre que el mencionado había sido hallado asesinado en la calle Comedias, en Málaga capital.
—Ese mismo. —El doctor asintió con la cabeza—. Y dicen los rumores que, un sobrino suyo estuvo implicado en el asesinato del concejal comunista Andrés Rodríguez.
—¿Tanto así? —preguntó Josemi, con el ceño fruncido.
—Me temo que sí.
Se apoyó a un lado de la pared. Estrujó sus manos con nerviosismo, alzó la cabeza para mirar a la luna, luego a la casa de los dueños de la finca. Recordó la amabilidad con la que la señora de la casa, doña Matilde Soto, lo había tratado desde siempre.
—Quizá es cierto que don Julián ha tomado distancia de lo que su familia ha hecho hasta ahora, pero...
Su vista se dirigió hacia Catalina. Ella lo contemplaba entre asustada y esperanzada porque hubiese una salida en todo ese embrollo político y social que parecía no tener fin. Sus ojos castaños, grandes y expectantes, que escondían una amabilidad e inocencia que lo cautivaban, le recordaron a los que tenía la esposa de don Julián Soto, doña Matilde, una mujer piadosa, generosa y amable con su gente.
—Había pensado en hablar con don Julián mañana —empezó a dar vueltas por toda la habitación—, hacerle de conocimiento que su gente tiene reclamos salariales, que necesita mejores condiciones, mejorar la clínica, quizá hasta la escuela, ¡qué se yo!
Dirigió sus pasos hacia Josemi, quien se preguntó si el doctor no sufría de bochorno o algo parecido porque todo su rostro era una bola de sudor.
—Ahora es muy tarde, debe estar descansando, y no creo que me atienda. Si hablo mañana temprano con doña Matilde, y ella intercede ante don Julián, es probable que lo convenza; lo hizo cuando le planteé lo de la escuela. Pero, por otra parte, don Arsenio no ha querido dar su brazo a torcer hoy. Me confirmó que mañana piensan alzarse y...
Se arregló el flequillo que caía sobre su frente. Aprovechó también para secarse el sudor del rostro, y aunque lo hizo, este fue en vano. En menos de un segundo, de nuevo estaba bañado por toda la frustración y nerviosismo que lo recorrían.
—Lo que necesito es tiempo, ¿entiende? —Se dirigió implorante a Josemi. Este asintió con la cabeza—. E información de primera mano. Debe haber alguien que tenga la suficiente influencia sobre don Arsenio, que pueda hacerlo recapacitar y...
—Pues ¿quién más que la Encarna? El viejo se desvive por su hija y está preocupado porque a su edad —veintiocho— ya está vieja y fea; nadie la quiere desde que el Manolete se fue a la mili.
—Oye, tú, más respeto por las mujeres, ¿eh?
Doña María le pegó un coscorrón a Josemi. Este se quejó de dolor y le reclamó que le pegara, pero ella no le hizo caso.
Más que por defender a Encarna, a quien recién conocía y le había parecido bastante escandalosa para su gusto, otra fue su motivación para actuar así. Ella había estado en una situación similar años atrás; no pudo evitar sentirse un poco mal al recordar los señalamientos y burlas en su juventud.
—Eso dolió. —El joven seguía haciendo un gesto de dolor mientras se sobaba el antebrazo en donde lo había golpeado. Continuó mirando con reproche a la anciana, pero esta hizo caso mutis.—. Pero eso, doctor —volteó su rostro para seguir hablando con el susodicho—, la Encarna podría convencer a su padre.
—Ya veo...
—Y si es así, es pan comido, ¿no?
—¿Por qué lo dice? —preguntó Lucas alzando la ceja.
—¿Acaso no es obvio? Ella está loquita por usté po'.
Lucas hizo un gesto adusto al intuir por donde iría el curso de la conversación, y no fue el único. Catalina tragó saliva al tiempo que sus labios se tensaron. Quería intervenir para proponer otra salida a la que Josemi proponía, pero no se le ocurría cuál.
—Solo hágale caso y habrá salvado la vida de todos, ¿no? —agregó Josemi.
El joven campesino siguió proponiéndole que, fuera a la casa de don Arsenio, empezara a cortejar a Encarna y todo lo demás, como si fuera lo más fácil del mundo, ya que, para él, acostumbrado a cortejar a cuanta jovencita cruzara por su camino, estos temas eran lo más fácil del mundo. Lo que no sabía era que, con sus palabras, una estaca se depositaba cada vez más en aquellos corazones que recién habían confirmado sus sentimientos, pero que quizá nunca tendrían oportunidad de manifestarse con sinceridad.
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