🚫 C A P Í T U L O 1 6 🚫

—¿Eh? ¡¿Qué le hace?! ¡Suéltala, cabrón! —gritó Lucas.

—¡No ve! —habló con sorpresa doña María, quien se quedó de una pieza en la entrada de la habitación.

Como alma que le llevaba el diablo, en menos de un minuto Lucas ya estaba donde Catalina y Josemi. Al escuchar su reclamo, el aludido había soltado la mano de ella como acto reflejo, aunque seguía sin entender los reclamos del médico.

—Doctorcito, ¿qué pasa? —le preguntó, de inmediato, al tiempo que se separaba unos metros de la joven.

—¿Qué le está haciendo a Catalina?

Lucas se puso en medio de ambos. Le dio la espalda a Catalina para ponerse frente a frente con Josemi y seguile increpando:

—¿Por qué la tiene cogida de la mano? ¿Qué intenciones tiene con ella?

—Espere un segundo, doctor. —Alzó ambas manos como diciéndole que se detenga—. ¿Por qué me habla de esa forma?

—Vi que la estaba coqueteando. ¿Es que acaso se la quiere llevar a «otros lados», como lo acusaron de hacerlo con doña Antonia, y por eso ahora nadie quiere comprometerse con ella?

Se refería a la hija de la dueña de Venta Berrocal, un restaurante que se hallaba cerca del lavadero, situado cerca a un camino, que servía tanto para los peones del lugar, así como para los viandantes (tanto en caballo, coches o borricos) pudieran detenerse a comer y demás.

—¿Eh? —Josemi enarcó la ceja, primero sorprendido y luego ofendido—. ¿Quién le ha dicho semejante mentira? Entre la Toñi y yo no hay na' y nunca lo hubo. Esas son habladurías de las cotillas del pueblo.

Lucas arrugó más las cejas todavía.

—¿Está seguro?

—Sí.

—¿De verdad?

—¡Que sí! —respondió, muy fastidiado—. Uno ya no puede andar hablando con una mujer en la feria, que ya luego to' el pueblo lo ennovian o incluso hasta lo casan. —Suspiró profundo—. ¡Cotillas de mierda!

—Ya veo.

Lucas lo miró de reojo e iba a voltear para preguntarle a Catalina cómo estaba, si se encontraba incómoda por la escena que acababa de atestiguar, pero no le dio tiempo. En menos de un segundo, Josemi se le adelantó y lo interpeló por el motivo de su reacción tan inesperada:

—No quiero sonar impertinente, doctorcito, que yo a usté lo respeto mucho y siempre le estaré agradecido por ayudar a mi madre cuando enfermó, pero ¿no cree que se le ha ido la olla un poco?

—¡¿Eh?!

Lo miró con una mueca de desagrado.

—Que me ha insultado, doctor. —El tono de voz de Josemi fue más serio, acorde con la tensión que se palpaba en su rictus, algo poco usual en el joven, quien siempre acostumbraba a estar con una sonrisa de oreja a oreja—. Y bueno, en situaciones normales le respondería de mala manera, pero por ser usté, le voy a dar el beneficio de la duda.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó, poco convencido.

—Como ha podido ver, no me merezco que me diga «cabrón» —enfatizó—. No me estaba portando mal con doña Catita.

«¿Quién es doña Catita?», se preguntó Lucas. Lo iba a interrumpir para obtener una respuesta, pero prefirió dejarlo continuar:

—Al contrario, le estaba pidiendo permiso para cortejarla.

El doctor ladeó la cabeza y lo miró con suspicacia.

—¿Está seguro de que no quería propasarse con Catalina?

—¡Que no! —contestó, fastidiado.

Lucas volteó hacia su paciente, quien estaba boquiabierta ante su reacción.

—¿Es cierto lo que él dice?

 Cuando ella se dio cuenta de que debía confirmar lo dicho por Josemi, porque si no, el malentendido quizá podría ir a mayores, resolvió hacerlo:

—Es verdad. Él no se ha propasado conmigo ni nada parecido.

Josemi suspiró profundo, de nuevo, pero ahora de alivio. No quería empezar una riña con el galeno. Por mucho que se sintiera ofendido por su reacción tan fuera de lugar, aquel era alguien muy respetable y querido en el pueblo. Devolverle el insulto o, peor aún, molerse a golpes con él, lo dejaría en muy mal lugar.

—Gracias, doña Catita.

El médico no pudo evitar tensar sus labios al volver a escuchar ese diminutivo, ahora que había descubierto que Josemi se refería así a su paciente.

—Todo es un poco raro... —Catalina entrecerró los ojos al tiempo que pensaba cuál sería la palabra adecuada para describir mejor a Josemi, sin que lo ofendiera, pero sin tampoco avivar más la tensión que había entre ambos hombres—. O sea, debo admitir que me siento un poco incómoda cuando él... ¿me dice piropos, quizá?

Se rascó la oreja, confundida.

Lucas tensó sus cejas al tiempo que sus labios mascullaban rabia. Pensaba que, de algún modo no se había equivocado en intervenir en la habitación como lo había hecho.

Josemi hizo un gesto de decepción al escucharla. No había sido su intención en que esa fuera la reacción de ella ante sus avances. Desde niño había sido criado y en su juventud también alentado en que, si una mujer era de su gusto, esa debía ser su manera de actuar. El hombre era el que debía mostrar, de manera palpable, su interés por la chica. Piropos, atenciones y, si podía ser, regalos, antes de dar el paso definitivo de pedirle autorización a la familia de la elegida para poder cortejarla.

—Creo que es porque no estoy acostumbrada a que ningún hombre me trate con tanta atención como lo ha hecho él, desde que hemos llegado al cortijo. 

Sonrió con una mezcla de resignación y tristeza al recordar cómo había sido el «cortejo» de su marido, poco antes de casarse con él.

Don Pedro Barquero, un hombre trece años mayor que ella, nunca se había mostrado de manera tan atenta como Josemi. Cuando llegó a su casa durante el verano de 1930, con la intención de hacerle saber a los señores Del Rey Altuna que estaba interesado en su hija, quizá para un matrimonio próximo, sus padres no dudaron en darle su benevolencia.

La crisis del Crack de 1929 había provocado grandes pérdidas económicas en la fortuna de los padres de Catalina. Necesitaban, con urgencia, de un salvavidas que les permitieran tener a flote sus empresas y recuperar el nivel de vida a los que siempre habían estado acostumbrados. Como ella había sido criada desde pequeña para solo tener como aspiración de vida el ser una buena madre y esposa, aceptó sin rechistar el cortejo de don Pedro. No obstante, las visitas de este, todos los sábados de ese verano, se resumían en simples pláticas aburridas de trabajo.

Cada vez que la veía, lo único que hacía era quejarse de las peticiones que los sindicatos le hacían, para que sus trabajadores tuvieran mejores condiciones de trabajo. Durante aquellas, Catalina tenía unas ganas inmensas de bostezar, pero tuvo que aguantarse para guardar las normas de buen decoro que le correspondían. Sin embargo, ni aún por esto pudo evitar preguntarse un par de veces en dónde se hallaba esa emoción del amor que había leído en las novelas de romance en su adolescencia. Entonces, tuvo la esperanza de que, una vez que su compromiso se concretara —solo tres meses después de que se ennoviaran— la situación mejoraría. El resto era historia.

Por todo lo mencionado, Catalina no pudo evitar comparar ambos «cortejos». Sin embargo, también hubo un punto en el que reflexionó, y así se los hizo saber a quienes la rodeaban:

—Pero tampoco es que me sintiera ofendida o algo...

Volteó para contemplar al doctor. Quería que este se enterara bien de su observación. No deseaba que siguiera comportándose de esa manera tan brusca con Josemi; quien, aunque había sido un poco lanzado en algunas de sus actitudes con ella; por otras, también la había hecho sentir bien, y así quería hacérselo saber:

—Él ha sido de gran ayuda a doña María y a mí durante la colada.

—¿Ya ve, doctor? —habló con orgullo Josemi.

—Y me dijo que yo estaba sonriendo. —Agachó la cabeza,un poco apenada—. Tiene unas ocurrencias muy divertidas, como decirme que usted podría ser mi padre.

Ella se tapó la boca para esconder la risa que pugnaba por salir de su boca, y no fue la única. Doña María hizo lo propio por respeto al doctor, aunque negara con la cabeza para mostrar su desaprobación.

—Su... ¡¿Su padre?!

Lucas abrió la boca, de tal manera que su quijada casi llegaba al piso.

—Sí —contestó Josemi.

—Hombre, ¡¿cuántos años se cree que yo tengo?!

«Creo que me tengo que afeitar más seguido», pensó el médico al tiempo que una gota de sudor bañaba su sien izquierda. «He escuchado que, si te descuidas, la barba a veces puede envejecer a uno, pero esto es ridículo».

—¿No tiene usted cincuenta años, doctor? —le preguntó Josemi con displicencia.

Se imaginaba a Lucas con cincuenta años más, pelo cano, lento andar y manejando un bastón.

—Pero ¡¿dónde vas tú?! —alegó, evidentemente ofendido.

—¿Cuántos tiene?

—¡Veintisiete, cabrón!

¡Novertío! Ya me volvió a insultar.

—Te lo has ganado por irrespetuoso, chiquillo —intervino doña María—. Pero ahora sí, por llamarlo anciano cuando nada que ver. ¿Qué te hace pensar que tiene cincuenta años el doctorcito? Si ni canas tiene. Es más, diría que aparenta menos con la cara de crío que se maneja. Cuando se presentó en la clínica y me dijo que era médico, no le creí.

Ella rememoró la primera vez que lo había visto. Al principio, había creído que era demasiado joven para hacerse cargo de la clínica de Monda y de los pueblos de los alrededores. Pero, el tiempo le hizo saber que había estado equivocada.

—No le creí —añadió María—. Lo que sí, opino que tienes razón de lo ocurrido antes, al decir que se pasó un poco. Si la muchacha dice que no te estabas propasando con ella...

—¡Pos claro que no! —se apresuró en aclarar Josemi, interrumpiendo a la mujer, quien lo miró con desaprobación.

—No debió insultarlo.

Volteó su rostro para contemplar a Lucas, a quien toda esta situación le parecía absurda y ya lo estaba cansando.

—Discúlpeme que se lo diga —agregó la señora—, yo a usted lo aprecio y respeto mucho, pero...

—¿Qué quiere decir? —Lucas arqueó la ceja.

—En todo este tiempo que trabajo con usted, nunca lo había visto insultar a nadie, y más actuar de esta manera con el chiquillo; que, aunque sabemos que es bruto para muchas cosas.

Josemi la miró con cara de «Mejor no me defiendas».

—En el fondo, ya nos ha quedado claro que no iba de malas con la muchacha. —La señora tensó su rictus por lo siguiente que iba a formular. Aunque en un principio le pareció inadecuado confrontrarlo, pensó que, si lo hacía con el debido respeto, no estaría mal—. ¿Por qué se ha portado de esta manera, doctor? ¿Se encuentra usted bien? ¿Por qué actuado de esa manera tan desproporcionada y solo porque el chiquillo ha mostrado interés por la Catalina?

María lo miraba con ojos inquisitivos, como si quisieran indagar a través de sus pupilas azules, su mente y su confundido corazón. Lucas tragó saliva.

En un primer momento, no supo responderle. Pero, cuando escudriñó en su interior para encontrar las palabras para sincerarse y manifestar en palabras que explicasen su accionar de aquella noche, todo empezaba a cobrar sentido para él. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top