Sin respuestas.

RELATO POR LEONEL:

Ella llevaba un largo rato sentada al lado del ventanal tratando de convencerme de que estaba estancado en mi mente por un recuerdo de lo que no fue, lleno de errores. Por primera vez en todos esos veinte años ella me miraba a los ojos y no decía algún insulto al terminar cada frase.

Yo estaba sentado en el borde de la cama, inclinado hacia el frente, mirando su imponente tranquilidad y su mirada fría, atrás de una voz comprensiva y dulce. Estaba fumando mi cigarrillo número 70 del día, en un rato debía bajar a comparar más en algún comercio o despensa que buscaría por internet.

Pilar se estaba esforzando demasiado para que renunciara al fantasma de una mujer que no está viva. 

Se estaba esforzando al máximo para ocultar su corazón envenenado.

—Sé que quieres hablar sobre la paciente que viste esta mañana.— dijo y cambió de táctica, estaba jugando con mis alucinaciones. 

—¿Y quieres hacerlo? ¿hay alguna explicación lógica para lo que vi?—

—Ella es una paciente. También me resulta abrumador su parecido a Lis. —contestó sin ninguna emoción, sin pestañar ni suspirar o disgustarse. Pilar había logrado ensayar sus respuestas como si fuera a realizar un interrogatorio con los mejores agentes.

En cambio yo me revolví en el asiento recordando los hermosos ojos de aquella desconocida. Por supuesto que no era Lis, pero se merecía cada suspiro por ser tan preciosa. 

Aunque ahora Pilar me hacía dudar al intentar ocultarla bajo el rótulo de paciente. Sé que ella es muy profesional en su trabajo, pero dudo que se presente ante la persona que más odia en el mundo sólo porque la hermosa desconocida es sólo una paciente. 

—Tu hermana fue mi mejor lugar en el mundo para cerrar mis ojos y soñar que podía ser para siempre. Hasta creí que mi versión de mi mismo con ella era el más real y mejor de todos. No es justo que creas que sólo tu la amaste más.— y encendí otro cigarrillo. 

—Renunciaste a todo porque ella te dejó, pero ya no está, Leonel. ¿Acaso no lloraste lo suficiente, no buscaste mi perdón lo suficiente?—

Pilar estaba vengándose, siempre lo supe. No era el único que no avanzaba, que estaba estancado, que se envenenaba con los recuerdos de Lis. Entonces miré hacia afuera, me puse de pie al lado del ventanal. 

Di un largo sorbo a mi cigarrillo y levanté la vista al edificio blanco al frente. Pensé un rato mirando como el humo se dispersaba por la habitación.

—¿Por qué te mudaste de aquel apartamento que estaba del otro lado de la ciudad?— pregunté sin pensar, y me di media vuelta para esperar su respuesta.

Si algo descubrí de mis veinte años siendo padre de una hermosa, pero audaz niña es que hay ciertas preguntas para atrapar cuando sabes que ella está mintiendo. Un infeliz mentiroso nunca piensa en las respuestas a las preguntas circunstanciales.

Sin más Pilar se levantó, frotó sus manos. Estaba atada a un lapsus incontestable, mirando hacia afuera, al edificio donde vivía su amigo. Su mirada estaba perdida, con la boca abierta y buscando alguna respuesta. 

—Tengo amigos que viven cerca y... Leonel, creo que ya fue suficiente.— respondió caminando hacia la puerta, no se despidió y al cerrar casi partió la cerradura. Ella dejó caer de repente su calculada postura de comprensiva a una faceta desesperada y arisca.

Volví a sentarme en su lugar. Para tratar de recrear nuevamente nuestra conversación. Había algo en su actitud que cambió de repente.

Llámenme obsesivo, demente o alienado, había algo que Pilar no logró esconder.

Luego me levanté y busqué estar en el mismo lugar donde se paró, mirando hacia el ventanal.

Entonces una alocada idea se me surgió. Si, otra idea tan incoherente como imposible técnicamente.

Busqué mi móvil en el abrigo que traía en la mañana. 

Procuré entre los contactos a Pedro.

Esperé que contestara mi llamada.

No contestó entonces le dejé un audio.

Despues tiré el móvil sobre la cama.

Volví a sentarme en la silla más cercana al ventanal, pensando que en resumidas cuentas Pilar no me había dejado ninguna respuesta. Lo que no me sorprendía, por supuesto.

¿Entonces a qué vino? De una manera sutil me llamó de obsesivo, acosador y que no aceptaba cerrar ciclos. Y pensándolo bien, fue lo más considerado de su parte en 20 años.

¿Estaba equivocada? Como de costumbre, Pilar nunca se equivocaba. Admito que era todo eso y posiblemente algo peor. Sin Lis, da lástima mi actual versión de mí mismo.

Sin embargo de algo estaba muy seguro, que en el edificio en frente no solamente vivía aquel amigo que mandó a recordarme en llamarla. 

¿Y si allí también vivía su paciente?

Alcé mi vista al ventanal donde estaba aún el ramo de flores sobre el mueble. Reconté mentalmente que justamente ese apartamento estaba en la esquina.

Entonces un recuerdo me invadió, de Lis por supuesto. 

La primera vez que nos conocimos, yo tenía once años y ella nueve. Era la niña más molesta e impertinente, que no callaba la boca durante todo el viaje de vacaciones en familia. También fue la más valiente que aprendió a nadar sin que le diera muchas indicaciones. 

Lis a sus nueve años me deslumbró con sus explicaciones acerca de que no era una princesa de un cuento de hadas y de que no creía en las coincidencias, con su cabello suelto al viento y sus libros bajo su almohada. 

La primera vez que dormí bajo las estrellas fue a su lado, en la casa de la playa, durante las vacaciones en las que mis padres ocultaban los papeles del divorcio.

Tenía razón en que jamás fue una princesa de cuento de hadas, porque en esos cuentos están los felices para siempre. Y ella se fue antes de cumplir su promesa de que era mía para siempre.

Y tampoco creía en las coincidencias.

Arriba de la cama mi móvil comenzó a sonar. Iluminando la habitación que se oscurecía como la lluviosa ciudad de Londres. Me senté allí para atender a mi mejor amigo.

—¿Pilar te atrapó, otra vez?— preguntó preocupado Pedro.

—Si, como siempre. Pero hoy yo la atrapé a ella.—

—¿Conseguiste alguna información?—

—Ninguna, esa mujer es blindada.—

—¿Entonces vas a volver?—

—No, hay una coincidencia que necesito averiguar.—

Comencé a explicarle sobre lo que estuvimos hablando. De su intento de convencerme a irme y dejar para atrás los recuerdos del amor de mi vida. Él también convino que siempre fue el único que sacaba de quicio a Pilar, pero que jamás aquella mujer se quedó sin un insulto para dedicarme.

¿Por qué se tomó casi una tarde para convencerme?

¿Por qué se mudó a este hotel justo frente al edificio blanco?

¿Por qué no logró responder esa simple pregunta? Podría rehusarse, como lo hizo magistralmente por veinte años. Podría insultarme. 

Podría simplemente responder un "no te importa".

Volví a pararme frente al ventanal, por esa calle pasaban muchos vehículos y transeúntes. Pero justamente en la puerta de entrada al edificio blanco habían algunas personas esperando. 
Todos tenían móviles y  cámaras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top