¿Amigos con beneficios?

RELATO POR MARIE:

El pub estaba a pocas cuadras de mi departamento. Salimos del baño luego de que habían clientes esperando inconformes por la demora y uno de los gerentes decidió avisar que debíamos salir de allí.

Estábamos en medio a una acalorada batalla de mordidas, jadeos y caricias en mi entrepierna, cuando los golpes en la puerta del baño cortaron todo clima festivo.

No fui a despedirme o informar sobre mi huida a Louise y Lennox. Porque obviamente me recordarían que era una idea imprudente.

Y la quería cometer, luego tendría tiempo de sentirme satisfactoriamente culpable.

Salí del pub con aquel extraño, que de algún lugar conocía. Pero de eso luego también tendría tiempo de averiguar.

Por lo cual el alcohol y el despecho me decían que me merecía tener un último intento de festejar mi cumpleaños con alguien no tan conocido, como para luego mandarme un mensaje de disculpas y arrepentimiento.
Y aquel desconocido era ideal para mi atrevida resolución.

Cuando llegué a mi edificio, subimos directo a mi dormitorio.

De la puerta hasta la cama fuimos sacándonos desesperadamente la ropa. El vestido a penas pude desprender y echar a volar el brasier.

Él en cambio se sacó el abrigo y la remera. Y cuándo lo hizo me dejó sin respiro por su abdomen marcado. Era mucho mejor de lo que me había imaginado, en mi frente tenía un parque de diversión para mi sola.

Estaba tan absorta en la línea de sus músculos que no me di cuenta que me había sentado al borde de la cama con mi boca abierta.

Lo que a él le dio la excelente idea de desvestirse completamente, con una sonrisa maliciosa y deliciosa. Tenía ante mí el mejor consolador de cumpleaños, en carne y hueso.

- Me llamo Leonel, por cierto.-

- Es un placer inmenso conocerte.- contesté ahora mirando a su miembro erecto, avanzando hacia mi lentamente. Ya aguantaba los jadeos por imaginarme cómo se hundía en mi con todo lo que tenía en mi vista.

Leonel mantenía su sonrisa y su mirada en mi respiración cada vez más agitada. Se mantuvo parado en mi frente, ya sabía que pretendía.

Ambos sabíamos.

Levantó mi mentón para que entendiera que el esperaba que justamente con mi boca comenzará a saborear todo su grueso y duro regalo que tenía para mí. Pasó su pulgar por mis labios y subió una de sus piernas al borde de la cama, justo a mi lado.

En seguida sujetó mi cabello y puso su exquisito pene en mi boca. Comencé a chupar tan fuerte como podía, a acariciar con mis manos lo que no alcanzaba introducir. El cerró los ojos y mordió sus labios ahogando sus gemidos, sosteniéndome firme de la nuca, pero sin lastimarme. Tensó sus muslos mientras me dejaba hacer lo mío.

De a poco sus caderas se sincronizó con mis succiones cada vez más rápidas. Hasta que con un grave y ronco gemido me alertó que estaba por llegar.

- Aún no, nena.- y me empujó sobre las sábanas. Despegándome de él sin probar a que sabía. - Abre las piernas.- ordenó y cómo me excitaba su tono exigiéndome obediencia.

Lo hice y de rodillas entre ellas me sacó lentamente mi ropa interior. Luego me levantó por las piernas para acomodarse entre mis pliegues que estaban tan húmedos esperando por él.

Se introdujo lentamente, haciendo que mi espalda se arquera mientras soltaba un jadeo, hasta que se encajó hasta el fondo. Me sentía totalmente a su merced.
En seguida me sujetó con una mano en mi cadera y con la otra se apoyó en la cama.

Mi cuerpo comenzó a quemar, como brazas, a cada estocada dura y fuerte con que me enloquecía.

- Eres jodidamente hermosa.- soltó entre gemido y embestida. -¿Te gusta?- preguntó mientras mordía uno de mi pezones, que estaban tan duros como el ritmo que imponía sus caderas. Con un cabeceo le respondí, y él siguió consumiéndose en nuestro condenado y lascivo vaivén.

Todo en mi se incendiaba y pronto las gotas de nuestro sudor comenzaron a hacer sonar cada fricción de nuestros cuerpos.

Mi mente se perdió luego de murmurar su nombre y estalle en un increíble orgasmo. De esos que hacen que tus piernas tiemblen y las sientas entumecer mientras disfrutas de los fuegos artificiales.

Cuando el terminó se dejó caer encima. Con su rostro escondido en mi cuello y sus brazos rodeándome. Nuestras respiración aún estaba agitada, pero no podía o no quería alejarlo, para recuperar aliento.

Unos minutos después su mirada otra vez me encontró, sonriendo por lo que sucedió.

-Me llamo Marie, por cierto.- resoplé y luego comenzamos otra ronda de mordidas, besos, embestidas, gemidos y placer. Mucho placer.

Con Leonel no habían posiciones que dejáramos para después.

Diablos, esta era la mejor de las malas ideas que había cometido.

Y lo mejor de todo era que mi nombre sonó exquisito entre sus labios cuando se venía en mí.

RELATO POR LEONEL:

Mi salvación ya tenía nombre: Marie.

Hacía años que no dormía profundamente como durante lo que restaba de la noche. Tampoco una mujer había obedecido a cada uno de mis caprichos en la cama como ella. Ella disfrutaba de todos mis demonios sacándole los gemidos a cada enclavada, cada mordida, cada palmada en su riquísimo culo.

La hice mía por todas las exquisitas formas que nuestros cuerpos permitían, cada parte de su cuerpo ahora era mío.

Deseaba seguir hundido en ella, pero traté de que se sintiera tan cómoda como pudiera.

Ella se durmió a mi lado luego de saciarnos.

Yo dormí a su lado luego de agradecer al universo por las redes de conexión, fuerzas o combinaciones para devolver mi paz a mis brazos.

Ella era mía.

Marie era sólo mía.

Si, ya era creyente de milagros y coincidencias.

Su respiración era el sonido perfecto para cerrar los ojos y dejar acunarme por su pecho.

Por el ventanal de su cuarto y las luces que se colaban por las cortinas cerré mis ojos viendo como su piel aún estaba erizada por estar tan pegada a la mía.

Hacía casi veinte años que no dormía junto con quien deseaba que fuera sólo mía.

En la mañana desperté solo, entre sus sábanas y su aroma aún en mi piel.

En los pies de la cama estaba mi ropa doblada y ordenada. Seguramente me esperaba despierta con algún remordimiento por la noche.

Vestí la ropa interior y el pantalón.

Salí a buscarla siguiendo su voz en otra habitación del piso.

Ella estaba parada de espaldas, con una taza humeante en la mano, vistiendo un diminuto short y una remera holgada, entre tanto revisaba algo en su laptop.

Al oírme cruzar la puerta, se volteó, sonrió y me alcanzó otra taza de café.

-Buenos días, Leonel.-

- Buen y rico día, Marie. - dije y ella se ruborizó mientras intentaba esconder una sonrisa detrás de su taza.

Pero la agarré y le robé otro beso de sus endemoniados labios. Mis manos invadieron las costuras de su short, mientras ella recuperaba el aliento ocultando su cara en mi pecho.

-Recuerdas mi nombre.- dijo algo angustiada. De repente su rostro cambió, cuando se apartó de mi lado. El impulso me decía que la debía volver a mis brazos, a sentir su piel quemándose con la mía.

Pero todo debía hacerse paso a paso. De esta vez no debía perderla.

-¿Tienes algo que hacer mañana y pasado?- me preguntó aún con la mirada perdida.

-No, estoy libre.- respondí y esperé a que se animara a proponer lo que en su mente se debatía.

-Necesito ir a una boda y no quiero ir sola. Mañana hay...-y la interrumpí confirmando que me tendría a su lado besando delicadamente sus labios.

-Presiento que vamos a ser muy buenos amigos, Leonel.-

-Los mejores, Marie. Y con muchos beneficios.- y la levanté para sentarla sobre la encimera, devorarla a besos y recorrer su cuerpo con mis caricias bajo su remera.

Pero fuimos interrumpidos con fuertes golpes en su puerta.

Maldición, esperaba que no fuera mi peor pesadilla.

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