Caída libre
Sus piernas hicieron un intento inútil por apoyarse pero solo encontraron el vacío bajo sus pies. Caía, y ese instante en el aire parecía una pausa en el tiempo. Su mente se negaba a caer, pero también se negaba a aceptar que había abandonado a Helen. Ante sus ojos pasó cada instante de su corta vida. Vió como todo se desmoronó desde que apareció aquella cosa ante él en frente del árbol, vió como aprendió a temer a la oscuridad y a convivir con el vacío de su estómago. Recordó el miedo a aquellas voces del bosque y a la casa de Rodo que más que un nuevo hogar resultó ser un pequeño infierno. Todo se volvió oscuridad en el instante en que su cuerpo impactó contra el suelo.
Él tenía que haberla salvado, o al menos intentarlo, pero era presa de su propio miedo y ahora le pesaba. Tantas preguntas y tan pocas respuestas, todo lo que le había sucedido desde el principio han sido sucesos incomprensibles y caóticos. Nunca se había detenido siquiera a hallar una explicación lógica a todo aquello y la verdad que no podía encontrar ninguna. No podía explicar ni su propia existencia. Por mucho que quisiera creer en las palabras de Rodo, nada garantizaba que dijera la verdad su juicio estaba demasiado nublado por la demencia, o quizás siempre fue un ser tan despreciable como en el momento en que lo encontraron, pero nunca podrá tener esa certeza.
Sus párpados se despegaron lentamente y el dolor comenzó a brotar de todo su cuerpo. Sentía que si se movía aunque fuera solo un centímetro atentaría contra su integridad física. Con la mirada fija hacía el cielo sus ojos se perdían en la inmensidad. Podía ver también el lugar desde donde había caído, solo era un borrón que apenas se hacía visible asomándose en su campo visual. Desde la cornisa se asomaron dos figuras blancas, una de ellas tenía algo entre sus brazos, estaba desorientado y la distancia no ayudaba pero algo le decía que aquello que tenían era Helen. El más ligero de peso se llevó una de sus manos a su liso rostro y un pitido rasgó el aire, ambos dieron la espalda y se adentraron en el bosque. Con un esfuerzo casi sobrehumano y luego de varios intentos logró ponerse de pie. El dolor era aún más agudo. Respirar era tan difícil que pensar en desistir parecía una opción razonable. Miró alrededor y todo le parecía conocido, el suelo duro y sin casi ninguna protuberancia en más de cincuenta metros a la redonda, los escasos arbustos de ramas secas y sin vida. Un paisaje desolador pero familiar. Avanzó ayudándose del apoyo que le brindaba la fría pared rocosa, y cada vez el dolor era menor.
En la dirección contraria se escuchó un murmullo raro, como una especie de lamento. Aún no tenía los sentidos en orden pero podía oírlo claramente, era un ruido que ya había escuchado y pudo reconocerlo. Eso era un Glaud, nunca podría olvidarlo, esos chirridos espeluznantes estaban muy bien guardados en su mente. Cada vez parecían más cerca, no tenía mucho tiempo. Si sus suposiciones eran ciertas tenía pocos segundos antes de estar rodeado. Se separó de la pared y con la adrenalina corriéndo por su cuerpo casi se olvidó totalmente del dolor y comenzó a correr. No podía moverse como quería pero no tenía más remedio que avanzar, no podía morir en un lugar así, no sin antes enmendar su error, si ella seguía viva tenía que encontrarla a toda costa.
Echó una mirada rápida inspeccionando el lugar. En la base del precipicio una grieta de tamaño considerable se habría camino entre las duras rocas. Entró a toda prisa llevándose unos cortes en el brazo izquierdo. Esperó mirando por la abertura y pudo sentir el sonido metálico de las garras chocando contra el suelo, y luego pudo verlos. La vez anterior no había podido notar los tan claramente pero ahora los tenía a escasos metros y eran aún más horrendos de lo que recordaba. Su rostro era una mezcla de distorsiones y torceduras, adornadas de dos grandes ojos verdes que nunca estaban en el mismo sitio. Siguieron corriendo, para su suerte sin haber notado su presencia.
Se puso de pie nuevamente y el dolor estaba de regreso, se preparaba para salir cuando sintió unos pasos provenientes del fondo de la cueva la cual para su sorpresa parecía ser mucho más grande que solo una simple grieta. Dudó unos segundos pero no tenía seguridad total de que aquellos bichos no estuvieran rondando por allá afuera todavía, así que se dispuso a adentrarse. Mientras avanzaba cada vez era más oscuro pero ni de asomo igualaba a la oscuridad en la que había vivido.
Una luz apareció ante sus ojos y los pasos parecían provenir de ese lugar. Con sus manos a modo de guía se adentró en la gruta, sabía que si había alguien seguro había algo de comer. Los pasos se intensificaron y un alegre silbido revoloteó por el aire, llendo y viniendo, de arriba a abajo, la melodía transmitía una calma casi mágica. Un rayo de luz surgió en el fondo y al acercarse este se convirtió en una cámara grande iluminada por la danzarina luz de un farol. En el centro del lugar un gordo con pantalones anchos y un casco constructor bailaba dando giros de un lado a otro mientras silbaba y dejaba que el viento que entraba por la entrada de la cueva lo guiara. Al ritmo de esa melodía extraña los ojos de Marcus se cerraron y sus adoloridos pies dejaron de seguir sus órdenes. Sin darse cuenta se había desplomado y su conciencia se le había escapado en un suspiro.
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