Buenas y malas compañías

Oculto por la oscuridad miró la masa amorfa que se retorcía en llanto frente a sus ojos. Aquellos despojos de lo que antes había sido un hombre ahora parecían más una bola de carne y hueso. Al ver sus ojos, perdidos y llorosos sintió lástima. Durante unos instantes pensó que tal vez había errado al desconfiar de aquel hombre que le había dado un techo y la seguridad que no tenía. Antes de que pudiera poner en orden todo el caos que pasaba por su cabeza Rodo se puso de pie y esta vez al mirar su cara no vio aquel dolor de hacía unos segundos, ahora solo podía ver un rostro contraído y consumido por la ira. El viejo dió la vuelta y comenzó a caminar con los brazos rectos y los hombros caídos. Su cabeza lo acompañaba en el viaje pero era casi como si fuera un equipaje mal atado que se movía siguiendo las oscilaciones del camino.

No podía dejar de mirarlo, tenía demasiada curiosidad porque haría, qué sería de él. Ya cuando se aproximó al árbol cambió bruscamente su trayectoria y aceleró el paso. Cuando estubo en un costado de la casa se detuvo y quitó unos arbustos que cubrían unas puertas de madera oscura y desgastada. La abrió con furia y fue escaleras abajo perdiéndose de su vista.

Algo no estaba bien. Tenía ese vacío en medio del pecho que sientes cuando podías hacer algo y no lo hiciste, o llámalo presentimiento, pero la verdad era que lo estaba carcomiendo por dentro. Por más que quería dejar todo atrás la casa lo llamaba a volver. Tras pensarlo un rato avanzó hasta sentir nuevamente el calor de la luz en su rostro. Y antes de notarlo ya estaba lo suficientemente cerca como para escuchar la voz del anciano pero aún no podía descifrar que decía. Se acercó un poco más al portón casi oculto entre los arbustos.

—¡Maldita sea!¡Se me ha escapado otro más!—se le oía muy furioso, dando patadas al suelo y las pardes. Hubo unos segundos de silencio y luego volvió a escucharse—¡Siiii! Es cierto aún nos queda ella. Pero no podemos matarla, no aún. Aún tenemos planes para ella. Y luego la matamos—nuevamente la voz se apagó.

  —¿Ella?¿Acaso hay alguien más en la casa?¿Está hablando con alguien?— los pocos segundos en que solo el ruido del viento se apoderó del ambiente, le sirvieron para reflexionar, pero no solo a él. Escaleras abajo la maldad se estaba tejiendo en el laberinto de un cerebro errante y senil.

—¡No podemos matarla!—gritó rompiendo en un llanto de impotencia—¡¿Por qué se tuvo que ir?! Todo hubiera sido más fácil con él aquí. Tendríamos comida y por supuesto podríamos seguir divirtiéndonos con ella— sus sollozos súbitamente se transformaron en una carcajada estridente que se prolongó por unos minutos que parecían darle más fuerza en vez de dejarlo sin aire.

—¡Mmmmmg!—un quejido rompió el monólogo del anciano y su descontento no tardó en darse a ver. En un solo movimiento de su huesuda mano lanzo todo lo que tenía a su alcance ahogando las repetidas quejas de su prisionera.

—¡Cállate perra!— dijo alzando su mano y dejándola caer sobre el magullado y amordazado rostro de la muchacha— ¡Debería matarte!— tomó su barbilla entre sus largos dedos y contempló la gota de sangre que corría por la hinchada mejilla.

Volvió la vista hacia una esquina del sótano y comenzó a susurrar para si mismo palabras casi incoherentes —Lo se Jimmy, no podemos matarla. Pero él escapó, Jimmy. ¿Por qué escapó?¿Que vamos a comer ahora?

El muchacho desde afuera quería ver que estaba pasando así que se acercó con cautela e intentó asomar la cabeza sin ser detectado. Ahí estaba Rodo, y efectivamente había alguien más. Tenía el pelo largo y las facciones delicadas, un paño cubría su boca, y sus manos y piernas estaban atadas. Se retorcía ferozmente conforme la arrugada mano pasaba por su desnudo vientre. Pero de repente se detuvo y alzó la cabeza.

—Oh, querida parece que tenemos compañía— se volteó hacia donde estaba el chico,que escondió la cabeza y se quedó callado—¡Así que no vas a salir!¡Entonces tendré que ir yo a buscarte!—las zancadas largas resonaron en las tablas y casi en dos pasos brincó la escalera. Ya arriba, miró en todas direcciones—¡Sé que estás ahí Marcus!¡Puedo olerte!

El niño permaneció en la oscuridad y el cobijo de los arbustos mientras miraba a aquel señor buscar frenéticamente y correr de un lado a otro hasta que se perdió por un costado de la casa. Decidió salir cuanto antes para aprovechar la oportunidad. Bajó rápidamente los escalones y miró aquel desnudo cuerpo, tan diferente del suyo. Se acercó cuanto antes a ella y trató de desatar sus manos pero estaban muy apretados. Echó un rápido vistazo y vió uno pedazos de cristal desparramado por el suelo en el otro lado de la habitación. Tomó uno e intento otra vez. Le soltó una mano, luego un pie y después los otros dos amarres.

Ella cayó en el suelo casi sin fuerza así que le ayudó a ponerse de pie y le prestó su hombro. Su cuerpo prácticamente apoyaba todo el peso sobre el chico que a duras penas podía mantenerse en pie. Subieron los más rápido que su situación les permitió e inmediatamente emprendieron camino a perderse en la oscuridad.

—Detenganse pequeños demonios— a sus espaldas la estridente voz retumbó. Sus corazones se agitaron y aceleraron el paso. La muchacha tras recuperar un poco la movilidad prácticamente podía avanzar por si misma pero no eran rivales para la sobrenatural agilidad de su perseguidor. Aunque les quedaba ya muy poco para llegar, ambos sabían lo rápido que era ese hombre. Cuando estaba a punto de cruzar la barrera notó que la muchacha no había podido seguirle el paso. Ya tenía al anciano muy cerca y justo cuando estaba por alcanzarla la mano de ella se movió con rapidez encajando un pedazo de cristal que quedó en su pecho en un fuerte alarido. La chica reanudó su carrera mientras él se quedó al margen de las sombras con el trozo incrustado en el tórax. Era como si el límite de su terreno fuera un muro infranqueable para él.

—¡¡Noooooooo!!— está vez gritó más fuerte que nunca y su cara era un cóctel de emociones: furia, miedo, dolor, era imposible descifrar aquellas lágrimas entre tanto odio en sus ojos. Aunque nuevamente lo vio derrumbarse, está vez no sintió lástima, ya había visto su verdadero rostro. Unas delicadas manos se aferraron a su brazo y ambos miraron como la locura consumía lo poco de humanidad que tenía aquel que se hacía llamar Rodo. Juntos miraron la oscuridad que antes tenían a sus espaldas y aunque tenían que volver a entrar al menos está vez no lo hacían solos.

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