7. Foco de Atención

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A Edward nunca le gustó llamar la atención, o al menos, eso creía hasta que la saboreó con la palma de su mano. Su tacto resultaba tan esplendoroso y difícil de dejar soltar, que se convirtió en una mina de oro para él.
Mientras tanto, en el otro lado de la historia, Oswald se esforzaba por ser la persona que menos llamara la atención de todo Gotham, excepto para una única persona.

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Al principio, la paranoia empezaba a expandirse en la mente de Oswald. Se sentía observado; como si todo el mundo le mirara porque sabían lo que estaba rondando por sus pensamientos, como si supieran lo que él tenía planeado y le juzgaran por ello.

De hecho, Oswald empezaba incluso a arrepentirse, pero, sin embargo, esa idea era desechada nada más recordar todo lo que su objetivo le hizo sufrir durante los años que estuvo apuntado en la escuela que con tanta penuria recordaba.
El chico bajito con andares raros y nariz puntiaguda que era constantemente víctima de miles de humillaciones por sus compañeros de clase estaba sediento de sangre, como si se tratara de un vampiro que lucha por alimentarse para su supervivencia, Oswald buscaba a su presa con especial cautela. En cierto modo, no podía esperar a ver a la persona que fue unas de las grandes culpables del inicio de las risas hacia él, cosa que, además, jamás habría esperado pensar.

Tenía su rostro grabado a fuego en su cerebro, y solo habían pasado unos cuatro años. Estaba seguro de que lo reconocería en cuanto lo viera.

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¡Edward se sentía tan dichoso! Había al menos cientos de personas alrededor de su puesto, ansiosos por contestar a sus acertijos y llevarse algunas de sus recompensas mientras se llenaba los bolsillos de dinero y entre voces de la multitud aprovechaba para hablar con Elna en la lejanía con un walkie-talkie que ella misma le había entregado si observaba que algún cliente suyo iba al puesto contrario.

Al final, el trato parecía haber sido justo para las dos partes, y Ed se sentía en la gloria, como nadando en un mar de alegría, saboreando la atención de la gente, observando sus rostros llenos de emoción, que inmediatamente se transformaban en terror o duda cuando recitaba su acertijo. Poca gente le había sabido responder bien, y estaba amando eso de una manera muy diferente de la que habría esperado. Le hacía experimentar una sensación tan nueva y diferente, pero tan placentera al mismo tiempo.

Se encontraba en el podio, mirando con desprecio a aquellos debajo suya que no podían superarle, y que jamás lo harían. Aquella sensación resultaba adictiva por el pequeño periodo de tiempo en que una persona era lo bastante valiente para enfrentarse a él y a sus acertijos. Y unas de las cosas que más le gustaba saborear era cuango alguien perdía, pues de aquella manera conseguía reafirmar su superioridad frente a la gente delante suya, y además, conseguía tener el control de todos los que se le acercaban de una manera que sólo él podría haber pensado. Y nunca había sentido como si tuviera el control de algo, más el ser el centro de atención de algo que no le disgustaba, Era mágico.

No obstante, en pleno ascendimiento a las nubes, su rostro decidido y alegre cambió por completo cuando se encontró con un antiguo "amigo".

A Edward se le había acercado nada más y nada menos que la persona que empezó a hacerle bullying en el colegio. Al instante sintió cómo miles de nervios de su cuerpo iban alineándose para hacerle sentir lo que estaba sintiendo.

El destino se había tornado tan irónico, que hasta parecía sacado de una película de aquellas que mezclan la comedia junto con la sátira y la tragedia de una manera que todo parecía alinearse perfectamente para que sucedieran de las escenas más inverosímiles y, al mismo tiempo, creíbles. O, dicho de otra manera, sacado de una película de Jim Carrey.

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Edward se había quedado en blanco por unos segundos, sin comprender del todo la situación. ¿Acaso ese chico se iba a acordar de él y por eso se había acercado? Esto marcó al instante un pensamiento maligno en Ed.

—¿El señor que se encuentra delante mía desea poner a prueba su inteligencia? —preguntó con soberbia en sus palabras, e incluso una sonrisa pérfida de la que sólo una persona prestó atención. Una que, justamente, no era muy diferente a Edward en aquel mismo momento.

Aquella persona era Oswald Cobblepot, quien observaba la escena con gran interés, mientras recordaba si aquellos dos hombres que se miraban cara a cara siendo el foco de atención del lugar eran, exactamente, los que él creía.

—Claro. —respondió sin más, entregando un billete, que era el simple coste que llevaba participar en la atracción. El ingenuo chico, que no sabía lo que tenía en la espalda y delante suya, estaba rodeado de otros amigos, que le habían animado a participar en el pequeño puesto para reírse del hombre que, con gran vanidosidad, lo lideraba. Algunas cosas no cambian nunca.

Edward se dio la vuelta con naturalidad para expresar en la oscuridad el goce que le traían sus pensamientos de lo que quería llevar a cabo. Fueron solo un par de segundos, y cuando pasaron Edward se recompuso para no mostrar que esta era una ocasión especial para él.

—Adivina adivinanza, ¿qué es negro, rojo, tiene rayas blancas y jamás va a volver?

Edward formuló su pregunta, y dio paso al contador que marcaba los quince segundos que tenía para responder.
Observó su rostro muy atentamente, el cual sólo había estado mirando al suelo desde que formuló el acertijo. Sin embargo, eso no le detuvo de observar el drástico cambio que dio cuando dedujo su respuesta El horror y la sorpresa tomaron forma en su cara, y Edward disfrutó aquello.

El chico dio medio vuelta incluso antes de que el contador reprodujese algún sonido. Sus amigos, confundidos, le siguieron haciendo preguntas, pero él no respondió ninguna de ellas.

Edward observaba a lo lejos, victorioso, el efecto de su acertijo en los ojos del niño que constantemente le humilló durante la escuela y fusilaba a golpes e insultos en los descansos y salidas de clase.
El caso es que, el acosador del colegio de Ed presenció de niño cómo su hermano pequeño sufrió un devastador accidente de coche que le indujo en un estado vegetativo que trajo un gran sufrimiento a él y a su familia. Edward recuerda que cuando pasaba por la calle en la que atropellaron al hermano, siempre observaba los restos de la mancha de sangre que dejó en medio del paso de cebra.

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