2. Madres

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La familia Cobblepot experimentaba un enorme y grave descenso en su riqueza, y la madre de Oswald era casi tan pobre como la falsa apariencia que tenía de ella misma y que compartía con todo el mundo. A sus ojos, ella era la mujer más elegante, bondadosa y exquisita que todo el mundo podría haber conocido, sin embargo, sólo se trataba de una ilusión.

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Su madre estaba muy preocupada, y Oswald algo miedoso o nervioso imaginando la posible reacción de su madre. Aunque cuando abrió la puerta de su casa después de llamar, las cosas se desarrollaron relativamente tranquilas para él.

—¡Ozzie, cariño! ¿Qué ha pasado, por qué has llegado tan tarde? —preguntó su madre, refiriéndose a él con ese mote cariñoso que sólo ella podía usar con él, levemente agitada por los minutos de más que se había llegado a retrasar su hijo. Probablemente habían sido unos 10 o 15.

—No pasa nada, madre —respondió con algo de desidia— Mi profesora me ha entretenido. Quiere hablar contigo mañana a primera hora del día.

Su progenitora le lanzó una dudosa mirada.

—¿Conmigo? ¿A qué se debe eso? —le preguntaba mientras se aseguraba de que el traje y cabello de su hijo se encontrasen en perfectas condiciones mientras les daba algunos retoques, a pesar de que acababa de volver del exterior.

—Son unos exagerados, mamá. Yo no he hecho nada malo, nunca. Pero todo el mundo cree que sí, y me señalan con malas manos. —reprochó mirando para otro lado y frunciendo el ceño.

Acto seguido, su madre le agarró de la mejilla con suavidad para inclinar su rostro hacia él.

—Oswald. —le llamó con profunda seriedad, haciendo que su hijo focalizara su mirada en ella.

—¿Sí, madre?

—¿Sabes que eres el mejor hijo que una madre podría tener, y que no debes dejar que te culpen de algo que no has hecho, ¿verdad?

—Sí, lo sé, madre. —respondió firmemente, con la cabeza alta.

La mujer se alejó lentamente de él. Ella le había repetido, quizás demasiadas veces, lo buen hijo que era, además de replicar, o embellecer, sobre otras cualidades que cualificaba como positivas, pero siempre, siempre, acababa preguntándole lo mismo.

—Está bien, mañana hablaremos con esa profesora tuya. Tú vendrás conmigo, y le dejaremos las cosas bien claras, pero ahora a comer, que he preparado pudín.

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La profesora de Oswald había tenido, sin duda, demasiadas esperanzas. Ella realmente no quería nada malo para Oswald, y desde el principio había deseado creer que la mala fama que su alumno estaba adquiriendo no estaba justificada, así que se hizo ilusiones sobre el hecho de tener una charla con su madre para aclarar las cosas. El siguiente día hizo que su esperanza cayera en picado.

Pero aquella mujer sería capaz de defender a su hijo con escudo y espada, repitiendo varias veces la vergüenza que le resultaba que acusaran a su hijo de tal horrible acto del que le inculpaban. No atendía a pruebas ni entraba en razón, y acababa gritando, desesperada por defender a su hijo, siempre en medio de un argumento.

Oswald se dedicó a observar todo con una sonrisa que intentaba esconder, y aunque la charla no hubiera acabado exactamente de la forma que él habría soñado, tampoco estaba decepcionado con el resultado. Su madre abandonó con agresividad el instituto con la idea de inscribir a su hijo en uno nuevo, deseando que aquel tuviera más "moderación y profesionalidad" que el que acababan de dejar.

A puertas de la salida del edificio, Oswald miró al campo donde se encontró con el chico de ayer, y lo único que se le vino a la cabeza pensar fue que aquel primer encuentro también sería el último.

«¿Cómo se llamaba? Edward, si no recuerdo mal. Mmmm.» Pensó para sí, pero nada que invadiera su cabeza durante más tiempo del que un pensamiento pasajero.

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El ambiente estaba tenso, como casi siempre, en verdad, y Edward siempre mantenía la misma baja mirada. El camino hacia su casa destacó por dos cosas: La marchitación de los árboles por la época del año, junto con el presenciar cómo caían las hojas en el asfalto, y la incógnita de por qué el chico que antes había conocido era una incógnita para él.

Tan misterioso; portándose relativamente bien con él él mientras se encontraba en un estado deplorable, y el cómo atacó de manera sanguinaria a un abusón de los que él conocía. Todo aquello le hizo sentir algo de curiosidad por él, y aunque deseara conocerlo un poco más, probablemente se olvidaría de él a los tres días teniendo en cuenta el escondido saber para él, en ese momento, de que ya no lo vería más en su instituto

—Ya he llegado. —avisó Edward con desgana una vez cruzó la puerta de su casa.

Claramente, no se esperaba una respuesta, pero mucho menos el no encontrarse a su madre en la sala de estar. El sillón estaba totalmente desocupado, y sólo veía que la televisión estaba encendida y había botellas de alcohol barato alrededor de la mesa. Nada nuevo por esa parte.

Pero por la otra... simplemente se quedó esperando en el pequeño comedor cerca de la cocina, sentándose justo en la mesa donde dependiendo de la suerte que tuviera, vería colocada una pequeña porción de comida o no. Sin embargo, estaba completamente solo en la casa, y nadie podía ni negar ni afirmarle que aquel día iba a comer, y simplemente se quedó a esperar, sin saber, lo peor.

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