Un Arma Letal


En la paz de esa cueva se mantuvieron abrazados, preguntándose cosas y respondiendolas, así pasaron las horas.

Con un gran pesar tuvieron que marcharse, sus familias se preocuparian si se iban por tanto tiempo y no querían que los encontraran pues sabían que cosas podrían pasar.

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Salina partió hacia su reino notando como esa paz que había sentido con Arphana era suplantada por un sentimiento de vacío mientras más se acercaba al reino.

Su reino.

Su... ¿Hogar?

Desde hacía mucho no lo sentía así, desde que su padre lo había elegido como el heredero por sobre todos sus hermanos. A partir de ese momento su cuerpo se volvió más fuerte mientras su mente se desmoronaba.
Deseaba poder hablar con su madre pero había dos inconvenientes: la primera era que el rey tenía 11 concubinas y un hijo con cada una, y la segunda era que...  ninguna de esas podía ser su madre, porque ninguna tenía las mismas "condiciones" que él.

Él era un poulíme (humano mitad ave) distinto al resto, su plumaje era escaso y tardaba en aparecer cuando quería, no podía volar ni tan rápido ni tan alto como el resto de los de su especie, aunque no todas las cosas diferentes en él eran negativas pues sus piernas eran mucho más fuertes que las de los otros poulímes, tenía reacciones más rápidas y sus manos eran más habilidosas de lo normal, pero lo más raro eran esos surcos en su cuello, surcos que no sabia que eran hasta que conoció a Arphana, en ese momento supo que eran y como se llamaban: branquias.

Todas esas diferencias que tenía con el resto de su gente parecían ser de parte de su madre, quien se decía era una viajera que había hecho un intercambio con el rey.

Él le había dado permiso para salir de sus tierras a salvo.
Ella le había dado a Salina.

Ahora todo lo que le quedaba de su madre eran sus branquias y su nombre, que no eran ni una mínima parte de lo que necesitaba.

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Había entrado en su habitación después de un breve saludo, casi militar, a su padre. Se miró en el espejo y maldijo su propio reflejo, todo en él era igual al rey, desde su piel morena y ojos amarillos hasta su pelo, marrón y revuelto como la tierra fértil, se veía como una versión delgada y penosa de su padre.
Decidió que tenia que calmarse. Ese día había sido tan largo y tan corto a la vez, necesitaba tiempo para procesarlo todo y decidió hacer lo que más amaba desde que era un niño: nadar. Siempre se había preguntado el porqué amaba tanto esa acción, y ese día había encontrado una respuesta

Arphana.

Estar con el había sido algo diferente a cualquier cosa que hubiera sentido antes, no era como un hermano, un amigo o un sirviente era algo distinto, era algo especial. Él era todo lo que quería ser, era alegre y despreocupado, y no había ninguna cicatriz surcando su piel cetrina.

Se estaba cambiando cuando noto algo en uno de sus muslos, una pequeña y brillante escama gris, que contrastaba con su piel color avellana. Quiso sacarla, pero fue una mala idea, apenas pudo contener un gritito de dolor y su pierna tenía ahora una pequeña herida sangrante, aunque comparado con el resto de sus piernas no era nada, tomó un momento para observar sus cicatrices, garras y espadas, picos y lanzas, todas y cada una de esas cosas había dejado marcas en su piel, hasta ahora no le había dado mucha importancia, solía hacer cosas por inercia, siguiendo órdenes sobre cómo debía ser su vida, al igual que una flecha sigue el rumbo que el arquero manda. Al menos así había sido hasta ese día, el día en el que empezó a pensar que podria haber otra manera.

Una manera tranquila, una vida sin tener razones para lastimar, vivir sin que nadie le dijera que debía hacer y decir, poder hacer cosas que para el resto eran normales pero el tenia prohibidas.

Ser libre.

Pensaba una y otra vez en eso mientras bajaba por las escaleras del castillo (que más bien era una fortaleza) hasta el lago que había por detrás. Cuando llegó se dio cuenta de que era el único ahí, no había ninguna gaviota o alcatraz que le interrumpiera en su momento por lo que bajo hasta la orilla y metió los pies en el agua, el frío le erizó la piel y le dio una extraña sensación de cosquilleo, una risa rara le subió por la garganta, hacia mucho, quizás nunca, que no se sentía tan feliz, y gorjeó feliz mientras se hundía en el agua. De repente una idea se le paso por la cabeza: ¿y si probaba las branquias? Sabia que esas cosas eran lo que le permitía a Arphana respirar bajo el agua y ya que el también las tenía no se le hacía tan loco que pudiera hacerlo también.

Se sintió dividido entre su razón que le decía que lo que intentaba era un suicidio y su instinto que le pedía a gritos meterse bajo el agua. Estuvo pensando un buen rato, pero todos sabemos que la razón nunca tiene las de ganar, así que ante todas las cosas que le decía el sentido común se metió a la parte más profunda del lago.

Se sintió aterrador y asombroso al mismo tiempo, por un segundo sintió que se ahogaba pero al siguiente podía sentir como sus pulmones se ensanchaban llenos de aire. Abrió los ojos y le sorprendió lo que vio, nunca había visto abajo del agua nada más que unos borrones, pero ahora sus ojos veían con total claridad y parecían adaptarse a lo oscuro del lugar, tanto que podía distinguir unos pequeños pececillos nadando a unos metros de él. Se sintió tan feliz que su boca formó burbujas de la risa. Nadó y nadó bajo el agua hasta que le dolieron las piernas y salió para descansar.

Cuando volvió a su habitación le pareció que ese día no había sido tan malo. Después de todo hasta el arma más letal de un reino necesita un poco de tranquilidad de vez en cuando.

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Heya! Espero que les guste

Si se que fue mucho tiempo, pero tenía problemas de inspiración y no sabía muy bien para dónde llevar el capítulo ¡pero al final lo logré!
Tranquis que el próximo ya lo tengo más planificado, pero no tan tranquis que lo más probable es que me tarde bastante para subirlo porque #escuela #matenmeporpiedad

Sean felices, Chau

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