Cazadores y presas
La refriega fue tan brutal como breve, las bestias llegaron tan de improviso que el primer aviso que recibió el refugio fue la muerte de uno de los guardias del perímetro, salvajemente mutilado por las garras de los hombres lobo, quienes arrojaron el cadáver contra la puerta del edificio a manera de siniestro ariete.
Pese al endemoniado poder de fuego de las dos ametralladoras Minugun M134 montadas en la azotea del edificio, los "amaroks", nombre que habían recibido casi al principio de la guerra, no tuvieron problemas para alcanzar y derribar la puerta de la posada. Seguro que uno o dos fueron destrozados en el camino por las 50 balas por segundo que semejantes armas pueden disparar, sin embargo, esto no detuvo al resto de la manada.
Sin embargo, una vez dentro, fue el turno de Sara, Egar y Jennifer. Mientras Mario se encargaba de evacuar a cuanto huésped podía, el trío de cazadores aprovechó la profunda oscuridad en que se sumió el refugio cuando los lobos arrancaron los cables de electricidad, para hacer lo que mejor sabían hacer: cazar y acabar con los engendros del Mago.
Durante la mayor parte del tiempo, Mario ni siquiera tuvo que desenvainar a Albion, ellos tres lo hicieron todo. A lo largo de los años, los Cazadores habían pulido y perfeccionado una estrategia en la que Sara hacía de francotiradora, mientras Edgar los enfrentaba cuerpo a cuerpo, armado con espada y escudo, mientras Jennifer podía enfrentarlos tanto de cerca como a media distancia gracias a la versatilidad de sus feng huo lun. Los llamados aros de viento y fuego, que la chica obtuvo en "La Prueba", son un par de anillos de unos 40 centímetros de diámetro de los cuales sobresalen al menos media docena de afiladas y serpenteantes cuchillas y que pueden usarse igual en la mano que como armas arrojadizas.
Mario nunca los había visto en acción; como la gran mayoría en el Arca, había escuchado de sus increíbles hazañas, sus casi imposibles rescates y sus escapes que rayaban en lo milagroso; sin embargo, era la primera vez que tenía la oportunidad de constatar en persona su perfecta coordinación y la casi mecánica eficiencia con que despachaban oleada tras oleada de aquellas bestias que ya habían asesinado a más de una veintena de guardias armados con escopetas, rifles AK—47 y pistolas de diverso calibre.
Sin embargo, ni siquiera aquellas habilidades fueron suficientes para evitar otra masacre, una más en la larga lista de crímenes por los cuales, se había jurado Mario, el Mago habría de responder algún día.
El alba los sorprendió exhaustos y cubiertos de sangre, tanto propia como de sus enemigos, mientras Jonnathan, el ya maduro dueño del refugio, yacía recargado sobre una piedra a un par de kilómetros de la bodega. Un veloz zarpazo había alcanzado a arrancarle un ojo y una improvisada venda, más sucia que ensangrentada, le cruzaba el rostro mientras observaba a los 15 o 20 de sus clientes que habían logrado escapar del artero ataque.
El hombre, de unos 55 o 60 años, siempre había tenido un plan para este tipo de contingencias y, de hecho, no era el primer refugio que construía y perdía, ni tampoco era la primera batalla que enfrentaba, sin embargo, sí era la primera vez que todas sus precauciones y sus planes fallaban.
—Nunca los había visto atacar así... fue... fue horrible, mucho peor que en Tucson o que en Juárez—. Andrea, hija de Jonnathan, lloraba arrodillada a un par de pasos de su padre, mientras Jennifer le limpiaba una salvaje dentellada que le había desgarrado el costado izquierdo.
—Sería bueno si tuviéramos un poco de miel para cubrir la herida.
Jen miraba preocupada el muy desprovisto botiquín que habían logrado rescatar en su precipitada huída de la bodega.
—¿Miel?
En medio de sonoros sollozos, Andrea miró a la rubia con extrañeza.
—Sí, es el mejor antiséptico natural, ayuda a mantener las heridas libres de infecciones, pero ni eso tenemos.
Era muy raro ver a la chica tan abatida, pero nadie podía culparla, pese a sus mejores esfuerzos y ante la creciente frustración de Mario, los amaroks habían matado o secuestrado a casi 60 personas, entre huéspedes y guardias; vidas para las cuales ya casi no había lágrimas. El mundo había llorado tanto en los últimos cinco años que muchos ya no podían hacerlo más y otros tantos se limitaban a sentirse tan aliviados como culpables por haber sobrevivido a un nuevo ataque, a la vez que temían por el día o la noche en que tuvieran que enfrentar el siguiente, del cual quizá no saldrían vivos.
—Te agradezco de todo corazón por la vida que nos prestas un día más, te agradezco por la sangre que corre por mis venas, por el aire que llena mis pulmones, por la luz que ilumina mis ojos y por la brisa que acaricia mi piel y te pido, te suplico con humildad y de corazón, que nos permitas gozar de estos dones, al menos, por un día más.
Sara nunca se había caracterizado por ser una persona especialmente religiosa, ni siquiera su trágica infancia había sido suficiente para hacerla refugiarse en la religión; sin embargo, todo lo que habían vivido aquella funesta noche en El Castillo había dejado una profunda marca en la joven, quien desde entonces había desarrollado un muy profundo sentimiento de espiritualidad y de comunión con lo que, en algunas ocasiones, ella llamaba "lo divino".
Aunque no era su intención, una pequeña audiencia se había congregado a su alrededor al verla realizar su ritual matutino de acción de gracias. En su mayoría eran jóvenes quienes habían quedado huérfanos, sin guía alguna, pero que necesitaban con desesperación algo o alquien en quién creer, que necesitaban casi con desesperación aferrarse a algo mayor que ellos mismos.
Por ello, aquella luminosa mañana, Sara se permitió a sí misma compartir con ellos sus creencias y sus sentimientos en torno al Universo, el destino y los tiempos que les habían tocado vivir.
Sin embargo, tampoco permitió que sus ideas se prestaran a confusiones ni a controversias, ya que aquello a lo que ella le oraba no era el Dios de los cristianos, el Jehová de los judíos, el Alá de los musulmanes, ni el Buda de los budistas; ella creía, y así lo dejó claro, que "lo divino" la "Gran Fuerza Creativa del Universo" no podía ni debía ser limitada por un rostro, ni por un género, ni siquiera por un nombre, sin importar lo bello o lo poderoso que fuera; para ella, todo se resumía en dos simples cosas: Amor y Justicia.
—Esta vez estuvo cerca, demasiado cerca.
La voz se formó clara en su cabeza, mientras Mario recorría el improvisado campamento, evaluando y lamentando los daños causados por el traicionero ataque.
—Sí, lo sé.
De forma involuntaria, el Dragón se llevó la mano a un serio zarpazo que comenzaba a sanar en su antebrazo izquierdo —justo a medio camino entre la muñeca y el codo— gracias a la Bendición de Patricia, la cual, lamentablemente, sólo abarcaba a los Cinco.
—Deberían tener más cuidado, las heridas superficiales no son problema, pero definitivamente no podría devolverles un brazo o una mano, vaya, ni siquiera un dedo.
La voz de Paty se abrió paso dulcemente entre sus atribulados pensamientos, acallando, aunque fuera por un instante, los lamentos de los heridos y el llanto de aquellos que habían perdido tal vez lo último de sus ya de por sí fracturadas vidas. Padres y madres que no volverían a ver a sus hijos o hijas. Hermanos que habían sobrevivido juntos cinco largos años sólo para ver a sus hermanos destrozados por la furia de garras inhumanas. Amigos que habían tenido que abandonar a sus amigos "sólo" para salvar sus vidas; todos ellos abandonados en aquella fría bodega o en camino a Dios sabría donde, para ser, a su vez, convertidos en nuevos amaroks a quienes, quizá algún día, Sara o Mario tendrían que matar.
—No te preocupes, eso no pasará —respondió Mario, sintiendo la herida desvanecerse, sin dejar siquiera una cicatriz.
—Más te vale.
El suspiro de la joven se originó, muy literalmente, a un mundo de distancia y aún así tuvo el poder de estremecer al Dragón; por alguna razón, él era el único que mantenía un vínculo directo con ella y aunque los lazos que la unían con Hugo eran mucho más profundos y poderosos, ni siquiera con él podía "hablar" como lo hacía con Mario.
Acaso tuviera que ver con el nivel de poder que ambos tenían o quizá fuera una de las complicadas leyes de Llaves y Cerraduras que ahora regían al mundo. Hugo tenía la teoría de que tal vez fuera porque Mario fue el último en tener la bola de cristal del Mago en sus manos y ella era la dueña de la nueva encarnación del artefacto; sin embargo, muy dentro de sus corazones, la Hechicera y el Dragón sabían que lo que realmente los unía era la avasalladora culpa que los atormentaba desde la fuga del Warlock.
El breve silencio de Paty permitió a Mario volver a recorrer el campamento con la mirada, como buscando algo.
—¿Está aquí?
Y ella sabía muy bien qué o, más bien, a quién buscaba.
—Claro que está aquí, ella está en todos lados.
—¿Entonces por qué no puedo verla, ni sentirla?
—Sólo los moribundos pueden verla, cuando tú la has visto ha sido porque ella lo ha permitido y eso solo porque era absolutamente necesario.
—¡La Muerte! ¡Cómo demonios pudo convertirla en La Muerte! —Eloina se había revelado ante él casi al inicio de la invasión y Mario todavía no podía aceptarlo.
Paty, por su parte, ya no respondió... porque no había una respuesta.
El Sol ya había rebasado su cenit cuando por fin reanudaron la marcha, sabían que ya no había nada más que pudieran hacer por los sobrevivientes. Así como ellos, los heridos, los hambrientos, los desplazados tenían que seguir su camino, incluso cuando la mayoría ya no tenía ningún lugar a dónde ir, la humanidad había involucionado en una raza nómada.
En cinco años, ciudades y ejércitos enteros fueron arrasados por miriadas de horrores provenientes de los Mundos Inferiores que obedecían a una sola y oscura voluntad, una mente maligna y retorcida que ahora reinaba sobre el mundo entero desde una fortaleza construida sobre las ruinas de uno de los palacios más icónicos de la historia: el Buckingham que había albergado reyes y reinas durante más de 300 años y que había sido arrasado hasta sus cimientos en una sola noche.
Sin embargo, y eso era lo que tenía a Mario más serio y taciturno de lo normal, a pesar de los horrores que ya habían vivido, las cosas parecían estar empeorando y no sólo era la creciente ira de amaroks y dragones o la cada vez más insaciable voracidad de sidhes, íncubos y súcubos, había algo más.
Empezando por los rumores de una nueva y misteriosa cepa de la fiebre escamosa y siguiendo con los múltiples avistamientos de lo que la gente llamaba "fantasmas", aunque poco tenían que ver con las almas de los muertos que regresaban del más allá. Eran, más bien, vibraciones, presencias o espacios que aparecían difusos y translúcidos.
Algunos eran humanoides, pero había de todas las formas imaginables: unos pequeños como insectos, otros grandes como rascacielos. No hacía mucho, durante una misión en Estambul, Hugo había visto aparecer una ciudad entera que parecía colgar de cabeza en el cielo, con edificios de una arquitectura imposible en la Tierra.
Los más grandes permanecían solo unos segundos. Las más pequeñas podían permanecer días en un solo lugar e incluso la gente o los animales podían atravesarlas o pisarlas, sin problemas, como si fueran... fantasmas.
Lo más frustrante era que ni siquiera la Hechicera había podido ofrecerles una respuesta, aunque Sara los comparaba con los "recuerdos" que ella, Paty y Noemí habían encontrado en el foso debajo del Laberinto en el Castillo.
"Tal vez son los recuerdos que la Tierra guarda de épocas pasadas", aventuró alguna vez la Cazadora, o tal vez fuera la natural consecuencia de las inconmensurables fuerzas que habían fracturado la realidad misma, permitiendo escape del Warlock. Pero tal vez, y esto era lo que realmente preocupaba a Mario, aquello fuera el ataque definitivo del Séptimo Hijo del Mago, la ofensiva final que acabaría con los mil millones de humanos a los que les había permitido sobrevivir hasta ahora.
—¿Qué te dijo Paty?
Mario no se lo había comentado, sin embargo, tampoco se le hizo raro que Sara lo supiera; después de todo, ella lo conocía mejor que nadie. Lo que sí le extrañó fue aquel inusual timbre en su voz, un tono que no había escuchado desde la época en que Eloina y él aún compartían un lazo que a la hermosa morena le parecía incluso más fuerte que el amor que él sentía por ella.
—Nada que no supiéramos, que tenemos que apresurarnos, el puente se abrirá al medio día de mañana en la Plaza de Armas de la ciudad.
—¿Al mediodía, en plena Plaza de Armas? Porqué mejor no nos cuelgan una diana en la espalda.
Mario se volvió a ver a Edgar, quien intentó sostener la intensa mirada del Dragón, sin conseguirlo; aunque, esa nunca fue la intención de Mario, después de todo, el esposo de Sara tenía razón: colocar el puente ahí era casi una condena de muerte. El problema era que las variables de los traslados eran tantas y tan confusas que seguramente los Ingenieros no habían tenido ninguna otra opción. Sólo Noemí podía trasladarse a placer, sin embargo, además de que todavía estaba convaleciente en El Arca, la chica solo podía trasladarse a sí misma y, si era necesario, a otra persona.
De modo que no tenían otra opción, tendrían que adentrarse a la ciudad de la forma más discreta posible y encontrar un lugar seguro donde pasar la noche, que a la vez les permitiera vigilar el perímetro del zócalo de la ciudad, en busca de cualquier movimiento sospechoso o peligroso.
Las horas encerrados en aquel abandonado edificio parecían empeñarse en transcurrir con la lentitud de la deriva continental, como si su única intención fuera exasperarlos durante la tensa vigilancia de la Plaza de Armas a un par de cuadras de distancia.
Entrar a la ciudad había sido relativamente sencillo: cuatro jinetes desarmados entrando a paso lento a una de las innumerables ciudades desiertas que ahora sembraban el mundo difícilmente resultaba algo extraño en aquella época; como tampoco lo era el hecho de que buscaran refugio antes de caer la noche, pues era lo único sensato que cualquier persona pudiera hacer.
Lo verdaderamente extraño, si es que alguien les hubiera estado poniendo atención, habría sido el hecho de que buscaran precisamente el edificio más alto en los alrededores del pequeño zócalo y que, además de refugiarse en un callejón sin salida como era el último piso, no encendieran ni una luz.
Poco a poco, ante la penetrante mirada de la Cazadora y la afilada mente del Dragón, los patrones fueron emergiendo: algunas insignificantes luces comenzaron a iluminar unas cuantas ventanas aisladas en los barrios más alejados del centro; más cerca, el rojizo resplandor de inmensas fogatas o incendios iluminó las calles durante gran parte de la noche y ese fulgor fue reemplazado por elevadas columnas de humo una vez que hubo salido el sol.
Sin embargo, nadie se acercaba al centro y los cuatro guerreros de inmediato descubrieron el porqué...
—Un nido de dragón... ¿en serio? ¿en qué estarán pensando nuestros amigos allá en El Arca?
—Como que estoy empezando a sospechar que no nos quieren, ¿o tú cómo ves?
Jennifer se volvió a ver a Edgar, quien no compartía el infantil sentido del humor de la chica, aunque ésta, ya acostumbrada, no permitió que la recalcitrante seriedad de su amigo le borrara la sonrisa del rostro.
Un par de pasos a la derecha, Mario y Sara observaban, con una mezcla de fastidio y consternación, la enorme pirámide de rocas cuidadosamente amontonadas que ocupaban casi la mitad de la superficie de la plaza. Dentro, una pequeña cámara, cuyo piso estaba recubierto de arena, albergaba tres huevos, ocultos a los ojos de los curiosos y los depredadores. Ninguno de los cuatro alcanzaba a verlos en esta ocasión, pero todos se habían topado antes con nidos vacíos, por eso sabían que los huevos eran del tamaño de una sandía, de color marrón rojizo, salpicado de manchas negruzcas.
—¿Qué posibilidades tenemos?
Mario no podía despegar la vista de la asombrosa construcción —cuyo vértice alcanzaba unos tres metros de alto, aunque la cámara que resguardaba los huevos debía estar más o menos a metro y medio del suelo—, mientras esperaba la respuesta de una silenciosa Sara, quien compartía, al menos en parte, las opiniones de Edgar y Jen.
—Si la madre está cerca, ninguna; si está lejos buscando comida... realmente muy pocas.
—¿Qué tanto se alejan?
Sara frunció el ceño tratando de hacer una estimación optimista.
—Nunca están a más de un par de minutos de distancia.
—No creo que por aquí cerca le sobre la comida ¿no crees que podría estar más lejos?
La joven se limitó a negar con la cabeza.
—Todas esas luces que vimos anoche... por increíble que parezca hay gente viviendo dentro de la ciudad, sólo tendría que tirar alguna pared o posarse sobre un techo para obtener un bocado que la mantuviera razonablemente bien alimentada sin tener que descuidar sus huevos.
—Si los rompemos ya no tendría motivos para quedarse.
Mario se volvió a verla buscando una aprobación que sabía que no iba a encontrar, mientras la Cazadora le devolvía una mirada que bordeaba la repulsión.
—No vamos a tocar a las crías —el feroz gesto en su rostro y el acerado tono de su voz no dejaron lugar a réplicas —además, no se iría, buscaría venganza; seguramente el padre no está lejos, no toman parte en la incubación pero un solo rugido de la madre lo tendría aquí en un par de horas y entre ambos quemarían la ciudad hasta los cimientos...
—...y toda esa gente...
El Dragón dejó escapar un profundo suspiro de resignación...
—...y toda esa gente...
...al que se unió uno de alivio por parte de la Cazadora.
—Tal vez no sea tan difícil deshacernos de ella.
Edgar y Mario se encontraban en el techo del edificio, agazapados detrás del parapeto, vigilando a la dragona que hacía unos minutos acababa de aparecer para seguir cuidando a sus huevos.
—¿A qué te refieres?
Sin dejar de ver a la enorme bestia, Mario vislumbró un rayo de esperanza al escuchar a Edgar.
—No es algo que no hayamos hecho... cientos de veces: Sara inutiliza sus alas desde lejos y luego Jen y yo entramos para rematarla cuerpo a cuerpo, mientras "Lita" sigue disparando hasta que alguno de los tres consigue el golpe de muerte.
Hacía unas tres horas que había amanecido, pero el humo causado por los incendios de la noche anterior oscurecía el cielo de la pequeña ciudad al grado que el sol era apenas un pálido disco luminoso, cuya luz se abría paso con dificultad hasta sus cabezas, camufladas por una polvosa lona gris que habían encontrado en alguno de los pisos inferiores.
—¿Y entonces?
Ahora sí, Mario se volvió a ver a su acompañante con interrogante apremio.
—Ya la conoces —respondió Edgar quien quizá nunca se acostumbraría a la penetrante mirada —no quiere dejar a los cachorros desamparados.
Solo Sara podría calificar de "desamparada" a una cría de dragón. Al nacer, los perniciosos reptiles ya eran del tamaño de un gato grande y en unos tres o cuatro días, si estaban bien alimentados, ya podían volar y atrapar sus primeras presas, de modo que en cosa de una semana ya eran lo bastante fuertes como para matar incluso a un hombre adulto de estatura y fuerza promedio.
Pero así era Sara, para la hermosa morena, los depredadores más peligrosos que el mundo hubiera conocido "no tienen la culpa de haber sido traídos, desde lo más profundo de las Regiones Infernales a un mundo que les queda chico".
No obstante, las palabras de Edgar dieron a Mario una idea.
No estaba segura de si era una genialidad o una estupidez. Mientras saltaba y corría a través de las desiertas calles de la ciudad, Jennifer "Jen" Velasco no podía creer que en verdad estuviera tratando de atraer a una dragona hambrienta.
Cualquier persona con media neurona lo habría considerado un suicidio. El Dragón lo llamó un plan desesperado. Para la Cazadora era solo otro día en la oficina. Pero Jen, que era la carnada...
¡Estuvo cerca! Un presentimiento la hizo dar un brusco giro para ocultarse detrás de un autobús abandonado, el cual bloqueó la llamarada de la criatura. El aire se inundó con el hedor del caucho quemado y la rubia alcanzó a distinguir un tenue olor a cabello chamuscado mientras salía disparada hacia su meta: la entrada del estacionamiento de uno de los edificios más viejos y deteriorados de los alrededores de la Plaza de Armas.
El maldito edificio ya era una ruina antes de la guerra y a los daños causados durante la invasión se habían sumado cinco años de deterioro, que no le habían hecho ningún favor a la estructura.
Jen entró como un bólido, sin calcular la inclinación de la rampa que llevaba al oscuro sótano del edificio. La gravedad, la velocidad y la oscuridad suelen ser una mala combinación para una joven humana perseguida por un monstruo y esta vez no fue diferente: un mal paso la envío rodando cuesta abajo al tiempo que la bestia lanzaba una llamarada que habría derretido una caja fuerte.
—¡Ven acá! —la oscura voz fue acompañada de un poderoso jalón que la sacó de la trayectoria de la llamarada, llevándola directo al protector abrazo de Mario, quien se interpuso entre ella y el anaranjado resplandor.
Hacía años que no se sentía tan segura. Como aquella vez, hacía ya tres años, cuando la había sacado del profundo foso a dónde se había arrojado para ocultarse de la partida de dragoides que recién habían destruido el Santuario donde su prima y ella se habían refugiado.
—Listo, ahora vete y ten los caballos listos —no quería dejarlo solo, pero una orden del Dragón era como el doceavo mandamiento.
La llamarada se extinguió y Mario saltó hacia la rampa al tiempo que una afilada daga aparecía en su mano y él la arrojaba con absoluta precisión hacia el hocico abierto de la criatura.
La herida no era, para nada, suficiente para matar a una dragona adulta, pero era lo bastante irritante como para que perdiera el control y se lanzara en persecución del culpable. Jen corrió escaleras arriba, mientras Mario se precipitaba rampa abajo, perseguido por la enardecida criatura.
Las vueltas y revueltas de la rampa del estacionamiento eran tan cerradas que cualquier llamarada se estrellaba en una pared mucho antes de alcanzar al veloz Mario y demasiado cerradas como para que la bestia pudiera maniobrar con comodidad.
Mario, en cambio, podía detenerse repentinamente tras una vuelta y dar un repentino tajo con Albion, que no mataba a la criatura, pero la mantenía lo bastante furiosa como para mantener la persecución, golpeando los viejos muros y las deterioradas columnas, derribando grandes porciones de ambos y haciendo retumbar el edificio entero, mientras Jen alcanzaba la relativa seguridad de la salida.
Finalmente, parecía que la dragona había acorralado a su presa. Era el último sótano y la única puerta estaba detrás de ella.
—Caíste —agitado, el Dragón desvaneció su espada y encaró a la bestia, la cual, desconcertada, no atinaba a arrojarse sobre una presa que no parecía querer huir.
—¡Ya, corre! —el grito de Sara fue acompañado por el zumbido de una flecha y, un segundo después, el penetrante hedor de combustible inundó el cerrado espacio.
La flecha había reventado la cuerda que sostenía varios tambos llenos de gasolina, que cayó en cascada sobre la criatura. Mario y Sara saltaron detrás de una pila de escombros que ocultaban el tiro del ascensor al tiempo que una segunda flecha, cuya punta estaba cubierta por una pequeña pelota de goma, derribaba una vela en el lado opuesto del oscuro espacio.
No bien Sara disparó, el filo hechizado de Albion cortó de un tajo el cable que sostenía uno de los contrapesos y aunque el jalón casi le arranca el brazo, Mario logró aferrarse, con Sara colgando de su cintura.
El infernal flamazo no tardó en inundar el estrecho pasaje; sin embargo, para ese momento, Mario y Sara ya estaban a nivel de calle, corriendo hacia donde Jen y Edgar sostenían los caballos.
Bajo el suelo, una serie irregular de golpes y temblores sacudieron el edificio de pies a cabeza y, un segundo después, la enorme estructura se derrumbó como un castillo de naipes. El deterioro de los años, la ira de la dragona y el incendio fueron demasiado para el pobre edificio.
—¡El puente está por abrirse! —gritó Mario ya a todo galope —¡Y no podrán tenerlo abierto más de cinco minutos!
Los caballos casi volaron por aquella calle atiborrada de escombros que los llevaba directo a la plaza, todavía como a medio kilómetro de distancia.
—¡Cuánto tiempo tardarían en abrirnos otro! —gritó Jen, saltando un ennegrecido montón de escombros que alguna vez había sido una SUV, en cuyo interior se alcanzaban a distinguir al menos tres cadáveres chamuscados.
—¡Dos días! —respondió Sara espoleando a Alfa.
Un rugido infernal se escuchó a sus espaldas y un instante después, una sombra ascendente bloqueó el sol por un instante.
—¡Seriamente dudó que tengamos dos días! —replicó Jen.
—¡Enfóquense, ya llegamos! —ordenó Mario —¡Busquen el puente!
—¡Allá, del otro lado de la plaza! —respondió Sara al instante.
—¡Tienen que estar bro...! —el grito de Jen se interrumpió abruptamente.
¡Jinete y caballo rodaron por el suelo! ¡Una llamarada golpeó diez metros más adelante! ¡El viento arrancó la bandana negra de Edgar! El soldado dio una violenta media vuelta a su montura y de un jalón levantó a Jen, que apenas se incorporaba.
La chica y el soldado tomaron por un lado, mientras la Cazadora y el Dragón seguían por otro. Confundida, la criatura dudó por un segundo a quién perseguir y para cuando por fin se decidió, sus presas ya habían atravesado aquella esfera que parecía hecha de plata y mercurio.
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