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LA PRIMERA VEZ



Para el jueves por la mañana ya tenía un nuevo casillero. Una nota pegada a la puerta, cortesía de quienes no dejaban de fastidiarme, me pedía disfrutarlo mientras pudiera. Arrugué la nota y guardé mis cosas dentro, confiando en que aquella amenaza no se concretaría. Lo bueno del nuevo casillero, es que estaba junto al de Grey, lo que me daba cierta seguridad. Si iba a encontrarme todas las mañanas con ella, entonces tendría a alguien que me defendiera.

—Veo que ahora somos vecinas —dijo una vez llegó. Lucía radiante, con su cabello rubio despampanante, igual que en los comerciales de belleza. Su rostro fino y rasgos únicos la hacían destacar en el pasillo por sobre las artísticas esculturas. Si de arte se trataba, ella podría haber sido una obra más.

—Así es.

—¿Cómo estás con lo de ayer?

Se refería a la lluvia de piedras sobre el caro coche de la familia Crusoe.

Miré hacia los lados en busca de alguna cabeza gris. No quería que Dhaxton me escuchara, tampoco que alguien supiera que éramos responsables de aquella costosa venganza.

—Bien. Aunque por la noche no pude evitar sentirme mal.

Grey rio mientras sacaba sus cosas y cerraba su casillero.

—¿Sentirte mal? ¿Por qué? —Hice el gesto universal del dinero con mis dedos—. Estoy segura de que arreglarlo no les saldrá caro. Esa familia tiene convenios, socios, amigos ricachones, ¿crees que no pueden hacer un trato y arreglarlo gratis? Hasta podrían darle uno nuevo.

Me encogí de hombros dándole la razón. Sin embargo, seguía con la idea de que haber destruido un auto era excesiva. Poco había podido dormir en la noche, el arrepentimiento cautivo se alejó en mi pecho en forma de dolor y conmoción. Me puse paranoica hasta que logré conciliar el sueño sin percatarme. La venganza era un término que no podía manejar, y que además me era ajeno, por lo que sentirme insegura y culpable por primera vez me pegó de lleno.

—¿Qué ocurre?

Logan llegó a nuestro lado.

—Drey se siente mal por lo de ayer —respondió la rubia en un tono despreocupado y casi burlesco.

—¿Es que tú no sientes ninguna culpa? —le cuestioné con las cejas arrugadas a más no poder.

Grey ladeó su cabeza y entonó sus ojos hacia un punto invisible. Sus labios rojos se unieron en la formación de un puchero aniñado mientras buscaba en ella algún rastro de culpa.

—No —dijo tras meditarlo—. No siento nada de culpa. Creo que hicimos bien. Además, es lo que muchos han querido hacer y pocos se atreven, ¿verdad?

Codeó a Logan para que respondiera.

—Supongo... Pero yo me siento paranoico. ¿Había cámaras? Si aparecemos en ellas estamos jodidos, y yo no vengo de una familia poderosa como para salvarme el trasero —señaló a Grey.

Ella bufó en contraataque y agregó:

—Como si ellos fueran a protegerme. Perdí todos los privilegios familiares cuando me metí a estudiar arte y no negocios como ellos deseaban.

—Eso explica algunas cosas —replicó Logan.

Comenzamos a caminar a nuestra primera clase del jueves.

—¿Cómo cuál?

—Tu afán de ir en contra de las reglas.

Los chicos iniciaron una breve discusión de la que me mantuve apartada. De nuevo las miradas se volvían en mi contra. No se detenían, estaban ahí para seguirme el resto de la semana. Insoportables, hostiles. El ambiente se volvió distorsionado, temible y un camino largo difícil de avanzar. Me aferré a mi collar, caminé con prisa sin apartar mi tacto de la cruz; así me sentía más resguardada, pensar en que no estaba sola me reconfortó. Recordé entonces el versículo que tanto le gustaba a la abuela decir en momentos de inquietud: «Aunque camine en valle de sombra de muerte, no temeré a mal alguno; porque tú estás conmigo: Tu vara y tu cayado me infunden aliento». Respiré algo de tranquilidad.

Por un momento, al menos.

El pasillo se había silenciado. Absolutamente todos dejaron de hacerlo sus cosas. Los ojos curiosos se encontraban en una única dirección: Dhaxton Crusoe. Era inevitable, su imponente presencia lo hacía el centro de atención. Su porte una especie de deleite al que no podías ignorar. Y él lo sabía; era muy consciente de que su sola presencia magnetizaba hacia los demás. Imponía respeto, admiración y, para mí, culpa. Avanzaba como si hasta el último rincón de la academia le perteneciera, con pasos lentos y elegantes. Destilaba clase y seguridad, un punto a favor que corroboré cuando pasó junto a mí.

Claramente ese respeto no lo había conseguido por los números que acumulaba su familia en el banco, o la enorme cantidad de aporte que su padre daba a la academia; lo ganó por las consecuencias: quien se metía en el camino de Dhaxton Crusoe tenía que hacerse a un lado o sufrir.

Fue un pobre sujeto distraído el que lo demostró.

El chico era un pelirrojo que escuchaba música. Ni siquiera se dio cuenta del impacto que Dhaxton había provocado en el pasillo. Su paso torpe evocó un tropezón que le hizo pisar un pie del temible heredero de las riquezas Crusoe. El zapato negro —cómo no— del chico con cabello gris quedó impregnado de polvo y tierra que la suela tenía. Los gérmenes parecieron repugnar a ambos, aunque estoy segura de que el mal gesto que formó el pelirrojo en su expresión se debía al penoso encuentro con el demonio gris. Se bajó los cascos y sonrió con timidez.

—Lo siento —pronunció. Quería ser amigable y cuidadoso, pues no se atrevió a mirar su lado izquierdo.

Dhaxton agachó la cabeza para mirar la punta de su zapato y luego volvió con el chico. Su mirada decía a gritos que quería devorarlo. Pero, para mi sorpresa, la expresión intensa de sus ojos cambió a una liviana. Curvó sus cejas, se acarició los labios con su lengua y los abrió tras formar una sonrisa cínica que enseñaba sus dientes perfectamente alineados.

—¿Por qué?

El chico no supo qué responder. Miró hacia los lados en busca de ayuda. ¿Acaso esa era una pregunta con trampa? Pues claro que sí, y el chico lo comprendió. No se iba a librar tan fácilmente de aquella situación, mucho menos cuando Dhaxton lucía tan calmado. No había escape por mucho que tratara de sonar amigable: él la había jodido desde que puso un pie en el pasillo de la academia esa mañana.

Contuvo la respiración, bajo la cabeza y señaló el zapato.

—Pues... uhm... por haberte pisado.

—Eso es solo una mancha, puede salir frotándolo.

La falsa condescendencia de Dhaxton evocó la sonrisa de alivio del pelirrojo. Al parecer era el único que no veía la doble intención de la persona que tenía frente a su pecosa nariz.

—Genial..., yo pensé...

—¿Qué estás esperando? —le interrumpió Crusoe. Con un movimiento bien calculado hecho con la cabeza, señaló su zapato. Dio un paso con su pierna, la cual mantuvo esturada para mostrar la marca—. Ponte de rodillas y límpialo.

—¿Qué?

La conmoción del pelirrojo valió para que Dhaxton mostrara su otra cara. Su aspecto amigable se oscureció como las sombras de los dibujos que tanto les gustaba hacer. El boceto de una apariencia que no le pertenecía fue borrado por un trazo grueso de negatividad.

—¿De verdad me harás repetir algo que escuchaste a la perfección? —inquirió.

La cejas del pelirrojo se inclinaron en una muestra real de constricción.

—Pero... —su voz tembló— ¿ponerme de... rodillas?

—Ah... —Las cejas de Dhaxton se alzaron, curvas en su frente alta—. Con que prefieres pagarlo, eh.

—No, no...

—Es tu decisión: lo limpias o lo pagas —miró su caro reloj el preciso momento en que el timbre sonó—. Elige una, me gusta la puntualidad.

Al pelirrojo no le quedó de otra que arrodillarse y hacer lo que Dhaxton le había pedido, sabiendo que a él no me importaba en absoluto su zapato, solo quería humillarlo para alimentar así el ego que tan alto mantenía. No se movió hasta que la punta de su zapato brilló con las luces del pasillo.

Ni siquiera me había percatado de que contenía toda mi impotencia en mi puño apretado. Por cosa de impulso di un paso hacia él una vez retomó su camino, pero Logan me frenó.

Tras este incidente, nunca más se supo del pelirrojo.


🌫


El inminente remordimiento que portaba desde la noche no me dejó incluso esa tarde del jueves después de clases. Por mucho que tratara de convencerme que estuvo bien seguir la línea de «ojo por ojo, diente por diente», sabía en el fondo que no era lo correcto. Confesar mi culpabilidad y pedir perdón era una forma de aliviar la carga invisible que cargaba sobre los hombros, de matar ese bicho persecutor que me perseguía sin piedad. No obstante, en la mañana me había quedado bien demostrado cuál sería la respuesta de Dhaxton. Estaba segura de que diría algo como: «o lo arreglan o lo pagan». Descarté la idea enseguida al llegar a casa, ver que vivíamos con lo justo y necesario; sumar una carga más para mamá no era opción.

Para suplir el remordimiento, quise hacer un acto de buena voluntad.

En el verano había hecho voluntariados, ayudé en comedores comunitarios, cuidé a ancianos y otro tipo de buenas acciones. Mi abuela me crio con las cuentas claras: la vida no es justa; por ello debía agradecer lo que tenía en mi vida, apreciarlo mas no codiciarlo. Me llevaba de pequeña a diferentes sitios con el fin de apoyar a los necesitados, a charlar con quienes tenían miles de historias. Así despertó una parte de mi sentido de deber, y también el querer ayudar. Cuando ella falleció, una parte de mí se aferró a su esencia faltante, y la busqué fervientemente en los hogares de ancianos. Por supuesto, nadie pudo remplazar a mi abuela.

Pero conocí a alguien que me recordó a ella. Se llamaba Agatha Korsakov y sufría de demencia mixta. La conocí perdida en un comedor comunitario. Su apariencia desorbitante, caras joyas y buen porte le dieron a Serge, el encargado principal del comedor, la impresión de que era su primera vez allí. Y tenía razón, luego de definir quién se acercaría a Agatha, me percaté de que estaba desorientada.

—¡Agnes! —soltó al verme. Sus brazos frágiles me capturaron contra su pecho y me abrazó como si fuese de su familia—. ¿Dónde te habías metido?

No tuve tiempo de reclamar internamente que me haya llamado Agnes, igual que el séquito adoctrinado de Dhaxton y Seth, el abrazo repentino me había prohibido concebir cualquier clase de pensamiento.

—Creo que me confunde.

Necesitó parpadear un par de veces para aclarar su vista, y de paso aquellos viejos pensamientos.

—Oh... —formuló en un tono de decepción evidente—, por un momento creí que eras alguien más.

Posé mi mano en su espalda y la examiné. Lucía pálida, con las pupilas dilatadas, los ojos en busca de algo que no encontraba.

—¿Se encuentra bien? Parece perdida.

Vio a su alrededor una vez más con expresión confusa. Colocó una mano en su pecho y suspiró. Un intento de sonrisa, de esas que buscan no preocuparte, se dibujó en su rostro de manera lenta. La percepción de su entorno se había distorsionado, como solía pasar en esos casos.

—Vine al club de tenis, pero creo que me he perdido —dijo en un vano intento de restarle interés a su situación—. Las calles están tan diferentes...

Había conocido a diferentes octogenarios con demencia senil, entendía lo difícil que podía ser para ella pasar de la completa normalidad a ver un camino sin casas y personas, largo, cuesta arriba y sin saber dónde ir.

—Dígame, ¿tiene el número móvil de alguien para que podamos comunicarnos?

—¿Número móvil?

—Sí, el número de algún familiar. ¿Lleva consigo algún celular con el que podamos contactarnos?

—No... no recuerdo.

Antes de llevarme las manos a la cabeza sin saber qué hacer, me di cuenta de que Agatha llevaba cartera.

—¿Me permite ver su cartera? —Dio un paso atrás y se aferró con firmeza la cartera al cuerpo, como si tratara de ocultarla del mundo. Su gesto me causó gracia, mas no lo hice notar—. No voy a sacarle nada.

—Ja, ja... sí, claro. Tengo un nieto chiquito que siempre dice lo mismo. De a poco va sacándome billetes.

—Puede confiar en mí —aseveré con seriedad—. Quiero ayudarla.

Se quedó un momento examinándome, indagando en mis pensamientos en busca de la verdad.

—Sí, seguro, para qué robarle a una vieja como yo teniendo a miles de ancianos con gustos por las jovencitas. Te lo digo por experiencia.

Me guiñó uno de sus ojos y entregó su cartera.

Dentro tenía un montón de maquillaje; anillos; un llavero; dos lentes: uno de sol y otro para lectura; cepillo de dientes; peineta; una pluma que aparentaba ser cara; y, por último una billetera llena de tarjetas y dinero.

—Te estoy vigilando, eh. Puedo estar senil pero veo bien cómo se mueven esos dedos.

Su advertencia me hizo reír a mí y a unos sujetos que pasaban, por nuestro lado. Ella lo decía de broma, aunque en cierto tono que debías tomártelo en serio o habría consecuencias. Agatha no se callaba nada, mucho menos cuando algo no le parecía.

Revisé la billetera y ¡bingo! Encontré una tarjeta de presentación con sus datos en el mismo bolsillo donde tenía su identificación; así supe que se llamaba Agatha y que vivía en la zona alta de Wightown. En unos minutos pedimos un auto para llevarla a casa.

Atravesar el portal de Holly Brandon otra vez era una especie de lo que muchos llamaban karma. Durante tantas horas me había perseguido el remordimiento y había terminado involucrándome con alguien vecino de Dhaxton. Por suerte, la casa de Agatha quedaba en otra calle, una mucho más apartada.

Como ya podía imaginar. La casa en realidad era una mansión enorme en lo alto de un risco, desde el cual se podían ver las olas chocando furiosas contra los roqueríos de la orilla.

Nos bajamos frente a la entrada. El sitio era enorme, igual que un castillo, pero su interior me recordaba a un museo. Oscuro, elegante y lleno de cosas que admirar.

—¿Vive sola? —pregunté tras pasearme entre los muebles y la decoración ostentosa.

—No, con mi nieto y la otra chica... ¿cómo se llamaba? Olvidé su nombre.

Avancé entre la porcelana, las esculturas costosas, las cortinas de seda y los jarrones antiguos. Agatha se desenvolvía bien en la casa, el rastro de desconocimiento y poca cordura había desaparecido. Al contrario a mí, que no podía dar un paso sin detenerme a apreciar el significado y los colores hasta de las plantas. Jamás había estado en un lugar tan lujoso. Llegué a una sala de estar que parecía de la realeza que terminaba en un ventanal con balcón que daba hacia la nada. Me asomé con timidez hacia afuera, topándome con el cielo. Cuando la noche caía me gustaba pensar que el cielo era un bodegón oscuro y las estrellas los primeros trazos de Dios. Estar sola, con la brisa acariciando mi rostro y visualizando solo oscuridad fue... mágico.

—¿En qué piensas?

Agatha había llegado a mi lado.

—En el cielo. Tiene una vista muy bella desde aquí.

—A mi nieto le encanta asomarse. Una vez casi cayó de aquí. El muy tonto quería ver las rocas y resbaló —contó entre risas—. Se aferró con una mano a la baranda y gritó a todo pulmón. Robert pudo haber muerto de un infarto al verlo. Ahora me rio, pero fue un susto que no quiero volver a pasar.

—Hablando de su nieto, ¿dónde está él?

—Quizás está arriba.

Movió su cabeza para animarme y acompañarla. Me guio por las diferentes áreas de la casa hasta dar con la escalera. Arriba todo lucía oscuro.

—Parece que no está.

—¿Y su celular? Creo que es mejor llamarlo.

—No recuerdo dónde lo dejé. Ya sabes, la edad consume la memoria. —

Pese a tomarse la situación con humor, juzgando su expresión entendí que esto no le gustaba.

—Voy a buscarlo, ¿sí?

—Te prepararé algo por la ayuda, tienes cara de querer asesinarme aquí mismo por el mal rato.

—¿Tan mal me veo?

—Sí, querida, tienes una cara de muerto viviente peor que la mía.

Convencer a Agatha de que se sentara y no hiciera nada fue en vano, ella estaba convencida de que necesitaba comer algo o me desmayaría. Mientras se ocupaba de la cocina, yo buscaba su celular. ¿Dónde podía tenerlo escondido? Ese era un misterio tan grande como el que albergaban las obras de Danti Vannan, uno de mis artistas favorito. Revisé entre sofás y cojines, miré sobre veladores y mesas de café, y nada. Pensé en la posibilidad de que no hubiera celular y estuviera perdiendo mi tiempo. Luego profundicé en teorías que trataban de desvelar misterios sin significados.

Lo que me salvó fue el clic que emitió la puerta principal.

—¡Baba!

Un grito agónico me dejó perpleja en la habitación. Escuché pasos, el tintineo de llaves y luego un suspiro pesado.

—¿Señora, está aquí? —La figura difusa de una mujer apareció en el arco de la habitación. Vestía como las enfermeras de la clínica, por lo que deduje que era quien cuidaba a Agatha. Al verme dio un grito ahogado—. ¿Quién eres?

Antes de responder, la aparición de Seth Bellish a su lado me dejó sin habla.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó, marcando todas las líneas de expresión de su rostro.

—Puedo explicarlo.

—¿Y Baba? —se apresuró en preguntar.

—¿Yo qué?

La anciana llegó a la habitación portando una bandeja con dos tacitas de té.

—¿Cómo que "yo qué"? —espetó Seth, al grado más alto de la incredulidad. Caminó hacia ella y le quitó la bandeja de las manos— ¡Hemos estado todo el día buscándote! He llamado a todos los sitios preguntando por ti. ¿En qué estabas pensando?

—Quería ir al club de tenis —defendió ella con un orgullo altanero.

—¡Hace más de cuarenta años que ese club no existe, Baba!

—Seth, tranquilo, fue otro de sus episodios —defendió la enfermera—. Es mi culpa, yo la descuidé.

El castaño se volvió contra la mujer.

—Exacto, debería despedirte.

—Oh, Seth, no seas extremista —desdeñó la anciana—. Ya estoy bien, no pasó nada. Además me encontré con Agnes —me señaló.

Ser el nuevo foco de la discusión no me sentó bien, mucho menos tras llamarme con aquel nombre. Sin embargo, una vez más omití comentarios y correcciones, puesto que el momento no lo ameritaba.

—¿Dónde la encontraste? —me preguntó la enfermera.

—En un comedor comunitario.

—¿Comedor comunitario? —repitió Seth— Seguro. Te lo digo desde ya: no vas a sacarle ni un duro a mi abuela.

—No le hables así a Agnes.

—Ella no es Agnes, Baba. Es alguien que va a sacarte dinero como muchos ya han hecho. Seguro ya te robó unos cuantos billetes.

Su acusación no la dejaría pasar. La desfachatez con la que hablaba, sin medir sus palabras, provocó que mi fuego interno se encendiera.

—Espero que ese entusiasmo por decir estupideces lo ocupes en cuidar de tu abuela. Buenas noches. —Miré a Agatha y le sonreí—. Que se encuentre bien.

Llegar a la salida fue algo interminable. Por un momento creí estar en medio de un enorme laberinto. Salir y toparme con la fría noche fue una patada de realidad. Me encontraba lejos de casa, en lo más alto de una zona desconocida de la ciudad, con un extenso camino hacia el centro y con el humor por el suelo.

Saqué mi celular de la mochila y pedí un auto. Para desgracia mía, este tardaría veinte minutos en llegar. Para acortar el tiempo, emprendí camino cuesta abajo. La calle era única y oscura, a mi alrededor había tierra, hierbajos y oscuridad. Me abracé y desplegué una breve plegaria pidiendo que nada me pasara. Si bien el barrio era de un estatus más alto, ya ningún lugar era de confianza.

Añoraba a mi bicicleta el momento en que mi sombra se proyectó oscura en el cemento. Detrás me seguía un auto deportivo con dos luces potentes. Me giré para comprobar de quién se trataba y me percaté de que aquel auto lo había visto en el estacionamiento de la mansión.

«No voy a subirme ni de chiste», habló mi orgullo.

Retomé el camino acelerando el paso.

El auto se unió mi ritmo. La ventanilla fue bajada y del interior se asomó Seth.

—Sube —dijo sin mirar siquiera hacia adelante.

Lo ignoré.

—Vamos, sube, yo te llego —insistió sin desplegar los ojos de mí mientras conducía lento—. No quieras hacerte la difícil.

Me detuve y lo encaré. Él detuve el auto.

—¿Puedes, por favor, mirar hacia adelante?

—¿Te preocupa que pueda chocar? —preguntó con un tono burlón.

—O que vayas cuesta abajo. No sé. Alguna de esas dos opciones.

Se echó a reír.

—¿Incluso después de haberte tratado de ladrona?

—No quiero ser responsable de una muerte.

—Incluso si cayera o chocara, no me pasaría nada —respondió—. Soy inmortal.

Blanqueé los ojos tras tan absurda respuesta y seguí con el camino.

—Sí, como todos los jóvenes.

—¿Vas a subir?

—No. No necesito de tu amabilidad.

—Pero sí necesitas un auto que te lleve a casa.

Seth saboreó su victoria y no ocultó la sonrisa de satisfacción una vez subí. Por mucho que me negara, no cobraba sentido seguir dilatando lo obvio. Me lo debía.

Me coloqué el cinturón y cancelé el auto que todavía no daba luces de aparecer. Seth se mofó de mi anticuado fondo de pantalla y preguntó a dónde iba. Tras darle las indicaciones, el silencio se propagó en el auto como una vil peste.

—¿Y Agatha?

—Con Sherry —se refería a la enfermera—. ¿Sabes algo?, para ser una puritana eres muy orgullosa.

Mi mal humor se acentuó.

—¿Es que no pudiste darme las gracias y ya?

—¿Por qué habría de hacerlo?

Quería provocarme. Su intención fue obvia.

—Ya entiendo por dónde va la conversación, así que la cortaré aquí mismo.

—Si desconfié de ti es porque hay muchas personas por ahí que son mierda y se han aprovechado de Baba —se defendió—. No es mi culpa.

—Esa no es una buena excusa. Somos individuos, no puedes juzgar a todos por igual.

—Por supuesto —me dio la razón—. No puedes juzgar si no eres un adoctrinado, ¿verdad? Ustedes se pasan por el culo el no juzgar y es lo primero que hacen, y desde hace tiempo. ¿Cuántos muertos crees que manchan las manos de la iglesia?

—Que otros hayan usado las escrituras para su propio beneficio no es mi culpa, ni mi asunto. No voy a discutir contigo sobre religión.

—No te conviene hacerlo —puntualizó—. Yo entiendo. Has pasado por malos momentos, necesitas aferrarte a un ser superior, sentirte querida y segura, pero ¿no crees mejor seguirte a ti misma?

Qué gran habilidad tenía para cambiar el foco de la conversación y destenderse de todo lo que decía. Seth poseía una facilidad impresionante, hablaba lo que quería y cuando quería, sin conocer el sentido de la prudencia o respeto. Aunque no estaba de acuerdo, le di su punto por el atrevimiento, pues no todos lo hacían.

—Eso hago —respondí—. Yo puedo hacer todo lo que quiera.

Quitó una mano del volante para llevarla a mi mano y tocar mi dedo anular.

—Tu dedo indica lo contrario.

Lo aparté.

—Soy yo quien quiere llevar este anillo.

—Siendo impulsada seguramente por tu madre... O los falsos santurrones de la iglesia. ¿De verdad piensas llevar un anillo así hasta el matrimonio? —Mi respuesta asertiva le sacó una sonrisa ladina—. Te estás perdiendo de una de las actividades más exquisitas de la vida. Y lo digo en serio. Tener sexo es como una droga, solo que no hace mal... A menos que tengas alguna enfermedad venérea.

—Gracias por la información innecesaria.

—De nada. También puedo ayudarte con otro tipo de información.

Esperaba que hiciera una propuesta así.

—Mis convicciones y propósitos son más grandes que tu hombría. Lo siento.

Se detuvo en luz roja y giró hacia mí. La distancia entre su asiento y el mío fue acortada sin que reparara en ello antes.

—No inicies discusiones que sabes terminar —formuló en tono de advertencia, con sus labios formando cada palabra a la perfección.

—Para mostrarte tan confianzudo tienes un ego muy frágil. ¿Es que no dirás nada?

—Ya te dije —insistió—: no inicies discusiones que no sabes terminar.

—Entonces la última palabra es mía.

Degusté mi victoria con una lamida de labios, la cual él logró notar. Imitó mi gesto sin prestar atención a que detrás de nosotros un auto tocaba la bocina anunciando que ya había dado la luz verde. Se acercó más, manteniendo mi espacio personal. Era la primera vez que un chico se me acercaba así. 

—Tú tendrás la última palabra, pero yo tendré todas tus primeras veces. 



WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA Perdón por la tardanza, pero hoy pasaron muchas cosas D: Di una entrevista, salió la temporada 3 de TFT, jugué con mi perra, salió el demo de RE3, me entregaron la ilustración de DALL y aaaaaaaaaaaaah... Se me fue la hora. Pero ya tienen a este bebé actualizado :3

¿Qué tal les pareció el capítulo? ¿Creen que lo que dijo Seth al final será solo una advertencia o se convertirá en un hecho? 7u7

En el próximo capítulo habrá una pijamada~

Cuídense mucho, lean desde casa y no olviden que los jamoneo **^

Si ven algún error avisen, que me dio flojera corregir xD

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