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Un agradecimiento especial a Dariagne y Ana María Yoplack por compartir el link de la historia en Facebook cuando yo no podía hacerlo. ❤️



LLÉVAME AL LÍMITE


Después de mi espectacular primer día de clases, llegué a casa repitiéndome una y otra vez que mi segundo día sería una pasada, que tenía que confiar en ello y creerlo. Pero mis ánimos estaban bastante deshechos, ansiaba meterme en mi cama para huir del mundo, fundirme en una oración y no pensar más. Decidí descargar mis aprensiones en la guitarra, pintando y viendo televisión hasta que me dormí. Lo último que recuerdo de esa noche es a mamá despertándome para que fuera a mi habitación.

Al despertar la mañana siguiente para iniciar mi segundo día en LeGroix, dejando de lado las ataduras presentadas en mi primer día que restringían mi visión optimista, me prometí que sería un buen día. Y le pedí a Dios que así fuera. Me levanté de la cama admirando la luz del sol que iluminaba mi cuarto a través de las cortinas, me dirigí al baño y, después de una ducha, me vestí con los dos llevando con orgullo, como siempre hice, el collar de la abuela y mi anillo de castidad con la talladura que rezaba: «el amor todo lo espera».

Ya vestida, me dirigí a la cocina para preparar el desayuno. Mamá dormía en su habitación.

Ella era la dueña de un servicio de limpieza. Empezó trabajando en hoteles como mucama, luego decidió formar su propio negocio, extendiendo los servicios por todo el país. Su emprendimiento la llevó a aparecer en diferentes diarios y revistas, también a comprometerla con importantes empresas. Casi no estaba en casa, trabajaba demasiado, siempre llegaba cansada, casi no despertaba en la mañana o se marchaba sin desayunar. Entendí entonces que lo hacía por el bien de ambas y nació en mí el querer ayudarla de alguna forma.

Lo mío eran detalles.

Como el desayuno: unos deliciosos huevos revueltos con tocino, pan de molde y jugo de manzana. Quizás la carne estaba algo achicharrada, pero eso era netamente culpa de Francis.

—¿Qué pasa con el piso? Está extraño.

Mamá entraba a la cocina como si caminara por arena; sus pasos entran lentos e inseguros. Vestía su bata favorita, una de color amarillo con el pequeño estampado de un pato en la izquierda. Haciendo gala de su melena castaña —la cual yo había heredado—, modelaba un peinado hecho sin esfuerzos, con sus cabellos ondulados leyéndole como un agua sobre sus hombros. Su cara cansada, las líneas de expresión forjadas por los años y el bostezo que formó me indicaban que la noche se le había hecho corta.

—Adivina quién se subió a la encimera y tiró la bolsa con azúcar —le sugerí, mientras le echaba café a su taza preferida.

El entrecejo de mamá se arrugó visualizando al culpable de sus malas pisadas, quien se paseaba por sus piernas.

—Francis, gato malo —le dijo con su dedo índice en alto, en señal de regaño. El felino, fiel a su espíritu travieso, se paró en sus patas traseras intentado agarrar el dedo de mamá—. Ay, es tan adorable, no puedo enojarme con él.

Permanecí unos segundos más mirando a Francis hasta recordar que el desayuno enfriaba.

—Está listo —señalé la mesa.

Mamá dejó a Francis a un lado para acercarse. Su incomodidad se evidenció en un recorrido rápido por la mesa.

—Drey, sabes que no tienes que molestarte en servirme el desayuno —dijo mientras tomaba asiento—. Ahora que vas a la academia tienes que ser puntual y...

—No es ninguna molestia —atajé sus palabras antes de que pudiera siquiera oírlas, de todas formas, sabía a qué iba—. Lo único molesto aquí es el tostador y su olor a quemado.

—Hay que cambiarlo.

—Y el hervidor también, echa humos como locomotora.

Mamá me dio la razón asintiendo.

—Ya nos cambiaremos de casa. —Hizo una pausa aguardando a que acabara de dar las gracias por la comida. Cuando abrí mis ojos, la encontré con una sonrisa tierna y sus ojos achinados por sus pómulos teñidos de un sutil color carmesí. Me miraba como un artista al cuadro que lleva meses pintando—. No tendrías estos problemas si te hubieras quedado en la academia.

—¿Y pasar otros tres años de mi vida durmiendo lejos de casa? —reclamé, volviendo a mi vida en el internado. Ya me había acostumbrado a casa—. No gracias.

—Es lo mismo que ir a la universidad.

—Sí, pero tengo la suerte de que la academia me queda cerca de casa.

Me pregunté, por un segundo, si a aquello podía llamarle suerte y cuánto duraría.

—¿Qué tal estuvo tu primer día? —Volví a la cocina tras hacer un repaso sobre mi nefasto primer día, sobre las expectativas desechas y el gesto de Seth. Mi mueca fue la respuesta perfecta que lo resumió—. ¿Quieres hablar de ello?

Arrugué la nariz a modo de negación.

—No importa —expuse tan fuerte como para convencerme a mí misma—. El día de hoy será un buen día, tengo esa convicción. Si pienso demasiado en lo que ocurrió ayer, le daré más significado del que debiera merecer. ¿Y el trabajo?

—Estoy a la nada de conseguir algunos contactos para trabajar en una de las empresas más importantes del país.

Sus facciones expresaron cierto brillo que conocía bien; lo había visto antes en ella, cuando respondía a las llamadas en su celular y pasaba horas hablando en su habitación. De pura curiosidad a veces acercaba la oreja a la puerta para saber si se trataba de trabajo o algo más, hasta que una tarde, un ramillete de rosas llegó a nuestra puerta. Solo decía «gracias», pero bastó para dar entender muchas cosas.

—¿Será que cierta persona ayudó? —intenté incursionar más en mi teoría casi confirmada. Ella bebió de su café ocultar su sonrisa—. Mamá, a mí no me engañas, ya sé que tienes novio o como sea que los adultos le llamen. ¿Cuándo piensas presentármelo?

—Cuando estemos listos, pilluela. ¿Estás ansiosa por conocerlo?

—Por supuesto, tengo que aprobarlo. —Sus ojos se agrandaron—. Es broma; sé que si él llamó tu atención es porque debe ser alguien con quien vale la pena estar. ¡Pero vamos, preséntamelo!

—Se lo comentaré. Quizás armemos una cena y nos conocemos todos.

—¿Me dirás su nombre? ¿Quién es? ¿Lo conozco?

—Su nombre te lo diré luego. ¿Quién es? Pues un hombre muy gentil. ¿Lo conoces? Seguro que sí.

Mi ampolleta imaginaria se encendió sobre mi cabeza.

—Es decir que es famoso —me aventuré a afirmar.

—Quién sabe...

—Dame una pista —insistí en tono suplicante—. Su nombre al menos.

Mamá reía por su ventajosa posición. De mi lado de la mesa, la situación era muy diferente. Hasta Francis, que se había subido a mi regazo, parecía interesado en el nombre.

—Cuando sea el momento correcto, te lo diré.

Cuando sea el momento correcto.

¿Cómo se sabe cuál es el momento correcto para revelar algo?


👥


Llegando a la academia el ambiente entre los estudiantes me pareció normal; los chicos hablaban entre sí, había risas por un lado, gritos por otro. Pero una vez caminé por los pasillos del área de Arte, las miradas se volvieron contra mí. Aquellos ojos alimentaban mi inseguridad, provocando que mis pasos se tornaran torpes. Sentía que algo andaba mal, aunque me esforcé en convencerme que era cuestión mía. La paranoia de la que me mofé por un segundo, se esfumó al llegar a mi casillero. Allí, a un rincón del pasillo, las murmuraciones se conjugaron entre más miradas; hablaban en voz baja y sonrisas retorcidas se dibujaban en sus labios.

Saqué mis cosas lo más rápido posible y busqué en el pequeño tríptico con el mapa de la academia dónde se hallaba la sala de Investigación Visual. Iba a cerrar mi casilla cuando alguien se adelantó a mis movimientos: fue una chica de contextura mediana, alta y de hombros anchos, probablemente de Deporte, quien no se esforzó en ponerme buena cara cuando el pavor dejó de recorrer mi médula. Tardé unos segundos en percatarme de que se trataba de una de las rubias que vi en la cafetería la vez que le conté a Solange sobre mi ingreso a la academia.

Todo el pasillo guardó silencio.

—Hola —saludó—. Permíteme cargar tus cosas.

Hablaba más suave de lo que demostraba su apariencia, pero con un cinismo en su tono que me convenció de no hacerlo. Rechacé su ofrecimiento hablando con amabilidad y emprendí mi camino a la sala.

—Como quieras, Agnes —respondió con voz alzada, quería que la escucharan. Algunos rieron, incluyéndola a ella. Me detuve y giré sobre mi propio eje para verla—. Por cierto, lindo collar.

Otras risas.

Ya entendía el asunto. Querían intimidarme, pero como me había prometido antes de levantarme, mi día no sería arruinado por nada ni nadie.

—¡Está viva! —exclamó Logan al verme entrar a la sala, sin importarle que el profesor estuviera detrás de su asiento.

—Gracias por confirmármelo, Víctor.

Una risa estruendosa ocupó un lugar más alto que el de mi silla al correrla. Logan volteó a verme, apoyando su brazo en el respaldo de su silla. Yo estaba en la mesa de atrás.

—Soy Logan, por cierto.

Pese a sonar increíble, esa fue mi primera presentación amistosa. Me extrañó, debo confesar, que no tuviera aquella mirada prejuiciosa que tenían los otros en el pasillo o murmurara a mis espaldas. Pude respirar con más tranquilidad.

—Audrey, pero dime Drey. ¿Eres de primer año o estás repitiendo materias?

—Repito materias, mi notas promedio no convencieron al rector y me dio la posibilidad de repetir. Soy un sujeto con suerte.

—No sabía que la academia fuera tan exigente —resoplé con asombro—, los rumores son ciertos.

—Eso es lo que hace a LeGroix una academia de excelencia —explicó la compañera de Logan. La rubia se sentó a su lado y no dejó correr más tiempo cuando se volvió hacia mí—. Soy Grey Shallow.

Su voz me recordó a las viejas leyendas de los marines de Wightown, sobre las sirenas que escuchaban cantar cuando había neblina: hipnotizante y envolvente, como una melodía que sirve para relajarte de todas las tensiones. De hecho, Grey pudo pasar fácilmente por una, con su belleza exótica, cabello rubio y curvas de guitarra.

—Drey —me presenté con apremio, por poco olvido los modales que a los ancianos de mi antiguo empleo les encantaba ver.

—Dime, Drey —continuó ella—, ¿te está gustando la academia?

—La academia está bien.

«Las personas son las que no me agradan del todo», quise concluir.

El profesor cerró la puerta iniciando la clase.

Después de una hora y algo más, cuando el timbre para el recreo sonó, Logan y Grey me animaron a ir con ellos para hablar sobre las clases y darme consejos para, según ellos, salvarme el pellejo. Decían que cada profesor tenía una manía, hablaban sobre cómo tratarlos o en qué tomar ventajas. Todo marchaba bien en el pasillo revuelto, hasta que percibí de nuevo las miradas hostiles sobre mí, enjuiciando mis movimientos. Renegué de ello y me dije que solo era cuestión mía, de lo contrario Logan y Grey me lo hubieran hecho notar.

Le mandaba un mensaje a Sol el instante brusco en que un empujón en mi brazo me hizo perder el equilibrio. Estábamos en el patio principal de la academia, caminando hacia unos banquillos. La persona que me había empujado era un tipo alto y de sonrisa ladina. Ni siquiera se disculpó. Fue Grey la que lo puso en su lugar mientras yo recogía mi celular antes de que otro lo pisara.

—¿Estás bien? —me preguntó la rubia después de que me acomodara el bolso.

—Sí.

—Ese tipo es un idiota —continuó con un drástico cambio en su voz—, como todos los amiguitos de Seth y Dhaxton. —Logan siseó y con un gesto de manos le pidió precaución—. No les tengo miedo a esos dos, lo siento. Ni a ellos, ni a los rumores que andan, ni a sus familias que tanto han aportado a la academia. ¿Y qué con eso? ¿Van a dejarme sin invitación para su fiesta? No me interesa.

Logan era el único que quería esconderse bajo una piedra. Estaba pálido y paranoico mientras Grey hablaba del tema que parecía tabú en la academia. Miró hacia todos lados, inquieto y mordisqueándose el labio. Aunque su evidente resquemos prevalecía por encima su actitud, no tardó en transformarse luego. ¿La razón? Mi amiga Solange llegó a nuestro encuentro.

—¡Chicos!, con que ya conocen a Drey —les dijo aferrándose a mi brazo. Apoyó su cabeza en mi hombro y pude oler su olor a champú de frutas rojas que tanto le gustaba. Pensé en su envase rojo una vez miré a Logan; él tenía las mejillas del mismo color. Le gustaba Sol, no había dudas—. Ella es nuevita y ustedes unos ancianos, cuídenla bien mientras no estoy con ella.

—No sabía que se conocían —se sorprendió Logan, tras salir de su ensoñación—. ¿De dónde?

—El colegio —zanjó Sol, antes de que pudiera pronunciar la palabra «internado». Recordé lo que había dicho, sobre ocultar de dónde venía—. Nos conocimos allá y nos volvimos super amigas y como no puede vivir sin mí, se vino a estudiar aquí.

Solo asentí con una sonrisa forzada en mis comisuras tensas. No me gustaba la idea de ocultar lo del internado solo porque a un puñado de estudiantes no le gustara que existiesen personas con pensamientos y creencias diferentes.

—A Logan y Grey los conocí el año pasado, en la fiesta de primavera. Logan estaba bebido y no sabía cómo sostenerse en pie; Grey y yo lo ayudamos. ¿Recuerdan?

Solange se dirigió a Logan, quien llevó una mano a su frente y empezó a negar muerto de vergüenza.

—Fue la primera vez que bebí así... —murmuró dentro de sus desvaríos—. No, esperen, la segunda. Qué ridículo hice.

—Por eso yo no bebo —sentenció Grey—. Por eso y porque no me fío de lo que Crusoe y Bellish sirven en sus fiestas.

Hubo una pausa. Ni Logan y Sol quisieron hablar, situación rara, pues los dos tenían como principio hablar hasta por los codos. El tema sobre Seth y Dhaxton quedó en la nada misma, los chicos decidieron que era mejor seguir hablando sobre los profesores y sus extrañas manías.

El resto de las clases estuvieron normales, pero mi día continuaba siendo una densa marea de miradas y murmuraciones. Me encontraba en el ojo de una tormenta de la que no sabía nada, ni siquiera de lo que vendría. Sabía, sin embargo, que los percusores de tan extraña situación eran Seth y Dhaxton. ¿Lo peor? Ni siquiera me había involucrado lo suficiente.

Para la tarde, a la hora de salida, mi paciencia casi llegó a su límite. Estaba sola en el pasillo cuando nuevamente un chico pasó junto a mí. No me importaba mucho ser el centro de las miradas, tampoco que rumorearan sobre mí en cada paso que daba; estaba harta del choque físico y las zancadillas que muchos intentaron hacerme.

El último que lo hizo fue otro de los del grupo de Seth y Dhaxton, quien ni siquiera se disculpó. Una sonrisa ladina fue todo lo que capté al girarme. Afiancé el agarre de mis cosas y caminé hacia él. Frente a frente, solo lo miré. Aguardé por la disculpa, esperé que dijera algo.

—Con que tú eres la nueva Agnes —fue todo lo que comentó tras echarme un rápido vistazo—. Interesante propuesta.

—Soy Audrey.

Se echó a reír junto con su amigo.

—Ah, lo sabemos.

Pensé que la rubia me había llamado Agnes por equivocación, luego que los demás le habían seguido el juego; ya me había dado cuenta que no. Pero ¿qué o quién era Agnes?

Cuando le pregunté a Solange de qué se trataba esto de Agnes, ella respondió «no sé, y será mejor que no lo averigües».

Cómo no hacerlo, ellos así me llamaban.


👥


El miércoles los hostigamientos no pararon, sino todo lo contrario. Ahora parecía que todo el mundo me daba la espalda y me despreciaba. Sentía que estaba en medio de muchas personas, pero ninguna quería acercarse. Los únicos que estaban conmigo eran Grey y Logan, a quienes no dije nada sobre mi nueva percepción del entorno.

Fue en el tercer bloque donde volví a encontrarme con Dhaxton. Él y los demás chicos estaban reunidos frente a la pared, al final de la sala, con sus cabezas elevadas hacia los retratos que habíamos hecho el lunes. Los dibujos se encontraban alineados igual que la última vez, con la enorme diferencia de que el mío estaba rasgado.

Ver mi dibujo hecho trizas me desconcertó al comienzo, no pude hacerme una idea de quién podía renegar de mi esfuerzo así. Entonces, por esas malas casualidades, di con la cabellera blanca de Dhaxton, justo donde los vestigios de mi trabajo enseñaban la crueldad de algunos.

El silencio en la sala era absoluto el instante en que me abrí paso entre los chicos para mirar frente a frente lo que queda de mi dibujo. Allí, en medio de algunas tiras de la hoja, uno de los intimidantes ojos de Dhaxton me observaba.

—Es una lástima, parecías tan orgullosa del dibujo —formuló.

Me volví hacia él, encontrándome con su mirada fría y una sonrisa que no quería ser expuesta.

—Dile a Seth y a todo su séquito que deje de fastidiarme. Se lo está haciendo y no permitiré que continúe con esto.

Dhaxton hizo un recorrido rápido de mi cuerpo; estudiaba mi postura y expresión. Mi advertencia no le había sentado bien.

Aguardé la advertencia.

—¿Tienes alguna prueba que demuestre lo que dices?

Me sorprendí de su pregunta. Quizás Dhaxton era el más razonable de los dos.

—No, pero conseguiré una.

—Suerte con ello —alentó, girándose hacia su puesto, y en un tono confidente, añadió—: Por cierto, quien mandó a rasgar tu dibujo fui yo.

—¿Qué?

Eso fue lo único que pude soltar de primeras.

—Lo que escuchaste —repuso.

Su voz me resultó mimosa, como el ronroneo de Francis. No sabía si era la verdad o una simple broma expuesta con un sarcasmo indetectable. Tuve que confirmarme una vez más lo que había dicho.

—¿Fuiste tú? ¿Lo del dibujo fuiste tú?

—Sí —afirmó con seriedad, sin mover ni adaptar alguna expresión en el rostro—. ¿Qué harás al respecto?

¿Qué haría? Pues mi primera opción fue contárselo al profesor, quien recién llegaba a la sala. Eso haría: se lo contaría. Dhaxton había confesado sin pudor, sin titubeos, sin temor a la represarías. Tenía su afirmación. Pero no tenía pruebas, lo que sería su palabra contra la mía. Dado al historial que presentaba Dhaxton y el respeto que demostraban sus compañeros, ¿cómo rayos iban a apoyarme? Apostaría que ni siquiera el profesor Banes creería mi acusación.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó él una vez se situó a mi lado. Estaba sorprendido de ver el trabajo rasgado, tanto como yo con la confesión de Crusoe.

Miré a mi compañero de asiento por encima de mi hombro. Él me daba su espalda, leía un libro sin demostrar interés alguno en responder la pregunta como lo hizo conmigo tan abiertamente.

Me volví al frente.

—No sé —murmuré. Solo por mentir me quemé por dentro de la rabia.

—Es una lástima, Downey, realizaste un trabajo estupendo —se lamentó Banes y colocó tu mano sobre mi hombro para enfatizar su pesar.

—No importa.

Entre murmuraciones y las órdenes del profesor Banes para sentarnos, desplegué mi recorrido hacia mi asiento. Procuré no mostrarme desairada ni conmocionada con su revelación, pensé que si lo hacía, él saborearía una victoria. No quería darle ese lujo. Sin embargo, no pude contener mi pregunta.

—¿Por qué lo hiciste?

Dhaxton tardó en bajar su libro, como si le molestara de sobre manera la interrupción que acababa de hacerle. Con movimientos lentos pero pulcros, volteó para enseñarme su perfil y exponer parte de su cicatriz.

—Hay monstruosidades que necesitan ser destruidas, tu dibujo era una de ellas.

—¿Lo dices porque tú aparecías en él?

—Sí.

Sus ojos me capturaron una vez más, hipnóticos bajo las delgadas hebras de su cabello. Estos se mostraron turbios, oscuros como el trazo furioso de un carboncillo sobre la pálida hoja. Me miraron con potestad emitiendo una advertencia silenciosa. Tras unos segundos en los que presencié la eternidad misma, regresó a la lectura.

No insistí ni pretendí guardarles rencores, sabía que esto no era lo correcto ni las circunstancias adecuadas. Tenía la convicción de que todo en esta vida se regresaba, por lo mismo nuestras acciones eran importantes; si tú haces mal a alguien, se te regresará tarde o temprano. Las reglas funcionaban para todos, incluyendo Dhaxton, y, cuando las consecuencias de sus actos se le devolvieran, no habría dios que se compadeciera de él.







¡JELOOOOOOOOOOOOOUUUUUUUUUUUU! ¿Cómo andas, lindas criaturas del Señor? ¿Extrañaron la historia? Porque sho sí :'c

¡PREGUUUUNTA! ¿Qué o quién creen que sea Agnes? 7u7

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Yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy.... sigan a las cuentas de los personajes <3

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