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Capítulo dedicado a loveangeles2004 por su análisis sobre Dhaxton y Seth en el capítulo anterior ;)
CEDER
Los nudillos de Seth estaban rojos y amoratados por los golpes. Por más que trató de limpiar la sangre y la piel rota, no había podido desprender algunos pequeños cueritos que se aplastaban bajo el agua del lavabo. Al cerrar la llave, formó un puño con su mano y la cubrió con la otra, todavía lleno del resentimiento provocado por las palabras de su amigo. Así se quedó durante unos instantes: quieto, pensativo, con el rostro cabizbajo y oscuro. La luz parpadeante producía un zumbido constante que no ayudaba en traerle calma, razón por la que ambos estábamos en un solitario baño del hospital.
—¿Por qué estás aquí? —interrogó.
—Porque estoy preocupada.
—¿De que golpee a Dhaxton otra vez? —desdeñó con las cejas arrugadas en su entrecejo. Blanqueé los ojos entendiendo su suposición: estaba resentido porque fui a auxiliar a Dhaxton.
—Yo siempre voy a socorrer a la persona que es víctima de violencia.
Dejó escapar una mueca, de esas que gritan «sí, claro, te creo» con un sarcasmo palpable.
—No diré nada —dijo—. Al menos te quedaste.
Me quedé viendo los movimientos sus en silencio, atenta a todo lo que pudiera expresar. Verlo desatado, enloquecido por la rabia me impactó lo suficiente como para mantenerme distante y socorrer a Dhaxton. Papá actuaba así de salido de sus cabales, le encantaba que mamá contestara a sus réplicas para arremeter contra ella con más fuerza; ver una escena similar fue como revivir esos horribles días.
Después de explicar los hechos en la sala, a Seth le permitieron quedarse en la sala, aunque con la compañía de un guardia para que lo vigilase. Bastó que viese una mancha de sangre en el piso para que se fuese al baño más cercano. Ni cuenta se dio de que era un baño solo para el personal del hospital, por suerte nadie nos vio entrar.
Se tambaleó para caminar hacia el espejo de medio cuerpo en el que su reflejo se presentó como un cuadro que expresa desamparo.
—Te ves...
—¿Pálido? —concluyó tras unos eternos segundos en los que no supe describirlo.
—Sí.
Se quejó y desvió su perfil de mis ojos vigilantes.
—Te dije que odio la sangre —balbuceó con voz frágil caminando hacia un rollo de papel higiénico con el que se cubrió el dorso de la mano.
—¿Tienes hematofobia?
—No.
—Entonces ¿por qué?
Mi curiosidad le sacó una mueca de disgusto que no me ocultó. Se pensó dos veces antes de hablar, la pausa que hizo lo demostró.
—Me trae malos recuerdos —dijo finalmente, con un tono más bajo que el anterior.
El video de Agnes enterrándose en cristal en sus muñecas se reprodujo en mi cabeza.
Salimos del baño y nos dirigimos a la sala. La mala cara del guardia quedó retratada hasta para mí. Se acomodó en su lugar, cruzado de brazos y con la mirada concentrada en Seth en caso de que fuera a actuar con violencia otra vez. Lejos de hacerlo, él se sentó en una silla, con los codos sobre las rodillas tirándose hacia atrás el cabello.
—Qué ganas de fumarme un porro —dijo lleno de pesimismo, con las manos en su frente—. ¿Qué haces para relajarte?
—Pintar, dibujar, escuchar música.
Lo último sirvió para que volteara con interés.
—¿Qué tipo de música escucha una chica como tú? —preguntó con real interés.
—Adivina —le propuse, incitándolo con las cejas arqueadas saltando en mi frente.
Se tomó un momento para examinarme.
—¿Metal industrial? —Me dio gracia que su mano en la barbilla le daba un aspecto reflexivo para su respuesta.
—Demasiado liviano para mí.
Abrió los ojos en sorpresa.
—¿En serio? Yo te veía como fanática total de Marilyn Manson. —Negué con la cabeza—. Déjame pensar... Heavy Metal.
—En realidad no me inclino mucho por los géneros, si hay una canción que me guste y la letra está bien, pues la guardo.
Abrió sus labios para responder, mas la irrupción de un médico en la sala lo detuvo. Saltó del asiento para dirigirse a él, intercambiaron un par de palabras y luego vi que se llevaba las manos a la cabeza. Mi estómago se revolvió, pensé lo peor, me coloqué de pie para tomar ventaja de la distancia y escuchar. No pude, mis piernas temblaron con temor a escuchar algo que no deseaba. Entonces, Seth se revolvió el cabello y se giró con una sonrisa.
—Está fuera de riesgo.
Agradeció al médico y le preguntó a qué hora podría verla. El médico que le indicó que Agatha seguía muy débil y que lo mejor era dejarla unas horas dormir, que fuera a verla temprano en la mañana. Seth aceptó a regañadientes, no sin antes advertirle al médico que más le valía cuidar bien de su abuela.
La sonrisa de boba no me la quitó nadie.
Caminé hacia Seth y tomé su mano, sintiendo su piel más áspera que la mía, sus dedos grandes y el calor que desprendían— ¿Ves?, bastaba tener un poquito de fe y...
Antes de que terminara, Seth ya me estaba abrazando.
—Gracias —susurró muy cerca de mi oído.
Sus brazos tonificados eran un cómodo lugar donde cualquier otra personas se sentiría resguardaba, yo no pude apartar un simple, pero importante detalle que se me había escapado antes: no tenía cicatrices.
Salí de mi letargo con una sonrisa algo torpe.
—Ahora ve a casa para que puedas acompañar a Agatha mañana.
Respiró hondo para desprenderse de toda la tensión que había tenido y lo vi sonreír una última vez antes de despedirme. Afuera corría un viento frío que me obligó a cubrirme los brazos y recordar que estaba vestida con la ropa del trabajo. Iba a tener que volver al cine, enfrentar, seguramente, a la supervisora y aguantarme un reto por salir huyendo con ropa que no era mía.
Qué ganas de meter la cabeza en la tierra.
Lo único que faltaba es que me hayan robado la bicicleta. Por suerte, ahí estaba, metida entre otras. Trataba de sacarla cuando la rueda trasera casi golpea la pierna de Dhaxton. Se veía fatal, con la cara roja, pequeños cortes en su pómulo, ceja y labio.
—Pensé que te habías ido ya —le dije, esquiva. Él se hizo a un lado para permitirme subir, pero antes de que pedaleara, se interpuso en mi camino.
—Lamento mi comportamiento, no estuvo bien jalarte así.
¿Dhaxton disculpándose? Los golpes de Seth sí que lograban hacer milagros.
—Me alegra que te disculpes conmigo, lo acepto —admití, retrocediendo para pasarle por el lado—, pero creo que necesitas pedirle perdón a tu amigo. Tú debías ser su apoyo ahí, no yo.
—De verdad pensé que él se estaba aprovechando de su situación...
—¿Sabes, Dhaxton?, no me interesan tus explicaciones —le frené—. Esas dáselas a Seth, yo no tengo nada que ver. Buenas noches.
Dejarlo de pie fue una de las cosas más liberales que hice.
La felicidad no me duró mucho. El personal de cine estuvo molesto, casi sacando fuego por sus cabezas, pese a haber explicado los motivos de mi huida. Me dijeron que tomarían cargos en mi contra, pero que no me contratarían. Acepté de mala gana y lo último que hice antes de salir por la puerta trasera, fue despedirme de Raziel.
Al día siguiente, recibí una nueva nota.
Te hablaré directamente a ti para que no cometas sus errores. Pero descuida, siempre está la posibilidad de decidir: puedes aceptar mi ayuda y llevar mi consejo a la práctica o puedes caer y ser una víctima más.
Tú eliges ser el cazador o la presa.
Había demasiadas personas en el pasillo como para descubrir quién la colocó dentro y ninguna se veía lo bastante sospechosa para interrogar. Fastidiada por ser víctima otra vez del anonimato, arrugué la hoja y la metí en mi bolsillo dispuesta a darle la oportunidad de permanecer en el mismo sitio secreto que su hermana.
—¿Te arreglaste con tu madre?
La pregunta de Sol la oí entre mis pensamientos baja y tímida. Vi su rostro asomarse borroso por el rabillo de mi ojo; al voltear en su dirección, percibí su expresión preocupada. Era la hora del almuerzo, yo estaba más callada de lo usual.
Negué con la cabeza.
—Hablamos... No, a eso no se le puede llamar «hablar» —me corregí—. Intercambiamos un par de palabras. Nada más.
—Lo siento.
—Yo lo lamento más por Devon, él se esmera en crear un ambiente agradable en cada comida.
Era cierto; al pobre ya se les acababan las anécdotas graciosas y cuando las risas se convertían en silencio, tendía a carraspear para disipar ese nudo incómodo que todos sentíamos. Por supuesto que eso eximía a Dhaxton, quien parecía regodearse entre las miradas esquivas y los suspiros sobre la mesa.
—Qué incómodo...
—Estoy pensando en mudarme aquí.
Tanto Sol como Grey y Logan dejaron de comer al escucharme.
—¿Aquí? ¿En la academia? —remarcó Grey para comprobar que su audición no le fallaba.
Asentí.
—He vivido casi la mitad de mi vida en un internado, no será diferente a lo que era antes —finalicé, encogiendo los hombros.
—Pero el apartamento, tu gato...
—Puedo salir cuando quiera —puntualicé—. El encierro aquí no está tan mal y las habitaciones se veían cómodas.
Durante una charla que tuvo como protagonista una terrible prueba teórica en la que sufriríamos todos —a excepción de Sol, quien sufrió escuchándonos quejar— en mi campo visual la figura de Vivian se asomó como una señal caída del cielo para socorrer mis dudas, las cuales eran muchas. Seguí sus movimientos hasta que se perdió al salir del comedor.
—Nos vemos luego —me despedí sin quitarle los ojos a su figura ya difusa por la lejanía. Solo podía verla a través de los ventanales; iba a la biblioteca.
Tomé mis cosas y salí por la misma puerta que ella, con los pasos rápidos y ansiosos en alcanzarla lo antes posible. La nota arrugada en mi bolsillo. Conseguí atajarla del brazo a unos metros de la puerta. Ella reaccionó con confusión; primero miró su brazo siento agarrado por mí, sacando su lado huraño, luego me miró. Se apartó mirando hacia todos lados.
—¿Te volviste loca? —interrogó.
Su lado paranoico contrastaba con su apariencia de chica mala. Era evidente que detrás de su fachada le temía a un par de chicos y las consecuencias que cualquiera de sus actos podrían causar.
—Si te refieres a mi estabilidad mental después de ver un video donde Agnes se cortaba las muñecas, un poco.
Contradijo su actuar abalanzándose hacia mí para cubrirme la boca.
—No hables de eso aquí. Tampoco me hables. No aquí, en privado. —Me liberó, no sin antes comprobar que nadie nos haya visto—. Si algún bocazas amigo de Dhaxton o Seth nos ve juntas, sabrá que fui yo la que te contó sobre lo que pasó esa noche.
—No parecías asustada por eso el otro día por la tarde.
—Estaba media borracha, fumada y no sabía que tú sabías sobre ya sabes qué. ¡Mierda!, ya siento que estoy dentro del universo de Harry Potter y la casa de tu puta madre.
Siempre odié que las personas usaran groserías porque sí, pero no omití una risilla extraña al oírla tan resignada. Rezongó con fastidio y me agarró del brazo para llevarme a la biblioteca. Ella y la bibliotecaria a todas luces tenían una estrecha relación, pues le permitió la entrada sin siquiera pedirle la credencial de estudiante. Subimos al segundo piso de la biblioteca, pasamos por ese nefasto sitio donde tuve mi primer beso y luego nos encerramos en una sala de estudio. Había una larga mesa rodeada de sillas, en la que Vivian tiró su bolso, una pizarra de buen tamaño, un sofá que se veía cómodo, donde se recostó.
—Aquí es donde vengo a dormir —dijo, cruzando las piernas. Llevaba una falda corta que expuso sus largas piernas y ni siquiera se inmutó de que yo pudiese ver parte de su ropa interior—. Y a fumar —añadió—. Como sea, ¿para qué me buscas?
—Quiero que me des una pista. Algo. Lo que sea para saber qué ocurrió con Agnes.
Chistó.
—Ignora eso, jamás podrás saber qué diablos le pasó.
—¿Cómo puedo ignorarlo?
—Cada vez que te venga un recuerdo o pensamiento de ella, piensas en... no sé, gatos.
Fingí reírme.
—No es tan simple... —Pensé en decirle sobre la nota que recibí, pero ¿era buena idea? Todavía no le tenía la confianza suficiente.
—Eres una artista, invéntate algo, una historia o qué se yo, lo que sirva para ponerle un pare a tus dudas.
—¿Me pides que tape el sol con un dedo o algo así? —cuestioné, ahora siendo yo la indignada.
—Ja, se te ha pagado la muletilla de Solange. Y no, te pido que pongas la mano. No vale la pena quebrarte la cabeza por algo que pasó.
—¿Algo? No fue solo «algo», la chica se cortó las muñecas.
Guardó silencio hasta que por fin cayó en cuenta en mis palabras.
—Un momento... ¿Dijiste que viste el video de Agnes? —Moví la cabeza en respuesta—. ¿Cómo demonios? —Se sentó para depositar toda su atención en mí y pude comprobar que en su posición estaba a la defensiva, dispuesta a saltar a atacarme.
—Me metí a la habitación de Dhaxton.
—¿Cómo? —insistió, cargando la voz.
—Estoy viviendo en el mismo departamento que él, su hermano y mi madre se van a casar, y cuando Dhaxton no estaba, me colé en su cuarto y revisé su laptop, ahí vi el video.
Mi media mentira la dejó impactada.
—Mierda. Mierda, mierda. Estás viviendo con ese bastardo.
«Tú y Grey seguro que se llevarían bien», pensé.
—Sí, y no es nada lindo. Por eso, por favor, no lo menciones con nadie.
—Mi boca está cerrada.
Se pasó la mano por los labios pretendiendo cerrar un cierre invisible.
Me agradaba la actitud de Vivian.
—Ahora estoy tratando de saber más, tener alguna pista sobre el paradero de Agnes. Quiero saber si estaré bien.
—Lo estarás mientras no caigas por ninguno, créeme.
Sabía que se refería a que no me enamorara de ninguno de los dos, pero yo no sabía cómo era estar enganchada a alguien ni cómo se sentía amar románticamente a una persona.
Eso me deprimió y terminé sentada sobre la mesa, con la mirada puesta en mis pies balanceándose sin ritmo alguno.
—¿Has pensado en contarle a alguien de tu familia sobre esto? —preguntó Vivian mientras encendía un cigarrillo. Su rebeldía pasaba llevar hasta a el pobre cartel de «NO FUMAR» pegado a una de las paredes.
—Lo hice, pero ni siquiera me dejó terminar —respondí, desanimada.
—Vaya mierda.
—Por eso estoy haciendo esto por mi cuenta. —Metí la mano a mi bolsillo, sostuve la nota y la arrugué en mi puño—. Cualquier cosa me servirá.
Vivian me miró en silencio.
—Seth siempre llevaba consigo lo que más le interesaba. En su billetera, en los bolsillos de su jeans o dentro de la funda de su celular. Puede que ahí encuentres algo que te sirva. O puedes meterte a su habitación como hiciste con el lunático teñido.
Lunático teñido. Ese era un buen apodo para Dhaxton.
—¿De verdad crees que podré conseguir algo de Seth?
Vivian se puso de pie y caminó hacia mí.
—Si lo haces bien, puedes tenerlo besándote los pies —musitó con una sonrisa torcida. Sin dejar de lado esa confianza admirable y buena apariencia, se acercó a mi oído para susurrar.
El corazón me dio un vuelco.
—¿¡Qué!?
—Lo que oíste.
—Yo no voy a seducirlo para sacarle información.
—¿Por qué? Técnicamente, si no hay cosas... eh, ¿cómo le dicen los religiosos? ¿Camales? ¿Carnales? Carnales, eso. Si no hay nada carnal, no estarías pecando de nada.
—Ya lo sé. ¿Y qué? Yo jamás he seducido a nadie.
—Hasta ahora. Haz el intento y conseguirás muchas cosas, los hombres con una vida sexual tan activa como la de Seth son muy desesperados. —A Vivian le divertía mi ignorancia—. Solo debes hablar más pausado y profundo, poner caras bonitas, moverte como si bailaras un lento y listo.
Decirlo sonaba tan simple.
—Independiente de eso, no creo que sea correcto seducirlo para conseguir algo de él. No ahora que su abuela se está recuperando.
—¿Por qué? —zanjó tan pronto como acabé de excusarme— Él está intentando lo mismo que tú. Cuando alguien juega sucio, tú también te ensuciarás. Y veces, querida mía, jugando limpio no se gana.
Odiaba admirarlo, pero llevaba razón.
🔥
Contemplé la enorme mansión y me pregunté qué estaba haciendo. Llevaba días convenciéndome y todavía me parecía que me había propuesto un reto demasiado complejo. Aun así, armándome de valor, anuncié mi llegada y se me permitió entrar. Diferente a la primera vez que había entrado, ahora la casa estaba más ocupada, por así decirlo. Contrataron personal de limpieza, una ama de llaves —quien fue la que me abrió— y a tres enfermeros para cuidar la salud de Agatha. Ella estaba de muerte; le gustaba la atención, pero odiaba que fuese por las razones más adversas.
—Ya quiero que todos se larguen de aquí —decía ella en presencia de sus cuidadores—. Siento como si fuera la abuela rica que en algún momento morirá y ellos las crueles víboras que se pelearán por mi fortuna. Gracias a Dios que son guapos.
—Te están cuidando —le frenaba yo a modo de regaño—. Y muy bien para que estés tan animada. Tenles un poco de paciencia, no vaya a ser que pongan algo en tu comida —le susurré al final.
Agatha estalló en risas y luego en quejidos.
—¿Cuidándome, querida? Si llevo una semana encerrada en casa sin poder mover un dedo, esto es tan aburrido.
Era entendible que una mujer tan activa como ella, que había logrado burlar a dos enfermeras, se sintiese como encerrada en una jaula en su propia casa. Yo, siendo ella, viviría leyendo los cientos de libros en las estanterías y viendo las piezas de arte adornando los pasillos. O contemplando el horizonte, justo desde el balcón. La vista incluso desde la enorme cama de Agatha se veía genial.
—Oye, pero tienes un cine.
—Sí.
—Ahí puedes pasar un buen rato.
Hizo una mueca que marcó más los contornos de su cara.
—Me he visto toda la colección de películas. Estoy esperando que Seth traiga más. Películas buenas, claro, porque últimamente ha traído solo de acción. Empiezo a creer que me quiere matar de un ataque epiléptico, con todas esas luces de colores, explosiones y qué se yo.
El desdén con el que hablaba dibujó una sonrisa en mi rostro. Hablaba con tanto repelús hacia el mundo que me era inevitable, pero bien sabía que Seth la amaba demasiado como para hacer lo que Agatha suponía. «¿Qué voy a hacer ahora?», decía en el hospital, tan angustiado que de recordarlo se me entristecía el corazón.
—Por cierto, te tengo algo —dijo, confidente—. Tómalo como un obsequio.
—¿Para mí?
—¡Claro que sí!, para quién más —se quejó con impaciencia—. ¿Los enfermeros? Si a ellos les pagamos como para irse un viaje en crucero. —Los dos enfermeros, que estaban de pie custodiando a la anciana como si fueran guardias, le dieron la razón—. Despierta, querida.
Su dedo tembloroso señaló un pequeño baúl de madera. Me puse de pie de un salto y me acerqué con temor a tocarlo. Se veía antiguo, maltratado por el paso del tiempo.
—¿Qué tiene?
—Ropa. Son atuendo que usé. No están a la moda, pero le tengo aprecio. El suficiente para dártelos.
Me quedé sin palabras.
—No es necesario, Agatha —titubeé—. Yo tengo ropa...
—Sí, lo veo, no has venido desnuda a verme —soltó sin más—. No te la estoy dando como caridad, te la estoy dando como algo apreciado que quiero que uses. Anda, ábrelo, pruébate un conjunto.
Los gustos de Agatha, a diferencia del mío, era más de usar faldas y blusas apretadas de escote pronunciado. Me obligó a cambiarme en el baño y ponerme un conjunto con el que pasaba desapercibida como una bailarina de Grease. La falda me llegaba un poco más debajo de las rodillas, era roja, suelta, a pétalos y cómoda. Arriba me puse una camisa blanca de cuello estilo Johnny y mangas cortas que traslucía bajo la luz mi brasier. Odiaba usar ropa que dejara visible mi ropa interior. Pero la insistencia de Agatha no me dejó quejarme.
—Te ves divina —me elogió—. Como yo a tu edad.
Supuse que lo último era el cumplido mayor.
—Gracias. ¿Crees que cuando te recuperes me puedas enseñar a bailar?
—Lo que creo es que Seth es un grandioso bailarín.
Entendí que insinuaba.
—¿Y Seth dónde está? —interrogué, tratando de ocultar la alegría que me había dado que lo mencionara.
—Salió. Seguro está con ese amigo suyo.
—Dhaxton.
—El mismo. Lleva tiempo sin venir.
«Bueno, eso es porque ambos están peleados», pensé.
La oportunidad de saber más sobre Agnes brilló en mis ojos. Le dije a Agatha que iría por algo de comer y volvería, ella pidió que no la dejara demasiado tiempo a solas con los enfermeros y luego, prácticamente, me echó. Esa mujer no tenía cura para su personalidad.
Salí de su cuarto sin dirigirme a las escaleras, sino que me fui a lo profundo del pasillo para ver cuál de todas las puertas daba a la habitación de Seth. No fue una tarea fácil caminar sin sentir temor a que alguien apareciera por mi espalda y me preguntara qué hacía o que el mismo Seth me detuviera, fui suertuda de que eso no ocurriera.
Llegué al final del pasillo, encontrándome de frente con una puerta doble que se deslizaba. Estaba segura de que esa era la habitación de Seth y, antes de entrar, golpeé bajito. Nadie respondió. Esperé. Miré a mis espaldas para comprobar que nadie me estaba viendo y las abrí.
En efecto: esa era la habitación de Seth.
Su cuarto era un poco más pequeño que el de Agatha, con una pared gris y muebles de color negro. Por supuesto, dentro había un televisor LED enorme, consolas de juego, sofás cómodos y una cama enorme. Esquivé algunos zapatos, ropa, historietas cómicas y una colección de libros sobre matemática y arte. Seth parecía ser de esas personas que todo lo que no ocupa lo tira al suelo, sin importarle el valor. La ropa esparcida por todos sitios no me importó demasiado; encontrarme con una tira de preservativos sí. Ya podía imaginarme qué pasaba allí.
«Concéntrate», me dije.
Estaba allí para averiguar sobre Agnes, encontrar algún computador con información o algo que sirviera.
¿De verdad me estaba arriesgando así?
Respuesta: sí, y más valía que fuese rápido.
Encontré la laptop en la cama, entre las sábanas y edredón gris. Estaba encendido, pero de primeras me pidió retomar la sesión ingresando la clave. Hice el intento todas las veces que se me permitió sin resultado. Después de mi primer fallo busqué con más detalle en los muebles: el librero, armario, la colección de discos de vinilo y, finalmente, el velador junto a la cama. El pequeño cajón estaba medio abierto; al abrirlo descubrí que había algunas joyas de plata, papeles, una colección de cartas, dinero y más condones. Revolví todo procurando no emitir ruido hasta que di con un sobre maltratado que en el centro tenía escrito el nombre de Seth.
Dudé sobre si era correcto abrirlo, pero había llegado demasiado lejos para arrepentirme a última hora. Lo tomé con cuidado y lo abrí. Era una carta vieja, con los bordes amarillos y olor ha guardado. Viajé hacia el final para leer la firma.
Agnes, decía.
No pude creerlo. Era lo que estaba buscando.
Empecé a leer:
Seth:
Lo que comenzó con notas tiene que terminar con una.
Supongo.
La verdad, hay muchas cosas que deseo decirte en persona, pero sé que si te veo una vez más dejaré de lado todos mis planes. Y, por mucho que nos duela a los tres, no quiero hacer eso. Ya me conoces, soy muy testaruda y...
La puerta se abrió.
Fui rápida para tirar la nota y girarme, fingir que nada estaba pasando. Seth necesitó de tiempo para corroborar que yo estaba en su cuarto, de pie, estática como una escultura.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a ver a Agatha.
Respuesta incorrecta.
—Sabes que no me refiero a eso.
Seth caminó a mi encuentro con ojos oscuros y perspicaces, buscando cualquier titubeo para sacarme de su habitación. Guardó la distancia, quería analizar mis movimientos.
Tragué saliva con dificultad.
—Yo... solo quería saber cómo es tu cuarto —murmuré con arrepentimiento.
—Ya lo hiciste. Ahora vete.
Al menos eso no mostraba indicios de haberse dado cuenta de que tomé la carta. Solo quedaba poder tomarla y largarme.
—Lo siento —insistí—. De verdad. Sé que no tuve que entrar sin tu permiso pero... —suspiré para darle más credibilidad a mis palabras, todo gracias a las enseñanzas de Vivian— soy curiosa.
—Bien. Es tiempo de que te vayas.
Con un movimiento disimulado con mi pie, mientras pretendía asimilar sus palabras, escondí la carta bajo un montón de ropa y caminé lento hacia la puerta. Pero a mitad del camino me detuve.
Si Vivian tenía razón sobre Seth, podía conseguir esa carta.
—¿Y si no quiero? —desafiante.
Seth formó una sonrisa ladina.
—¿Quieres que te eche por mis medios o quieres quedarte a que te enseñe un par de cosas?
Su pregunta denotaba toda su arrogancia y molestia. No iba en serio, solo buscaba provocarme. Pero yo deseaba provocarlo más.
—Quiero...
Estaba nerviosa.
Seth esperó a que terminara hasta que no soportó mi inseguro silencio.
—Olvídalo —farfulló. Lo detuve justo cuando pasaba por mi lado—. ¿Qué?
No tuve habla.
Seth frunció el ceño el momento en que gruñó, zafándose.
—No quiero ser yo la persona con la que hagas cosas de las que te arrepentirás.
Tomé aire para hablar.
—¿Y si no me importa arrepentirme? ¿Y si es lo que quiero?
Di un paso hacia él, quien se había alejado todavía más en rechazo.
—Piensa en lo correcto.
«Lo correcto», repetí.
Eso lo había mencionado cuando me confesó lo del juego.
—¿No puedes ser mi opción correcta?
Seth avanzó hacia mí, decidido y sacando su lado confrontador. Sus pasos eran rayos que retumbaban en el piso de madera de su habitación, que cuidadosamente evitaban todos los objetos que entorpecían su camino con los cuales yo ya había tropezado. Así de fácil logró arrinconarme contra un mueble. La mirada inquisidora que me juzgó en el truculento camino no lo abandonó, sino que se convirtió en un peso que necesité quitarme de encima mirando en otra dirección.
—No tienes las agallas —murmuró al verme acobardada—. Ahora, hazme el favor de salir.
Él ya había dado la orden, no me quería allí, pero yo no podía pasar de aquella oportunidad. Necesitaba conseguir leer lo que decía aquella carta.
—Seth... —lo llamé con la voz más valiente que pude entonar y se giró fastidiado.
—¿Qué?
Inflé mi pecho para armarme de valor y voluntad, dejar atrás todo rastro de arrepentimiento o culpa. Me apresuré para llegar hasta él, verlo a los ojos, demostrarle que iba enserio y lo besé. Apreté mis labios contra los de él con fuerza, con mi mano viajando por su torso hacia su hombro, darme la estabilidad que necesitaba antes de que mis piernas flaquearan. Y nos quedamos estáticos, inspirando la misma compresión de aire tibio que fluía de él y de mí. Mis ojos apretados hasta las lágrimas. Al alejarme, vi su rostro borroso. Su boca entreabierta fue lo primero que se aclaró y, luego, más oscuridad. Seth se aventuró en incursionar por mi boca. Una bomba explotó en mi pecho, porque esperaba su revancha, sabía que respondería, pero el cuándo fue repentino. La explosión tuvo su efecto colateral, un desastroso manojo de sensaciones desconocidas que yo no supe describir o llamar. Quemaba como el fuego, ardía como un fierro caliente, se degustaba amargo como el veneno y se tornaba dulce como la miel. No sabía si me gustaba o no, solo entendía que gritaba: «quiero más».
Me agarró de la cintura y me dejó sentada sobre el mueble con el que antes había chocado. Quedé un poco más alta de él, pero en la posición perfecta para que pudiese seguir besándome.
—¿Por qué dijiste te oprimes de estos placeres? —interrogó mientras dejaba un rastro de besos hasta mi cuello.
Con el cosquilleo olvidé la respuesta.
Había olvidado incluso los motivos por los que había tomado la iniciativa. Y en mi cabeza ya no tenía escape. Sabía que si los besos escalaban a más no lo soportaría, pero mi humilde experiencia redimía hasta el más impúdico de mis pensamientos. Yo mordía el fruto prohibido y no me importaba en absoluto.
Una fuerza posesiva me invadió cuando los besos de Seth llegaron hacia la casi invisible línea que se formaba entre mis pechos y necesité tenerlo apegado a mí, adherido como si nuestras pieles se fuesen a fusionar. Acaricié su espalda, sus brazos, peregriné por su abdomen y sentí sus músculos tensarse. Seth redobló mi apuesta deslizando sus manos hacia mis glúteos para masajearlos.
—Pídeme que pare —dijo, mirándome desde abajo, con los ojos clavados en los míos—. Dime que esto está mal y pararé.
Me detuve a pensar en un momento, a sentir cómo el calor en mi cuerpo hacía lo posible por permanecer en cada uno de los lugares que él había probado. Vi la cama a unos pasos, la carta en el piso, la oportunidad de saber más.
Tal vez fui ambiciosa.
—No quiero que pares —murmuré, ruborizándome por mi osadía.
Deseo concedido.
Seth me llevó en brazos hasta su cama donde recostó, mis pies tocaban sin problema el piso. Entendía que esto ya no era un mero juego, un capricho para obtener información, sino que el rumbo se había retorcido a su favor. O el mío. Mi respiración se agitó y mi corazón bombeó contra mi pecho. La boca de mi estómago exhalaba nervios, unos que anduvieron por cada parte de mi cuerpo.
Me gustaba sentirme así: entre el bien y el mal. Entre la incertidumbre. Entre la cama y Seth. Entre besos y jadeos.
Nuevamente Seth bajó hacia la zona de mis pechos, ese lugar que tentaba a enseñar lo adecuado, ni mucho, ni poco. Lo suficiente. Ahí se quedó, besándome la piel, succionando con un apetito voraz. Y yo revolvía su cabello, metía miss manos en su cabeza para distraerme del calor ígneo que se había pronunciado sigiloso entre mis piernas. Esa sensación física tan deleitosa fluyó por todo mi cuerpo hasta depositarse allí, pidiendo la atención que ninguno de los dos les daba. Junté mis piernas para darle algo de presión y las moví al mismo ritmo de mi pelvis, como si dentro de mí sonara una canción lenta que merece ser bailada con lentitud. Seth percibió lo extasiada que me estaba poniendo y lentamente, acariciando todas las curvas de mi cuerpo, bajó su mano a la zona más necesitada de mi cuerpo.
Al instante, puse mi mano sobre la suya, inmovilizándola.
No lo hagas.
Detente.
Espera.
Eran órdenes fáciles de acatar.
No pude emitir ninguna, simplemente lo miré.
—Entiendo —dijo él, dispuesto a ponerse de pie. Pero mi mano seguía sobre la suya, controlando sus movimientos y, cuando trató de apartarla, lo detuve.
De verdad quería hablar, decirle que no me importaba, que me tocara y no podía hacerlo. Era demasiado orgullosa para decirlo. O quizás estaba demasiado avergonzada admitirlo. Así que, preferí dejar que mi acción hablara por mí; me recosté de nuevo, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, y oriente los movimientos de su mano hasta que él pudo hacerlo por su cuenta. Empezó suave, con sus dedos masajeando por encima de la falda y después formó círculos sobre la tela, metiendo presión poco a poco. Se sentía bien, pero cuando se percató de que ropa era un impedimento, no dudó en quitármela.
Jamás se me había cruzado por la cabeza estar en ropa interior frente a un hombre. Al menos desde la cintura para abajo. Aunque eso a Seth no parecía importarle en absoluto, solo miró la humedad en mi entrepierna y sonrió. Sus ojos se tornaron juguetones, los reconocí sin problemas. Se puso a gatas sobre mí y nuestras miradas se encontraron. No tuvo necesidad de mirar hacia dónde se dirigía su mano nuevamente, optó por endulzar mis labios con otro beso. Sus dedos presionaron mi piel y los movimientos regresaron siendo más distinguibles. Yo empecé a moverme como una autómata al mismo ritmo de él, con la espalda arqueada, mi cuello descubierto y mordisqueado mi labio inferior para suprimir los gemidos.
—¿Te gusta?
Preguntó con mirada lobuna. Se encontraba sobre mí, su cabello caía a los costados de su cara, las piernas flexionadas, su mano en mi entrepierna y la otra apoyada en la cama. Buscaba la respuesta en mi expresión.
—¿Te gusta esto? —insistió, presionando aún más sus dedos. Poco a poco estos iban entrando más mi cavidad, aunque no lo suficiente para causarme dolor.
Agité la cabeza en afirmación.
—Entonces demuéstralo. —Se acercó para besarme, lo que derivó en que yo jadeara en su boca, y continuó—: No te calles. Aquí no hay nadie más que tú y yo.
Mi primer jadeo a voz alzada salió de mi garganta como una exhalación. El segundo también. Mas los demás emergieron de mí desde mis entradas, gemidos, ronroneos y suspiros, todos los que me había guardado las veces anteriores. Seth no me ponía restricciones, y yo tampoco pude ponérmelas porque mi delirio era más poderoso que la compostura.
Me sentía en el cielo, a punto de saltar desde una nube hacia el vacío.
Y, de pronto, todo se acabó.
Seth se puso de pie tan rápido que ni siquiera lo preví.
—Mierda —dijo, pasando sus manos por la cabeza para acomodarse el pelo hacia atrás.
Me quedé estática, con las piernas recogidas. Estaba tan confundida de su repentino rechazo que él lo captó.
—Tengo una erección. —Señaló su pantalón, justo la zona abultada que reclamaba atención—. Y no quiero avanzar más allá contigo.
—¿Por qué? —solté sin pensar.
Mi duda era genuina, porque todo este tiempo creí que llegar a ese grado que las chicas del internado tanto deseaban experimentar, era lo que él necesitaba para ser el ganador del juego.
—No me malentiendas, quiero eso más que tú, pero no puedo hacerlo.
Se dio media vuelta en dirección al baño. Quedé sola, sentada sobre una cama y semidesnuda.
El fuego se había apagado.
Me coloqué la falda y fui rápidamente a buscar la carta. Doblarla fue sencillo, ocultarla también. Lo difícil fue ponerme de pie con el frío apegándose a mi cuerpo ya sin una fuente de calor. Mi piel desnuda se erizó y en mi entrepierna todavía sentía un palpitar agónico. Salí de la habitación casi a tropiezos, pues mis piernas no favorecían a mi caminar. Estaba exhausta, jadeante y muy, pero muy confundida.
¿Qué había ocurrido en esa habitación? ¿Qué había permitido hacer? Había cruzado el límite de lo permitido, dejé que un hombre me tocara. Había cedido tan fácilmente que me avergonzaba por ello, no me hacía una idea de cómo miraría a la cara a Sol, mamá, Martin, a las personas de la iglesia y... a mí misma.
Seth tenía razón, me iba a arrepentir luego.
Ya quería llorar.
—No lo hagas —me ordené.
Toqué mis mejillas rojas y calientes. Limpié el sudor de mi frente. Acomodé lo que vestía. Inspiré hondo y me dirigí al cuarto de Agatha.
—Vengo por mi ropa —indiqué, sin mirarla. Para mi fortuna, Agatha dormía, así que solo tuve que hacerle un par de señas al enfermero para que me entendiera.
Después de vestirme salí de la mansión tan rápido como pude.
En el departamento me eché a llorar durante la lucha. Clamé perdón tantas veces que perdí la cuenta en el número veinte. Me arropé bajo las sábanas acompañada por Francis y volví a sollozar.
La culpa era un golpe duro.
Cuando por fin dejé mi pequeña guarida, me quedé tendida asimilando lo que hice. El arrepentimiento me consumía, sí, pero no podía negar que, de tener la oportunidad, lo repetiría.
Levanté mi mano hacia el techo, intentando alcanzar el lejano cielo. La vida lejos del paraíso prometido. Las voces lejanas del coro. El confesionario de mis pecados. La mirada decepcionada de mí en el espejo. Todo eso me aguardaba. Pero ahí estaba: mi anillo, la promesa por cumplir que cada vez se trizaba más.
—"El amor todo lo espera" —leí en voz baja, para mi intimidad.
De haber sabido que el amor y el deseo son más fuertes que la espera jamás me hubiera atrevido a poner una frase así. ¿En qué pensaba la Audrey de ese tiempo para grabar algo tan vacío?
No quería recordarlo. Pensar en mi yo de hace unos meses me hacía sentir vulnerable y lejana.
Y con ese pensamiento, una idea nació.
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Chan, chan. ¿Acertaron con el adelanto que les di? :)
Nuestra Drey tuvo una nueva primera vez y nuestro Seth tuvo una primera vez de Drey. Dhaxton se debe estar revolcando en su tumba (?
Quería hacerlo más explícito, pero a veces wp se pone medio cuático y me moriría si esta historia la borran o algo :( Igual espero que le haya gustado.
F por las del teamdhaxton
Y para el grupo de wsp, les di un spoiler con el emoji que le respondí a Natalia cuando pidió un spoiler jejeje Fue este ✌️ Ya saben qué quieren decir esos dedos. Si quieren unirse, el enlace lo dejaré en mi bio de instagram @vhaldainomas ya que muchos no pueden hacerle click.
Nos vemos en el siguiente capítulo :D
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