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DIBUJO
En el resto de la clase no pude prestar la mínima atención, la pérdida de mi collar capturó mis pensamientos. Por más que insistiera en que debía concentrarme en la clase, no podía; una y otra vez me preguntaba qué hacer para recuperar el collar, en dónde había caído, si lo había perdido para siempre o si alguien lo encontró. Y con esta última pregunta volvía a estar parada en el umbral de la puerta, descubriendo aquella escena grotesca que me hizo huir despavorida.
Cuando por fin sonó el timbre para el recreo, traté de salir corriendo por el pasillo, pero apenas me asomé, Solange me retuvo del brazo. Mi amiga me esperaba para darme el tour prometido, no sabía que yo me había adelantado.
—¿Qué tal tu primera clase? —preguntó con una sonrisa que desapareció poco a poco hasta volver sus labios una línea recta—. Oye, ¿y esa cara? ¿Tan mala estuvo la clase?
Verla preocupada por mí en un momento donde mi desesperación estaba tocando casi el techo, provocó que tuviera unas enormes ganas de llorar. Me mordí el labio reteniendo los espasmos y miré hacia los lados, el pasillo estaba lleno de desconocidos, entonces me contuve. Le di un abrazo en busca de consuelo y ella no dudó en responder.
—Perdí el collar de mi abuela —murmuré.
—¿El de la cruz?
Asentí en un trago amargo de aceptación.
—Sí; debió caerse en el cuarto piso del área de matemáticas cuando... —me silencié sin deseos de repetir en palabras lo que vi. Tomé a mi amiga de los hombros para observarla. Ella con su expresión entre preocupada y compasiva me intentó sonreír—. ¿Me ayudas a buscarlo?
Asistió animada, con una sonrisa contagiosa.
—Tenemos quince minutos de recreo, será mejor ponernos a correr.
En medio del revuelo que existía en el pasillo cada vez que las clases terminaban, Sol tomó mi mano con una fuerza cálida y se puso a correr hacia el área de matemáticas.
Subimos las escaleras, doblamos esquinas, esquivamos a estudiantes, rechazamos las órdenes de los supervisores y llegamos al cuarto piso; precisamente el área donde estaba la bodega. Mi corazón se estremecía con violencia bajo mi pecho, tenía la esperanza de encontrar el collar en el suelo, brillando bajo las luces del pasillo. Pero no estaba allí.
Me pregunté qué diría mi abuela si lo supiera. Ese collar tenía significado, era uno de nuestros muchos símbolos de unión y cuando me lo dio, yo sentí que ese era entre sus otros tantos regalos y enseñanzas. Recordaba bien cómo fue.
Siempre me gustó su collar. En realidad, siempre me gustó cómo se le veía a mi abuela. Mis recuerdos sobre ella están pintados en un lienzo blanco, grande, aunque poco detallados. Era una niña pequeña, mi abuela se encontraba frente al espejo con el collar puesto, y yo pensaba que era la mujer más bella del mundo. Incluso más que mi madre. Admiraba a mamá por su entereza, sus ganas de salir adelante, porque sabía que ella trabajaba tanto por nuestro bien. A mi abuela la admiraba y quería ser como ella: buena, cariñosa, atractiva y llena de vida. Debía tener una sonrisa de oreja a oreja mientras la observaba, porque ella me sonrió de vuelta preguntando qué ocurría. Luego mis recuerdos saltan al instante en que me lo entregó. «Cuídalo bien. No te hará bella, no representará lo que deseas ser, no tiene ninguna magia que te de buena suerte; pero detrás de él hay una historia especial», dijo. Luego de eso, cuando yo sostenía mi cabello para que me pusiera el collar, me contó cómo lo obtuvo.
Mis ganas de llorar volvieron.
—No llores, lo encontraremos —me dijo Solange por quinta vez en solo ese momento. La pobre ya parecía disco rayado—. Es un objeto de valor en una academia con muchos niños ricos. Dudo mucho que les interese un collar de oro o algo así. Para ti es más el significado emocional que el material, a eso voy —aclaró ante mi desaprobación. Con lo último le di la razón. En la academia había cosas con más valor monetario que el del collar—. No te preocupes más. ¿Sabes?, en inspectoría hay una caja con objetos perdidos, seguramente alguien la encontró y guardó allí.
Lo bueno de tener a una amiga que iba en su segundo año de Ciencias era que conocía ya la academia y todo lo que yo no sabía. El problema fue otro.
Los minutos previos al timbre, Sol y yo nos dedicamos a correr por la academia hacia inspectoría, el territorio donde los profesores y empleados se encargaban. Era un edificio aparte a las áreas de estudio y el aspecto se parecía al de una casa colonial. La única entrada era una puerta doble de madera oscura, donde las personas entraban y salían sin parar. Yo fui una de ellas. Antes de entrar a clases me citaron para organizar el horario y la habitación para alumnos, la cual rechacé.
En la sala principal, frente a una barra de atención, Solange le preguntó a la mujer que nos atendió si podíamos buscar mi collar en la caja de objetos perdidos. Resulta que esa «caja», en realidad era una especie de bodega llena de objetos extravagantes y con apariencia mucho más cara que la de mi collar, el cual, por cierto, allí no estaba.
No tuve tiempo de volver a quejarme cuando el timbre calló mis palabras. Me despedí de Solange más triste de lo que salí de la sala de Historia del Arte y me dirigí a la siguiente clase. En cada paso que daba me convertía en una pesimista empedernida que rechazaba la idea de encontrar el collar y fomentaba el hecho de que tal vez el chico de la bodega lo tenía. Sentí escalofríos por un momento recordando lo molesto que se escuchaba cuando me perseguía.
Si él lo tenía, ¿qué haría?
No hubo tiempo de meditarlo demasiado, la puerta de sala de Boceto y Dibujo aguardaba gigante frente a mí, como la entrada a otro mundo.
Sentí los nervios recorrer mi cuerpo el instante en que coloqué mi mano en la puerta y la empujé, visualizando una pequeña tarima con un banquillo desocupado en el centro. Luego vi los bocetos pegados en las paredes; cuerpos desnudos, objetos de cualquier tamaño y contextura, los paisajes, los retratos... Había tanto que admirar en esa sala que habría pasado una eternidad allí, perdida en todos ellos.
De no ser por el carraspeo en mi espalda jamás habría bajado de mi ensoñación. Un chico y una chica esperaban que entrara. Él era de mi estatura, tenía aspecto juvenil y una sonrisa tan divertida con su extravagante peinado; ella poseía una aspecto serio, de esos que temes acercarte. A ambos los vi en la primera clase.
—Lo lamento —les dije, haciéndome a un lado. Todavía no estaba preparada para entrar.
—A todos nos pasó la primera vez —comentó la chica y entraron.
Inspiré hondo antes de dar el primer paso para la que sería mi primera clase de Boceto. Los olores a pintura, grafito, madera, periódico se adentraron a mi sistema como una recarga de mi más eufórico deseo por aprender y entré olvidando que hace unos minutos lamentaba la pérdida de mi collar. Fue allí, buscando una mesa de dibujo disponible, el momento en que lo vi: cabello gris, ojos intimidantes, la fachada que inspiraba misterio y una larga cicatriz en el lado izquierdo de su rostro. Su nombre lo recordé sin problemas.
Dhaxton.
Aparté la mirada de él sabiendo que todo su aspecto tenía un letrero gigante que decía: «TE CAUSARÉ PROBLEMAS SI SIGUES MIRANDO». Y como hacerle caso a mi conciencia siempre me llevó por un camino piadoso, opté por seguir buscando mesas.
Jamás creí en el destino, siempre pensé que cada ser humano tenía el don de armar su propio camino a través del libre albedrío; sin embargo, al percatarme de que la única mesa de dibujo disponible se encontraba junto a la de Dhaxton, no supe si culpar al destino o preguntarle a Dios qué planes tenía para mí.
Avancé hacia el final de la sala, donde mi mesa se encontraba. Me senté tratando de no emitir ruido, de no perturbar la calma de Dhaxton. Traté de ser discreta, no interesarme demasiado por su aspecto. Como voluntaria había visto a muchos enfermos con cicatrices horribles, peores que las de él, pero el chico exhalaba cierto magnetismo que me tentaba a mirarla.
La llegada del profesor no ayudó a mi situación, más bien la alentó.
El profesor Banes hablaba bastante, nos quería enseñar sobre técnicas, mencionaba a diferentes artistas y sus cuadros, hablaba de cómo retratar a una persona y luego llegó al objetivo de la clase. Agradecí que esta vez no hubiera presentaciones, pero no aprecié demasiado su deseo de retratar "el espíritu" de nuestro prójimo. Quería, en pocas palabras, que hiciéramos un retrato dibujado de nuestro compañero. Y yo, que solo estaba junto a Dhaxton y nadie parecía tener el valor de dibujarlo —ni tampoco en mí— no tuve muchas opciones.
—Supongo que seremos juntos —le comenté.
Dhaxton asintió sin girarse, manteniendo la vista al frente. Contemplé su perfil y su mejilla sin cicatriz moverse en lo que hacía una mueca. Realmente era alguien de aspecto atrayente. Sentí que era una persona torpe y pequeña, admirando a un ser inalcanzable.
Giramos las mesas hasta ponerlas una contra a la otra, exponiendo nuestra cara al otro. Frente a frente. Estaba obligada a mirarle, a pasar de la advertencia que Solange me había dicho en la cafetería con tanta angustia. Y mientras una canción empezó a resonar por los parlantes de la sala para agraciar el ambiente, me decía lo inútil que sería prestarle atención a tan tranquila melodía teniendo a Dhaxton a un metro y algo más de distancia.
De niña creía que los ángeles tenían su aspecto, y esa creencia se cruzó por mi cabeza al admirarlo antes de ponerme a trazar las primeras líneas de su rostro. Sus facciones eran marcadas. Su mentón cuadrado dio forma al rostro y sus labios voluptuosos sin movimiento me fueron fáciles de delinear, justo a la altura de la quijada ancha. Su nariz me gustó, de tabique largo, recto y de fosas nasales que coincidían con la curva alta de sus labios. Tan simétricos.
El problema vino junto con dibujar sus ojos; estos expresaban seriedad y intimidaban, observarlos por mucho tiempo no era una opción cómoda, mucho menos cuando coincidíamos en el contacto visual. Parecían sentenciarme a cadena perpetua solo por atreverme a verlos. Grises o azulados, no supe descifrar bien el color que tenían, solo quería acabar con ellos. Cuando levantaba la mirada y me encontraba con ambos, el silencio envolvía nuestro espacio y me acercaba a él. No había distancia entre nosotros, solo una eternidad difícil de plasmar en el papel. Eso, mi corazón estrujándose con dolor en el pecho, la sensación de estar atravesando un sendero de pecados y mi deseo de cometerlos todos. ¿Acaso así se sentía observar a un ángel? Tal vez, solo que este ángel tenía otra cara, porque incluso el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz y este poseía una cicatriz que lo demostraba.
Me encontré rascándome la cabeza con mi lápiz, lo que desencadenó una serie de gestos molestos por parte de mi compañero. Me disculpé por ello y volví a mi dibujo para repasar los trazos. Durante el marcado de las cejas, me pregunté si sería buena idea dibujarle la cicatriz. Mi amiga había advertido que no la mirara, dibujarla sería ganarme una posible entrada al mundo de los problemas. Sin embargo, no hacerlo significaba no crear un retrato fiel. También una posible ofensa; una cicatriz la puede tener cualquiera, negarla porque no es visiblemente aceptada es un insulto.
Decidí dibujarla, después de todo, formaba parte de la esencia de Dhaxton y ese era la finalidad del trabajo. Formé una trazo largo que iba desde la frente hasta la mitad de la mejilla, con todas las pequeñas marcas que la componían, con un sombreado enloquecedor y un trazo del que me sentí orgullosa.
Al finalizar la clase, todos pegamos nuestros dibujos en la pared como una exposición profesional de artistas. Algunos retratos eran fantásticos, pero el que más llamó la atención y trajo murmullos, fue el que llevaba mi firma.
—Chica, tú si tienes huevos —me comentó el mismo chico de la entrada cuando me situé a su lado para observar una vez más mi pequeño orgullo—. Ojalá tuviera tus agallas, quizás así podría invitar a salir a la chica que me gusta.
—Eres patético, Logan —se burló la chica de antes—. Pero tienes razón, hay que tener muchas agallas para haber dibujado eso.
Hablaba de la cicatriz.
Quise preguntar si no debí, pero la aparición de Dhaxton hizo que ambos chicos se apartaran. Se posicionó junto a mí, enseñándome su mejilla derecha.
Miré mi retrato junto al suyo y no dudé en la experiencia que él poseía. Su dibujo también era bueno, con un trazo limpio y lleno de sentimientos.
—Qué básico —pronunció, mirando fijo su retrato, el dibujo por el que tanto me había esforzado. No pude creer que las primeras palabras que le oyera decir fuera para menospreciar mi estilo de dibujo. Bien, sabía que no podía gustarle a nadie, pero la manera en que lo dijo fue llena de veneno.
Apreté la mandíbula y contuve mis deseos de encararlo, preferí irme por el lado amable.
—¿Algún consejo? —pregunté.
—Sí, irte a una academia de tu nivel.
Y sin decir más se marchó.
Salí de la sala pensando en sus palabras, repitiéndome una y otra vez que había hablado su resentimiento. Y seguí pensando en ello hasta encontrarme con Sol en el pasillo. Mi amiga traía una sonrisa enorme, la cual alegró el tono gris en el que poco a poco mi día se dibujaba.
—¡Buenas noticias! —exclamó, sin importarle que algunos chicos la miraran con extrañeza. Traía su delantal blanco y una gafas de protección que la hacían ver como una científica demente—. Un chico posteó en el grupo de Facebook de la academia la foto de tu collar. Se llama... A ver, lo buscaré. —Sacó su celular del delantal, dio un par de toques en la pantalla y asintió—. Luther Sullivan. Dice: encontré esto en el pasillo del cuarto piso, si es de alguien, avisen antes de purificarme por... Bah, es un idiota o algo así. Le dije que es tuyo y dijo que te lo entregaría en la entrada oeste del gimnasio en el segundo recreo.
—¿Hay un gimnasio? —cuestioné asombrada.
—Por Dios, ¡sí! Y una piscina enoooorme. —Negó con la cabeza y frunció el ceño—. Pero pon atención, vamos con el chico antes de que se marche.
Un repentino subidón de energía invadió mi cuerpo. Tomé a Sol de la mano y partimos una vez más nuestra maratón por los pasillos. Yo no tenía idea dónde estaba el gimnasio, y en ese punto Sol tuvo que guiarme. Sin embargo, en la mitad del camino, un chico de Ciencias la detuvo.
—Casttle, ¿a dónde crees que vas corriendo vestida así? ¿Crees que el uniforme de la academia es para juegos? —le cuestionó. Parecía llevarle más años encima y de cursos mayores— Ve a cambiarte o se lo diré al profesor.
—Brind, te prometo que lo haré después de...
—Casttle —insistió él con voz cargada—, ¿qué es lo que siempre decimos?
Mi amiga suspiró y soltó mi mano.
—La ciencia es primero —respondió con desánimo—. Lo siento, Drey... —se dirigió a mí—, vas a tener que ir sola.
—Ah —solté, sabiendo que estaba en problemas—, no te preocupes.
Nuestra despedida fue rápida antes de que ambas partiéramos por caminos diferentes; ella para cambiarse el uniforme y yo para encontrarme con el tal Luther.
Cuando llegué a la entrada del gimnasio el corazón me latía con fuerza y mi respiración estaba agitada. Cuando descubrí que allí me estaba esperando una persona con la misma vestimenta que el chico de la bodega, mi respiración se agitó más. Y cuando noté que tenía mi collar, supe que lo del tal Luther había sido un engaño.
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UUUUUUUUUUUUUUUFFFF, este capítulo ha tenido poquito diálogo y ha estado más pesado. En el próximo se aligerarán las cosas... Algo, ejem.
Por cierto, fue la primera aparición de Dhaxton. ¿Qué les ha parecido? Parece que físicamente a nuestra protagonista le ha gustado 7u7 Lástima que de genio parece más pesado.
Quería agradecerles el apoyo que le han dado a la historia, el interés que demuestran en ella y sus comentarios. <3 La verdad me han sorprendido bastante. No he tenido unas semanas muy buenas y leer sus comentarios me alegran un montón. Así que ¡muchas gracias!
Los jamoneo con mucho orégano ^.^
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