에피소드 1
A Jimin siempre le enseñaron que obedecer era parte del deber de un sirviente. No importa que tan duro o denigrante fuese el trabajo, incluso si tenía que hacerlo bajo el sofocante sol o la turbulenta tormenta, tenía que escuchar, callar y obedecer.
—Recuerda, Jimin —fueron las primeras palabras que le recibieron cuando llegó al templo con solo 8 años, sin nada más que una maleta con dos mudas de ropa y el estómago vacío—. Obedece siempre a tus mayores y agradece por todo lo que te dan.
Cumplió con esa ley invisible por tanto tiempo y no importaba si quería algo completamente diferente, aun así, obedecería.
¿Limpiar? Lo haría.
¿Bailar? Cumpliría.
¿Cantar? Por supuesto.
¿Morir?
¿Podría morir si alguien se lo ordenase?
Bueno, no lo supo hasta que cumplió 18 años y la luna estuvo en su punto más alto simbolizando la ancestral conexión entre el mundo de los dioses y el de los humanos. En donde las personas decoraban las calles del pueblo con tiras de papel cortado y danzaban al son de los tambores.
El pequeño desfile de intérpretes; con sus mascaras dramáticas exponiendo las historias de los dioses. Los músicos; por delante de todos, tocaban melodías rápidas y energéticas, demostrando el vigor de las festividades y a quienes iban dirigidas.
Era un espectáculo realmente encantador, ya sea por los vivases colores de las vestimentas o el exquisito olor de la comida tradicional que cargaban las sacerdotisas, mostrando el esplendor cultural de DanGun.
¿Quién no disfrutaría de aquella festividad alegre y emocionante?
Bueno, Jimin, claro.
Iba atado dentro de un yeongyeo que mantenía las puertas abiertas para que los espectadores vieran su belleza marcada por moretones oscuros y un semblante aterrorizado.
Por cientos de años Choson se alzó en las tierras bárbaras y bastas, gracias a la sabiduría y fuerza brindados por los dioses, pero un lugar como Kkoma DanGun —nada más que una islucha rodeada por mar y de bosques frondosos— fue olvidada, dejada a su suerte frente a piratas, invasores y saqueadores, siendo azotada por terribles tempestades y fríos inviernos donde los animales morían y las personas hacían barbaridades para conseguir, aunque sea, un poco de comida. Era una tierra de nadie.
Jimin se acomodó en su acolchado asiento, lo único cómodo del momento, porque las sogas en sus manos y tobillos los raspaban terriblemente, manchando la paja tejida con su sangre y manteniéndole el doble de despierto. Maldijo su cabello y si figura, también su rostro delicado y sus facciones delineadas como si de un pincel sobre papel se tratase; cabello rubio, ojos claros, pómulos rellenos, piel de porcelana y cuerpo menudo. Desde que tenía 14 años —un poco antes de que su cabello se empezase a teñir inexplicablemente de amarillo— supo que no se veía como los demás niños de su edad, a quienes se les comenzaban a marcar los músculos, obtenidos gracias a las labores del día a día o de los juegos de luchas. También porque sus rostros se llenaban de vellos oscuros que les daban un aire maduro y tosco, como el de todo un hombre.
Hyojeon, una de las sacerdotisas del tembló, lo arrulló en noches de autodesprecio, susurrándole que no era un monstruo, que el pelo corporal aparecería con los años y que sus músculos se notarían. Jimin le creyó, no solo porque confiaba en ella más que en cualquier otra persona, sino porque tenía esperanzas de que así fuese. Sin embargo, eso nunca llegó.
El yeongyeo dio una sacudida cuando las calles de tierra arada terminaron y el desfile se abrió paso por el oscuro bosque, siendo las linternas colgantes de papel en manos de los chamanes las que iluminaban el complicado camino.
Los intrincados cordeles dorados que decoraban los hombros de su hanbok tintinearon el viento frio de la noche, moviendo también sus mechones decorados con pequeñas perlas que brillaban por el resplandor de la luna y los faroles. El velo sobre su boca hondeaba suave algo que contrastaba con su agitada respiración. No podía evitar sisear de dolor cuando sus manos temblorosas sacudían las sogas y sentía como se enterraban más profundo den la carne abierta de sus muñecas.
¿Cómo había llegado hasta allí?
¿Qué había hecho mal para que lo considerasen el sacrificio perfecto?
El sonido de los tambores pareció aumentar a medida que se acercaban al altar sagrado; construido en mitad de un claro, con altos pilares de roca sosteniendo un techo de tejas pintadas en oro y decoradas con pequeñas figuras flotantes de madera que se cambiaban con cada sacrificio, pero siempre eran los mismos dos diseños; Gom y Holang-i, sus deidades protectoras. En el centro, una mesa de piedra lo esperaba, con gruesas argollas de hierro en las esquinas y una antigua inscripción en la base de roca, contando sobre la creación de Kkumo DanGun.
Jimin chilló cuando un chaman agarró sus cuerdas y lo arrastró fuera del yeongyeo, sujetándole del cabello con una mano y de las muñecas con la otra. Podía ver como algunas de las perlas en su cabello se caían gracias al brusco arrastre. Su hanbok blanco se descolgó un poco en torno a su cuello cuando fue empujado contra el altar, quedando a la altura de los hombros y mostrando las explosiones violáceas en torno a su cuello y pecho. Pero a nadie allí le importaba, era solo un sacrificio ¿Por qué tener compasión?
Tal vez merecía un mejor trato, después de todo entregaría la vida por su pueblo, las cosechas que se habían visto afectadas por las plagas volverían a crecer, las frías tormentas se detendrían y los animales salvajes dejarían de atacar a los pueblerinos desprevenidos en mitad de sus labores. Sí, debieron de cuidarlo mejor, pero había un detalle que arruinó cualquier buen trato en torno a Jimin; era un hijo de la sodomía.
—Por favor —rogó, estrujando entre sus manos las mangas de su hanbok descolocado. Las lágrimas mojaban sus sonrojadas mejillas debido al viento helado y la piedra bajo su cuerpo estaba tan fría que podía sentirlo calar sus huesos.
Gritó cuando las sogas en sus muñecas fueros atadas fuertemente en las argollas de mesa por encima de su cabeza, inmovilizándole. Lo mismo pasó con sus tobillos, siendo maltratados por un chaman furioso. Se mordió el labio intentando resistir todo lo que pudiese sin llorar, pero cada vez se le hacía más difícil.
Jimin pudo escuchar a uno de los chamanes hablarles a los demás, pero estaba tan agotado mentalmente que no prestó atención a sus palabras, concentrándose solo en el sonido de su propio corazón.
¿Algo habría cambiado si no hubiese besado a Hoseok?
Por tanto tiempo tuvo extraños sentimientos hacia su mejor amigo. Algo que iba más allá del simple cariño y rozaba con el deseo carnal. Pero no era un sodomita, como se le acusaba, solo era un niñato que se había enamorado de quien no debía. Si hubiese sido más precavido ¿Todo sería diferente? Probablemente no, porque seguía siendo un sacrificio y los chamanes lo supieron cuando su cabello paso del negro carbón al rubio trigo sin explicación, simplemente un día amaneció con algunos cuantos cabellos diferentes y para cuando llegó a los 17 años, toda su melena era de otro color.
—Noona —llamó a la única persona que tuvo compasión de él cuando se enteraron de su oscura desviación, sin embargo, a pesar de que la mujer le escuchó, no se acercó, demasiado asustada de las posibles consecuencias. Ambos, Jimin y ella, ya habían recibido un castigo por intentar escapar, pero a él ya no le importaba, iba a morir al final de la noche, así que solo quería decirle unas últimas palabras antes—. Noona —volvió a llamar.
Hyojeon le miró sin cambiar su postura, mordiéndose el labio y negando con la cabeza; no se acercaría.
—Lo siento —fue todo lo que dijo antes de empezar el camino de regreso a la villa.
—También lo siento —susurró Jimin, dejando caer la cabeza sobre la rosa lisa y permitir que las lágrimas fluyesen con libertad.
—Qué vergüenza que los dioses reciban un sacrificio tan sucio como tú —las palabras cargadas de veneno pesaron profundo en su pecho. Jimin había sido de los más devotos, apasionado por los escritos antiguos sobre la creación de Choson y como los reinos se habían erguido por sobre sus enemigos, creando alianzas fuertes y gobernando en paz. Algo que resultaba muy diferente a como era en Kkumo DanGun, que tenían que pagar duramente por la supervivencia—. Pero sigues siendo un Seonmul, sin importar que tan dañado estés —continuó, pasando la daga ceremonial por el cuello del menor—. Los dioses te han elegido a ti, no entregarte sería una falta total de respeto —estaba ocultando su propio odio tras las creencias de DanGun y Jimin lo notaba, como contenía su asco en un gesto inmaculado— Hoy estamos reunidos para entregarles a ustedes, nuestros guardianes sagrados, este cordero como agradecimiento por los años brillantes que han pasado —recitó, en voz alta y rodeado de otros cinco chamanes más que se mantenían en silencio, solo sosteniendo faroles en sus manos.
El viento helado los envolvió, sacudiendo las gruesas vestimentas ceremoniales, y el cielo se llenó de nubes oscuras que taparon por completo la luna bajo brillantes relámpagos—. Pedimos a ustedes, oh nuestros guardianes, que sigan protegiendo a Kkumo DanGun de las malas cosechas y los invasores, de las criaturas peligrosas y los malos pensamientos —en ese momento, viendo el filo de la daga brillar sobre su cuerpo, no pudo evitar rezar para sí mismo, pidiendo perdón e implorando misericordia.
—No abandones a quienes te alabamos, Gom-yang, síguenos brindando sabiduría para afrontar las decisiones difíciles —una pesada lluvia los azotó, pero incluso entonces, no se detuvieron—. No te olvides de nosotros, Holang-i-yang, sigue enseñándonos la valentía y el vigor que se debe tener para enfrentar la vida.
Jimin no sabía si el agua en su cara era por la lluvia o por las lágrimas, el sonido de la inesperada tormenta se alzaba sobre sus sollozos, impidiéndole incluso escuchar el rito del chaman. Los truenos eran cada vez más fuertes y el fuerte viento los había dejado en completa oscuridad.
—Ahora, recibe a esta alma criada para servir en tu nombre.
—¡No! —chilló Jimin, removiéndose en su lugar del terror cuando el cuchillo guio un camino directo hacia su pecho, pero solo rozó la carne a un cortado del abdomen, pues el techo del altar fue arrasado por un rayo que los dejó expuestos al furioso cielo.
Los truenos sonaban como los rugidos de dragones en medio de una pelea, chocando entre sí y lanzando ráfagas de viendo hacia todas partes. Los chamanes entraron en pánico, nunca había ocurrido tal cosa en mitad de un rito, pensaron que tal vez era por los pecados del sacrificio.
—¡Es él! —gritó uno.
—¡Es su culpa! —rugió otro.
—¡Termina con él rápido! —ordenó otro.
—Criatura maldita —dijo entonces el chaman que ejercería como verdugo—. ¡Has condenado a tu pueblo!
¿Lo había hecho? ¿Tan mala era su existencia como para haber hecho tal cosa?
Rogó perdón, incluso cuando los rayos comenzaron a caer a solo metros y uno de los pilares se cayó, imploró.
Para cuando la bruma pesada invadió el claro, llenándolo por completo e impidiendo siquiera ver el cielo, ya no había nadie. Los chamanes habían huido.
Jimin temblaba no solo por la fría atmosfera, sino también por el dolor de la herida en su costado que manchaba el hanbok blanco con su sangre fresca y caliente.
Entonces... ¿Así moriría? ¿Desangrándose en mitad del bosque? ¿Bajo una llovizna que le calaba hasta los huesos y una bruma que le impedía siguiera ver más allá de su propio cuerpo?
Era un final vergonzoso y triste.
Moriría solo.
Sin familia, ni amigos. Completamente abandonado a su suerte.
Dejó caer la cabeza a un lado con agotamiento, viendo una figura caminar entre la densa neblina ¿Un oso? Entonces ¿Sería comida por animales salvajes?
Mientras se acercaba, podía ver con claridad su pelaje oscuro mecerse con el viento cada vez más calmado, andando con elegancia, como si fuese un rey. Era una bestia hermosa.
Intentó mantenerse despierto cuando el animal estuvo a solo centímetros de él, acariciándole la mejilla con la nariz húmeda y fría, pero terminó cayendo inconsciente cuando lo que acarició su cabello no fue una garra, sino la mano de un humano.
Cuando despertó, pensó que estaba muerto, pero cambió de parecer cuando las sábanas que protegían su sueño eran demasiado suaves y cómodas como para pasar inadvertidas.
Se sentó en su movimiento rápido del que se lamentó cuando el dolor punzante al costado de su abdomen golpeó sus costillas y lo mandó de regreso al espacio entre todos los almohadones y pequeños cojines hermosamente bordados con cordel de seda. Apretó los dientes comprendiendo de que seguía vivo y al parecer, en cualquier otro lugar que no era Kkumo DanGun; lo reconocía por la perfectamente costosa y extraña decoración del que parecía ser una alcoba, solo por el simple hecho de que, si un lugar tenía una cama y cuatro paredes, se convertía automáticamente en una.
Las paredes, altas y de colores ocres llegaban tan alto que Jimin no alcanzaba a ver dónde terminaban, solo mirando la oscuridad del techo abovedado que no era iluminado, puesto que las lámparas de vidrio y papel encerado quedaban demasiado bajas como para llegar a tal altura. El piso de madera pulida era oculto montones y montones de alfombras tejidas en figurillas de paisajes, flores y figuras históricas, además de animales y algunos humanos haciendo labores comunes. Una chimenea encendida brindaba calor desde el otro lado de la habitación, en frente, una mesa baja de té con dos asientos mullidos.
La cama era amplia, enorme como nunca había visto una y suspendida en lo que reconoció como madera tallada, creando formas floreada llena de pequeños detalles brillantes que no reconoció en seguida, ya que en su pueblo los diamantes eran tan escasos como la carne de vaca. Una estructura tapizada se alzaba sobre él, dejando caer a cada lado cortinas semitransparentes con espirales de hilo dorado y un tipo de polvo brillantes que formaba más figuras en la tela.
Todo era demasiado hermoso, algo que solo encontrarías en el palacio de un rey. No, de un emperador.
Embelesado observó por tanto tiempo las pequeñas figurillas de madera colgando del dosel, cosas como estrellas y animales, que no se dio cuenta cuando la puerta del cuarto corrió a un lado y entraron personas delgadas y de facciones finas con trajes coloridos y entubados en sus delicadas extremidades. Pero no le sorprendió su exótica belleza, tampoco lo callados que se mantuvieron mientras cambiaban sus vendajes y lavaban su cuerpo sobre cómodos sillones hasta que la inexistente mugre se hubiese marchado. Eran sus orejas. Por encima del cabello lacio y oscuro que cubría sus cabezas, bien erguidas, se alzaban un par de orejas peludas, iguales a los de un lobo. También tenían cola, esponjosa y rizada que se mecía con sus elegantes caminatas.
—¿Es un sueño? —murmuró al encontrarse solo de nuevo. Pronto comprendió que tampoco lo era. La comida servida en bandejas de oro era muy real, también el agua con el que le bañaban cada día y la picazón que lo azotó cuando la herida en su costado había comenzado a cicatrizar.
Quiso aventurarse más allá de la habitación, descubrir en donde se encontraba y quienes era aquellas extrañas criaturas que se desvelaban por su bienestar. Pero tenía miedo.
Temía que al cruzar la puerta corrediza todo regresara a como era antes, estas encerrado en un oscuro cobertizo lleno de paja mojada y nada más que su propia piel para entrar en calor. ¿Y si al salir regresaba más atrás? ¿Tan atrás como para volver a los brazos de su madre? Tal vez podría evitar enamorarse de otro hombre y así cambiar su cruel destino.
Se paró sobre la cama en un momento de aburrimiento y sostuvo entre sus manos una de las figurillas; un oso, del tamaño de su pulgar y barnizado en un color marrón brillante. También alcanzó el tigre tallado a solo centímetros de su cabeza, acariciando la diminuta nariz con una uña.
Pero se resbaló cuando con las sábanas cuando el sonido de la puerta irrumpió, teniendo que sujetarse de ambas figurillas y arrancándolas sin querer para estrellarse contra el nido de almohadas.
—H-hola —saludó nervioso cuando los lobos entraron en la habitación, una fila perfectamente sincronizada, cargando consigo telas floreadas y cofres cerrados. Ninguno respondió, solo lo guiaron el silencio hacia el banquillo acolchonado donde lo tuvieron por una eternidad, vistiéndole con telas casi transparentes que dejaban demasiada piel expuesta, además de llenar su cabello con pequeños broches de oro, colgando sobre sus hombros una intrincada estructura de hilos dorados que no servían para nada más que decoración. Masajearon su rostro y colorearon sus pomposos labios con un tinte rosa que le supo agradablemente dulce.
Uno de ellos le sonrió en silencio, acariciando la línea de su mandíbula con suavidad, cosa que Jimin correspondió con pena, tocando el cabello liso del lobo y mencionando lo bonito que era.
Luego volvieron a su semblante tranquilo y prácticamente lo empujaron fuera de la alcoba.
Los pasillos eran largos y enormes, lleno de paisajes muy realistas y tapices históricos. Más adelante una de las paredes fue sustituida por pilares delgados separados por un par de metros, dejando ver un enorme jardín con árboles frutales y arbustos podados, con mariposas revoloteando alrededor y pétalos cayendo de alguna parte.
Abrió la boca en su gesto de asombro, pero no detuvo su andar, terminando frente una enorme puerta doble con inscripciones en un coreano demasiado antiguo que no sabía leer. Los lobos lo abrieron solo lo suficiente como para empujarlo dentro, haciendo que las decoraciones en oro tintinearan, cerrando detrás de él y dejándolo a merced de lo desconocido.
Este lugar era mucho más grande, con lámparas colgando del oscuro espacio en el techo, había pequeños conjuntos de muebles regados por todas partes, cojines enormes e incluso una pila inesperada de telas gruesas y afelpadas. Un par de sogas colgaban de alguna esquina que no alcanzaba a detallar bien y la cama parecía ser el triple de grande que la había usado para dormir. Pero su atención no duro mucho en la decoración, puesto que se dio de bruces con la presencia sobre uno de los muebles, alguien se levantó lentamente y giró hacia él.
—Por fin estas ante mí —habló, una voz tan grave que la sintió atravesar su piel y sacudir algo desconocido en su interior.
Jimin rebuscó en su interior alguna respuesta, pero solo encontró un caos incomprensible que lo dominó por completo, volviéndolo un cumulo tembloroso de incertidumbre y miedo.
El desconocido de cabellera marrón y largas pestañas se acercó despacio, casi como si Jimin fuese un pequeño ciervo a punto de empujar por un acantilado. Él era fácilmente unos 20 centímetros más alto, hombres anchos y piel bañada por el sol. Su hanbok era extraño, pensó que incluso no era uno tradicional, porque no había lazos que sujetaran la tela y lo único que evitaba que los pliegues se abriesen más allá de su esternón era el ancho listón en su cintura. Los colores eran suaves, un tierno color durazno junto a un tostado claro que caía muy bien con su piel bronceada, además del bordado dorado en las esquinas y pliegues del cuello.
Y Jimin pensó que era el hombre más apuesto que había visto en toda su vida. Abrió la boca para forzar alguna palabra y la cerró rápidamente cuando la cercanía se volvió irremediablemente pequeña, casi pecho con pecho, oh bueno, Jimin en realidad apenas y alcanzaba sus hombros con los ojos. El moreno alzó la mano en una caricia lenta sobre su hombro cubierto por el cordel de oro y le vio encoger el pecho por lo bien que se sentía el suave tacto.
—Eres tan hermoso —comentó, volviendo a encender algo dentro del rubio—. No sabes por cuanto tiempo he esperado a alguien como tú —Jimin pegó la espalda contra la puerta, pero no hubo escapatoria cuando el hombre sobre él lo sostuvo por la cintura, permitiendo que enterrase la cabeza en el hueco de su cuello y olfateara el olor embriagante de su piel—. Mi seonmul.
Un regalo. Jimin era su regalo, pero ¿Qué significaba? ¿No se supone que todos los sacrificios eran regalos?
Chilló cuando sintió como la lengua del desconocido subió por su cuello, llegando hasta el lóbulo de su oreja y mordisqueando un poco. Jimin pareció por fin salir de su burbuja de estupefacción y colocó ambas manos en el pecho semidescubierto del moreno, empujando lo suficiente para que alejase la cara y prestara atención a sus palabras.
—Señor —su voz apenas y se escuchó por encima de su corazón acelerado—. ¿Usted... me rescató?
El hombre le dedicó una sonrisa que derrumbó cualquier muro. Jimin apretó los puños, solo notando que todo este tiempo llevaba consigo las figurillas de madera. Debía de agradecer, arrodillarse y pedir disculpas por tantas molestias.
—No tienes que hacerlo —le escuchó decir, casi como si leyese su mente. Las decoraciones en su cabello tintinearon cuando el desconocido lo volvió a acercar, alcanzando a besar su coronilla mientras Jimin caía en un descenso confuso, porque le estaba gustando.
Le gustaba como el hombre parecía sostenerlo entre sus manos como si fuese una escultura de jade, acariciándolo tan delicadamente y brindándole un calor estremecedor.
—Señor-
—Sí —le interrumpió de repente—. Yo soy tu señor y solo me obedecerás a mí,
Jimin se estremeció, ahogando un sonido extraño cuando el hombre bajo su mano hasta el pliegue de ropa que no alcanzaba a ocultar por completo su muslo y se enterró en él, bordeando peligrosamente hacia un lugar que empezaba a despertar—. Mi señor —demandó, incomodo—. No puedo hacer esto, es indebido.
Él solo levantó una ceja, obligándolo a explicarse—. No soy una mujer.
—Eso ya lo sé —respondió velozmente—. No es muy difícil de notar —una sonrisa amplia y cuadrada le hizo jadear. Hermoso, simplemente hermoso—. Se cómo te sientes —comenzó, moviendo los pies lentamente hacia una dirección especifica—. Sé lo que deseas y cuanto lo necesitas.
El recuerdo difuso de Hoseok llegó a su mente, como su risa invadía el viento cuando solían jugar en los campos de trigo y el brillo de su piel cuando los atardeceres caían.
—No —la gruesa exclamación le hizo temblar—. No a él —dejó que su mirada lastimera cayera sobre el ceño apretado del más alto haciéndole comprender que robar su mente no iba a ser tan fácil como hacerlo con su cuerpo—. Jimin-ah, mírame bien.
Y se sacudió de estupefacción.
—Conocerás mi verdadero nombre y te olvidaras de todo lo que eras antes de llegar aquí —y lo besó, solo labios calientes estampándose contra los suyos y arrinconándolo contra el borde de la cama, lo había guiado lenta y silenciosamente hasta allí.
Un ardor dentro de él lo dominó, subiendo vertiginosamente por su vientre y causándole escalofríos que le hicieron gemir contra la boca del contrario. Abrió la suya en una busca desesperada por aire, pero recibió una lengua caliente en su lugar, explorando algo que pertenecía a él desde hacía tiempo.
Las figurillas se escaparon de sus manos cuando tuvo que sujetarse de los hombros del desconocido para no caer por el borde de la cama—. M-mi señor —balbuceó cuando su cuerpo fue levantado sin problema, siendo arrastrado hasta el centro de la enorme cama y a merced de alguien a quien no conocía en absoluto, pero deseaba de una forma tan desesperada que cuando volvió a sentirlo sobre él atrapó la boca del moreno con la suya. Y eso no hizo más que animarlo, desprendiendo los broches que sujetaban sus exóticos ropajes y abriéndolo como si de un paquete de tratase.
Piel blanca y rosácea le saludó, tersa y apetecible, siendo flaqueada en el pecho por botones pequeños y redondos. Los rozó con el pulgar, ganándose un sonido ahogado por su boca que tragó con gusto, apenas había comenzado y ya lo tenía temblando contra los almohadones.
Cuando los labios de Jimin fueron liberados, los ocultó con una mano, recapitulando el momento una y otra vez como un sueño del que empezaba a olvidar.
—Hermoso —le escuchó decir, bajando una mano por su cintura y tras sus nalgas, presionando contra un tesoro que ansiaba por poseer. Jimin no lo apartó, contuvo la intención de sujetar su muñeca, pero en cambió se prendó al cuello del moreno, cerrando los ojos antes las caricias de dedos escurridizos y eso fascinó al hombre, porque podía escuchar sus pensamientos, como parecía luchar contra sus propios deseos, creyéndose un pecador porque lo estaba disfrutando—. No tengas miedo —le susurró.
"Soy asqueroso" le escuchó pensar.
—No lo eres, en absoluto —respondió, lamiendo la comisura de sus labios y pidiendo que los abriese para él.
Jimin era solo un cordero demasiado sensible y delicado. No le costaría nada romperlo y era exactamente lo que quería.
—Jimin-ah —dijo, olisqueando su clavícula y marcando un camino húmedo hacia sus pezones, que mordió y succionó, lo que hiciese falta para que se olvidara de la intromisión en su ano.
Chilló y gimió, apretando la piel olivácea bajo la yema de sus dedos, pero sin enterrar las uñas.
—Jimin-ah, no sabes lo bello que te ves ahora.
Solo entonces y en medio de la nube brumosa de excitación, quiso gritar su nombre, aunque no lo conocía.
—Mi señor —pero él ya sabía lo que iba a preguntar y se lo concedió en medio de una caricia que se tornó brusca, porque agarró mechones dorados entre sus largos dedos y empujó hacia abajo, rompiendo tiras de diamantes y perlas que decoraban su cabello, haciendo que se regaran por la cama.
—Sé cuánto quieres decirlo —escupió, tragándose una risa—. Gritarlo, porque me necesitas.
Sus ojos entrecerrados y nublado por las lágrimas lo miraron con atención, porque se estaba deshaciendo gracias al dedos que masajeaba su interior con lentitud, siendo gentil.
Y el hombre de pestañas largas estaba deseoso por empezar el verdadero festín, tirar tan profundo de su virginidad una y otra vez hasta que no quedase nada, porque ahora le pertenecía.
—¡M-mi señor! —gritó, cuando un dedo más se unió al anterior y cavó hasta el fondo, buscando con vehemencia algo oculto que encontró casi al instante.
—Tan bonito —comentó—. El regalo perfecto para nosotros —y presionó más, arrancándole una exclamación a Jimin, porque había dolido de una manera deliciosa y quería más.
—S-sabe mi nombre —comentó en un momento de lucides—. Pero yo no sé el de mi señor.
Y la sonrisa cuadrada se tornó inexplicablemente oscura. Se ciñó sobre él mientras retiraba el listón amplio de su abdomen, abriendo por completó lo que comprendió por fin era un durumagi, y dejándole apreciar el cuerpo duro y el vigor vivo entre sus muslos.
Jimin se sintió sucio de que la boca se le humedeciera solo con la vista.
Gimió un poco más con los ahora cuatro dedos que rasqueteaban sus entrañas, mandándole olas de placer que golpean directamente en su pene palpitante, ganándose una explosión que mandó chorros blanquecinos contra su abdomen.
—Oh Jimin-ah, tan egoísta como para disfrutar solo —le reprochó él, divirtiéndose de verlo sonrojarse más de lo que ya estaba.
Su pecho subía y bajaba con su tranquila respiración, pero volvió a estremecerse cuando los dedos del moreno lo golpearon desde adentro, atacándolo un poco más antes de que sacarlos por completo y hacer sentía Jimin inexplicablemente vacío.
—Taehyung —su voz sonó más grave que antes y el rubio tuvo que soltar una pequeña incógnita para que volviese a repetirlo—. Mi nombre es Taehyung. Úsalo bien.
—Taehyung —susurró, la palabra picando en la punta de la lengua, como un secreto a voces que había olvidado. Tenía la sensación de haberla escuchado antes, pero ¿Dónde? No era un nombre común.
Jimin soltó un suspiro tembloroso y sonrió, embriagado por el orgasmo, derribando los restos de cordura de Taehyung, que se inclinó sobre él y enterró la cara en su pecho, ocultando el entusiasmo que se empezaba a desbordar. Era perfecto, tanto que no importaba el tiempo que pasase, no se aburriría de él.
El moreno apartó las prendas de sus hombros y sujetó las delgadas caderas de Jimin sobre sus piernas dobladas, acercándolo peligrosamente hasta su abdomen. El rubio se tapó la boca cuando el miembro duro y ansioso se restregó en sus nalgas, todo demasiado seco como para que pudiese entrar si hacerle gritar, aunque eso quisiese hacer, pero dañarlo no era su intención, le dejaría eso a su compañero.
Un tintineo resonó al otro lado de la habitación y Taehyung soltó una afirmación, ocasionando que la puerta se abriese y entraran varios de los lobos que Jimin había conocido días atrás. Por la sorpresa de tener espectadores, apretó las piernas alrededor de la cintura del moreno y ocultó el rostro entre los brazos, sujetando con fuerza las ropas desprendidas bajo su cuerpo, intentando tapar su pudor de la vista de otros.
Pero los lobos negros no lo miraron a él, sino a su maestro, bajando las cabezas con respeto y trayendo consigo bandejas llenas de comida y bebidas, principalmente fruta y delgadas botellas de vidrio con contenido colorido que olía delicioso.
—¿Un baño, señor? —imaginó la voz los lobos diferente a como realmente era, baja, barítona y atractiva.
—No, por el momento no, aún no hemos terminado —respondió, regresando la cabeza a la mirada avergonzada de Jimin tras sus brazos—. ¿Verdad?
Asintió, rezando por que se marcharan y no le siguiesen viendo en aquella sucia posición.
Taehyung sonrió divertido y con un movimiento de mano les pidió privacidad, volviendo a estar solos cuando la línea de lobos desapareció tras las puertas dobles—. Ya se han marchado, puedes dejar de esconderte —acarició su cadera mientras se llevaba un pedazo de manzana a la boca.
—Mi señor, debería de valorar más la intimidad —recriminó, estirando los labios en un gesto que derritió el corazón del moreno.
—¿Tú crees? —burló, dejando caer sus nalgas para destapar uno de los frascos y reír cuando Jimin se sacudió ante el líquido frio cayendo en su piel caliente—. Tal vez deba invitarlos a ver, eres todo un espectáculo.
Jimin quiso negarse a tal petición, pero solo lanzó un quejido de sorpresa cuando el líquido se calentó entorno a su miembro, regándose por sus muslos y mojando su entrada sensible. Una sensación excitante que le hizo sujetar la mano del contrario sobre sus caderas.
—¿No te gusta la idea? —continuó jugando—. Que vean cómo te toco —su mano viajo hasta su pene nuevamente despierto y tambaleante, la punta rosada y húmeda demasiado apetitosa como para que Taehyung pudiera evitar lamerla, disfrutando del agudo gemido que recibió—. ¿Quieres hacer una pequeña apuesta? —Jimin no respondió—. Parece que te encanta guardar esa linda voz para ti mismo. Si te mantienes en silencio los siguientes cinco minutos, me detendré y podrás descansar en tu propia habitación.
¿Se supone que eso era un premio?
—¿No te gusta?
—No —su voz salió antes de que pudiese pensar bien—. Digo... ¿Es lo que usted quiere?
Taehyung sonrió—. Solo es un juego, Jimin-ah.
Entonces asintió, aceptando algo de lo que no estaba seguro.
—Bien, pero no puedes tapar tu boca con las manos, es trampa.
Sus ojos escocieron cuando vio su propio pene desaparecer en la boca del moreno y entendió que iba a ser una completa tortura el no poder hacer ningún sonido. Lo masajeo deliciosamente, la lengua recorriendo todo el pedazo de carne y mordisqueando el glande. Jimin apoyó los pies en la cama y levantó más las caderas cuando una succión le envolvió y lo sacudió, atrayendo consigo el sabor del líquido transparente que sabía a gloria.
Abrió la boca para soltar un fuerte gemido, pero la ahogo al instante en su garganta y Taehyung sonrió aun con la boca llena, sabiendo que hacer para que perdiese la absurda apuesta, porque iba a ganar de todas formas.
Apretó sus nalgas y se llenó las manos del líquido caliente que empezada a escurrir hacia su espalda. Con una lo sostuvo de la columna y enterró los dedos de la otra en el orificio palpitante y ansioso, buscando de nuevo ese punto especial que lo haría ganar.
—¡Señor! —gritó Jimin cuando algo en su interior vibró e hizo que sujetara los cabellos marrones hacia abajo, enterrado la nariz de Taehyung en su pubis lampiño y derramándose en su garganta. Apretó los dientes y jadeó, sacudido por el placer que no había conocido antes.
Taehyung apartó la mano de su pelo y levantó el rostro, abriendo la boca para mojar el miembro con su propia semilla, dejándole a Jimin una imagen demasiado sucia y excitante que le encantó. No lo recostó en la cama, siguió sosteniendo sus caderas y las regresó hacia su vientre, volviendo a restregar su miembro emocionado entre las nalgas ahora húmedas y listas para recibirle.
—Has perdido —canturreó, Jimin estaba exhausto como para darle la contraria, se había corrido dos veces y sentía que si lo volvía a hacer desfallecería—. No te duermas, apenas he comenzado.
—M-mi señor —balbuceó—. No puedo más.
—Oh si que puedes —jaló de su brazo cansado y lo sentó sobre sus muslos, dejando que apoyara la frente en su hombro porque seguía siendo mucho más grande que él—. Te encantará aún más —acarició su hombro, rompiendo con las manos los hilos de oro que lo decoraban y por fin teniéndolo completamente desnudo. Besó su sien e hizo un camino húmedo desde su mejilla hasta su boca, entrelazando las lenguas y mordiendo los labios desgastados y rojos.
Abrió sus nalgas, frotándose una vez más contra él antes de presionar un poco y empezar a entrar, teniendo que morderle el hombro para que no se apartase por el escozor de su anillo muscular abriéndose para recibirle—. S-señor, espere —rogó a duras penas, sus inútiles brazos envueltos en su cuello mientras aun mantenía la carne entre sus dientes—. Es m-muy grande ¡uh!
Lo ignoró por completo, concentrado en como su interior se amoldaba a él conforme llegaba a la base. Todo de él eran temblores intermitentes, respiración entrecortada y paredes húmedas que lo calentaban. Park Jimin, ese muchacho de pueblo era un verdadero tesoro.
Su cuerpo pequeño se enterró en medio de los brazos bronceados, manos grandes atascando los pies pálidos en su espalda para poner sujetarlo más fácilmente por los muslos, pero no se movió hasta que Jimin se meció inconscientemente, buscando un poco más de fricción.
—¿Te gusta?
El rubio apartó la vergüenza y respondió—. Se siente bien.
Y se sintió aún mejor cuando Taehyung lo levantó casi hasta la punta y dejándolo caer de golpe, repitiendo la acción tantas veces que Jimin se volvió una bola balbuceante y caliente, aprendiendo a mantener un ritmo continuo que el moreno ya no tenía que guiar.
Sus entrañas quemaban, siendo golpeadas suavemente y mandando descargas eléctricas a tu propio pene despierto por tercera vez, demasiado sensible y rojo como para no gemir al tocarlo.
Jimin se enamoró de la forma en la que Taehyung jadeaba, bajo y gutural. Sudor bañando su rostro y pecho, dándole una imagen más compasiva de la que tenía cuando entró a la habitación tiempo atrás. Los mechones oscuros se pegaban a su frente y danzaban con el vaivén del pequeño cuerpo auto-empalándose. Cuando el mayor por fin se aseguró de que Jimin estuviese perfectamente adecuado a él, fue que lo empujó contra la cama, agarrando sus rodillas y jalando.
Enterró los dedos en la carne de sus muslos y se empujó dentro, arremetiendo con más rapidez y fuerza, convirtiendo a Jimin en un desastre de quejidos y gritos. Se corrió una vez más, el semen siendo solo una minúscula tira por haber sido sobre estimulado tantas veces, pero eso no detuvo al moreno, golpeando la piel de su estómago desde su ano y llevándose por delante aquel punto dulce y doloroso.
—M-mi señor- ah- —puso una mano en su abdomen, pero fue inútil hacerle parar. El dolor empezaba a ser más fuerte que el placer y por alguna razón, no le disgustaba—. Por favor deténgase.
Le ignoró deliberadamente, buscando su propia liberación, ansioso por llenarlo una y otra vez.
—¡Taehyung! —gritó. Tenía las sábanas agolpadas en sus puños y el rostro lleno de lágrimas. Escuchar su nombre no le hizo detenerse, pero fue un estímulo tan delicioso que con solo dos estocadas más explotó dentro de él, una cantidad inhumana haciendo presión en su vientre y escapándose por los pliegues sueltos de su anillo.
Un par de empujones húmedos mancharon los muslos de Taehyung, derramando el líquido blanquecino sobre las sábanas y espalda de Jimin. Su cabello trigo estaba hecho un desastre, al igual que su labios hinchados y mordidos. Tenía un círculo oscuro bajo la mandíbula, otros más en cada pezón y una mordida fresca en el hombro, lo suficientemente fuerte para que se viera, pero no para que sangrara.
Su mente vagaba entre el sueño y la inconsciencia, no tenía fuerzas para decir nada.
Taehyung se lamió los labios, bajando para regalarle un par de besos cortos en el rostro—. Lo has hecho bien —canturreó—. Fuiste tan bueno para mí, recibiéndome con obediencia —las felicitaciones parecieron despertarle lo suficiente para sonreír un poco.
Entró en un bucle de preguntas, pero las espantó con solamente la idea de servirle a Taehyung. Si entregarse a él era su nueva labor, la cumpliría con ímpetu.
Despertó minutos más tarde, con la sabana cubriéndole las piernas y un sabor dulzón en la boca—. Abre —le ordenó Taehyung—. Debes comer.
Dejó caer una fresa en su lengua y le beso después de tragarla.
¿Y todo era un sueño? ¿Un sueño demasiado real? ¿Qué pasaría cuando las altas paredes decoradas desapareciesen? Ya no habría camas calientes, ni luz tenue para espantar las pesadillas, ni comida que llenase su estómago o alguien que le ayudase a desenredar su cabello en las mañanas. Tampoco estaría Taehyung, con su sonrisa cálida, su voz gruesa y atractiva, sus brazos fuertes y sus caricias delicadas.
No habría nadie que le besara con dulzura.
—No pienses eso —le escuchó decir—. No iras a ninguna parte —los dedos largos recorriendo la línea de su mandíbula y lo atrajeron para un beso casto—. Te cuidaremos, no volverás a sufrir por nada —tan vulnerable como estaba, no entendería en absoluto la posición en la que se encontraba, dejaría que el tiempo calmase las aguas y entonces le explicaría. Esperaba que eso pasase antes de que su compañero regresase de sus propios negocios.
Vertió un poco de agua en sus labios secos del menor y lo acostó en su pecho, viendo sus largas pestañas revolotear—. Mi señor —susurró—. Gracias...
- Yeongyeo: Carroza de espíritus (Donde se transporta a personas importantes).
- Gom: Oso.
- Holang-i: Tigre.
- Seonmul: Regalo (Para los dioses tiene una connotación sexual).
- Kkumo DanGun: Pequeño DanGun (Locación).
- Hanbok: Vestimenta tradicional coreana.
- Durumagi: Saco grande y con mangas que va encima del hanbok (En hombres).
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