LVIII

Lamento la tardanza

Esa misma tarde, volvieron a casa en silencio.

Minseok estaba terriblemente intrigado por lo que pasaba en la cabeza de su novio. Jongdae estaba raro, pero no era algo reconocible, no podía adivinar sus pensamientos y estos eran algo que, con el tiempo, había logrado intuir naturalmente. Nunca lo había visto así, era como si estuviera... Ofendido, exasperado por algo que aún no tenía del todo claro. Volvió sobre sus pasos, intentando descubrir si había metido la pata de alguna manera insospechada, si algo se había salido de sus cálculos sin quererlo, pero a simple a vista no encontró nada. Jongdae había sido completamente normal hasta esa mañana después de que Nika los visitara, ¿estaría celoso otra vez? Agitó la cabeza ante la posibilidad, si fuera así se hubiera dado cuenta, lo conocía en ese estado.

Se formó un nudo en su garganta porque a pesar de no tener pistas de lo que sucedía, creía que aquella molestia iba dirigida específicamente a él. Habían pasado por mil discusiones, habían tenido mil desentendidos, pero en esa ocasión, por primera vez, sentía que Jongdae no deseaba estar a su lado.

Contuvo el aliento cuando sintió que lo tomaba de la mano y lo apretaba con fuerza, no se preocupó por si alguien los veía, agachó la cabeza y mordió su labio con fuerza. Entendió el gesto sin ni una sola palabra de por medio, no se trataba de una muestra de apoyo o de cariño, Jongdae le estaba pidiendo perdón.

Quiso romper en llanto allí mismo, ¿perdón por qué?

Sobrevivieron a duras penas bajo el mismo techo y para la hora de ir a la cama, Jongdae ya se había dormido en el sillón con el televisor encendido. Minseok lo apagó y se lo quedó viendo por un largo rato, evaluándolo, pensando y repensando. Consideró preguntarle si iría a la cama con él, pero simplemente no tuvo el valor, temía oír su respuesta.

Probablemente Jongdae se hubo dormido allí a propósito para evitarlo.

Cuando se despertó por la mañana, lo descubrió guardando sus cosas en su bolso de mano. Inmediatamente lo invadió una desesperación sin igual, algo estúpido considerando que sus padres volvían en dos días y ya no podían seguir manteniendo esa vida de ensueño, además los padres de Jongdae debían estar más que preocupados, lo lógico era que volviera pronto. Antes se lo había aconsejado, pero quería que se fuera porque debía, no porque quería, ¿era egoísta? En realidad, si pudiera tenerlo a su lado por mucho tiempo más, lo haría con gusto, pero entendía que Jongdae no estaba sintiéndose bien.

No estaba bien con él alrededor, lo percibía.

Aclaró la garganta. -¿Te vas?- Preguntó con la voz afectada.

Jongdae tensó sus hombros todavía de espaldas, pareció un criminal descubierto en mitad de su fechoría. -Sí.- Contestó. -Creo que ya es momento.

Un rato de tenso silencio y quietud, y entonces continuó doblando su ropa de forma mecánica. No había llevado demasiado, Minseok se cuestionó si tardaba tanto en guardarlo todo a propósito. Se adentró en el salón y lo observó impotente de brazos cruzados un momento más, esperando que hable, que hiciera algo, que sucediera algo, vaya a saber qué.

-¿Pensabas decírmelo?

-Claro que sí.- Jongdae respondió al instante, lo vio a la cara aunque desvió la mirada enseguida. -No quería despertarte, sólo es eso.- Balbuceó.

Si poder evitarlo (aunque tampoco sabía qué es lo que quería evitar), lo vio cambiarse de ropa después de acabar con su holgado equipaje. Lo siguió como un perro faldero lastimoso por toda la casa mientras se movía, no se le ocurrió decirle otra cosa, las palabras no le salían. Jongdae se veía aseado, ¿a qué hora se había despertado? ¿Durmió siquiera? En la entrada, lo vio colgarse las tiras del bolso al hombro y abrir la puerta, la respiración de Minseok era errática cuando se estiró para cogerle una mano. Lo detuvo porque le daba pánico que le diera la espalda, que ni siquiera lo mirara, desde que lo conoció siempre fue así.

Siempre estaba por delante.

-Jongdae...- Susurró su nombre, no tenía idea de lo que estaba haciendo, en esos instantes era puro instinto.

A través del tacto sintió como sus músculos se tensaban un momento antes de que se volviera y lo besara, fue un gesto inquieto por parte de ambos, como si no supieran cómo hacerlo. Jongdae se separó y apoyó la frente sobre su hombro, le faltaba el aire. Minseok estaba contra la pared viendo a la nada.

-¿Qué estás haciendo?- Su voz fue apenas audible.

Jongdae tomó una temblorosa respiración. -Lo siento.- Susurró. -Lo siento, esto es...- Se irguió y lo miró a los ojos con dolor, algo estaba atormentándolo y aunque a duras penas podía mantenerse estable, enmarcó su rostro con ambas manos y le sonrió como pudo. -Tienes que esperarme, ¿bien? Sólo un poco más, un poco más.

Lo vio con confusión. -¿Qué...?

-Minseok.- Lo frenó tajante. -Tengo que encargarme de algo.

Ahora le frunció el ceño. -¿No puedes decirme de qué se trata?

Él negó quedamente. -Yo... Minseok, yo a ti...- Era como si estuviera costándole una vida pronunciar palabras, al final suspiró con resignación. -¿Me esperarás?- Volvió a preguntar en su lugar. -¿Lo harás?

Minseok entrecerró los ojos, más consternado que nunca. ¿Qué significaba esto? ¿A dónde se iría? ¿Por qué tendría que esperarlo? Jongdae parecía tembloroso y desesperado, pero notó la resolución en su mirar y, de alguna manera, entendió sus palabras como una especie de promesa. Sí... Se encargaría de lo que sea que debía, luego regresaría a él y cuando lo hiciera, sería para mejor. La noche que abrió su corazón por primera vez y contó sus miedos, Jongdae había dado un paso decisivo no sólo en la relación que mantenían, sino también en su vida. Tenía que recordarse no ser tan egoísta, debía pensar en los dos como uno, si su novio le pedía que lo esperara tenía que confiar.

Lo que sea que quisiera saber, lo sabría a su debido tiempo.

Hizo un solo asentimiento, intentó imprimir la mayor cuota de firmeza en él. -Sí.- Dijo con una intensa mirada, Jongdae tenía que sentir que contaba con su apoyo.

Y sólo eso bastó para que su novio se alejara con la espalda más recta y un aura de decisiva iniciativa.

******

Jongdae estuvo minutos enteros frente a la puerta de su casa sin hacer más que enfocar el pedazo rectangular de madera con pánico.

En ese escaso tiempo, se dedicó a apretujar las correas de su bolso con nerviosismo y a preguntarse cómo demonios encararía a sus padres después de tantos días sin verlos. Era la primera vez en su vida que pasaba tanto tiempo separado de ellos, se sentía como un niño pequeño yendo de viaje de excursión con su clase, alejándose por primera vez de sus progenitores por más de una tarde con toda la emoción y el miedo que eso provocaba. Sus inseguridades lo pasearon por mil escenarios y mil opciones, algunas válidas, otras no tanto, pero sus rápidas cavilaciones (porque ya no podía quedarse más rato rondando el frente de su casa como un criminal sospechoso) derivaron en una premisa máxima: no podía volver sobre sus pasos.

Lo que dijo durante la última discusión que tuvieron fue real y no se arrepentía, porque fueron palabras que había mantenido atrapadas en su sistema durante años. Por más dubitativo que se encontrara sólo debía contestar a dos únicas preguntas: ¿deseaba seguir como hasta el momento? ¿Le daba igual mantener la fachada de hijo perfecto frente a sus padres? La respuesta, obviamente, era no a ambas. Y de todas formas, tampoco hubiera podido en caso contrario, difícilmente sus padres dejarían pasar su actitud fuera de lugar.

Y ese era el porqué no podía girar el pomo de una buena vez y atravesar el umbral.

Consideró cortamente qué decir y cómo decirlo, las ideas estaban ahí, flotaban en su mente desde siempre, pero volverlas oraciones lógicas que otros pudieran entender era complicado. Al final, un poco para justificar su actitud y no sentirse tan miserable, se dijo que no era asunto suyo que en la cabeza de los demás no cupiera que quería ser un chico libre de cualquiera atadura y prejuicio, era algo tan simple como eso.

Quizás tendría que dejar de enroscarse tanto y hacer las cosas igual de fáciles. ¿Cómo enfrentaría Minseok esta situación?

Compuso media sonrisa cargada de ironía. -Por supuesto que sería millones de veces más decisivo.- Murmuró, su voz se volvió una octava más grave. -Él no es...

No es inservible como yo.

Oyó ruidos del otro lado, una voz amortiguada, alguien preguntando algo. Su corazón comenzó a latir rápido instantáneamente y antes de poder pensar en algo más, alcanzó el picaporte y se adentró con el rostro de su novio fijo en la consciencia. Se frenó en seco en el recibidor porque no muy lejos, a tan sólo unos tres metros, estaba su madre igual de tiesa, viéndolo con un par de ojos enormes llenos de incredulidad. Vestía pijamas, cosa muy extraña considerando que ya estaban sobre el mediodía, cubría sus hombros con un chal de lana que recordaba muy antiguo y se veía... Como envejecida, su cabello era opaco, su mirar estaba apagado.

Un nudo ahogante y doloroso se instaló en su garganta porque conocía esa imagen, su madre se había visto exactamente igual después de que su hermano falleciera.

No llegó a decir ni media palabra cuando ya la tenía colgada del cuello llorando lastimosamente, abrazándolo con una fuerza que no sabía que poseía. Se contuvo para no acabar llorando también, sentía tanta vergüenza de sí mismo que ni siquiera atinó a devolverle el abrazo. Su mamá se sentía pequeña y menuda contra su cuerpo, de repente le hizo ver que ya no era un niño, ahora se cernía sobre ella, era muchísimo más ancho. Mordisqueándose el labio inferior con los ojos aguados, levantó la vista para descubrir a su padre más allá, observando la escena desde el marco de la puerta que llevaba al salón. Parecía contrariado y al discernir sus ojos igual de llorosos, se dio por vencido y dejó que las amargas lágrimas resbalaran por sus mejillas.

Después de que su madre se apartara y continuara sollozando entre palabras inentendibles, acariciándole el rostro como si se tratara de un tesoro precioso, se alejó suavemente de ella, dejó caer el bolso a un lado y se arrodilló junto a este. Justo así frente a ambos, unió las manos sobre el suelo delante de su cuerpo y apoyó la frente sobre estas, ofreciendo tanto sus disculpas como su respeto en aquella reverencia. No se arrepentía del camino que escogió y estaba siguiendo, pero lo menos que podía hacer después de causarles tanta angustia era pedir perdón. Quizás no fueran los padres soñados (¿existían de esos acaso?), pero conocía de primera mano el dolor por el cual pasaron perdiendo a un hijo de forma trágica, no fue su intención que se creyeran a punto de perder otro.

Minutos después, los tres estaban sentados en la mesa familiar, Jongdae a un lado, su madre en frente y su padre en la punta. Había tazas de té humeante frente a ellos, no supo quién las preparó, la verdad es que no era capaz de mirarlos directamente, estaba demasiado ocupado intentando juntar valor para encararlos de forma correcta. Tomó una profunda respiración y se irguió para beber un sorbo, aprovechó a darles un fugaz vistazo, su madre había dejado de llorar, pero tenía el rostro enrojecido, su padre, sorpresivamente, tampoco podía mirarlo y simulaba estar pensativo.

-Lo siento.- Fue lo primero que dijo.

Su madre le regaló una sonrisa temblorosa. -Lo importante es que estás bien.- Una pausa. -Y estás con nosotros.- Agregó.

Jongdae aclaró su garganta. -No debí irme de repente y por tantos días, perdónenme.- Insistió.

Seguido a eso nadie dijo nada, el silencio era intenso, abrumador, no lo soportaba. Mientras se preguntaba cuáles deberían ser sus siguientes palabras, volvió a pensar en lo que haría Minseok en una situación así. Era tan terco como él, pero mucho más corajudo, podía imaginárselo arremetiendo con sus ideas, repleto de sarcasmo y resuelto como nadie, con miles de temores y fantasmas asediándolo, pero aun así firme. Al final, consideró que después de tanto tiempo observando a su novio y conviviendo con él, tenía que asegurarse de sacar lo mejor de su tiempo juntos. Minseok no sólo debía ser su apoyo y fuente de consuelo, perfectamente podía servir como inspiración y fortaleza.

Sintiendo una pequeña luz de confianza en su consciencia, volvió a llenar sus pulmones de aire y levantó la mirada, haciendo puños con la tela de sus pantalones.

-Eomma, appa.- Los llamó intentando que su voz fuera lo menos inestable posible, ellos lo miraron enseguida. -¿Quién soy yo?- Ante la pregunta parecieron desorientados, entonces agregó: -Cuando me ven, ¿me ven a mí? ¿O ven a mi hermano?

Ahora sí que los dejó sin palabras y creía, por la tortura en sus miradas, contritos. Pero no estaba allí para echar culpas, eso ya no tenía sentido y los arrastraría a todos a un callejón sin salida cuando, lo verdaderamente importante, era ser libres. Un poquito más seguro que antes, se concentró en mantener la respiración acompasada y continuó con su descargo.

-Sé cuán importante es para ustedes el estatus, y en cierta medida lo entiendo, pero al final, sus propios intereses terminaron por hacerme infeliz.- A mediad que hablaba, sus palabras eran más fluidas, esperaba no alterarse porque creía estar haciéndolo bien. -La presión de tener que suplir a hyung siempre me atosigó.

-Creímos que era lo que tú querías.- Interrumpió su padre, su voz grave era la misma de toda la vida, pero mucho más suave que la última vez sin dudas.

Jongdae entreabrió los labios, pero los cerró al instante. No, aún no podía decirles la verdadera razón por la cual tomó el lugar de su hermano, no podía confesarles la raíz de su culpa. Por mucho que se lo mereciera, todavía temía ser odiado.

-Lo hice para verlos felices a ustedes.- Dijo parte de la verdad.

-Oh, cariño...- Oyó el quedo susurro de su madre, no quería mirarla porque si estaba a punto de llorar otra vez, entonces él lo haría también.

-Nunca pudimos saber las razones de hyung.- Pronunció más afectado, era imposible hablar en voz alta del tema con completa normalidad. -Pero puedo entenderlo, ahora sí puedo... Al menos eso creo. Me siento mal, appa, eomma.- Los miró a los ojos, siendo sincero por primera vez. -El peso en mi mente y en mi corazón es demasiado, ya no puedo lidiar con él ni con todo lo que he arrastrado hasta ahora. Yo...- Entretejió una mano en sus cabellos. -Lamento no haber hablado antes, pero estoy hablando ahora. Ya no puedo más.- Su voz sonó ahogada porque el llanto lo gobernó.

Sintió unos brazos menudos rodeándole los hombros y cuando giró con la vista nublada, encontró a su madre que en un parpadeo se había movido a su lado y lo veía con ojos acuosos, manteniendo una sonrisa trémula y cargada de dulzura a la vez, una mezcla extraña que lo hizo querer llorar con más fuerza.

-Jongdae, hijo...- Acarició su mejilla con suavidad. -Si hay algo de lo que nunca debes dudar, es de nuestro cariño por ti.- Hizo una pequeña mueca, casi imperceptible. -Hemos hablado mucho con tu padre estos días, entendemos que eres una persona diferente a nosotros, diferente a cualquiera,- Aclaró. -Por eso es más que lógico que veamos y sintamos las cosas de distinta manera.

-Lo que queremos decir,- Interrumpió su padre, su tono recatado, como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras. -Es que seas como seas o decidas lo que decidas, nuestro cariño lo vas a tener siempre.

-Amor mío,- Su madre redirigió su atención, enmarcando su rostro con cariño. -Comienza a ver por tu propia felicidad.- Las palabras estuvieron teñidas de una desesperación y sinceridad tan patentes, que Jongdae se sintió estremecer entre sus manos. -Ya no te preocupes por nosotros, ¿entiendes? Es... Por favor...- Un ataque de llanto la hizo soltarlo y cubrir su rostro.

-Lo sentimos, Jongdae.- Prosiguió su padre por ella, colocó una mano sobre su hombro, se sentía pesada y caliente, y lo encaró con una mirada atormentada que se le clavaría en el alma para siempre. -Nos avergüenza estar diciéndote estas cosas porque deberían ser obvias para todos, nosotros... Por Dios, nos cegamos por completo, no sabíamos...

Pocas eran las veces en las que su padre se quedaba sin palabras, sin nada que poder decir en absoluto. Lo vio boquear un par de veces antes de agachar su rostro con resignación, como si no hubiera nada más que pudiera hacer, tanto él como su madre se veían totalmente impotentes. Con una roca atascada en la garganta que le impedía tanto hablar como pasar saliva, se estiró para rodearle con afecto una mano a su padre, brindándole algo de consuelo, se dio cuenta de que sus extremidades no eran tan grandes y masculinas como recordaba.

-Perdimos a un hijo por creer que era feliz.- Dijo la voz abatida de su madre. -No vamos a hacer lo mismo contigo. No volveré a perder mi corazón por aferrarme a lo que creo que es correcto.

-Mamá...- La palabra brotó de los labios de Jongdae como un susurro conmovido.

-Intentamos darte amor de la forma que consideramos adecuada, ¿lo sabes?- Prosiguió su padre.

Lo miró y asintió muchas veces seguidas. -Sí. En verdad los entiendo.

Su madre fregó su rostro y clavó los ojos en su marido. -Y debemos entenderlo a él.

El otro sólo dio un tieso asentimiento.

Jongdae no logró conciliar el sueño aquella noche, su cama era incómoda. Ya no tenía tanto que ver con el ambiente, realmente se sentía más liviano después de haber volcado todas sus frustraciones y hacer claras sus exigencias, era más bien como... Si el colchón fuera demasiado extenso, muy enorme para una sola persona. ¿Qué tanto pudo haberse acostumbrado a su novio en el período de unos cuantos días? Su mente le dijo que era absurdo, pero su corazón lo echaba de menos.

Y a la vez, le decía que estaría más seguro lejos de él.

¿Por qué? Se preguntó mil veces, incluso entredormido creyó pensar en el tema. ¿Por qué no podía bajar la guardia alrededor de Minseok? Le gustaba estar con él, eso era indiscutible; Minseok lo hacía reír, lo hacía sentir cálido y querido, pero incluso desde el principio estuvo reteniéndose inconscientemente. Era fácil bromear y divagar sobre trivialidades, pero siempre cuidó qué decir cuando las cosas iban más allá, pensó dos veces qué dejar ver, cómo comportarse, qué mostrar y que no mostrar por nada del mundo. Todo el tiempo lo gobernó una gran desesperación por ocultarle las cosas malas y desastrosas, por no dejarle intuir lo que era en realidad. No quería que Minseok lo tuviera en baja estima, no quería que pensara que era cualquier cosa menos un ser humano digno y capaz.

Porque la realidad era que Minseok lo hacía sentir bajo. Muy bajo. Casi inútil.

La vida fue fácil hasta que él se apareció campante con sus ideas sobre libertad, con su familia maravillosa, una hermana que adoraba y unos padres comprensivos, un trabajo como ilustrador que para muchos sería poco conveniente, pero que para él significaba un sueño a cumplirse. Jongdae estaba bien dejándose la vida en el estudio porque era lo que se esperaba de él, estaba bien siendo el mejor del instituto y sacando notas sobresalientes, recibiendo las alabanzas de los docentes y directivos. Las alabanzas de sus padres. Cada vez que sus dedos sostenían una hoja con un número cien en ella, se quedaba aliviado, se sentía satisfecho.

Pero entonces Minseok lo alborotó todo con su personalidad franca e indiferente a las normas, con su valentía para encararlo todo, su forma tozuda de avanzar en sus resoluciones, una demostración pura de la fidelidad al ser propio. Jongdae lo vio. Lo vio hacer nuevos amigos, lo vio enfrentar sus fantasmas, lo vio confiar y ser honesto, lo vio reír de forma verdadera, lo vio deshacerse de sus cadenas y salir corriendo hacia adelante, dejándole sólo la visión de su espalda al final.

Y luego se miró a sí mismo, y se dio cuenta de que a su lado era menos que nada. Y entonces comenzó a preguntarse qué había estado haciendo hasta el momento, por qué no tenía aspiraciones, por qué la satisfacción de antes ahora le parecía falsa, por qué dejó de estar seguro sobre todo para comenzar a desconfiar de cada pequeña cosa. Por qué...

¿Por qué no podía ser como Minseok?

El resto del día dio vueltas sin sentido alguno. Su madre parecía desvivirse por llenarlo de atenciones, su padre era muchísimo más suave y compresivo de lo normal. Cuando ella dejó de lado lo que estaba haciendo para intentar prepararle su propio té, algo que tranquilamente podía hacer solo, tuvo que aclararle que estaba bien, que no le pasaría nada. Ella no supo cómo tomárselo, probablemente tuviera miedo de perderlo de vista y que desapareciera, así que la abrazó muy fuerte para brindarle confianza y, a la vez, intentó que el calor maternal le diera fuerzas o más integridad. Trató de probarle sin palabras que en verdad no necesitaba nada exagerado, sólo su apoyo.

A la mañana siguiente, muy temprano mientras su padre se alistaba para ir a trabajar y su madre estaba secando los trastos, se abrigó para protegerse del frío invernal.

-¿A dónde vas?- Cuestionó la mayor con curiosidad.

Él carraspeó de camino a la puerta. -A ver a hyung.

Los otros dos se quedaron callados por un instante. Luego su padre asintió y su madre sonrió con dulzura.

-¿Vuelves para el almuerzo?- Fue todo lo que preguntó y Jongdae lo agradeció.

-Sí.- Contestó suspirando de alivio, y se fue.

Sentía un gran desasosiego siempre que visitaba el cementerio. No lo hacía tan a menudo como sus padres, sólo durante el aniversario; en esa ocasión sin embargo estaba extrañamente tranquilo, tal vez debido a que el peso de su hermano en la consciencia se había vuelto considerablemente más liviano. Siempre bebía un trago de soju en su memoria, pero esa mañana llevó su alfajor favorito, los vio en el escaparate de un kiosco y recordó que Dohyun solía tener decenas de esos escondidos por doquier. Como hermano mayor jamás le negó nada, sólo cuando le pidió uno de esos bocadillos se vio reacio a compartir. Debieron haberle gustado muchísimo y por eso creía que estaría más feliz con eso que con un ramo de flores.

Se quedó demasiado tiempo parado frente a su lápida, en vez de hacer una reverencia hasta el suelo como tenía acostumbrado, esbozó media sonrisa y chocó su puño suavemente contra el cemento de la tumba.

-Hola, hyung.

Se puso de cuclillas y dejó el alfajor sobre la superficie, entonces encaró de lleno el cielo y se quedó en silencio y sin hacer nada por un largo, largo rato. Era extraña la paz reinante en ese tipo de lugares, no importaba cuan próximos a la ciudad se encontraran, siempre habría silencio y calma.

-Hyung,- Volvió a hablar, sentándose con las piernas cruzadas sobre la hierba recortada. -Tengo un novio.- Sonrió. -Sí, no me equivoqué, dije novio. Aún no se lo conté a papá y a mamá, ¿cómo piensas que se lo tomarán?- Hubo una pausa, no era como si fueran a contestarle, pero la hizo de todas formas. -Con tus recuerdos de seguro creerías que mal, pero después de que te fuiste ellos cambiaron... O bueno, lo intentan.

Pasó una mano por la superficie de la construcción y se sacudió el polvo que se le quedó pegado a la piel. ¿Cuándo fue la última vez que sus padres lo visitaron? Siempre limpiaban el lugar y le dejaban flores frescas. Tomó una profunda respiración y se preguntó qué rayos hacía hablándole a la nada, o al recuerdo de su hermano, pero se convenció de que lo necesitaba. En realidad, lo sentía así.

-Lamento no venir más seguido, no...- Mordisqueó sus labios tras un breve silencio. -Siempre me condicionó tu existencia, incluso cuando te fuiste continuó siendo así, Dohyun.- Se atragantó con las palabras que estuvo a punto de decir, pero se obligó a continuar. -Ya no quiero seguir bajo tu sombra, hyung.

Y entonces un pequeño gemido brotó de su garganta y comenzó a llorar en silencio. Sabía que estaba haciendo lo mejor para sí mismo, no entendía de dónde venía tanto dolor en su corazón. En sus acciones siempre estuvo su hermano presente de alguna u otra forma, tal vez temía soltarle la mano porque eso significaba enfrentarse al mundo de otra manera, una manera nueva y desconocida. Si se deshacía de la memoria constante de su hyung, ¿qué le quedaría? Estaría completamente solo.

Pero no estoy solo, rectificó, dándose más seguridad.

-Me gustaría que estuvieras aquí conmigo. Quiero preguntarte muchas cosas, pero sólo puedo vivir sabiendo que nunca conseguiré respuestas de tu parte.- Sorbió por la nariz y se secó las mejillas con las mangas de su abrigo. -Y también quiero... ¿Alguna vez te he pedido perdón por todo, hyung?- Su voz sonó quebradiza y deprimente, mas no podía detenerse, a esas instancias era imposible. -Lamento no haber notado lo mal que estuviste, lo perdido y desesperado que te sentiste. Quizás... Quizás todo por lo que estoy pasando en estos momentos sea mi castigo.

Se tomó un momento para drenarse. No intentó tranquilizarse como antes, no paró de llorar, sentía dolor y miseria y por una vez quería demostrarlo abiertamente sin ataduras, no podía seguir fingiendo que nada pasaba, que todo estaba bien... Y tal vez lo estaba en realidad; llorar no significaba perder, tenía magullones por toda el alma, ¿y acaso había alguien que no los tuviera? Agitó la cabeza y posó las palmas sobre sus ojos hinchados, entonces exhaló un largo suspiro. Su consciencia merecía un descanso de sí misma por más paradójico que eso sonara, tenía que poner a dormir para siempre la parte autodestructiva de sí mismo.

Enfocó con más resolución la lápida que rezaba su apellido y el nombre de su hermano, su fecha de nacimiento y la de su partida.

-No tiene sentido pensar en todo eso ahora, ¿no? Porque ya no estás.- Asintió quedamente, más que hablar con el otro parecía estar hablando consigo mismo. -Ya no estás, Dohyun, y debo comenzar a honrarte de una manera más adecuada.- Posó una mano sobre la tumba y el frío del cemento se le coló bajo la piel. -Haré todo lo que desee independientemente de lo que los demás digan o crean, seré todo lo libre que tú nunca pudiste ser.- Sonrió por primera vez, una sonrisa petulante al principio que luego se extendió con confianza y fue honesta, mucho más honesta que cualquier otra que hubiera compuesto alguna vez. -Seré feliz, hyung, por ti, seré feliz.

Se puso de pie con lentitud, sentía las piernas acalambradas por haber mantenido tanto tiempo la misma posición, pero no podía importarle menos. Hizo una formal reverencia de noventa grados y terminó apoyando la frente contra la cima de su lápida, delicadamente rodeó la misma con sus manos y cerró los ojos, recreando en su mente una imagen perfectamente alegre de su hermano, estaba sonriendo despreocupado de una manera que no recordaba porque jamás lo había visto así.

¿Sería una muestra de su imaginación o de verdad se encontraba allí junto a él?

-Adiós, hyung.- Susurró. -No te preocupes por mamá y papá, ellos te hubieran amado de cualquier forma, ahora también te aman y siempre te van a amar... Al igual que yo.

Entonces Dohyun le asintió, se dio la media vuelta, y se marchó.

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