EXTRA | Persiguiendo estrellas
¡Finalmente lo terminé! Es el extra más largo de los tres, espero que lo disfruten.
-Sei, si abres la boca, el Gran Líder podrá oírte.
Sus padres solían decirle cosas como esas a diario. Nunca lo entendió del todo, pero lucían tan asustados que el miedo se trasmitió a su sistema sin darse cuenta. ¿Cómo era posible que alguien la oyera sin estar presente? Antes de abrir la boca siempre echaba un vistazo alrededor, jamás descubrió a nadie, mas comenzó a sospechar de los rincones de su propia casa, a temerle a las sombras, ¿habría alguien escondido allí? En ocasiones su piel se enchinaba cuando sentía a alguien detrás, al girarse estaba sola, ¿había sido su imaginación o en verdad estaban acompañados sin saberlo? En su casa no solían hablar demasiado y si lo hacían era entre susurros.
En cierto punto comenzó a tener miedo de pensar.
Al igual que muchos, contaban con una televisión pequeña y tuvo la oportunidad de ver los canales en un par de oportunidades, pero sus padres nunca la dejaban encendida a pesar de que los señores con uniforme venían cada semana a cerciorarse de que funcionaba, se escondía cuando los veía llegar, tenían un rostro serio que asustaba. Las pocas veces que llegó a vislumbrar lo que pasaba por el aparato le resultó extraño que no se hablara de muchas cosas, ¿acaso el Gran Líder no sabía de lo maravilloso que existía allí afuera? Sus padres siempre traían libros a escondidas, no eran como los que los demás niños del barrio leían, estos hablaban de un planeta entero que no conocían.
Pasaba mucho tiempo ojeándolos, era la única diversión que tenía aunque debía hacerlo a escondidas en el fuerte bajo el suelo que su papá había cavado. Le enseñaron a leer y a escribir, también algo de matemáticas; a veces no comprendía del todo lo que en esos textos moraba, los leía igual de todas formas y llegó a memorizar la mayoría de las cosas. Conocía las pirámides de Egipto, la torre con nombre raro que estaba en Francia, descubrió cosas interesantes sobre Estados Unidos, no parecía un país tan horrible como todo el mundo repetía, ¿a quién debería creerle? En sus manos cayó un libro grueso que hablaba sobre alguien llamado Dios, parecía un superhéroe como el de los otros cuentos que había leído, siempre salvaba a los demás.
¿Existiría algo como Dios en la tierra donde nació?
Los niños de la cuadra con los que muy de vez en cuando solía jugar no sabían absolutamente nada de ese mundo, mantuvo un silencio rotundo al respecto, sus padres repetían todos los días que si el Gran Líder se enteraba de que sabían esas cosas, entonces los asesinarían. En más de una ocasión dejó los libros de lado, si morir era una posibilidad entonces prefería no saber nada, y a pesar de eso la curiosidad terminó dominándola y no había podido resistirse. Conocer algo aparte del Gran Líder estaba mal, pero si se quedaba callada y en público no pensaba nada entonces nunca se enteraría, ¿verdad?
Tuvo sentido cuando los señores con cara de monstruo aparecieron en su cuadra un día al mediodía, cerraron las cortinas al instante y guardaron todos los libros en los escondites secretos. El silencio rotundo era algo común, nunca se oía nada ni por la mañana, ni por la tarde, ni por la noche, ese día sin embargo los gritos agónicos de la vecina resquebrajaron la fría serenidad, debieron haberla oído desde la otra punta del país. Sintió pánico, su madre apretaba sus oídos de forma dolorosa para que no escuchara, pero estaba llorando tan fuerte que era imposible, varios disparos dejaron un eco infinito y no hubo más nada, los hombres uniformados se fueron y el silencio regresó.
-¿Qué fue ahora?- Susurró su madre con voz quebradiza, la sentía temblar con violencia.
-Creo que vio una película prohibida.- Contestó su padre.
El silencio valía vidas.
Si se quedaban callados sus vidas serían tranquilas, pero después de un tiempo oyó a sus padres hablar sobre la falta de comida mientras fingía dormir. Los veía débiles, siempre procuraban que se alimentase como era debido, pero no quería que fuera a costa de sus propias raciones. Se cuestionaba qué podrían hacer para vivir mejor, había pasado hambre en más de una ocasión cuando los mayores no conseguían comida ni para ellos mismos, no era nada bonito, de hecho, era desesperante y siempre había llorado. El Gran Líder hablaba sobre el bien común, la lealtad y el servicio hacía el país, ¿por qué los dejaba sentir esa miseria? En aquellos lugares lejanos y desconocidos no parecían sufrir, no se veían tristes y grises como todos allí.
¿Qué podían hacer?
Una tarde de otoño los observó frenéticos, en general ostentaban una fría calma, le resultó extraña esa imagen de ellos. Mientras la noche se avecinaba acumularon un montón de abrigos en el suelo, preguntó en voz baja si pasaba algo, no le explicaron mucho, sólo que muy pronto podrían conocer lo que había en los libros. Antes le dijeron que no era posible salir de Corea, ¿habrían encontrado una solución? Esa noche no durmió, ninguno lo hizo, cuando estuvieron seguros de que nadie rondaba la envolvieron en frazadas, se abrigaron y huyeron dejando la casa atrás.
No fue capaz de ver nada entre los brazos de su padre, lo único que enfocaban sus ojos eran las estrellas titilantes del cielo, lo único que oía eran las respiraciones agitadas de ellos. Jamás salieron por el tiempo más que necesario y mucho menos de noche, ¿de verdad podían irse? No llevaban nada, ¿afuera tendrían comida? Sentía frío, el silencio los perseguía mientras avanzaban a ciegas, ¿qué pasaría si el Gran Líder se enteraba? Salir significaba traición, ¿los mataría? Apretó la frazada con fuerza.
-Appa...- Lloriqueó entre escalofríos, su estómago se había apretado y tenía ganas de vomitar.
Deberían volver mientras pudieran, tal vez no fuera necesario conocer el mundo, tal vez aquello que era distinto en verdad significaba algo malo y por eso no los dejaban irse, tal vez el Gran Líder tuviera razón.
-Sh, podrán oírte.- Le chistaron.
No supo por cuánto tiempo caminaron, debido al pánico fue eterno, se mantuvo con los ojos cerrados todo el tiempo y los abrió cuando se detuvieron por fin, el fuerte sonido del agua corriendo fue llamativo y se descubrió de las frazadas para ver el río más abajo. Sus padres vislumbraban el otro lado con unos ojos que nunca antes había visto y que jamás olvidaría, de sólo observarlos comenzó a creer que sí era posible una nueva vida.
Y entonces una luz titilante en la distancia los devolvió al mundo real.
La desesperación cayó como un manto, pero no se la dejó en evidencia tan fácil. Actuaron rápido: bajaron corriendo la ladera lodosa, lograron tropezarse en más de una ocasión, pero llegaron sanos y salvos a la orilla, corrieron varios metros hacia la izquierda y la depositaron dentro de una cueva estrecha donde sólo podía caber ella; los observó desde allí con los ojos inundados por las lágrimas y a pesar de la situación consiguió calmarse gracias a sus expresiones, la serenidad que mostraban no se relacionaba con la resignación o la derrota, era la tranquilidad de dos personas que sabían que hicieron lo correcto, la tranquilidad de personas que podían marcharse sabiendo que sus espíritus nunca serían vencidos.
La admiración que le despertaron no desaparecería jamás.
La observaron con sonrisas en los labios, el sonido de las camionetas acercándose era cada vez más fuerte. Cada uno le depositó un beso en la frente que por la calidez de sus labios le quemó la piel.
-Nunca te calles la boca, Sei.- Susurró su madre. -Nunca dejes que nadie te diga lo que debes hacer, regocíjate en la libertad que ganaste porque no todos pueden tenerla.
Literalmente era lo más largo que le había oído decir alguna vez, su padre la cubrió bien con la frazada, no la miraba a los ojos.
-Por ninguna razón se te ocurra salir, ¿oíste?- Suplicó su rigurosa voz. -Y no hagas ni un solo ruido, Sei Ah, no importa lo que pase, ¿entiendes?- Asintió y le volvió a sonreír. -Adiós, pequeña guerrera.
Se alejaron fuera de su campo de visión, los persecutores arribaron por fin. Su corazón latía rápido, nunca había sentido semejante nerviosismo, ni siquiera al leer los libros prohibidos. Su respiración era trabajosa y la sentía tan fuerte que tenía miedo de que los señores con uniforme la oyeran, cubrió su boca con ambas manos y cerró los ojos, se sentía ahogada, pero no podía dejar que la descubrieran, tenía que obedecer a sus padres. Oyó gritos fieros, un sonido atemorizante y cortante, las palabras se mezclaron en el aire, no logró comprender absolutamente nada. Un grito de mujer escalofriante la hizo saltar y tensar todos sus músculos de forma dolorosa, un solo disparo resonó y varios pájaros huyeron asustados planeando por el aire.
Más pasos de aquí para allá, cada vez más cerca, entonces las puertas se cerraron, los autos arrancaron y nada más se escuchó.
En algún punto los días se volvieron noche y las noches día, perdió la noción de lo que significaba el tiempo y no supo cuánto pasó allí escondida. Lo único que sabía con certeza es que tenía hambre y sed, su estómago dolía con calambres, su boca se sentía pastosa y seca, su cabeza dolía, ni siquiera era capaz de enfocar bien. Sus padres no volvieron, los esperó, pero esperanza era una palabra extinta de donde venía, así que se rindió. Justo cuando se abandonó junto a todo lo que había conocido alguna vez, la última noche la encontraron. No se dio cuenta de que había dejado salir un pedazo de frazada fuera de la cueva.
Estaba demasiado débil para hacer nada, ni bien aquellos ojos desconocidos la enfocaron comenzó a temblar con pánico, era un hombre, ¿qué hacía allí? ¿También se la llevaría para contarle al Gran Líder lo que había hecho? ¿La asesinarían? Le estaba hablando, pero no podía oír nada, el sonido llegaba como en interferencias y la presión sanguínea retumbaba en sus orejas. Estiró sus manos, estaba intentando sacarla de allí y se resistió, lo empujó como pudo y se cogió del suelo y las paredes con insistencia, sus manos quedaron lastimadas y llenas de barro, no pudo evitar que la cogiera en brazos. Caminó varios metros ininterrumpidamente hasta que un par de sujetos con uniforme que estaban escondidos aparecieron de la nada y los apuntaron con armas enormes.
Sei se desmayó al instante de la impresión, no supo más nada.
Cuando abrió los ojos la luz del día la sorprendió, estaba nublado así que el sol no llegaba a molestar del todo. El ambiente se sentía húmedo y había niebla, oía el correr del agua en la lejanía. ¿Dónde estaba? Avanzaba, pero no era ella quien caminaba, más bien reposaba sobre... ¿Una espalda? Ah, quería ver de quién se trataba, pero se sentía tan cansada que no podía erguirse.
-¿Despertaste?- Preguntó una voz.
Volteó su rostro a duras penas y discernió al mismo hombre que la había llevado lejos de su escondite, inmediatamente recogió fuerzas de donde no había para tomar impulso y alejarse de él, cayó en el suelo con un golpe seco y el dolor le crispó todo el cuerpo, pero la adrenalina la hizo escapar entre tropezones y jadeos pesados. Él comenzó a gritarle que aguardara, mas lo único que se sentía capaz de hacer era huir. La niebla era espesa, dificultaba la visión, volvió a ver el suelo de cerca cuando sus pies se enredaron con algo, ¿una rama? El tipo se le acercó y se arrastró en el suelo lejos de él, llegó a un pequeño arbusto y se escabulló detrás de este como si eso pudiera detenerlo.
-No voy a hacerte daño.- Le dijo agachado frente a ella. -Yo también escapé.
¿Escapar? ¿Quería ver el mundo exterior como sus padres? Se asomó para poder verlo mejor, él sacó algo del pequeño bolso que rodeaba su torso, se trataba de un trozo de pan y una botella de agua, sus ojos recobraron el brillo ni bien visualizó semejantes regalos del cielo. Se los extendió y el miedo dejó de importar, pocas cosas importaban más que el hambre, engulló la comida como si fuera la única que probaría alguna vez en la vida.
Probablemente lo fuera.
-¿Cómo llegaste hasta Tumen sola?- Le cuestionó.
No le contestó, no pensaba decir nada, no cuando todavía estaban tan cerca del río, el Gran Líder podría oírla; pareció de acuerdo porque tampoco le transmitió más dudas, lo único que le dijo fue que si querían llegar al mundo libre tenían que ir mucho más lejos y que era mejor hacerlo juntos que separados, estuvo de acuerdo en parte, le daba miedo estar sola aunque tampoco podía fiarse, ¿qué había pasado con los oficiales que los habían emboscado? ¿Era uno de ellos? ¿Dónde estaban exactamente? Lo siguió porque no le quedaba opción. Antes de perder por completo el horizonte de la tierra que dejaban, echó una última mirada hacia atrás y le pidió al dios que había conocido a través de los libros que no los dejara morir.
¿Pasó más de una noche? Lo único en lo cual podía enfocarse era en lo agotada que se sentía. Caminaron por lo que pareció una eternidad, ¿cuán lejos quedaba el mundo libre? ¿Les tomaría años llegar? ¿Toda una vida? Le preguntó en más de una ocasión y su respuesta era siempre la misma.
-Ya estamos allí.- A pesar de que también se veía hambriento y sediento mantenía una extraña sonrisa de paz en los labios. -¿No lo sientes? La libertad de caminar sin que el silencio te dé pánico. Nadie nos detendrá.
Tuvo que cogerse de su mano para poder mantenerse en pie, la debilidad estaba comenzando a apoderarse de su cuerpo, terminaron la poca comida que él había logrado tomar antes de escapar, si no encontraban un lugar para abastecerse pronto acabarían falleciendo. Él aún poseía fuerzas, ella apenas daba pasos sin tropezar o temblequear, le dolía la cabeza y le costaba respirar, lo único que deseaba en esos momentos era recostarse y cerrar los ojos, nada más.
-No, no, por favor, aguanta, por favor.- Jadeó él cuando Sei se desvaneció y colgó de su mano como una muñeca de trapo. Vio alrededor con desesperación, estaban entrando a un pueblo pequeño. -Una cruz, un edificio con una cruz...- Repitió entre susurros.
Cuando Sei volvió a despertar, esta vez lo hizo sobre una cama. Sintió su cuerpo pesado ni bien abrió los ojos, la luz del sol le molestó, pero no tuvo fuerzas para cubrirse. Se sentía tibia eso sí, era un gran contraste en comparación al frío húmedo que había sentido antes mientras vagaban en medio de la nada. Se sentó y observó la larga habitación en la cual se encontraban, había dos filas de literas aunque ninguna se encontraba ocupada. Caminó arrastrando los pies descalzos, a través de la puerta abierta identificó una especie de cocina y a dos hombres charlando en voz muy baja, uno de ellos era el que la había llevado hasta ese sitio.
-No sé quién es, no sé nada de ella, la encontré escondida en una cueva y no pude simplemente abandonarla.
-Tienen suerte de haber llegado a esta iglesia, si los hubieran descubierto otros probablemente los hubieran devuelto a Corea.
¿Iglesia? Hizo una paneo rápido de la estancia, sobre la pequeña chimenea había una cruz bastante vistosa, también varios cuadros con personas extrañas que lucían brillantes. Pegó un respingo cuando el hombre extraño apareció frente a ella de la nada, se retrajo con miedo porque no se veía como ellos, sus ojos eran grandes y su cabello de color amarillo, parecía amable sin embargo y su sonrisa suave le impidió huir como atinó en primera instancia.
-Hola, pequeña, ¿despertaste? ¿Te sientes bien?- A pesar de lucir raro podía entender lo que hablaba. -No tienes que temer, no te haremos daño, aquí estarás a salvo.- Apoyó una rodilla en el suelo. -¿Por qué no comes algo? Debes tener hambre, el estofado aún está caliente.
Les echó una mirada a ambos, el sonido de su estómago no la dejó mentir, de sólo oír la palabra estofado su corazón había comenzado a latir con fuerza de la emoción. Él se alejó hacia la estufa y sirvió un plato hondo con comida, el aroma la hizo actuar de manera inconsciente y se sentó en una silla, cuando tuvo el recipiente delante de sus narices lo devoró todo con ansias casi salvajes, repitió otro plato igual de grande cuando se lo ofrecieron.
La sensación de un estómago lleno era sin dudas lo más placentero del mundo.
Con el pasar de los días recobró el sentido. Aquel lugar era un sitio tranquilo y pacífico, estuvo preocupada de que quisieran hacerle daño, pero nadie fue amenazante así que se permitió relajarse. No tenía idea de lo que le deparaba, a dónde iría, qué harían, ¿quizás se quedara allí por el resto de sus días? No le molestaría del todo, la iglesia estaba rodeada de extensos jardines llenos de verde vivaz, le gustaba salir y sentir el sol sobre la piel, era todo lo que necesitaba para ser feliz. Eso y comida y agua, claro. En varias oportunidades le preguntaron por su nombre, quién era y por sus padres, a lo único que contestó fue a lo último.
-Se los llevaron los señores con uniforme antes de que cruzáramos el río.
Quizás lo hizo para obtener una respuesta a sus dudas: ¿dónde estaban? ¿Qué les sucedió? ¿Volvería a verlos alguna vez? ¿Estarían buscándola? La mirada que se dieron entre ellos le dijo todo lo que debía saber, y por si no estuvo muy segura luego los oyó hablando entre susurros cuando la creían dormida: "probablemente no vuelva a verlos nunca si se los llevaron".
Llegó el día en el cual tuvieron que irse de ese lugar, para cuando sucedió se sentía con fuerzas y bastante segura dentro de todo, habían sacudido miles de veces los cimientos de aquello que creía confiable, estaba acostumbrada a que el paisaje cambiara frente a sus ojos. Le explicaron que irían al sudeste del país donde los ayudarían a conseguir asilo en Corea del Sur. Sabía donde quedaba eso, justo debajo del Gran Líder. El viaje no fue demasiado largo, de un momento a otro se encontró rodeada de personas extrañas que le hacían millones de preguntas intimidantes, no se separó en ningún momento de su compañero, era lo único que conocía.
-¿Oíste eso?- Le dijo en una ocasión, no había escuchado nada, esas personas serias hablaban con palabras que no comprendía del todo, pero él mantenía una sonrisa enorme. -Un organismo de la ONU nos apoyará, seremos amparados... ¿Sabes lo que es la ONU?- Asintió y él le sonrió con suavidad. -Por supuesto que no.
Sí lo sabía, lo leyó en uno de los libros prohibidos de sus padres, eran las siglas para la Organización de las Naciones Unidas... Sea lo que sea que fuera eso. Más personas la increparon, hablaban de padres, de conocidos, ¿qué se supone que debía contestar? Dentro de la sala de espera de aquellas oficinas que ya le eran bastante familiares se sentó a esperar a su compañero, había sido su turno de contestar preguntas, siempre se tardaba más porque a diferencia de ella sí sabía responder.
Cuando volvió le preocupó su rostro un tanto ensombrecido, más que eso sintió miedo, ¿los devolverían? ¿Les habría molestado que no hablara? Se sentó junto a ella e inesperadamente los dejaron solos y sumidos en un extraño silencio. Se lo quedó viendo fijamente, él le sonrió cuando por fin volteó a mirarla, eso la calmó un poco.
-Iremos a Corea del Sur.- Le dijo. -Y podremos hacer todo lo que queramos allí, ¿no es eso bueno?- Asintió, él mordisqueó sus labios, seguía viéndola de forma rara, como si hubiera algo que no podía decirle. -Vamos a tener que separarnos.
-¿Sei Ahnnie?- Oyeron una voz dulce y giraron para encontrar a una señora rechoncha de sonrisa gentil. -Hola, cariño, creo que desde hoy estaremos juntas.- Apoyó una rodilla sobre el suelo para estar más cerca de su altura.
Encaró al otro, ¿tenían que separarse? ¿Qué significa eso exactamente? La señora le dijo que tendría que irse con ella, que no temiera porque la cuidaría, mas no podía mirarla. Tomó la mano que le ofrecía, pero cogió parte de la sudadera de él, discernió sus pupilas temblar y cómo frunció ligeramente el ceño mientras la veía sin saber muy bien qué decir.
Al final le sonrió con ánimo.
-Ve tú adelante, ¿sí? Yo te sigo.
Sólo entonces lo soltó, la señora la tomó en brazos y él se puso de pie. Lo observó todo el rato mientras se alejaba, se quedó parado en mitad del pasillo viéndola irse también, doblaron por una galería alterna y lo perdió.
Esa fue la última imagen que tuvo de él, nunca volvió a verlo.
Fue la primera vez que viajaba en avión, le dio temor al comienzo, pero se sintió impresionada ni bien se vio rodeada de esponjosas nubes. La señora del comienzo se quedó a su lado todo el rato, no le molestaba porque era cálida y muy buena, le daba de comer y la hacía sentir cómoda. Cuando llegaron a Corea del Sur le explicó que a partir de ese momento viviría en una casa enorme junto a otros niños que serían sus amigos, al comienzo le entusiasmó la idea, no mentiría, pero al llegar ya no estuvo tan segura. No era un mal lugar, le daban comida y bebida y tenía una cama para ella, pero de vez en cuando los niños que la rodeaban la molestaban. Solían decir que venía de un basurero, su país era el basurero, y que no les agradaba porque era engreída. Nunca los entendió, en su lugar prefería sentarse en el patio a leer libros, quedarse callada no solucionaba nada, pero no sentía deseos de hablar... No quería hacer nada más, existir de por sí era suficiente.
Así vivió por meses hasta que le dijeron que una familia tenía intenciones de adoptarla.
Le explicaron todo en una habitación aparte, eso significaba que querían llevársela para vivir en un hogar común como cualquiera. Le resultó curioso, ¿por qué la querrían a ella? ¿Serían algo así como sus nuevos papás? Comenzó a preguntarse por esas personas aunque no tuvo que hacerlo por demasiado tiempo, le dijeron que pronto podría conocerlos.
Durante la primer "entrevista" que tuvieron no quiso estar sola, se lo trasmitió a la señora que solía cuidarla en el orfanato, lo único que hizo fue esconderse tras sus piernas y observar de reojo a las personas que supuestamente la querían, en más de una ocasión quisieron dejarla a solas con ellos, pero se puso a temblar al instante, no tenía idea de quienes eran, no correría el riesgo. Los observó con atención sin embargo, era una pareja, la mujer tenía una sonrisa bonita, el hombre parecía más cálido y sereno, eran elegantes y desprendían un aura especial; notó que en verdad estaban sedientos por su atención, intentaban interactuar, le hablaban, le llevaban cosas, simulaban ser realmente amables y sin darse cuenta eso la alentó.
No pasó mucho hasta que consiguió acostumbrarse, de un día para otro fueron una presencia constante y con el paso de las semanas logró cogerles confianza. La señora que solía acompañarla desapareció tan sigilosamente de la escena que ni cuenta se dio, esas instancias tampoco le importaba, esos dos comenzaban a gustarle, tanto así que deseaba que la visitaran más seguido, sobre todo cuando le llevaban dulces de regalo. Al principio no habló demasiado, no estaba habituada tampoco puesto que en el orfanato ningún niño deseaba ser su amigo, en ocasiones miraba alrededor antes de pronunciar palabra sin saber por qué, tal vez la certeza de la existencia del Gran Líder seguía dominando su consciencia. Era imposible callarse cuando estaba con ellos sin embargo, la incitaban a decir cosas, eran muy listos, les recordaba a sus padres, ellos también habían sido súper inteligentes.
Ese tipo de cosas comentaba cuando la llamaban para preguntarle qué pensaba de aquella pareja, después de cada visita le hacían una entrevista, repensaba mucho sus respuestas, pero no habían sido más que geniales y no podía decir nada negativo. Entonces llegó el día en el cual le preguntaron si le gustaría vivir junto a ellos un tiempo.
Un simple asentimiento con la cabeza bastó.
Serían seis meses al parecer, la gente alrededor lo llamaba "guarda", ella lo veía como una mudanza más. Su casa en Corea del Norte había sido precaria y pequeña, luego sólo había conocido la iglesia antigua y el orfanato solitario, se sintió obnubilada por lo que vio cuando pisó aquella mansión en comparación, era enorme, lo más enorme y maravilloso que había visto alguna vez. A medida que avanzaba luz que se filtraba por los enormes ventanales le quemó la piel, se detuvo a observar los verdes alrededores, ¿por qué el sol no iluminaba de la misma manera en el orfanato? ¿Ese lado de la ciudad era diferente? No había ni una sola luz encendida en la estancia, el día permitía que los colores cálidos del salón fueran vibrantes y acogedores, todo traspasaba sus retinas de una manera nueva.
La mujer la sostuvo de la mano todo el rato mientras recorrían el lugar en donde viviría a partir de ese momento, notó que temblaba ligeramente y la vio con curiosidad, ¿tendría miedo? ¿De qué? Le enseñó cada habitación con una sonrisa pegada en el rostro, una más bonita que la otra, ¡incluso tenían escaleras! El hombre también estaba con ellas, mantenía una emocionante sonrisa en sus labios.
-Y esta es tu habitación, Sei Ahnnie.
Detrás de la puerta que abrió encontró una fortaleza de comodidad, estaba lleno de juguetes bonitos, adoró con locura lo colorido y vivo que se veía todo, había una gran ventana por la que se colaban los rayos del sol y lo primero que hizo fue sentarse sobre la cama para probar el colchón, era mullido y suave, totalmente diferente al que usaba en el orfanato. Los mayores se agacharon frente a ella y la vieron emocionados.
-¿Te gusta, nena?- Preguntó él.
Le dio otro vistazo al lugar, era completamente distinto a todo lo que conocía, pero ¿allí estaría segura de verdad? ¿Nadie podría alcanzarla? No pudo contestarles, la voz no le salió, ellos no se enfadaron sin embargo, al parecer estaban acostumbrados a sus silencios prolongados. Durante semanas enteras le dieron comida caliente y deliciosa, la llenaron de atenciones y mimos y jamás estuvo incómoda, se lo hizo saber a la mujer que venía todas las semanas a cerciorarse de que estaba bien, sin embargo ante tanta estabilidad algo comenzó a removérsele dentro.
De un día para otro comenzó a tener pesadillas horribles. Siempre vivió con miedo y su sueño no era el más estable, pero jamás sufrió sueños tan vívidos y terroríficos. En ellos el cielo siempre era negro, le recordaba al lugar de donde venía, ni una sola estrella ocupaba el telar altísimo que los cubría. A veces volvía a estar en su casa junto a sus padres en medio de un silencio ensordecedor, cuando quería hablar movía sus labios, pero nada se oía. En otras oportunidades veía desfilar hileras enteras de señores uniformados por las calles, soldados, entonces el sonido volvía y las suelas de las botas estrellándose contra el suelo amenazaban con resquebrajar la tierra y abrirla por la mitad, era estremecedor.
Nada se comparaba a aquellos en los cuales tocaban la puerta de su hogar actual y del otro lado estaba el Gran Líder buscándola, su rostro nunca era nítido y su figura siempre se cubría de una atmósfera imposible de describir con simples palabras, sólo podía explicarse como si la gravedad se viera afectada y la presión te tirara hacia abajo, ninguna parte del cuerpo funcionaba a voluntad, eras testigo de cómo te arrastraban sin que pudieras hacer absolutamente nada.
En todos se despertaba sin aliento, pero aquel último era el que la hacía gritar aterrorizada y el que más se repetía.
Corrían a verla, sus chillidos eran imposibles de ignorar, los mayores concordaron más adelante en que llegaban a erizar la piel. No reconocía la realidad luego de despertar, las manos que se extendían en su dirección no tenían dueños, eran extremidades monstruosas que querían cogerla, dedos alargados y deformes. Se recluía llorando con desesperación en un rincón y huía escabulléndose lejos, sus lugares favoritos incluían el espacio entre la cama y el suelo, debajo del descanso de las escaleras donde sólo alguien tan pequeño como ella cabía y detrás de los arbustos del patio trasero. El remanso se convirtió en un lugar de martirio y una vez más se encontró como al inicio: perdida y sin nada. Comenzó a creer que su consciencia jamás la dejaría tener paz, cuando parecía comenzar una vida mejor en un lugar bonito echó todo a perder recordándose de dónde venía.
Sus memorias parecían estar acechando desde cualquier rincón de su ser, esperando expectantes el momento justo para drenarla hacia abajo otra vez.
Intentaron animarla y llegarle de todas las formas posibles, pero no encontraba la motivación para hacerles caso, era seguro que ni bien saliera de aquellos refugios improvisados el pasado volvería a atacarla, ¿qué sentido tenía entonces? Si nada cambiaría, si su origen la condenaba, ¿por qué molestarse en primer lugar? Mentiría si dijera que sus rostros ensombrecidos e inquietos le daban igual, en verdad quería transmitirle a la gente que venía a verla semana tras semana que ellos no eran el problema, eran dos personas que habían querido ayudarla y nada más, sus palabras eran consumidas como la llama de un fosforo bajo el grifo del agua.
Y justo cuando creía haberse desentendido por completo del mundo...
-¿Tú eres Sei Ahnnie?
La voz provino de una persona a la cual no reconoció, era un chico joven ataviado con uniforme escolar, estaba agachado frente a ella con una sonrisa suave e inexplicablemente atrayente. ¿Cómo la encontró? ¿Qué hacía en el jardín? Buscó con la mirada a los mayores a su cargo, pero no los percibió cerca. Observó al muchacho desde atrás de los arbustos con cautela, no era un adulto y no creía que lo dejaran pasar si fuera peligroso, su aura no era amenazante en absoluto.
-Oh, lo siento, soy Changyun.- Se presentó con otra sonrisa más torpe. -Soy amigo de tus... Del señor y la señora Choi.- No le respondió, así que se sentó en el suelo con un pequeño suspiro. -¿Te gusta estar aquí?
Abrazó sus rodillas al pecho y se encogió más en sí misma, pegó un respingo cuando lo sintió moverse después de largos segundos, luego hubo un largo silencio. Giró su rostro lentamente y se lo encontró echado sobre el césped de cara al cielo, tenía una expresión plácida y relajada que le llamó la atención. Repentinamente sonrió y se sintió mucho más ofuscada por eso que por el sol de la tarde.
-Ahora entiendo por qué te gusta.
Por instinto observó lo mismo que él y se encontró con un cielo despejado de azul intenso, parecía que lo había pintado un niño, era bonito y se complementaba con la serenidad en medio del cántico de los pájaros y el viento débil haciendo resonar el follaje de los arbustos y árboles. Nunca se paró a observarlo, detalles como esos pasaban desapercibidos porque siempre estaban ahí, inconscientemente lo comparó con el cielo estrellado de la noche que escapó junto a sus padres, esa fue la última vez que recordaba haber observado hacia arriba por tanto tiempo y con cuidado de no hacer ningún ruido de más que quebrantara la calma.
Tuvo que grabarse por la fuerza su nombre en la cabeza porque no fue la última vez que lo vio; Changyun comenzó a visitarlos casi todas las tardes después de salir de la escuela, los jueves no podía porque tenía club hasta tarde, solía hablarle sobre ese tipo de cosas triviales todo el rato a pesar de que no le contestaba, en general sólo se sentaba cerca de ella y dándole la espalda, entonces su voz se oía sin parar durante varios minutos seguidos y cuando acababa se quedaba en silencio otro rato más, luego se despedía con una sonrisa y se marchaba hasta el otro día. No es que le desagradara, en realidad le resultaba curioso, pero no sabía qué esperaba que le contestara o qué buscaba exactamente.
-Mira esto, Sei Ahnnie.
Un día se posicionó frente a ella sosteniendo un gran cuadernillo de bocetos, sólo bastó una mirada para capturar su atención. Era el paisaje de un parque, intuyó que de época otoñal porque los colores que se desprendían de los árboles y que rellenaban el cielo le transmitían ello. No se trataba de lápices o pinturas normales, ¿por qué parecía que todo se desteñía bajo una lluvia imaginaria? Estiró una mano para tocar con la punta de sus dedos el papel, era bellísimo.
Changyun pareció emocionado ante su interés. -¿Te gusta? Lo hice yo.
Lo miró directamente a los ojos por primera vez y asintió, él se sonrojo sin razón y revolvió en su mochila.
-Estas son acuarelas.- Le enseñó. -¿Te gustaría aprender a usarlas?
A partir de ese exacto momento la presencia de Changyun comenzó a hacérsele cada vez más necesaria. Aprendió a confiar o más bien, él hizo que confiara con su personalidad tranquila, siempre paciente y persistente, era el hijo de un socio de los señores Choi. Inconscientemente se pegó a la ventana cada tarde a esperar que llegara, cuando lo veía cruzar la acera hacia la puerta del frente su corazón se aceleraba y le daban unas ganas inexplicables de sonreír, ¿así era la felicidad? Cuando Changyun estaba a su lado se sentía interesante, su atención era preciada y le hacía sentir que importaba a un nivel nunca experimentado. Además su sonrisa era extensa y brillante y sus ojos amplios, le agradaba todo de él.
La señora Choi se inmiscuyó de a poco en las clases improvisadas de acuarela, al comienzo era una observadora, luego se hizo un lugar entremedio para jugar con ellos. Las veces que Changyun no pudo visitarla, se encargó de mostrarle otro mundo abstracto que sólo podía sentirse y servía para elevar la mente: dentro de una habitación recóndita a la cual nunca había entrado había un hermoso piano. Esas tardes solían estar juntas por horas, primero la oyó tocar bonitas melodías con atención, luego le enseñaron cómo lograrlo y aunque era complicado se divirtió.
La señora Choi era paciente y dulce en sus tratos, al igual que su esposo con el cual solía sentarse a ver partidos de baloncesto, no le interesaba mucho lo que pasaba por la televisión, lo que le agradaba era sentarse sobre su regazo y sentirse protegida entre sus brazos, era un hombre grande y cálido, ni el mismísimo Gran Líder podría de allí. Había un extraño revoloteo en el estómago cada vez que la señora Choi la abrazaba con fuerza y cuando la felicitaba con una tierna caricia en la cabeza las veces que lograba cumplir con las tareas que le encargaban, como poner la mesa a la hora de cenar. Solía irse a la cama más temprano de lo usual porque le gustaba cuando la arropaban de forma cómoda y calentita y luego le llenaban de besos el rostro, sentía ese ritual como una pócima antipesadillas, cuando cerraba los ojos pensando en ellos o en Changyun casi nunca tenía miedo.
Conoció a una mujer joven de cabello corto y rostro gracioso con la que charlaba sobre sus sentimientos todas las semanas, no estuvo muy segura al comienzo, pero el señor y la señora Choi le dijeron que ella le ayudaría a dejar de pensar en cosas feas y como confiaba en ellos, supuso que estaba bien confiar en esa señorita. Con el paso de los días se sintió cada vez más cómoda, a veces hablaban de temas que no le gustaban y que la hacían querer llorar, pero al salir de aquella habitación de alguna forma se sentía liviana y con menos temor. Entonces comenzaron a hablar de la escuela y de la posibilidad de que pudiera asistir junto a otros niños como ella para aprender cosas nuevas. Otra vez se vio rodeada de personas que no conocía siempre de la mano de la familia Choi, le hicieron un montón de preguntas y pruebas, al parecer era sorprendente que supiera leer, escribir y resolver cuentas matemáticas.
Las semanas pasaron en un parpadeo entre maestros privados y gente que velaba por su bienestar, inició asistiendo a la escuela tan sólo por un par de horas, no tenía oportunidad de conocer a sus compañeros, la mayoría la veía como a un bicho raro y no los culpaba, era extraño que siempre se fuera primero. Pidió a los mayores quedarse por un tiempo más largo, pareció sorprenderles y complacerles que tuviera tales deseos, ni siquiera ella supo de dónde provinieron, simplemente pensó que podía intentarlo. Al día siguiente se quedó dos horas más y durante el receso se quedó petrificada como una estatua en mitad del patio, ¿qué debería hacer? La poseyó una gran inseguridad al ver a todos esos niños divirtiéndose libremente y como si nada.
-Sei Ahnnie.
Pegó un respingo al oír su nombre, cuando volteó había al menos cuatro niñas observándola con curiosidad.
-Te llamas Sei Ahnnie, ¿verdad?
-¿Por qué estás sola? ¿No puedes jugar?
-¿Por qué siempre te vas a casa temprano? ¿Te duele la panza? Cuando eso pasa también quiero irme.
Parpadeó repetidamente sin saber qué hacer, en el orfanato siempre fue ignorada y esto se sentía demasiado nuevo a pesar de que todos habían llegado a la conclusión de que ya estaba lista para relacionarse con otros niños. Ahora la miraban con extrañeza y no quería que eso pasara, también quería jugar y reírse como todos los demás.
-¿Por qué no contestas? Te están hablando.
A su izquierda se encontró con otra niña, esta era mucho más alta, tenía el cabello despeinado y una pequeña ventanita allí donde su diente de leche había desaparecido. Sus compañeras al otro lado dieron un paso hacia atrás después de verla, parecían intimidadas.
-¿Eres muda?- Le preguntó la otra acercándose más a su rostro.
Titubeó un poco. -N-no, no lo soy.
Parpadeó con sus ojos enormes. -Entonces habla.- Postuló con simpleza, repentinamente un balón chocó contra su nuca y después de quejarse corrió hacia los demás niños que carcajeaban divertidos.
-No sabíamos que eras amiga de esa sunbae.
Giró hacia las demás. -No en realidad.
Una de ellas pareció temblar. -Da-da miedo...
-¡Oye!- Volvió a llamar la pequeña de cabello revoltoso, cuando la miró extendió el mismo balón en su dirección. -¿Quieres jugar?
Sus ojos brillaron y asintió con energía, ¡una oportunidad! Llegó hasta ella y la tomó de la mano para arrastrarla junto a los demás.
-No te quedes parada ahí, ven.
La escuela era divertida. A diferencia de lo que pensó, los niños eran amables y siempre la invitaban a jugar, los maestros enseñaban cosas que había visto en los libros y era interesante aunque no le gustaba demasiado llevarse tarea a casa, lo único bueno es que funcionaba como excusa para que Changyun oppa la ayudara con historia y el señor Choi con matemáticas. Pero lo que más adoraba sin dudas era ver a esa extraña sunbae, solía cruzársela en los recreos y quería saludarla, mas nunca se animaba, la que daba el primer paso siempre era ella. La observó de lejos sin embargo, solía ser ruidosa y jugar todo el rato con los varones, las niñas le tenían miedo, pero en su lugar le resultaba demasiado genial. Cada que le hablaba o la invitaba a jugar su corazón se inundaba de emoción.
Amaría poder hacerse su amiga.
Un día se la encontró sorpresivamente en el patio de su casa botando un balón sobre la gramilla, esa mañana le habían dicho que algunos socios vendrían a cenar a su casa, bajó la escalera después de que la señora Choi la ataviara con un bonito vestido blanco y un listón en su cabello negro, nunca pensó encontrársela y la sorpresa la llenó de entusiasmo.
-¡Sunbae!- Exclamó al correr sobre el césped sin pensar en sus preciosos zapatitos claros ahora manchados con lodo.
-¿Sei Ahnnie?- Balbuceó la otra con curiosidad. -¿Qué haces aquí?
-Vivo aquí.- Le sonrió. -¿Viniste con los señores Moon?
-¿Vives aquí?- Echó un mirada a la casa detrás. -Oh, no sabía que eras hija de los señores Choi.
Su corazón se saltó un latido. -Ellos... No son...- Las palabras fueron marchitándose de a poco sobre sus labios y no pudo seguir, algo doloroso pinchó con fuerza. El continuo sonido del balón picando dejó de oírse y de repente lo tuvo frente al rostro.
-¿Quieres intentar?
-Y-yo... Yo no sé cómo...
-Si no sabes cómo, entonces aprende, ¿no funciona así?- La cogió de la muñeca y se la llevó más allá. -Te enseñaré.
Estuvieron un largo rato divirtiéndose, sunbae sabía cómo manejar la pelota de baloncesto a pesar de ser tan grande y eso le dio una imagen de ella todavía más increíble, ¡también quería jugar así! Quería ser igual de habilidosa y sorprendente. Se equivocó y perdió el control en más de una ocasión y sufrió regaños por su parte, le emocionaba sin embargo tener su atención, se sentía especial.
-¡Oh! ¡Aquí están!
Su rostro se iluminó tan sólo oír su voz, corrió sin dudarlo a sus brazos y Changyun la abrazó con cercanía cuando lo alcanzó. La dejó sobre el suelo después de un rato y acarició su cabello alegando que se veía "realmente bella", entonces vio a la otra más allá.
-¿No vas a darle un abrazo a tu oppa también, Kyu Hee?
Esta hizo un mohín. -Yo no hago esas cosas.- Entonces se adelantó y rodeó a Sei Ah con sus menudos brazos alejándola de él. -No te la robes, estaba jugando conmigo.
Changyun se puso de pie con una sonrisa divertida. -Podemos jugar los tres, ¿o no?
-Yo soy su unnie, yo le enseñaré baloncesto.- Le sacó la lengua ganándose un par de risitas.
A partir de ese día cada vez que los dos estaban en casa solían pelearse a modo de juego, no entendía muy bien la razón cuando era evidente que se divertía con ambos por igual, pero solía reírse muchísimo con ellos. Sin dudas aquellas semanas fueron efímeras tanto como hermosas, comenzó a sentir que tenía un lugar al cual pertenecía, eso le daba la sensación de que su existencia no era insignificante, de que nadie podría hacerle daño mientras estuviera metida en aquel fuerte.
Entonces las cosas se desmoronaron al finalizar esos seis meses.
Una tarde antes de que el sol se escondiera encontró a la señora Choi sentada sobre el suelo de porche que daba al patio trasero, abrazaba sus rodillas contra el pecho y el cielo naranja se veía reflejado en sus ojos llenos de añoranza. Le resultó extraño semejante imagen, siempre le había parecido una mujer inteligente y fuerte, observarla en pijamas y pantuflas y con su cabello recogido descuidadamente en una coleta suelta fue algo que no atestiguó nunca en los últimos meses. Se paró a su lado y le regaló una sonrisa ensombrecida que le hizo querer llorar, ¿por qué estaría triste?
-Mañana veremos por última vez a la señora del orfanato y a la asistente social.
Su corazón estuvo a punto de frenarse, ¿la señora del orfanato? ¿Eso quería decir que ya tendría que irse? ¿Tan pronto? Antes de darse cuenta empezó a temblar y sus ojos se anegaron de lágrimas, ¿al final no logró que la quisieran? ¿Ya no tendría a donde regresar? Unió sus pequeñas manitas por delante y agachó su rostro, no quería separarse de los señores Choi, tampoco de Changyun o de Kyu Hee. No quería volver a tener miedo y a estar sola.
La señora Choi posó una mano sobre su vientre. -¿Sabes, Sei?- Su voz fue suave y llegó a sus oídos como una brisa gentil. -Mis entrañas están dañadas, no funciono como debería.
No lo comprendió del todo, ¿estaba herida? ¿Quién podría lastimarla? Sintió una mezcla de preocupación con enojo. Volvió a mirarla, esta vez sonreía mucho más dulce aunque sus ojos estaban brillosos y con lágrimas a punto de escapar, deshizo el agarre fuerte de sus manos y tomó una entre las suyas con delicadeza.
-Sei Ahnnie, mi esposo y yo te queremos con locura, ¿tú te sientes igual?
Asintió con vehemencia, quizás de esa manera no la enviarían lejos otra vez. La señora Choi se traicionó y dejó que las gotas rodaran cuesta abajo por sus mejillas, se llevó una de sus manos a los labios y la besó con devoción y ternura.
-Mañana te harán esta misma pregunta, pero me gustaría ser la primera en oír la respuesta... ¿Te gustaría quedarte junto a nosotros? ¿Puedo ser tu mamá del corazón, Sei Ahnnie?
Sus rodillas tocaron el suelo y se arrastró con desesperación hasta su regazo, se metió entre sus brazos y comenzó a llorar como nunca desde hace años, la última vez que lo hizo así fue cuando perdió a sus padres y ahora volvía a hacerlo al ganar otros maravillosos. ¿Sí podía quedarse? ¿Por fin tendría un hogar como los demás? Sintió una pesada y cálida mano sobre la cabeza y no tuvo que apartarse para saber de quién se trataba.
-Eso significa que yo seré tu papá, ¿también puedo, princesa?- Dijo la voz grave del señor Choi.
Y mientras sollozaba al punto de desgarrar su garganta, les asintió deshecha de alivio. En más de una ocasión las palabras papá y mamá estuvieron a punto de escapársele con ellos, se retuvo porque tuvo miedo de que la rechazaran, tan sólo eran dos personas increíbles que quisieron ayudarla, ¿estaba bien para alguien como ella soñar despierta con un mundo paralelo en donde todos los años de martirio nunca existieron?
Tal vez lo hicieron, pero ahora su realidad era otra y no podía ser mejor que la de ese mundo ideal. Las pesadillas se fueron y sólo quedó espacio para su imaginación anhelante.
Aunque ahora sólo podía dedicarse a vivir y ya.
¡Nos veremos pronto!
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