Capítulo 11
Te toma un tiempo volver a la realidad. Saber que no fuiste mala, pero te trataron como basura. Hirieron tu propio orgullo y te denigraron por cosas que jamás hiciste, eso fue lo que marcó siempre a Selene. Nunca había dicho en voz alta y se prohibía tanto, decir los sentimientos que albergaba por Nikolas, pero le resultaba hilarante que la culparan de todo, cuando ella era la menos que demostraba.
A Selene le dolía la cabeza, los golpes ya hacían estragos en su magullado cuerpo. Estaba escuchando lo que sucedía a su lado, pero no le estaba prestando atención. Sasha y Aysel habían encontrado una habitación que era donde trataban a Gabriel cuando llegaba herido
Pero lamentablemente, no tenían para borrarle la memoria.
—No hay nada grave. Debes de tener dolor de cabeza nada más. ¿Te duele algo? —le preguntó la turca, al ver que solo eran golpes en la cabeza. Estaba asustada de que Selene tuviese algún coágulo o algo más grave en su interior.
—Aquí está la ropa limpia. Deja que las chicas te cambien y te ayuden a sacar el resto de la sangre —le pidió Sasha.
Se levantó, con dolor, por supuesto y se dirigió a su habitación, para darse un baño. El orgullo le dolía en el alma. Fue tirada como un animal abandonado. Nunca se había sentido tan humillada siendo adulta. Una vez, Daphne la obligó a ver como ella y Nikolas tenían relaciones. En ese momento sintió la primera derrota y humillación hacia sus sentimientos. Obviamente, Daphne dijo después que se le había olvidado que ella estaba ahí.
Se quitó toda la sangre y se lavó su intimidad tantas veces, que le quedó ardiendo. Gabriel era un maldito bastardo. La ultrajó a voluntad. Él había sido respetuoso siempre, pero esa noche había perdido cualquier cordura que le quedaba. Se sintió idiota por querer darle una oportunidad y una imbécil, al escuchar a Nikolas decir que era su culpa.
¿Cómo podría saber que Gabriel era así? Si entre todos los asesinos y mafiosos, el alemán era de una intachable reputación. Siempre un caballero. No lo podía ver venir. Él la obligó a casarse, pero no le echaría la culpa de lo que había pasado.
El único desgraciado era su esposo y nadie más.
—Selene... —escuchó la voz de Nicole, entrando a la habitación—, habla conmigo, por favor. Recuerda que somos mejores amigas y estamos para ayudarnos.
La pelinegra se estaba peinando y aunque tenía el alma rota, se vistió como toda una dama. Como lo que realmente era, la esposa de Gabriel y la próxima viuda. Un pantalón de vestir color crema, camisa de seda negra manga larga, zapatos de punta negros, de tacón fino y alto. Su liso y mojado cabello lo recogió en una cola alta y no se maquilló, pero seguía dando el aspecto elegante que la caracterizaba.
—Selene... —dijeron las otras chicas, al verla arreglada.
A ninguna les habló y salió de la habitación en dirección al lobby. Ahí vió a su desgracia y el nido de borregos que lo apoyaban. Ninguno metió la mano por ella esa noche. Un solo empleado lo hizo y era el que estaba de pie, tratando de hablar con un Nikolas poco amistoso.
El mafioso se dió la vuelta y miró a su pequeña bebé. Una personita tan pura para él.
—Nunca te arreglaste así para mí. ¿Es por qué está Nikolas y Sasha? —preguntó con desprecio el alemán.
—¿Yo? —miró a la griega—. ¿Selene, estás enamorada de mí? —ella hizo un leve movimiento en la comisura de su labio, que fue notorio para Nikolas.
—Esos ojos, Aleksandr —respondió el mafioso.
Selene solo miraba a Gabriel y en como pudo cambiar tanto. Nunca fue mala esposa ni amiga. Se llevaban muy bien y jamás le fue infiel. Solo en el crucero, pero nadie los había visto. Nada más sus amigas y probablemente, el Sacerdocio ya lo sabía.
—¿Estás aquí para verlos a ellos? ¡Fuiste secuestrada, Selene! —le gritó el alemán.
La griega se mantuvo en silencio, observando cada detalle de todos. Gabriel tenía la boca partida y el ojo lleno de sangre. Nikolas estudiaba a Selene y rápidamente entendió que todo había sido una vil mentira de Gabriel. Tenía la vaga esperanza de que su mejor aliado no hubiese dañado a su mujer.
—¿Qué quieres que haga con él, Sel? —y el brillo en los ojos, le volvió a la mujer. Nikolas sonrió, creando el pánico en las personas que estaban arrodilladas, pero la alegría de los que realmente la amaban—. Puedo acabarlos a todos si me lo pides.
Lo miró, la admiración se le reflejó a Nikolas al darse cuenta de la mujer tan fuerte que tenía frente a sus ojos. Sabía que estaba completamente herida, pero si la muerte de Gabriel le daba paz, se la serviría en bandeja de plata.
—¡Maldita perra! —Gabriel se levantó, para ir a golpear a Selene. Nikolas sacó su arma de la funda y le disparó en la pierna, el hombre cayó al suelo gritando de dolor—. ¿Por qué? ¿Por qué la cuidas cuando fue la causante de la muerte de Daphne? ¿Acaso no te diste cuenta de que ella se te metió por los ojos durante todos estos años? —casi lloraba mientras hablaba.
Era lo menos que se merecía, pero era tan poco para Selene. Quería que rogara y pidiera perdón por todo lo que le había hecho esa noche.
—Ella nunca me miró. Yo me obsesioné con Selene. Fui yo quien la buscó y soy yo, quien está siempre detrás de su rastro —iba a guardar el arma, pero vió como el silencio de la pelinegra, le estaba haciendo ruido—. ¿Qué quieres que haga con ellos?
—Todos menos él —señaló al hombre que le había mostrado un poco de bondad, cuando entró a la habitación y la vió hecha nada—. Mátalos a todos, Nikolas.
El griego no pudo ocultar la sorpresa ante su pedido. Ella jamás lo hubiese dicho a menos que...
—Gabriel me violó y al resto no le importó saber que estaba siendo golpeada en mi habitación —su admisión fue contundente.
¿La había violado?
—Él... —no pudo terminar de hablar, cuando Selene lo miró con sus ojitos llenos de lágrimas—. Maldito seas, Gabriel... ¡Maldito seas, hijo de perra! —se acercó, lo tomó por el cuello y lo hizo levantarse—. ¡Camina! Vas a salir de esta maldita casa... y no vas a volver.
—¡Ella está mintiendo!
Nikolas le torció la mano y se la partió.
—¡Nikolas, mi mano!
«Ah, entonces el dolor que yo sentía no valía para ti», pensó la griega.
—Quiero que ellas se vayan de la casa. Tengan a Gabriel en la calle junto a su saco de aliados —les pidió al Sacerdocio.
—Yo me las llevo —dijo Sasha.
—¿Qué pasará con nosotros? —preguntó un empleado—. No tenemos la culpa. Ni siquiera nos dejaban entrar al piso de la señora...
—No soy Dios para perdonar a nadie —vió a las esposas de sus amigos salir de la casa. Luego miró a las esposas de los aliados de Gabriel—. Bueno, esto será divertido. Yo claramente dije que no tocaran a Selene.
Les disparó una a una en la frente, los hombres que iban saliendo se detuvieron al escuchar los cuerpos caer en seco. Era un charco de sangre, ligado con gritos de agonía por lo que les venía. Gritos de dolor y pánico, al ver que el arma los apuntaba y les robaba la vida.
Selene no estaba y él iba a disfrutar de matarlos a todos.
Nunca debieron tocar a su preciada obsesión y Gabriel, ese bastardo iba a sufrir.
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