Capítulo 33: Memorias de papel
A la mañana siguiente, tuve una resaca moral, que, combinada con el malestar por la ingesta de alcohol, me ponía irritable. No deseaba seguir acostado en la cama. Eran casi las doce del día y no había probado bocado alguno, y tan solo el aroma de los waffles que desayunó la familia me hizo tener deseos de vomitar mis entrañas enteras.
Salté de mi lecho y me di una leve bofetada para espabilarme. De mi mejilla pasé mi mano a mis labios resecos y, sin querer, recordé que la anoche anterior había estado a punto de besar a Edward. Aquello hizo que la culpa me embargara y tuve deseos de arrancarme los cabellos para castigarme. Luego decidí que algo mejor que dejarme calvo era respirar profundo y tratar de olvidar aquello que casi sucedió.
Abro paréntesis para mencionarles que soy un masoquista de lo peor. Con decir que aún hoy en día me pongo a revisar cuadernos viejos con la intención de encontrar dibujos que en mi adolescencia hice de Charly, y también que dejé a la vista la foto que nos tomó Ashley por mi cumpleaños... Esto lo hago cuando me siento solo o en momentos de debilidad.
Es decir, la mayoría de las veces.
Aquella costumbre mía comenzó esa horrible mañana. Sabía que me iba a doler, pero, vamos, creo que lo necesitaba. Lo único que me quedaba de ese amor eran los recuerdos, así que, si deseaba sentirme como en ese entonces, tal vez fuese necesario repasar en aquellas memorias. O sea, lo que dije al principio: soy masoquista.
Las manos me temblaban al pasar las hojas. Me mordí los labios para evitar un grito que externalizara mi dolor emocional y le permití a las lágrimas que cayeran sobre el papel cuando me topé con la foto de los dos. Recordaba todos y cada uno de los momentos que pasamos juntos: las clases aburridas en las que él pretendía poner atención, cuando Charles se quedaba dormido en el pasto... Hasta tenía un retrato suyo de ese día en el que se cortó el cabello.
—Jamás te olvidaré. Lo de ayer fue un error, perdóname —susurré como si él fuese un alma en pena que estuviese a mi lado.
Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. No cerré el cuaderno para calmarme; al contrario, continué con mi recorrido tortuoso. Sin embargo, pronto ese momento se vio interrumpido por unos furibundos pasos que subían las escaleras.
—¡¿Y por qué no le dices nada a Joshua?! —vociferó Caroline.
El día anterior había tenido la fortuna de llegar a casa cuando todos dormían, así que solo había fingido que no me estaba cayendo y había entrado en la habitación. Mi padre se había levantado a los pocos minutos y me había preguntado dónde me había metido. Le respondí lo primero que se me ocurrió: es decir, que había estado perdiendo el tiempo en casa de Michelle. Él se había marchado tras advertirme que avisara cuando saliera y que no llegara tan tarde a la próxima.
—A ver, estamos hablando de ti, no de Joshua —replicó mi padre. Él se escuchaba mucho más calmado—. Explícame, ¿por qué te saltaste todas las clases de esta semana? ¿Qué estuviste haciendo?
Puse los ojos en blanco; era fastidioso escuchar esa riña porque había interrumpido mi momento de conectar con los recuerdos de Charly. Cerré el cuaderno y lo escondí bajo la cama; debía prevenir en caso de que entraran también a hablar conmigo.
—Él ha hecho cosas peores —continuó con la gresca. Era capaz de imaginarla frunciendo la nariz y cruzando los brazos—. Ayer no te quise contar, pero él fue muy grosero conmigo y Megan.
¡Me había olvidado de ese detalle! Me tallé el rostro con las manos y sacudí la cabeza. Caminé con celeridad a la puerta y pegué el oído a la madera; necesitaba escucharlo todo si quería ahorrar problemas. Aunque no me encontrara en la disposición de afrontarlos, debía hacerlo.
Por desgracia, la vida no se detiene solo porque yo lo necesite.
—¿Qué fue lo que te dijo? —la interrogó mi padre.
—Que somos odiosas, que tú no nos soportas y que la gente nos evade.
«Mentira no es, Caroline», pensé.
Además, llegué a la rápida conclusión de que un pleito de adolescentes no se comparaba en nada a su falta.
—Josh, ¿quieres venir a explicarnos qué pasó? —Él alzó la voz para que yo fuese capaz de escuchar con claridad tras la madera.
Tragué saliva y abrí la puerta un poco, haciendo rechinar los goznes. Salí de la habitación y me recargué en el marco de esta.
—Ellas también han sido altaneras conmigo —farfullé, e hice el esfuerzo por mantenerme impasible.
—¡Él miente! —replicó Caroline al mismo tiempo que me apuntó con el dedo.
—¡Tú me abandonaste el primer día de clases a mi suerte! —me defendí.
—¡Dejen de señalarse! —terció nuestro padre tras colocarse entre los dos.
Sonará gracioso, pero solo discutiendo con ella fue como logré percibir que en verdad somos hermanos. Y el hecho de que mi padre haya intervenido lo hizo aún más genuino. ¿Así era como se sentía tener una familia?
—Joshua, pídele una disculpa a Caroline por haber sido grosero con ella —me exigió.
Hice una mueca que mostró mi indignación. Mi media hermana me dedicó una sonrisa ladina.
—Y tú, Caroline, también tendrás que disculparte con Joshua —completó.
—¿Y yo por qué? —reclamó, y golpeó el suelo con la punta de sus zapatillas—. ¡Papá, yo soy tu hija! ¡No puedes pedirme que le pida perdón a un invitado!
—Caroline... —Él le dedicó una mirada severa.
¿Sería eso lo más cercano a que él admitiese nuestro parentesco real?
—Está bien —refunfuñó—. Joshua, perdóname por haber sido grosera contigo. Me cuesta saber cómo tratarte. —Me observó con reproche—. ¿Ya está? —Se volvió hacia su padre.
Él asintió y después se giró hacia mí, esperando que también me disculpara.
—Caroline, perdón por haberte dicho esas cosas ayer. No me encontraba de buenas —mascullé. Sonaba muy falso.
—¿Y...? —insistió.
—¡Caroline, basta! —ordenó papá—. También me debes una explicación por lo de tus faltas.
Fue el momento perfecto para irme. Sin embargo, era como si la boca me picara. Necesitaba soltarle algo para retirarme en paz.
—Y sobre lo de Edward... No deberías mortificarte tanto por eso —dije con más calma. Acaparé su atención, ya que me observó—. Y dudo que sea bueno besando. —El último comentario hizo que incluso papá me volteara a ver con reproche, así que ideé una coartada rápida—: Eso me dijeron Michelle y Susana ayer.
Me escabullí en la habitación, no sin antes observar de soslayo la expresión perturbada de Caroline.
Además de masoquista y mentiroso, también me considero vil, porque suelo calmar mi dolor infligiendo ese tipo de molestias en aquellos que me desagradan.
Aguardé a que Edward llegara por mí con la esperanza de que él no recordara nada de lo que sucedió. O al menos poseía la ilusión de que se alejara de mí por maricón y temiera volver a acercárseme porque le hacía tener deseos erráticos.
Yo me encontraría bien siempre y cuando el recuerdo de Charly se mantuviese intacto.
Sin embargo, para mi desgracia, el coche de mi amigo no tardó en estacionarse delante de mí. Tomé una gran bocanada de aire y, de paso, valor.
Me posicioné en la puerta de los asientos traseros. Sentarme en el copiloto sería un tormento.
—Oye, ven adelante —mencionó él tras bajar el vidrio.
Fruncí los labios y obedecí.
Una vez me acomodé en el asiento y me coloqué el cinturón, sentí la mano de Edward posicionándose en mi rodilla, cosa que me hizo desear ahogarme en mi saliva.
—¿Cómo llegaste a casa? —preguntó. Tenía puestas sus gafas de sol.
—Caminando. No estaba tan borracho. —Hice mi pierna a un lado, con la intención de que él retirase su mano de mí.
Él hizo una mueca, prendió de nuevo el coche y comenzó a andar. Mientras tanto, yo me recordaba cuál debía ser mi posición en todo esto.
«Jamás dejarás de estar enamorado de Charly», me repetí a mí mismo.
—Te traje el desayuno. —Edward aprovechó un semáforo en rojo para agacharse. Colocó una bolsa de donas en mis piernas y después señaló su reposavasos, donde un café caliente aguardaba—. Vi una oferta de mini donas de chocolate y pensé en ti.
Quise abrir la puerta del coche y tirarme por el camino, quería estar desmayado. Necesitaba hablar de esto con él, aunque por dentro me encontrara demasiado roto para afrontarlo. Tan solo pensarlo me ponía mal.
—Edward, ¿qué pasa contigo? —pregunté.
Abrí la bolsa y el aroma del chocolate inundó el coche.
—Solo estoy siendo honesto —respondió sin despegar la vista de enfrente. Habíamos comenzado a avanzar.
—Mira, yo no...
—Siempre supe que no me gustaba lo mismo que a la mayoría de los chicos, ¿vale? —me interrumpió. Tenía mucho ímpetu a la hora de hablar—. Y cuando llegaste me lo confirmé.
Como me estaba tragando una dona, casi me ahogué con ella.
—Entiendo, pero...
—Hablé con los chicos de la banda y me dijeron que me dejara de tonterías y fuera sincero. —Volvió a interrumpirme—. Luego les conté lo que sucedió el viernes y me alentaron a seguir con esto.
—Edward, el asunto es que yo...
—Además, de antes empecé a sospechar que eras igual a mí cuando hablaste de una persona y no de una chica...
—¡Y ese es el problema! —exclamé, harto de que no me dejase decir algo—. ¡Hay alguien más!
Me encontraba agitado y mi corazón latía con una fuerza sobrehumana.
Él no dijo nada y siguió conduciendo hasta que se detuvo porque llegamos a la casa de Michelle. Yo no dejaba de tamborilear el pie en el suelo del auto. Era incómodo y doloroso.
—Joshua, esa persona está lejos —habló de nuevo, y se retiró las gafas—. Tal vez debas ver lo que hay cerca de ti.
Me quedé impresionado ante el cinismo de su comentario. Formé un puño y me mordí el interior de la mejilla; necesitaba controlarme si quería evitar que las cosas se pusieran violentas. Entiendo ahora que Edward desconocía lo sucedido y que era solo un muchacho descubriendo lo que en verdad le gustaba; no obstante, yo no estaba para aquello, porque continuaba enamorado como un loco de alguien con quien jamás podría estar.
—¡Es que tú no entiendes! —proferí, exasperado—. Todo es confuso, ¿vale?
—Josh, solo hablemos. —Puso una mano en mi hombro.
No pude hacer más que retirarlo con brusquedad. Luego abrí la puerta del coche y me retiré el cinturón y, sin darle una explicación, bajé del vehículo y comencé a correr. Me urgía escapar de ahí. Pasar más tiempo con él solo me traería más problemas. Además, me encontraba al borde del llanto.
Necesitaba un cigarro luego de haber estado en clases ignorando a todos y haciendo de cuenta como que no los conocía. Prefería estar solo a tener que explicarles por qué no me quería acercar a Edward o por qué él se hallaba raro conmigo.
Durante el primer descanso fui en dirección a Mordor, aquel espacio en el aparcadero de la escuela que se encontraba tan alejado que era el lugar perfecto para que pudiéramos fumar sin temor a ser atrapados. Además, ahí se hallaba la famosa bodega que buena parte del alumnado usaba para embriagarse o fornicar. O ambas.
Me acomodé detrás de una gran camioneta negra, recargué mi espalda en el cofre y saqué la cajetilla de mi bolsillo. Hacía buen viento esa media mañana, así que batallé un poco para prender el fuego. Mientras le daba caladas al cigarro, comencé a pensar en la forma en la que cambiaría mi vida luego de esa especie de declaración de parte de Edward.
Era irónico, porque yo buscaba rechazar sus sentimientos, mientras que mi media hermana moría por un poco de atención suya. No era como si pudiéramos competir por el mismo chico, ya que yo no debía tener una relación con alguien más, y ella ni siquiera podía participar en el juego.
Varias preguntas empezaron a atosigar mi mente. ¿Cómo sería mi vida de ahora? ¿Ya no puedo tener amigos? ¿Volveré a estar solo? Esto último me aterró, porque mis pedazos rotos no estaban en condiciones para ser abandonados. La soledad haría más terrible el dolor de mi pérdida.
Me tallé el rostro con la mano libre. Me iba a poner a llorar otra vez, como si no me hubiera bastado con sollozar todo el camino a clases y haber perdido buena parte de la primera hora en el baño lavándome la cara.
Los pasos acelerados de una persona me hicieron salir de mis pensamientos. Creo que el que me interrumpiesen en momentos críticos ya se había vuelto un cliché en mi vida. Mi cigarro cayó al suelo debido al impacto y después lo aplastaron las zapatillas deportivas que usaba Matt.
—¿Qué tienes hoy, Josh? —me preguntó Mich. Ella se encontraba enganchada a mi cuello e imagino que no pensaba soltarse de ahí.
—No creo que esto sea por el cambio de horario —mencionó Susana, y se abrazó a su novio como si fuera un koala.
—No me pasa nada —respondí, forzando una sonrisa.
—Dejen de atosigarlo con preguntas —agregó Edward, abriéndose paso hasta quedar delante de Mich y de mí—. Por eso se aleja de nosotros.
—Solo queremos saber —replicó Matt. Seguía con Susana colgada de su brazo.
—¿Algo que decir a tu defensa, Josh? —me preguntó Mich tras soltarme.
Negué.
—Bueno, ya que no piensas confesar, no te queda de otra más que acompañarnos por helados —concluyó Mich. Abrí los ojos de par en par al ver lo elocuente que era.
—¿Cómo van a salir? Les recuerdo que la escuela está cercada. —Sacudí mis cabellos para que mi mente no volviera a irse por la tangente.
—Hay un agujero detrás de las porterías. Pasaremos por ahí arrastrándonos —contestó Susana. Ella había trepado por el brazo de su novio y ya se encontraba a su altura.
—Debes venir —me ordenó Mich al mismo tiempo que me empujaba.
—Es que yo...
—Vamos, Josh —dijo Edward, evitando que hablase por enésima vez en el día.
Iba a responderles algo, pero el asqueroso sonido de los numerosos y urgentes besos que se daba la pareja nos hicieron detener la charla.
—¡Ay, qué asco! —Mich frunció el entrecejo—. ¿Saben qué? Mejor vayan adelantándose.
La pareja nos dedicó unas sonrisas ladinas y después emprendieron una rápida carrera hasta el supuesto agujero que los llevaría a la libertad.
—Hay que darnos prisa, se nos va a acabar el descanso —apremió Mich. Dio media vuelta y empezó a caminar en la misma dirección que Susana y Matt—. Vas a venir, ¿verdad, Josh?
—Yo me encargo de convencerlo —dijo Edward por mí—. Vete adelantando y pídeme un doble con chocolate encima.
Mich me miró, severa, y después aceleró sus pasos. No tardó en alejarse lo suficiente de nosotros como para perderla de vista.
—Está bien, iré —musité, y di un par de pasos hacia adelante.
—Josh, yo te quiero —admitió él, y me tomó con delicadeza por la muñeca, impidiendo que avanzara—. Y entiendo que te sientas inseguro de dejar lo que tanto amaste allá.
—Quisiera no hablar de eso ahora porque es duro. —Resoplé, volví sobre mis pasos y miré a Edward a los ojos. Necesitaba que le quedaran en claro mis sentimientos—. Estoy feliz de que tengas el valor de ser sincero, pero no te conviene estar a mi lado.
—Me gustaría que al menos me dieras una oportunidad de cagarla contigo. —Movió su mano, llevándola hasta la mía y buscó entrelazar sus dedos con los míos—. ¿Crees que podrías?
—No me presiones —mascullé.
Puso su palma en mi mejilla. Mis piernas temblaban y yo estaba demasiado endeble como para retirarme; además, algo en su tacto me confortaba, y es que por alguna razón el roce de las yemas de sus dedos con mi piel me hacía pensar en Charly. Soy de lo peor, porque incluso llegué a imaginar que no era mi amigo a quien tenía enfrente, sino a Charles.
Y esa memoria de papel me hizo bien por un momento.
—¿Al menos podemos intentarlo? —preguntó. No insistía con sus palabras, pero sí era capaz de percibir cómo de a poco cortaba distancia conmigo—. Si ahora me dices que no, prometo no volver a preguntártelo, aunque me va a doler porque en serio me gustas.
Tengo que confesar que el saber que alguien me quería lo suficiente como para suplicarme así era reconfortante; me hacía sentir amado, y en ese momento era lo que más necesitaba. No me juzguen por mis decisiones, ya he repetido incontables veces que era joven y estúpido. Es por esa misma debilidad que me abalancé contra él, planté mi boca en la suya con vehemencia y no me retiré cuando Edward tuvo la intención de profundizar el beso.
Soy un asco, porque volví a imaginar que a quien besaba era a otra persona y no a él.
Nos encontrábamos tan absortos en ese contacto que no caímos en la cuenta de que un tercero nos estaba mirando hasta que nos gritó:
—¡¿Qué mierda están haciendo?!
Era la voz de Michelle.
¡Hola, conspiranoicos!
¿Qué creen que pase ahora que Mich lo sabe?
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