Capítulo 27: Bajo el mismo cielo

Mi desesperación por no saber nada de Charly y mantenerme lejos de mi entorno era solo mermada por la presencia de Michelle, Susana, Matt y Edward. No era como si me hiciesen olvidar mi tragedia, pero, me permitían relajarme cuando estaba a su lado y comportarme como un adolescente cualquiera.

El paso del tiempo no fue tan insufrible como creía; me la vivía entre la hostilidad de las brujas de Sawyer, los viajes en el coche de Edward en los que me carcajeaba con todo lo que decían mis nuevos amigos, el sobreesfuerzo que hacía para comprender el acento de los profesores y las llamadas de mi madre cada viernes por la noche. Eran sesiones de una hora por teléfono en las que me decía lo mucho que me echaba de menos y yo sostenía la promesa de que volvería para las vacaciones de verano.

Pronto, me encontré en la víspera del cumpleaños número diecisiete de Charly. No sabía nada de él desde que me marché de Inglaterra. Bueno, más bien no tenía conocimiento de lo que fue de las vidas de mis demás amistades desde entonces. Contaba con un número nuevo y también un teléfono móvil que mi padre me compró cuando se dio cuenta de que lo necesitaría. No obstante, el anterior, en el que tenía todos mis viejos contactos, se lo quedó él, resguardado en los cajones de su oficina.

Por las noches, intentaba hacer ejercicios de memoria para marcarle a Charly y poder hablar con él, pero estos resultaban en vano y acababa llamándole a desconocidos. En múltiples ocasiones, pensé en pedirle a mi madre que me pasara el número de Charly; sin embargo, no tenía el valor para hacerlo; y, de intentarlo, ella tendría que preguntárselo, y estaba seguro de que él se encontraba en una situación todavía más limitante que la mía.

Por eso, cuando revisé la fecha y vi que el día de su cumpleaños llegó, no hice más que indisponerme y cubrir mi rostro con una sábana. El horrible sonido del despertador de Caroline se colaba hasta la habitación, junto con los ruidos que conformaban una típica mañana en esa casa. Reconocía los pasos de mis medias hermanas, los reclamos que se hacían la una a la otra por quién ganaba el baño, el regaño de la madre al pedirles que se cambiaran y la música que Megan ponía con la intención de hacer más amena su preparación para ir al colegio.

Me incorporé y pensé en fingir una enfermedad viral, ya que no deseaba ir. No obstante, requería de notas decentes si quería volver a Inglaterra en verano. Así que, a pesar de la pesadez en mis piernas y mi cabeza, di un salto para levantarme e ir por mis cosas. Necesitaba alistarme, contaba con solo cuarenta minutos; Edward pasaría por mí y, si no me encontraba preparado, se marcharía y me dejaría tomar el autobús.

Aún no me acostumbraba a tener que pensar en qué ponerme; era más sencillo solo agarrar el uniforme de siempre y ya. Ahora, hacía un ejercicio mental intentando recordar qué prenda estaba usando lo suficiente como para hacer pensar a mis compañeros de clase que no tenía nada más que vestir.

Luché contra mi malhumor lo más que pude, pero este me ganó e hizo que me pusiera unos simples vaqueros negros con una camiseta delgada y de manga larga. Me pasé un poco el peine por el cabello para no verme como si me acabara de levantar y, tras tomar mis cosas, me puse unas viejas zapatillas de tela roja. Anduve por los pasillos amplios de esa casa como un fantasma, ignorando la música pop, los reclamos, la actividad en la planta baja y mis propios pensamientos.

No me apetecía quedarme a desayunar o prepararme algo; me sentía un apestado al compartir mesa con la familia de mi padre, así que optaba por pagarle a Edward en libras el equivalente a unas mini donas con glaseado de fresa y un café. Él tenía una fascinación por la cultura rock de mi país de origen, así que entendía por qué coleccionaba billetes inutilizables en su ciudad.

Sin avisar, salí de la casa. La mejor forma de convivir con esa familia era haciendo de cuenta que no existía, así ellos podían seguir con sus rutinas. Esperé en el jardín delantero a que el sucio coche de mi amigo llegara. Tenía las manos dentro de los bolsillos y me entretenía mirando a un hombre regordete que estaba hiperventilando por la rutina de ejercicio que seguro se había propuesto hacer para llegar musculoso al verano.

Salí de mi reflexión acerca de lo miserable que era ser el motivo de distracción de un adolescente podrido como yo, cuando sentí un par de ojos sobre mí. No tardé en deducir que aquellos orbes venían de la casa de mi padre. Volteé con celeridad y me encontré con la mirada azulada de Caroline. No supe cómo reaccionar, así que solo le dediqué una sonrisa ligera, que me respondió con una mueca.

Era nuevo en ese país, pero había escuchado lo suficiente como para conocer el motivo de aquel ademán. Caroline, al estar detrás de la atención de mi amigo, se molestó conmigo por no sugerirle a Edward que también la llevara a ella; sin embargo, no iba a ser yo quien rompiera la armonía de las mañanas. Y admito que fue en parte una venganza por haberme abandonado el primer día de clases.

El coche de Edward no tardó en estacionarse delante del patio, lo que me hizo cambiar mi sonrisa tímida por una maliciosa. Dejé de mirar a Caroline y me apresuré a entrar en el vehículo. Michelle me había donado el asiento del copiloto para que pudiera tener una mejor perspectiva del vecindario.

Dentro apestaba a cigarro, perfume de hombre y café; era un olor al que de a poco me había ido acostumbrando, pues estaba volviéndose parte de mi cotidianidad.

—No había glaseadas, así que traje de canela con azúcar —dijo al mismo tiempo que colocaba la bolsa de papel en mis piernas.

—A veces siento que te estafo pagándote en libras esterlinas. —Metí la mano dentro de mi bolsillo y le entregué unos billetes con el rostro de la reina impreso.

Él usaba gafas oscuras que protegían su mirada del sol y también le cubrían las ojeras. Sus manos eran delgadas y venosas. Sus dedos largos se aferraban al volante mientras una canción de Radiohead sonaba a todo volumen.

Lo normal era que me relajara al salir de casa, entrar en su coche y viajar por el vecindario a por el resto del grupo, pero no pude dejar de pensar en Charly e insultarme por no tener la osadía de gastarme todo mi dinero en un boleto con destino a Inglaterra para poder reencontrarme con él. Mis pensamientos divagaron en esa posibilidad. Un errático impulso llegó a mí y, para controlarme, comencé a tamborilear los dedos en mis piernas.

—¡Josh! —Edward me sacó de mis pensamientos.

—¡¿Qué?! —repliqué, asustado.

—No le has dado un solo trago a tu café ni a tus donas. —Bajó el volumen de la radio—. ¿Pasa algo? Te he observado lo suficiente como para saber que tu hambre es incontrolable.

Tomé una bocanada de aire y me permití sacarlo de a poco de mis pulmones.

—¿En serio quieres que te hable de mis problemas? —Subí las comisuras de mis labios, formando una sonrisa burlona. La verdad era que ese gesto no fue más que una máscara.

—¿Implican una linda chica británica? —Se retiró las gafas, dejando al descubierto sus ojos grises.

«Un lindo chico británico», respondí en silencio.

Edward frenó el coche; habíamos llegado a casa de Michelle y ella todavía no salía. Solo le daríamos cinco minutos.

—Algo así. —Resoplé.

—Déjame adivinar: ¿extrañas a tu novia? —Mostró su interés al acomodarse en el asiento para quedar frente a mí.

Asentí. No estaba mintiendo, al menos no del todo.

—Esa persona cumple años hoy y no puedo ni siquiera llamarle —confesé, y miré a la ventana, encontrándome con el jardín repleto de flores de la familia de mi amiga.

—Quiero decirte algo, pero voy a sonar como un idiota... —Volvió a recargar la cabeza en el respaldo.

—Dilo ya. —Para dispersar mi estrés, abrí la bolsa y me metí una dona en la boca.

—Creo que deberías ver a otra gente aquí.

Su afirmación hizo que diera un respingo.

—Jamás podría, no cuando todavía estoy enamorado —espeté.

Edward trató de disimular su risa. Entendí un poco tarde que se reía porque todavía tenía comida en la boca, así que, en lugar de verme serio, parecía un chiste.

—Mira, te adelantaré un poco los hechos y te diré que en cuanto Michelle pase por esa puerta vendrá con la noticia de que hay una fiesta en donde vive Dave Morgan. Puede que no lo conozcas, pero ir a la casa de un desconocido a tomar y divertirte tal vez te sane el corazón roto.

Lo dudé. Sería mi primera fiesta en ese país; y aunque resultara emocionante, también quería guardarle luto a ese día en el que no podría estar junto a Charly.

Edward me dedicó una sonrisa de lo más sincera y colocó una mano en mi hombro. Lancé un largo suspiro y asentí, aceptando la invitación.

Durante esa fiesta, aprendí que el ron, el vodka y el whisky saben igual en casi cualquier parte del mundo, aunque quizás ese sentimiento nació de mi necedad de embriagarme para olvidar que me estaba perdiendo el cumpleaños número diecisiete de mi novio. Me encontraba en la casa de un sujeto que desconocía por completo, rodeado de otras personas que llamaba a las que «amigos», pero que tal vez aún no me consideraran como tal. También bebía hasta el fondo de mi vaso rojo cada vez que alguien se acercaba a preguntarme si me estaba perdiendo la hora del té.

La morada en la que celebrábamos la fiesta no era muy grande, por lo que pronto la masa humana consideró que sería prudente usar también el patio trasero, a pesar de que Dave como primera instrucción nos había dicho que solo nos quedáramos en la parte del salón y la cocina. Ya saben la forma en la que funciona esto: el anfitrión lanza una orden, pero luego se encuentra tan perdido en su embriaguez que acaba dejando a expensas la integridad de la casa.

Me encontraba recargado en el marco de la salida al patio trasero, con un vaso rojo vacío en las manos y observando cómo Susana y Matt habían ocupado una silla de jardín para lamerse las caras. Mich se hallaba con un grupo de chicas, charlando y riendo. Mientras el que la pasaba peor era Edward, quien se vio forzado a compartir tiempo con Caroline, ya que está lo atrapó cuando fue a buscarme otra botella.

No es como si ellos me hubiesen abandonado. Por el contrario. De desearlo, me podría haber integrado con las demás amigas de Mich para que me preguntaran cosas sobre mi país y si les aceptaba una cita. También tenía la oportunidad de interrumpir a Matt y a Susana en su rutina romántica para que me contaran los rumores existentes de las personas que nos rodeaban. Creo que incluso pude ir a donde estaba Edward y sacarlo de encima a Caroline.

No obstante, luego de haberme divertido durante las primeras horas de la celebración, ahora me sentía inquieto y a la vez lánguido. Era una sensación extraña. Una parte de mi cerebro me exigía continuar riéndome como atarantado y volver a bailar dentro del salón para que mis movimientos erráticos se fusionaran con las luces neón. La otra, en cambio, me pedía volver a casa, encerrarme en mi habitación y lamentarme por no poder estar junto a Charly.

Admito que durante esa fiesta me encontré con algunos chicos que se le parecían un poco, ya fuera por las gafas o el tipo de peinado, pero, al observarlos con mayor atención me daba cuenta de que solo había sido una treta sucia de mi imaginación.

Mientras veía el cielo nocturno, me pregunté qué estaría haciendo Charles. Aquel manto oscuro era idéntico al de mi ciudad, porque tampoco tenía estrellas.

Una mano que se posó en mi hombro me sacó de mis reflexiones. Di un respingo. Miré a quien me interceptó e hice una mueca cuando vi que se trataba de Edward.

—¡Corre!

Movió su mano a la manga de mi camiseta y después, tomando provecho de mi maleabilidad, me jaló consigo. Debido a la impresión, solté mi vaso, pero no le pedí que se detuviera. Una sonrisa patética se posó en mi rostro, porque era muy cómico que él huyera de mi media hermana. Por alguna razón, por mi mente se pasó la idea de contarle la verdad sobre mi origen, de que yo era algo así como el exiliado de las brujas de Sawyer.

Corrimos juntos por entre las personas embriagadas que se movían al ritmo de una pegajosa melodía; la oscuridad resaltaba más las luces de colores, dándole al lugar un aspecto surrealista. La magia del ambiente se acabó cuando alguien nos insultó por empujarle. Edward y yo reímos mientras continuábamos en nuestra huida. Subimos corriendo las escaleras, e ignoramos al grupo de personas que jugaba a revelarse sus oscuros secretos ahí.

Llegamos al pasillo y creí que nos detendríamos ahí; sin embargo, él me siguió conduciendo y me dejé llevar por el deseo de abandonar mis pensamientos. Por el final del corredor encontramos unas escaleras. Edward bajó un poco el ritmo; quería ser más silencioso, porque atraer a más personas no estaba en sus planes. Nos topamos con una puerta que él abrió de un empujón. El viento corría a más velocidad en esa parte de la casa. Este me golpeó en el rostro y me hizo despertar del letargo emocional.

Cruzamos por esa entrada y llegamos a una solitaria terraza, una que se veía más que olvidada. Lo primero que hizo mi amigo fue sentarse en el suelo para después soltar un largo suspiro, mostrando lo aliviado que estaba.

—Si tanto te molesta Caroline, deberías decirle que no te gusta ni un poquito. —Me senté también en el suelo de concreto. Deduje que al levantarme mis pantalones estarían manchados—. Solo no seas tan cruel.

—No creo que sea muy inteligente de mi parte romperle el corazón a la hija consentida de Sawyer —respondió él. Hizo la cabeza hacia atrás, tal vez con el deseo de admirar el manto nocturno—. Seguro va y se mete a mi expediente para reprobarme o algo así.

—No seas paranoico. —Puse los ojos en blanco.

—Prefiero evitar esa posibilidad solo huyendo de ella con discreción. Tal vez, de ser distinta, podríamos darnos una oportunidad, pero no puedo obligarme a que me guste.

—Es raro dar con alguien que tenga todo lo que te encante y que te corresponda.

Aquello me hizo pensar en Charly. Él era perfecto para mí y yo para él.

—Más raro es cuando es alguien de quien no te lo esperas.

Sentí una punzada en mi pecho. Así me encontraba yo.

—Gracias por motivarme a sanar mi corazón —repliqué con ironía.

—¿Cómo es? —preguntó con interés. La animosidad se marchó de su voz—. ¿Cómo es esa chica que te trae así?

Tomé una bocanada de aire y entrelacé los dedos de mis dos manos.

—Tiene astigmatismo y le gusta fingir rudeza, aunque es muy dulce. —Un nudo se me formó en la garganta, pero reprimí mis deseos de llorar—. Tiene unos ojos verdes preciosos y... ¡ni hablar de su trasero!

Edward hizo una pedorreta con la boca y se levantó del suelo.

—Iré por algo de tomar —avisó al mismo tiempo que sacudía sus pantalones—. Necesito olvidar que no tengo a nadie especial.

Le dediqué una mueca que pronto se transformó en una sonrisa. Él caminó con celeridad a la salida y desapareció en la estrechez de las escaleras, dejándome solo.

A pesar del calor que hacía en esa noche, sentía cómo mi cuerpo iba congelándose. Tal vez era una somatización de mi soledad.

Mi teléfono comenzó a sonar, y me sobresalté. Lo saqué de mi bolsillo y miré la pantalla; era un número que desconocía. Decidí desviar la llamada. Me levanté del suelo y caminé hasta el muro que impedía que alguien muy ebrio se tirase por la terraza.

De nuevo escuché el timbre de mi móvil. La llamada tenía el mismo remitente. Lancé un suspiro, saqué el aparato y me dispuse a responderle a ese desconocido.

—¿Diga? —cuestioné, lánguido.

—¡Joshua Beckett, contesta tu teléfono, maldita sea!

Cuando escuché la voz de Ashley, creí que había bebido demasiado o que alguien había colocado una especie de alucinógeno en mi vaso.

—¡Josh! ¡¿La distancia te mató las neuronas?!

Charly fue quien habló en esa segunda ocasión.

—¡Oh, por dios! ¡¿Cómo consiguieron mi número?! —Sonreí, aturdido.

—Se lo pregunté a tu mamá —respondió Ashley. Su tono de voz dejó de ser sarcástico—. Obvio que no te podemos mandar mensajes y llamarte tan a menudo por el precio, pero era necesario en esta ocasión.

—¡Feliz cumpleaños, Charles! —vociferé con alegría. Sentí como si se subiera a mi garganta; tal vez estaba a punto de vomitarla.

Escuché del otro lado la risa de Ashley. Me imaginé a un Charles sonrojado y a ella burlándose de él. El tiempo había pasado, pero continuábamos teniendo esa química.

—Los dejo solos —avisó ella—. No se tomen mucho tiempo, que las llamadas a larga distancia son costosas.

El altavoz se apagó, y ahora solo Charly y yo nos encontrábamos en línea. Había hablado con él cientos de veces; no obstante, era aterrador enfrentarnos de nuevo y sin vernos las caras.

—Perdón por haberte abandonado así esa noche —dijo, nervioso—. No sé si soy cobarde o valiente.

Cerré los ojos y traté de imaginar que lo tenía frente a mí, que podía tomar su mano, revolver sus cabellos e incluso besarlo.

—No hables de eso —repliqué—. Mejor cuéntame, ¿cómo está todo allá?

—Podría ser peor. Desde que me sacaron de la escuela he tenido que comenzar a trabajar y me buscaron algo de educación para rezagados.

—Ya veo... Creo que tengo las cosas muy fáciles. —Y era verdad: vivía con comodidades, tenía amigos y tampoco debía trabajar.

—Al menos no estoy rodeado de estadounidenses ruidosos —vaciló—. ¿Estás en una fiesta?

Abrí los ojos de golpe. Me avergonzaba mi situación.

—¡Perdón! ¡No quería, pero me obligaron!

—Está bien. Me alegra que te estés divirtiendo allá.

—No es lo mismo sin ti, Charles. Te extraño. —Mi voz se quebró. Tomé una bocanada de aire y traté de concentrarme en ese momento.

—Yo también, y muchísimo, pero tu madre ha dicho que volverás para las vacaciones de verano. No falta demasiado.

—¿Desde cuándo eres tan optimista?

—Desde que no me queda otra opción para soportar la vida. —Resopló—. ¿Qué estás viendo en este momento? Si yo miro hacia arriba, me encuentro con el amanecer.

—Acá es de noche. No hay una sola estrella, es como en casa.

—¿Sabes? Puede que no estemos en el mismo continente ni que sea la misma hora, pero cuando oscurece, el mismo cielo sin estrellas sigue colocándose sobre nuestras cabezas.

Ante ese cursi razonamiento no pude más que derramar una lágrima. El amor me había hecho endeble como jamás esperé serlo.

—Joshua, tengo que colgar.

—¿Tan pronto? —Me limpié los ojos con la manga de mi camiseta.

—Debo ir a trabajar.

—¿Cuándo llamarás otra vez?

—Pronto. Te amo.

Y antes de que yo pudiera decirle que lo amaba más, me colgó.

Sentí mi corazón resquebrajarse y también mi estómago revolverse al tener que enfrentarse a ese tipo de emociones. Pronto, el malestar fue tanto que acabé por vomitar en el suelo de esa terraza, ante la mirada sorprendida de un recién llegado Edward.

¡Hola, conspiranoicos! Lamento haber subido el capítulo tarde, pero el trabajo me consumió.

Les dejo dibujo de nuestros bebés.

¿Cómo se esperan el reencuentro entre Joshua y Charly?

Por cierto, ya hice el grupo de lectores en facebook, se llama Legión conspiranoica, si gustan entrar, les pasaré el link.


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